A los 44 años, acaba de publicar Visions, con un profundo toque retro y el peso de su historia; por qué nunca aceptó las alfombras rojas de las celebridades, ni la herencia de Ravi Shankar, su célebre padre
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Cuando Norah Jones tenía 22 años publicó su primer disco, que vendió 22 millones de copias. Por esa producción obtuvo cinco de los nueve premios Grammy que acopió a lo largo de toda su carrera. En ese momento, su voz aterciopelada transformaba en hit al tema que, justamente, había dado título a su álbum debut, Come Away with Me.
Cuando Norah tenía 22 debió haber recibido propuesta para torcer un poco el rumbo de su carrera, hacia el standard de las grandes estrellas de la música pop, que circulaban en aquellos años por el firmamento de la industria de la música. Pero se mantuvo en su línea. De hecho, si su más reciente producción es editada por un tradicional sello de jazz, Blue Note, significa que ha sabido mantener, a lo largo de más de dos décadas, un perfil y una coherencia a prueba de tentaciones. Visions, su último disco, si bien no tiene al piano como protagonista sino a esa guitarra con sonido reverberado que adoptó ya hace más de una década, deja entrever a la esencia de esa mujer de 44, que aquella vez fue la muchacha de 22. Esa de bellísimo rostro de porcelana que no han logrado sobornar.
Si hablamos de temas que dan títulos a los discos, el de su nueva producción es un poco perturbador. Solo se escucha la voz de Norah, su guitarra Fender Mustang, de sonido tan medioso y áspero -no confundir con distorsionado-, y levemente psicodélico. Hacía el final aparecen un coro femenino sesentista, más unas trompetas casi plañideras, como una premonición de ciertas visiones un poco inquietantes: “Ahora no me gustan las sorpresas, pero mirarte a los ojos viene hacia mí como un tren de carga. Y tengo miedo de que tu lluvia caiga y me lave. Visiones en mi cabeza y todos están muertos. Y no creo que me despierte esta vez. Es hora de decir adiós a tu mundo. Es el momento de decir adiós”.
Dice Jones, para aclarar un poco el asunto: “La razón por la que llamé al álbum Visions es porque muchas de las ideas surgieron en medio de la noche o en ese momento justo antes de dormir (...). Hicimos la mayoría de las canciones de la misma manera: yo estaba sentada al piano o con la guitarra y Leon (Michels, multiinstrumentista y productor del álbum) tocaba la batería. Me gusta la crudeza entre Leon y yo, la forma en que suena algo ‘garajero’ pero también algo conmovedor, porque de ahí viene él, pero tampoco demasiado perfeccionado”.
Hazte fama y échate a dormir. Algo de esto hay en la carrera de Norah. Ya en sus comienzos decidió correrse de las luminarias, evitó que las cámaras entraran a su casa y, según ella misma contó a LA NACION hace un lustro, fue la clave para poder hacer una carrera -esa que hoy lleva más de dos décadas- por un camino secundario a las alfombras rojas de la industria de la música. “Creo que nunca me asustó la popularidad ni toda la atención que generé cuando salió mi primer disco”, contó durante una charla con Sebastián Chaves. “La clave para mí fue nunca perder el goce de hacer música ni exigirme a hacer cosas por cumplir con pautas que no sean las que me pongo yo. Así es como más cómoda me siento y como mejor fluyo artísticamente”.
Tampoco sintió que la falta de inspiración pudiera ser algo que terminara en manifestaciones patológicas no deseadas: “Creo que encontré la forma de no pensar en eso. No soy de sentarme a escribir en busca de inspiración, no me genera ansiedad si no llega. Hago muchas otras cosas en mi vida para ocupar el tiempo. Tengo una familia y dos hijos a los que me encanta dedicarles tiempo y energía. Imaginate si me va a preocupar que no me salga una canción (se ríe). Pero, en serio, creo que ese balance es el que hace que no me obsesione, y eso se nota en mi música”.
