Entre la academia y el punk de sus comienzos, el músico porteño, hijo del cineasta Carlos Sorín, sigue adelante con una recreación poderosa del Octeto Electrónico, con la que debutó en el CCK y ahora mudó a un ámbito cercano al rock, donde habrás nuevas fechas antes del cierre de año
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“En realidad, tengo problemas con las etiquetas”, arranca el multifacético Nico Sorín, ante la pregunta de LA NACION sobre cuáles de sus múltiples actividades se siente mejor identificado. “Te diría que soy un músico inquieto, que se aburre fácilmente. El mío es un universo muy ecléctico. Me gusta mucho la música clásica; y me refiero a música orquestal y no necesariamente a música escrita hace 200 años. Empecé con el punk, que fue mi amor de la adolescencia, y en el rock. Entonces tengo una mezcla entre lo académico y lo más rockero. Y por supuesto, el cine está en mi casa desde chiquito, con las bandas sonoras dando vueltas”.
Su presente sigue atravesado por una recreación del Octeto Electrónico de Astor Piazzolla, aquel proyecto “rockero” del compositor marplatense de 1977, que acá se escuchó en el teatro Gran Rex y que dejó un álbum maravilloso grabado en el Olympia de París. Sorín llegó a esto convocado por Daniel “Pipi” Piazzolla, en ocasión del centenario del nacimiento de su abuelo; y el estreno se produjo en octubre de ese año en el Auditorio Nacional del CCK. “Iba a ser ese show único”, recuerda. “Pero realmente nos sorprendió la respuesta del público. Seguramente la magia está en la música de Piazzolla, en el casting de una banda tremenda que toca conmigo; con esto, era fracasar o triunfar, no había otra. Y a la gente le encantó. Cuestión que hace dos años que estamos tocándolo en Niceto y seguimos”.
Nicolás Sorín es porteño, hijo del cineasta Carlos Sorín, tiene 44 años y dos hijos con la cantante y guitarrista Lula Bertoldi. Por el lado de su currículum, su vida artística suma varias carreras en el Berklee College of Music de Boston, la composición de varias bandas sonoras y música sinfónica –su “Sinfonía Antártica” fue estrenada por la Orquesta Juan de Dios Filiberto en 2019-, la dirección de orquesta y la producción de discos para artistas como Miguel Bosé, Víctor Manuel o Chris Cameron. En la doble condición de creador e intérprete, lidera el grupo Octofonic y el Sorín Octeto y es parte de Fernández 4 (de Cirilo Fernández). En 2019 publicó su álbum Laif y cuenta con varios premios en su colección.
- Me gustaría volver sobre esa multiplicidad de cosas en las que trabaja en simultáneo.
- Es que laburo muy rápido y entonces no puedo concentrarme en una cosa sola. De repente, estoy trabajando en un disco de pop y a la semana puedo estar haciendo uno de punk. Me gusta encontrarle retos a la música. Más allá de los géneros, trato de abarcar para terminar sintetizando en dos tipos de música: la que me gusta y la que no me gusta. Aunque inclusive en la música que pienso que no me gusta encuentro un montón de cosas y aprendo un montón.
- ¿Qué significó la escuela Berklee en su historia musical?
- Me academizó, aunque ahora estoy tratando de olvidarme todo lo que aprendí. Fueron tres carreras en cinco años, muy concentradas. Yo venía de tocar punk y cuando llegué no tenía ni idea de qué era el jazz. Para mí era el disco de Al Di Meola, Paco de Lucía y John McLaughlin. Creo que al final eso me jugó a favor, porque al toque empecé a conocer a un grupo de profesores que se coparon de la manera en que yo escribía música, porque era desde un lugar completamente diferente. La academia es súper importante pero a la vez en algún momento te saca de eso que yo tenía a los 16 años y tocaba con mi banda de punk. Ahí había un alma, un espíritu virgen. Entonces estoy precisamente tratando de dar esa vuelta.
- Ha dirigido varias veces orquestas sinfónicas. ¿Se siente bien en ese papel?
- Me encanta pero no me considero un director. Dirijo mi música, obviamente. He visto mucho a grandes directores, me apasiona cómo hacen. Pero para ser director realmente hay que dedicarse, estudiar obras. A mí me gusta bailar y comunicar la música. Hay cosas técnicas pero me salgo mucho de la ortodoxia.
- ¿Qué es lo que va determinando que encare tal o cuál trabajo? ¿Impulsos? ¿Encargos?
- Funciona como caprichos que vienen de la necesidad de encarar algo que me llame la atención. En un momento traté de organizarme. Me agarró la crisis de los 40 y me dije que tenía que ordenarme, como hacen las páginas de un banco, como si tuviera que ponerlo en una página web, pero es imposible. Creo que hay que aceptar que el caos es parte de una identidad y organizarlo no me serviría de nada. Es verdad que, en algún punto, uno abarca mucho y aprieta poco. Envidio a la gente que se dedica a una cosa y está años y años trabajando en lo mismo. Desde el pianista que toca bebop al que hace cualquier música. O a Lula, mi mujer, que canta y mantiene una banda por largo tiempo. De todas maneras, a la larga veo que todo se junta, que las cosas que hago tienen algo en común; y creo que funciona.
- ¿Concluye todo lo que encara?
- No, para nada. Calculo que saco el 30% de lo que hago. El otro 70% queda en una baulera que puedo llegar a revisitar pero mucho se descarta; y está bien que así sea.
Cambio de entorno
- Vayamos a su relectura del Octeto Electrónico de Piazzolla. Parece ser algo diferente en su historia musical.
