‘Hoy toco con Franco Masini", dice el WhatsApp. Al segundo cae otro con un emoji: una carita escandalizada.¶ En un rato salimos para Martínez a grabar Nunca es tarde, el late night que pasa Fox Sports todas las medianoches. Nico Bereciartúa es el guitarrista de la banda estable que comanda el Zorrito von Quintiero. Su rol es reforzar el remate de algunos de los chistes que dispara Germán Paoloski, hacer quilombo para abrir y cerrar bloques y –lo más pintoresco– acompañar al invitado musical si este así lo pide. "Ayer vinieron los Molotov y tocaron ellos", dice Nico, pero hoy Masini quiere cantar su hit "Algo de mí" y no trajo a la banda, así que habrá que sacar el tema mientras el conductor se maquilla.
"Me gusta esa versatilidad. Al principio me costaba un poco tocar cualquier cosa, siempre había hecho solo lo que me gustaba", dice. "Me mandaban mensajes a mi Facebook: ‘Nico, ¿qué hacés? ¡Vos fuiste un Riff!’". No solo fue un Riff (se hizo cargo de la rítmica en los meses previos a la muerte de Pappo) sino que además es hijo de otro: Vitico, el bajista que después fundó Viticus y le dio ahí su primer trabajo perdurable en la música. Tiene linaje pesado y, con su pelo largo rubio, sus ojos celestes y su camisa a cuadros, porte de rockero sureño setentoso. Pero ahí está, sentado en un rincón, repasando un punteo facilongo para acompañar a un ex Violetta.
A veces los mundos se le cruzan raro. "De todos los invitados que vinieron a tocar, el que mejor onda tuvo fue Cristian Castro. Yo me quería cortar un huevo, pero arrancó con ‘Paranoid’ de Black Sabbath en la prueba de sonido", cuenta. En YouTube se ve cómo fue: primero hacen ese himno llamado "No podrás" (chequear a Nico con el pelo en la cara, muy a propósito) y después una dignísima versión de "Suspicious Minds". "La rompió", dice. "Uno prejuzga, pero esos artistas son como uno: se están ganando la vida".
Al rato llega Franco con una camisa regia, meten una toma fallida y, a la segunda, clink caja: un amor. Y después hay más tiempo para matar porque a Paoloski le falta. Del aburrimiento empieza a brotar otro punteo un poco más complejo, y el resto del grupo se le une en lo que terminará convirtiéndose en "La Juanita", track 2 de su segundo álbum solista, Volviendo (2019), un folk(lore) instrumental. En el universo musical de Nico B. todo tiene que ver con todo y de todo se aprende algo.
"Puede ser que ahora estemos entendiendo el rock de otra manera", opina ya en su departamento de Colegiales mientras su perro Pappo lo cargosea. Justo él, que por antecedentes tenía 99 números para ser el rockstar cabezón paleolítico del siglo XXI, se planta: "Antes estaba el tipo pesado, duro, que no llora, frío. Hoy está mejor visto estar conectado con tus emociones. ¿Porque toqué en Riff, con Viticus o porque me gusta el rock pesado no puedo hacer una balada con quien sea? La pose del rockero ‘malo’ es una estupidez. Y la gente que trata de dar esa imagen me parece patética".
El rock es la cuna, la escuela y la oficina de Nico. Ya en su prehistoria, mamá y papá paseaban por Londres viendo a Pink Floyd presentar Dark Side of the Moon (1973) y a Led Zeppelin tocar IV (1971). Nació en el mismo año que Riff: 1980. A los 6 fue a visitar por primera vez a su viejo al trabajo: "Fue un show en Palladium de Riff VII, con Moro y JAF. Ahí me di cuenta de lo que él hacía. Me acuerdo que había silencio, apenas un cuchicheo de la gente, y de repente los presentó Lalo Mir y me explotaron los tímpanos. Tengo recuerdos muy vívidos de esa noche". Cuando arañaba los 10 vio la película Crossroads (Walter Hill, 1986), se le dobló el cerebro y salió corriendo a tomar clases con Botafogo. Entre los 13 y los 16 se juntó con un grupo de amigos con los que iba a ver a Heroicos Sobrevivientes y Blues Motel. Paraban en salas de ensayo. "Nuestra mejor salida era juntarnos con guitarras, que uno se sentara en la bata, otro agarrara el bajo... Eso me llevó a ser músico. Cuando tenía 17 Pappo lo nombró cuidador oficial de su Gibson Les Paul negra ("tenela en tu casa y cada vez que te la pida para un show me la traés con cuerdas nuevas", le dijo). Dos años más tarde se subía al escenario del bar que regenteaban Juanse y el Bahiano a integrar una formación improvisada de Pappo’s Blues ("bueno, vamos a tocar seis temas con el Negro Black Amaya, vos en el bajo", le avisó el Carpo un rato antes, como si nada). Más o menos por la misma época secundó a Charly García en otra zapada de trasnoche. "Yo no sabía nada de música nacional: toqué con Charly antes de escuchar a Charly", dice. En 2002 entró a Viticus como socio de su padre. En 2005 cerró el círculo integrándose oficialmente a Riff.