Y en cuanto a la habilidad para haber sabido evitar el rol de celebrity, dijo que eso había sido un acierto en el comienzo de su carrera: “No suelo ir a eventos, evito la alfombra roja. Y si no te exponés de entrada, después es más fácil. Simplemente dejás de estar en el radar. No es que evite dar notas ni promocionar mi música, es que trato de que mi vida privada y mi vida pública no se mezclen. Una vez que encontrás ese equilibrio, es cuestión de mantenerlo. Hoy ya no es algo que ni siquiera tenga que proponérmelo”.
“A mis 20 años, lo que había empezado como algo por diversión se volvió gigante de golpe. A esa edad también te ayuda que no sos del todo consciente de lo que pasa y hasta encontrás la forma de disfrutarlo. Pero muchas veces me encontré sin entender qué estaba pasando. Mi manager en ese momento me ayudó mucho, por momentos la exposición era mucha. De pronto, todos querían hacerme una nota y saber de mi vida. Creo que la idea de mantener siempre el costado divertido de hacer música fue clave. Eso es lo que nunca tenía que perder de vista. Hoy lo tengo más claro, pero creo que siempre estuvo en mí eso”, contaba.
Geethali Norah Shankar Jones nació el 30 de marzo de 1979 en Nueva York, fruto de la fugaz relación entre su madre, Sue Jones, y el famoso sitarista indio Ravi Shankar. A los cuatro años se mudó con su madre a Dallas. “Mi mamá tenía este set de ocho álbumes de Billie Holiday. Elegí un disco que me gustaba y lo reproduje una y otra vez. ‘You Go To My Head’, ese era mi favorito...”. Con ese tema, el día de su cumpleaños número 16, debutó en un bar, en una noche de micrófono abierto.
Pero su destino no estaría en Dallas, sino, otra vez, en su Manhattan natal. Recién a los 20 regresó a Nueva York, donde comenzó a tocar en clubes de jazz, a veces por una propina, hasta que fue descubierta por un un productor de Blue Note ( sí, el sello que también acaba de publicar su noveno disco). “Tenía una amiga en Nueva York, así que no estaba sola. Pero estaba triste. Estaba sirviendo mesas y me sentía frustrada porque en Texas podía ganar suficiente dinero en un concierto de fin de semana para pagar el alquiler. Pero en Nueva York el alquiler era más alto y los conciertos apenas se pagaban”, recordó hace unos años durante una charla con The San Diego Union Tribune.
Tanto en el ámbito privado como sobre el escenario, la vida de Jones transcurre sin estridencias. Es en ese tono medio en que suenan sus canciones como también transcurre su vida de familia. Puertas adentro suelen quedar sus encuentros y desencuentros amorosos y la relación con sus hijos. Ni siquiera su protagónico en el cine -en 2007 se estrenó la película My Blueberry Nights- la posicionó en la pasarela de las estrellas que aparecen en los portales de celebridades.
El padre ausente
Entre mediados de los setenta y finales de los ochenta la vida de Ravi Shankar respondía a aquella frase que dice “un amor en cada puerto”. Era un músico consagrado en la música hindú, tocaba con orquestas sinfónicas de música europea, era un referente para artistas como George Harrison, a quien había acompañado, en 1971, en el festival benéfico Concert for Bangladesh.
Cuando tenía 59 años nació Norah, en los Estados Unidos. Y a los 61 se convirtió en padre de Anoushka, al otro lado del Atlántico, en Londres. Sin embargo, la relación de Shankar con la madre de Norah fue más estrecha en los primeros años de los ochenta y con la de Anoushka a partir de 1989. Fueron sus hijas, quienes primero lo conocieron como músico famoso y luego como padre, las que de algún modo estrecharon lazos.