- Yo tengo el recuerdo de haber visto Libertango en una grabación de la tele italiana y me causó una impresión fuerte. Me desconfiguró. Los bigotes de los tipos, las camisas, la pinta, la energía que tenían; ese bandoneón que entraba y hacía que te cerrara todo. He escuchado mucho a Piazzolla pero tampoco es que soy un piazzolleano típico; siempre tuve cierto pudor con el tango. Cuando Pipi me ofreció hacer el Octeto Electrónico, me dije “vamos a ver qué pasa”. Y es lindo ahora encontrarnos dos años después en un lugar como Niceto, donde arrancamos en septiembre pero habrá más fechas en el año. Creo que Piazzolla es un accidente en mi vida, pero al analizar sus obras, al mirar las partituras, al ver la caligrafía, también creo que finalmente no está muy lejano a lo que me gusta hacer con Octafonic por ejemplo. Creo que el Pipi de alguna manera sabía que yo iba a agarrar ese material e iba a armar algo personal, que lo podía llevar para una cosa más rockera, más informal quizás. Cuestión que armé una banda tremenda donde todos son de otros palos. Rodrigo Gómez de la parte más electrónica, Santiago Vázquez con su experiencia de la música con lenguaje de señas, Nana Arguen que es más popera. Y agregale a Nico Guerschberg, Federico Santisteban, Franco Fontanarrosa y Marcos Cabezaz.
- ¿En cuánto intentó ser respetuoso de las partituras de Piazzolla, y cuántas libertades diría que se tomó?
- Lo que respeté es sobre todo el espíritu. Me di cuenta que a Piazzolla no lo podés tocar tibio; todo tiene mucha sangre y mucho fuego. Lo primero que agarré fue “Libertango”. Vi esas líneas de bajo que son espectaculares; uno puede sacar todo, escuchar el bajo y la melodía y la arquitectura está tan bien que el resto seguro funciona. Pero en una parte se me vino a la cabeza también el grupo Pantera, así que me gustó estirar el riff del tema hasta el límite de lo soportable. Y te pongo ese ejemplo porque por ahí trabajé: o era literal o era tirarse a la pileta y tomarme ciertas atribuciones artísticas. Eso sin ponerme creativo al punto de dejar afuera su espíritu. Y así como lo de Astor no era tan electrónico después de todo, tampoco lo es tanto más en nuestra versión. Yo toco el sintetizador y poco más. Lo de “electrónico” es un poco una falacia, y más si lo miramos desde ahora. Te repito: lo nuestro también conserva ese espíritu acústico y hay mucha tracción a sangre.
Convocatoria multigeneracional
- El debut de esto ocurrió en una sala más formal como la del CCK. ¿Qué pasó al mudarse a un lugar más habituado al rock?
- Lo de Niceto empezó a crecer un montón. Es muy lindo lo que pasa. Hay algo hipnótico, colectivo, al final muy piazzolleano. Es un público de un rango de edades absurdo, con gente de entre18 y 80 años. Algunos ya nos vieron varias veces. Así que vamos a seguir. Y este año también nos vamos a Brasil, a Chile y a España.
- ¿Qué otras cosas lo ocupan por esta época?
- Estoy tocando en PAN, el proyecto de Santi Vázquez, un bandón en el que están el Mono Fontana, Sergio Verdinelli, Nico Cota, Caro Cohen. Estoy haciendo un poco de música de pelis. Y estoy con un proyecto nuevo para el año que viene que nace un poco a raíz de lo de Piazzolla. Me voy a meter con Brahms, con Bach y con Mozart. Me doy cuenta de que es mucho más difícil .Primero porque no hay referencia alguna, o las que hay son complicadas. Me refiero a lo de hacer música “clásica” pero con una banda; ponerle groove a la 25 de Mozart. Un poco lo de Piazzolla pero llevado a algo que no tenía ritmo. Sería hermoso si también eso pudiéramos llevarlo a Niceto; ir a escuchar música clásica a ese lugar. Es algo de búsqueda, disruptivo, donde puede aparecer el reggae o el punk. Estoy trabajando con “hits” de lo clásico: “Carmina Burana”, la 25 de Mozart, alguna suite de Bach, la “Danza húngara” de Brahms, “Cavalleria rusticana” de Mascagni. Son obras que están en el inconsciente de todos; esa es la idea.
- ¿Y el cine?
- Ahora estoy tranquilo. Hice 30 noches con mi ex, de Suar. Una comedia, un género que no había trabajado antes. Hice un documental sobre María Luisa Bemberg de Alejandro Maci, muy bonito.
- ¿Eso lo siente más como parte de su trabajo que como cosas personales?
- No. Me lo tomo muy en serio y sufro mucho. Hay proyectos que me gustan más y otros que quizá no me gustan tanto pero descubro que está bueno hacerlo. Lo de Suar, por ejemplo, es algo que nunca había hecho. Siempre había trabajado en películas más “artísticas”, con menos música. Y fue un reto divino.
- Su adolescencia estuvo muy marcada por el punk, pero también aparece el rock sinfónico en proyectos suyos, como Octofonic. ¿Se siente identificado en esa aparente dualidad?
- Claro. Como venimos hablando desde el comienzo, yo tengo que ver con todo eso. Esto que te contaba de lo clásico está un poco relacionado con aquello sinfónico de los ‘70, aunque quiero sacarle lo “progresivo”. Pero para que te des una idea, mi primer concierto fue de Emerson, Lake & Palmer, que vi con con mi viejo en Obras; y me partió la cabeza. Eso me encanta pero lo mío quiere salirse de ahí, buscando trabajar con buenos músicos siempre. Y a esos músicos me gusta incomodarlos, correrlos de su género más habitual. Me gusta que los músicos sientan siempre una especie de cortocircuito.
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