Por todo esto, nadie se espantaría si su discurso fuera otro. Y, sin embargo, insiste: "Que el reviente esté glorificado me parece absurdo. Es un muy mal ejemplo para las generaciones que vienen". No probó la cocaína, fuma porro muy de vez en cuando, a lo sumo se toma "un whiskicito" para relajar, es un tipo "super sano". "Me crie en un ambiente que parecía una cosa, pero que, gracias a Dios, era otra. Mi viejo es un tipo lógico, nunca fue de la pose del rockero. Por ahí se puso alguna vez en esa pose para ser gracioso".
Su mérito, en todo caso, fue darse cuenta de que el rock enseña, por la positiva y por la negativa, pero no es un manual. Saber distinguir entre diferentes situaciones le dio algunos recursos interesantes. "Pappo para mí era un tipo con un corazón enorme con la gente que quería, pero también lo he visto tratar no tan bien a gente del staff, cosas que me llamaban la atención y no me gustaban. No solo de Pappo: también de mi viejo", dice. De nuevo: la cercanía aporta matices: "Conmigo Pappo siempre se portó bárbaro. De hecho tuvimos muy buenas charlas en los últimos tiempos. Pero sé que tenía sus temas".
Pasa el ensayo con la banda de la tele, pero ya se vienen otros dos. A la tarde se junta con el tecladista José "Larry" Cuffia, coproductor de Volviendo, y el resto del grupo que lo asistió en la grabación. Al otro día hay encuentro de virtuosos (Mariano Otero, Sergio Verdinelli, Cirilo Fernández, Tomás Merello) para hacerle la segunda a Chiara Parravicini, la ex Soy Luna. Parecen opuestos pero los dos proyectos tienen algo en común: la música de raíz estadounidense, el único gran vicio de Nico desde que le prestó atención a lo que hacía Ry Cooder en –otra vez– Crossroads.
"Los primeros CD que me compré fueron uno de Mötley Crüe y uno de John Lee Hooker", dice. De ahí pasó al blues del Delta, al country y al "verdadero folk norteamericano". Y no salió nunca más: "Escucho a Blind Willie Johnson tocando el slide y se me destroza el corazón".
Mientras en el día a día se fogueaba en el rocanrol, el Nico adolescente miraba hacia el norte y fantaseaba con el sur. Su Nirvana eran los Black Crowes, la banda que en el 92 sacó The Southern Harmony and Musical Companion y le dio forma de disco a la música funcional de sus neuronas. Mucho después, en 2013, fue a verlos a Nueva York con su mujer. "Sé que algún día voy a estar con ellos en el escenario. Quizás no tocando, pero los voy a conocer, voy a estar hangeando con ellos", le decía a ella. Muy lejos de la verdad no estaba, pero todavía había que solucionar algunas cuestiones.
En 2014 Viticus era un infierno. "La relación con mi viejo empezó bárbaro y de repente se tornó insufrible. Nos poníamos a armar la lista para la noche y él siempre quería arrancar con el mismo tema. ‘Cambiemos la lista’, decía yo, y eso ya generaba una discusión". A Nico le empezaban a tirar los proyectos propios y Vitico estaba fuera de eje: la receta ideal para el caos. Se sentía "la nube negra, el cortamambo" que, cuando todo era locura, caía a decir "che, no toquemos más en estos lugares de mierda, a las 4 de la mañana después de diez bandas". Así que se puso firme. "Fui a hablar con mi viejo, él no estaba bien, le dije que tenía que frenar y cuidarse, él se lo tomó muy mal y tuvimos una discusión muy fuerte en la que decidí: ‘Me abro, no estoy para seguir acá’". Hizo los shows que estaban vendidos hasta fin de año y se retiró del emprendimiento familiar.
La salud tampoco acompañaba. Lo que empezó como una mancha en una uña que parecía un hongo resultó ser una enfermedad autoinmune. "Se me puso el dedo como una berenjena. Solo tocaba en vivo, no podía ensayar, no podía tocar en mi casa. Estaba muy triste, imaginate. Pasaron dos años hasta que di con los doctores adecuados. Me diagnosticaron una artritis psoriásica".
De repente se vio sin banda, envenenado con su padre y con su futuro en duda. ¿Podría seguir tocando la guitarra? "Fueron noches de incertidumbre, tristeza, mucho ‘¿por qué me pasa esto a mí?’. ¿Y por qué no, si me había hecho una mala sangre tremenda? Tuve niveles de nerviosismo muy altos y eso lo terminás pagando".
