Nirvana: la discografía de la banda ordenada de peor a mejor
El contexto en el que apareció Nirvana explica el carácter de su música: el estado de Washington, donde se originó la banda, tenía en los años 80 y 90 las tasas más altas de suicidio y enfermedades mentales de los Estados Unidos, índices provocados por la depresión económica de un lugar por aquel entonces muy dependiente de una sola fuente de recursos potente (la industria maderera) y lleno de gente joven desesperanzada, nihilista y bastante proclive a mitigar las angustias con alcohol y heroína. Ese fue el caldo de cultivo en el que apareció la figura del auténtico mártir de la generación del nevermind. Kurt Cobain empezó como vocero de la cultura alternativa y terminó atormentado por la demostración categórica de que la industria cultural es lo suficientemente poderosa como para asimilar y reconvertir incluso los discursos que la objetan.
Nirvana creció al calor de la promoción de MTV, que rápidamente catalogó a la banda y empujó a una escena bautizada con una palabra multiuso: “alternativa”. Pero, más allá de haber saboteado las campañas publicitarias montadas para favorecer comercialmente a su propia banda y utilizar su súbita popularidad para promocionar artistas del under (dos actitudes orientadas a forjar una ética), Cobain se dio cuenta muy rápido de que lo alternativo en los 90 tenía aun menos futuro que la contracultura de los 60. Los pronósticos de las peleas con el establishment siempre son reservados, y quizás hubiera sido más saludable para él confiar en la calidad del fértil humus artístico que dejó preparado: la música de Nirvana, con sus destellos de brillo cegador y también con su apego a ciertas formas más convencionales, es un peldaño muy importante de la historia del rock y una invitación abierta a investigarla, simplemente como aventura sensorial o también como fuente de inspiración.
Además de reflejar como pocas la planetaria angustia existencial adolescente -en particular la de las clases medias urbanas-, las canciones de Nirvana tuvieron una belleza singular, apoyada en la sagacidad del grupo para combinar dulzura y aspereza, calidez y oscuridad. En su ADN hay información muy diversa: de parientes directos como los Pixies o más lejanos como Black Sabbath, de influencias familiares como los Melvins y otras más oblicuas como Devo, de la sintonía ideológica con el feminismo de las Raincoats, del espíritu amateur de The Vaselines y de la imaginación melódica de los Beatles. A continuación, un recorrido por su breve pero intensa discografía, ordenada según el criterio arbitrario del gusto.
Bleach (1989)
“Empecé con Nirvana porque no había otra cosa para hacer. No me gustaban los deportes, así que una banda de rock me parecía el último recurso para hacer algo socialmente”. Queda claro que Kurt Cobain no se sentía a gusto en Aberdeen, una ciudad de Washington demasiado aburrida y conservadora para sus intereses, y entonces decidió fundar Nirvana con Chris (más tarde Krist) Novoselic, en 1986. Dos años más tarde, con Jason Everman en guitarra y Chad Channing en batería, lanzarían el single “Love Buzz” a través de Sub Pop, sello de Seattle que fue clave para la movida grunge. El tema también sería parte de Bleach, el álbum debut de Nirvana, cargado de distorsión punk y letras pesimistas sobre amores no correspondidos, vidas disfuncionales y alusiones nada veladas a las conductas adictivas. Grabado con apenas 600 dólares, el disco sonó mucho en las radios universitarias, fue apoyado por una intensa actividad de la banda en vivo y vendió 35 mil copias, una cifra notable si se tiene en cuenta su temperamento oscuro, angustiante y agresivo. Al sonido del grupo todavía le faltaba pulido, pero en “About a Girl” ya se insinuaba la capacidad de Cobain para crear melodías indelebles, una virtud probablemente relacionada con su amor por la música de los Beatles.