La carrera artística de Norah no muestra lazos estéticos con la música clásica hindú que cultivo su padre. Sus orígenes sonoros estaban en la iglesia metodista en la que cantaba cuando era chica y luego en esos discos en Billie Holiday. Como si su crecimiento artístico, ya desde el hecho de elegir Jones por apellido, hubiera sido construido a espaldas a la tradición que su padre había sabido representar, incluso con honor. Esto fue, en parte, algo lógico. Porque Norah es norteamericana hija de madre cristiana, que creció entre los sonidos de su Nueva York natal y los de Texas, que atravesaron buena parte de su infancia y de su adolescencia.
En cambio, el destino de su media hermana Anoushka sí estaba en la música tradicional de la India y en el sitar. Hay realizado grabaciones y conciertos junto a Shankar. Lo que quiso el destino (o la voluntad de la gente) fue que las hermanas pudieran encontrarse a través de la música. Un par de años antes de la muerte, seguramente Ravi haya podido ver videos de sus hijas tocando juntas temas como “Trace of You”. Incluso, diez años después de aquella grabación volvieron a reunirse, para una versión acústica.
Sesenta días después de su muerte, a los 91 años, Ravi obtuvo un reconocimiento póstumo a su trayectoria que recibieron sus hijas, en una ceremonia de premios Grammy. Entre los agradecimientos, Anoushka recordó: “Él solía decir que la música podía crea un mundo más pacífico. Porque tenía el potencial para crear consciencia en personas que sintonizaron con sus almas y con sus seres a través de la música. También, cuando él tocaba muchas mujeres me han dicho que tenían ganas de tener sexo”, bromeó la hermana menor.
Si bien aquella noche de tributo Norah recordó cuando, durante los desayunos, su padre tocaba ritmos complicados sobre la mesa que nunca terminó de aprender, y también dijo que lo extrañaba, su vida personal y artística siempre fue por un carril diferente. Siempre como Jones y con las decisiones estéticas que conserva hasta el día de hoy.
Es cierto que es capaz de apostar a proyectos más comerciales. Los discos navideños funcionan bien en los Estados Unidos y Norah tiene el suyo: se llama I Dream of Christmas y fue publicado en 2021. Sin embargo, también sorprendió con encuentros impensados, como el que editó hace poco mas de diez años con Billie Joe Armstrong, en cantante de la banda de punk rock Green Day.
Foreverly es una selección de canciones tradicionales y, sobre todo, una reinterpretación del álbum de 1958 Songs Our Daddy Taught Us de The Everly Brothers. En una entrevista con Stereogum, Armstrong dijo: “Todo comenzó con Stevie Wonder [risas]. Cantamos junto con Stevie Wonder y su banda y un montón de gente, así fue como Norah y yo nos conocimos. Luego... bueno, conseguí el disco de los Everly Brothers hace un par de años y pensé que era simplemente hermoso. Lo escuché todas las mañanas por un tiempo. Pensé que sería genial rehacer el disco pero realmente quería hacerlo con una mujer cantando porque adquiriría un significado diferente, tal vez ampliar el significado un poco, en comparación con escuchar las canciones cantadas por dos hermanos. Entonces mi esposa dijo: ‘¿Por qué no le pides a Norah Jones que lo haga?’ y yo dije: ‘Bueno, la conozco un poco’. Quiero decir, teníamos a Stevie Wonder en común. Entonces la llamé y ella dijo que sí. Así que fue como una... bueno, sigo diciendo que fue como una cita a ciegas”.
A 22 años de sus 22 años
La flamante producción de Norah es, de algún modo, un viaje al pasado porque su sonido se alterna entre la situación de banda de garaje y la sonoridad vintage a la que la cantante quiso apelar de principio a fin. Y en ese abanico sonoro aparece la que solo quiere bailar “I Just Wanna Dance”, hasta la que dice en una balada absolutamente sesentona, “Alone With My Thoughts” (”sola con mis pensamientos”) en lo más bajo de su registro vocal, como si intentara demorar cada palabra. Así es el arte de Norah Jones, sin sorpresas extremas, sin experimentaciones en cuanto a lenguajes musicales, pero con la inquietud siempre predispuesta a buscar algo más, con ese sello de calidad y las marcas de agua que siempre la hacen sonar a sí misma.
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