En su viaje a Nueva York, Nico había grabado en video un cover de "Baby", de Paper, álbum solista de Rich Robinson, guitarrista de los Black Crowes. "Se lo dejé en un comentario en Facebook y le escribí ‘si tenés un minuto para ver esto significaría mucho para mí’", dice. Se olvidó del tema y se puso a demear Nico (2015), su debut en solitario.
Pasaron meses y, mientras salía de natación, a Nico le vibró el teléfono: un DM de Twitter. Raro: casi no usaba la red social (sigue igual: a mediados de septiembre, el último tweet de @nicobere es uno que anuncia un show de julio). "Me gusta cómo tocás", decía el mensaje de @richsrobinson. El mismísimo fundador de los Black Crowes había visto el video y lo quería conocer.
"Al principio estaba interesado en producir los temas que yo le mandaba", dice. Ya el elogio era digno de festejo, ni hablar la intención de trabajar juntos. Pero faltaba más. "De repente viajé a un festival, lo conocí, pegué buena onda y me pidió que le mandara demos con banda. Hasta que me dijo ‘estoy buscando violero. Si venís a Estados Unidos me quiero juntar a tocar con vos’".
En marzo salió para Nueva York con una acústica y 35 temas aprendidos, de los cuales Rich le hizo tocar uno solo. El resto de la audición fueron dos canciones de los Crowes y una de su último disco que jamás había ensayado ("me pidió que lo siguiera: quería ver cómo tocaba algo que no conocía"). La cosa funcionó: lo convocaron a ensayar a Nashville en julio. Esa misma tarde llegó un dropbox con las canciones que había que saber: eran 138. "Me tuve que encerrar en el sótano y aprender todo eso. Era la oportunidad con la que siempre había soñado, no podía fallar. Me rompí el culo y cuando llegué todo fue impresionante".
Así, Nico se integró a The Magpie Salute, la banda que formó Robinson con otros dos ex Black Crowes: el guitarrista Marc Ford y el bajista Sven Pipien. Se subió a un tour soñado: "Dos micros de gira, un camión, seis personas de staff, cada uno con su asistente y con un cuarto propio en hoteles buenos...". Visitaron Londres y estuvo a punto de tocar con Jimmy Page: "A la tarde me voy a caminar y me llama Rich; parecía que Page vendría al día siguiente, así que prepararíamos ‘Your Time Is Gonna Come’. Al final no vino"). A la vuelta había que grabar High Water I (2018), el debut del grupo, y ahí quedó relegado. Pero no hay rencor: "Estoy muy agradecido a Rich por la experiencia. Haber tocado con ellos en esos escenarios, que venga Zakk Wylde al camarín para felicitarme, ‘hey, man, you’re fucking good!’".
Cuando todo era confusión, el cosmos se acomodó de golpe. Con Nico ganó el Premio Gardel al Mejor Álbum Nuevo Artista de Rock en 2016. Volvió a Viticus y recompuso la relación con su papá. "Hoy nos llevamos mejor que nunca. Lo admiro y él pudo cruzar esa barrera para decirme que estaba orgulloso de lo que yo había logrado, algo impensado hace unos años. Fue la primera vez que me dijo algo tan lindo a partir de mi música". También integra la reencarnación de Riff con Vitico, Boff, Juanito Moro, el hijo de Oscar, y Luciano Napolitano. "Lo conozco de chico. Él tenía 16 y yo, 13", dice del hijo de Pappo. "Lo aprecio mucho, aunque no tengamos una relación muy cercana. Él está llenando ese lugar y la gente lo juzga, lo presiona, no es fácil. Pero lo lleva bien".
Su country-folk-blues mayormente instrumental es una rareza en la escena local: "Es difícil entrar a un festival porque te dicen ‘no sos indie’ o ‘no sos rock’. Pero a la gente le gusta mucho lo que hacemos". La Meca sigue siendo Estados Unidos: se lleva bien con Charlie Starr (cantante de Blackberry Smoke), con Susan Tedeschi, con varios exponentes del rock de raíz, y sueña con viajar a encarar minigiras. Pero también sabe que cada vez que vaya volverá. "Me encanta tocar allá, pero este es mi lugar en el mundo".
El día después de la tarde en Fox y la pizza, llega un audio: "Hola, Diego. Mirá, por esas casualidades de la vida: justo ayer me escribió Rich y me pidió que trate de ir en noviembre a Nueva York. No sé qué me puede llegar a pasar ni qué me puede llegar a ofrecer, pero después de un año sin tocar con él, estoy en contacto de nuevo".
Veinte horas antes le había dicho al grabador: "Hay que vibrar en una frecuencia alta. Yo no creo en Dios: creo que somos energía viviendo una experiencia humana y tenemos que mantenernos vibrando bien". Algo de eso debe haber.
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