"Nuestro gran secreto es respetar la palabra dada"
Jeannette Arata de Erize y Gisela Timmermann, las dos grandes artífices de una sociedad musical que atravesó la mitad del siglo pasado y que va por más
A los 88 años, Jeannette Arata de Erize sigue siendo una señora tremendamente elegante, fina, de delicados modales que acepta con naturalidad y cortesía que la atiendan hasta en los más pequeños detalles. Puede, a simple vista, dar la sensación de que siempre vivió así, cuidada, mimada, sin la obligación de tomar demasiadas decisiones. Pero no hace falta mucho para que la charla la lleve a desandar el manojo de anécdotas que fue construyendo a lo largo de más de medio siglo de trabajo al frente del Mozarteum Argentino. Y entonces, la imagen de señora paqueta entre algodones trueca en otra -no menos glamorosa-, impregnada de una vitalidad inteligente, avispada y sumamente productiva.
La cosecha de historias es interminable. Un buen té de por medio -quizá con algunas masitas- es el mejor disparador para que la narración se largue animadamente. Igual, la tiene a mano -como siempre- a su amiga y coé quipière de aventuras desde hace más de 40 años, Gisela Timmermann, actualmente directora ejecutiva del Mozarteum, que no sólo es la curadora (el cerebro) de cada temporada, sino un bienvenido y cariñoso ayudamemoria.
No es difícil imaginarse a estas dos señoras tomadas del brazo recorriendo teatros, castillos y museos, sea en Viena, Salzburgo o Berlín. El objetivo era claro: conquistar y convencer a los managers o a los directores de orquestas de que bien podían sentirse confiados de llegarse hasta el Sur. Corría la década del 60 y no había atajos comunicacionales como el mail, los celulares o el fax. Había que viajar, presentarse, entablar vínculos que iban creciendo pacientemente durante años hasta, quizá, ver los frutos. Ellas lo sabían y se tomaban esos viajes como el inicio de un largo diálogo que, internamente, sabían que terminaría bien. Así fue como en 1965 vino a la Argentina -luego de 40 años- la Filarmónica de Viena, luego de cinco años de viajes, encuentros y promesas siempre cumplidas. Ese fue el gran puntapié inicial para la llegada de grandes orquestas de la mano del Mozarteum. Hasta entonces, los eventos, cada vez más numerosos, tenían como destino el disfrute de prestigiosas agrupaciones de cámara. La cosa iba cambiando.
Tenacidad
Fue previsión, persistencia y mucha seriedad el secreto para que otros confiaran en Jeannette; la misma que puso en práctica casi desde el principio para buscar y conseguir sponsors. La llegada de Igor Stravinski en 1960 fue resultado de esa tenacidad. Un día, de pura casualidad, Jeannette se encontró en la calle con un empresario musical que iba camino al correo para mandarle un telegrama al director y compositor ruso para suspender su visita a Buenos Aires. Stravinski no se movía de su casa sin la mitad de su cachet en la mano, cosa que este empresario no había podido resolver. Jeannette -entre entusiasmada y desesperada- le pidió 48 horas para conseguir el dinero. Y lo hizo. Una cena, una sonrisa, los contactos adecuados, y la plata llegó. Y con ella, Stravinski, con su talento, pero también con su carácter difícil. Igualmente, fue todo ganancia. Esas visitas iban contagiando y generando otras. Como dice Jeannette: "Basta con que falles una vez, para que no quieran volver; el mundo de la música es muy pequeño, y las buenas y las malas noticias vuelan".
Pero con Jeannette al frente del Mozarteum, todas eran buenas. El prestigio de esta asociación musical fue creciendo y afianzándose con los años. Fue así como, si alguna vez los artistas de otras latitudes consideraron a esta ciudad un destino arriesgado, la situación fue cambiando, a tal punto que el Mozarteum se convirtió en un referente en la zona. "No perdíamos oportunidad de aprender a recibir a nuestros invitados. La primera vez que trajimos a la Filarmónica de Nueva York nos guardamos el contrato como una pieza invaluable, ya que allí figuraban todos los requisitos que ellos necesitaban para venir", recuerda Timmermann. Ese contrato fue un manual de comportamiento que las señoras del Mozarteum hicieron girar por distintas asociaciones de América latina para que "dejaran de considerarnos tan brutos". "Era así: antes, muchos dejaban a los artistas tirados en el teatro y que se arreglen. Por eso no querían venir", recuerda muerta de risa Jeannette. Y sin ningún desagrado puso manos a la obra para organizar cenas en su propia casa, pasar a buscar personalmente a los artistas por el aeropuerto, darles un sobre con dinero local para sus primeros gastos y pequeños detalles que hacían la diferencia.
Con todo a punto para encarar la temporada 2011 (con la de 2012 ya cerrada; casi lista la de 2013, y con algunas puntas firmes para 2014), Jeannette revela las claves para el crecimiento de esta asociación que atravesó la mitad del siglo pasado poniéndose al hombro gran parte del desarrollo cultural de la ciudad: "Son dos: una, cumplir a rajatabla con la palabra dada, tanto con los artistas como con nuestros abonados. Y la otra, fundamental, la independencia. No estar atados a ningún gobierno a lo largo de todos estos años nos permitió sobrevivir hasta en momentos tan difíciles como la dictadura, época en que muchos músicos no querían venir para que no pareciese que apoyaban a un gobierno de facto. Otros, por suerte, entendieron que viniendo ofrecían alimento espiritual en momentos difíciles".