In Utero (1993)
Agobiado por el éxito internacional de Nevermind, Cobain -ya casado en Hawaii con Courtney Love y entregado de lleno al consumo de drogas para aplacar el dolor que le provocaban los problemas estomacales y sobre todo sus dilemas existenciales- deja claro en el arranque que la paradoja que produjo Nirvana (un discurso antisistema deglutido por la industria y rediseñado como negocio millonario) no lo hacía precisamente feliz: el track 1, “Serve The Servants”, empieza con un par de líneas muy directas: “La cólera de los adolescentes ha tenido buenos resultados / Ahora me siento aburrido y viejo”. El sonido crudo y radical del disco fue pergeñado codo a codo con Steve Albini, productor de Surfer Rosa (Pixies), uno de los favoritos de Kurt, aunque después la banda lo suavizó un poco en la remezcla final. El primer título que Cobain había pensado -I Hate Myself and I Want to Die (Me odio y me quiero morir)- habla a las claras del estado de ánimo con el que llegó a la grabación. Sus paranoias respecto del éxito masivo y las obsesiones en torno al matrimonio y la paternidad estaban envueltas en un discurso patológico, alucinado y violento: “Me gustaría comer tu cáncer cuando te vuelvas negra”, canta por ejemplo en “Heart-Shaped Box”. La estrategia de espantar fans advenedizos, en una época en la que muchos jóvenes se llevaban en una misma compra discos de Nirvana, Guns N’ Roses y Vanilla Ice, funcionó: In Utero vendió mucho menos que su antecesor. Contrariamente a lo que podría sugerir su título, es un álbum que habla mucho más de la muerte que de la vida, una inclinación que desembocaría en el final trágico de Cobain, que se suicidó en abril de 1994 disparándose con una escopeta en la cabeza.
MTV Unplugged in New York (1994)
Este especial grabado en diciembre de 1993 en los estudios de Sony Music de Nueva York no solo fue un éxito enorme (vendió 8 millones de copias en los Estados Unidos y cerca de 200 mil en Argentina), sino que dejó en evidencia tanto la versatilidad musical de Nirvana como el enorme poder expresivo de Cobain, capaz de transmitir su fragilidad emocional y sus frustraciones con un estilo completamente alejado de las explosiones de rabia y distorsión que caracterizaron al resto de la obra de la banda. Además de consolidar la popularidad del grupo en todo el mundo, el show -observado hoy en perspectiva- adelantó lo que se venía: fue el propio Kurt el que decidió la ambientación con candelabros y arañas de cristal, “a la manera de un funeral”, según sus propias palabras. Ganador de un Grammy, es uno de los discos en vivo más exitosos de la historia, un logro merecido por su extraordinario repertorio: nadie imaginaba que temas como “Dumb” y “All Apollogies” toleraran tan bien arreglos de violonchelo (gentileza de Lori Goldston) ni soñaba con una versión de “The Man Who Sold the World” (David Bowie) que estuviera a la altura del original. El disco también sirvió para que el gran público descubriera a The Vaselines, una banda alternativa escocesa de la que Cobain era muy fan, a través de una canción preciosa que parodia a un himno infantil de impronta cristiana (“Jesus Doesn’t Want Me for a Sunbeam”) y en la que Novoselic se luce con un arreglo sencillo pero adictivo de acordeón. Y además certificó definitivamente que la destreza para la reinvención de Nirvana no se limitaba a su propia música: se nota al escuchar los tres excelentes covers de Meat Puppets: “Plateau”, “Oh Me” y “Lake of Fire”, con la participación especial de Curt Kirkwood, el cerebro de esa banda de Phoenix que en los años 80 cruzó con creatividad y energía arrolladora hardcore, punk, folk y psicodelia y terminó siendo una influencia decisiva para toda la camada grunge.
Nevermind (1991)
La consagración de Nirvana llegó de la mano de este disco que hizo historia. Luego de fichar para el sello Geffen gracias a la recomendación de Sonic Youth, la banda -ya con el aporte clave de Dave Grohl en la batería- se transformó en un caballito de batalla de MTV y desplazó a Dangerous de Michael Jackson del número 1 de las listas norteamericanas, provocando un cambio radical en la relación entre el mainstream y la escena alternativa. La tapa del álbum era bien explícita: el underground también podía ser rentable. El grunge se transformó entonces en el sonido de la época, resultado de una asombrosa operación de mercadotecnia que probó que la industria discográfica podía vender como pan caliente un puñado de temas que reflejaban la frustración y el hastío de millones de adolescentes que se identificaron con el discurso nihilista y depresivo de Cobain, sintetizado en “Smell Like Teen Spirit”, quizás la mayor declaración destructiva de principios desde “Anarchy in the UK” de los Sex Pistols. Butch Vig se encargó de limar las asperezas del sonido de Bleach sin que la música de Nirvana perdiera su esencia salvaje, heredada de la fascinación del grupo por la música de los Pixies y Black Sabbath. Más que diatribas contra el sistema, Nevermind lanzó un desesperado grito de auxilio traducido en canciones que Grohl definió con particular precisión: “Son pegadizas y sencillas, una especie de guía para aprender el abecedario cuando sos un niño”.