Neil Young: registro de sus años más lisérgicos
En agosto de 1976, Neil Young vivía uno de los mejores momentos de su carrera artística. Y también uno de los más intensos, en términos psicológicos, emocionales y existenciales, de su vida. Tenía 31 años, venía de editar Zuma, un gran álbum en el que Frank Poncho Sampedro se incorporaba a los Crazy Horse en lugar del recién fallecido Danny Whitten, a quien estaba dedicado el lúgubre Tonight's The Night, otro disco notable, grabado tres años antes pero publicado también en el '75. Whitten fue víctima de una sobredosis de heroína, igual que Bruce Berry, roadie del grupo que murió por la misma causa unos meses después. El consumo indiscriminado de drogas era en ese entonces moneda corriente en el entorno del músico canadiense. Y Young era de los más comprometidos.
Cuando Martin Scorsese empezó a trabajar en el montaje de las imágenes de The Last Waltz, el gran documental que registró la despedida de The Band en el Winterland Ballroom de San Francisco, un Neil tenso y despeinado aparecía con un pegote blanco en la nariz que, según la elocuente descripción de Elliot Roberts, su manager en esa época, "tenía el tamaño de un M&M". Fue eliminado gracias a la técnica de la rotoscopía, lo que insumió una inversión importante: "Es la cocaína más cara que compré en mi vida", aseguró con filoso sarcasmo años más tarde el propio Roberts.
Pero ese contexto complicado coincidió también con una etapa de explosión creativa de Young. Acompañado por David Briggs, productor con el que trabajaba desde After The Gold Rush (1970), se encerró en los estudios Indigo, construidos muy cerca de un cementerio indio en las profundidades del cañón de Malibú, y en un par de sesiones grabó un puñado de canciones acústicas realmente extraordinarias. Son las que ahora, cuarenta años más tarde, aparecen en Hitchhiker. Briggs las registró una tras otra en un laspso de tiempo cortísimo y súper productivo, apenas interrumpido cuando Young se detenía para fumar un porro, aspirar una línea de coca o tomar una cerveza. Algunos de los temas, en sintonía con la situación, tienen un tono sombrío. Pero también hay otros en los que reluce una escritura liviana, surrealista y cargada de humor, casi siempre en tomas no del todo prolijas e intervenidas por bromas, ajustes de micrófono y finales un tanto abruptos. Algunos fueron a parar más tarde a otros discos (Rust Never Sleeps, Hawks & Doves, Le Noise), y dos estaban inéditas hasta ahora (Hawaii y Give me Strength, ambas compuestas bajo el influjo del final de la relación sentimental con la actriz Carrie Snodgress, madre del primer hijo de Young, Zeke).
Con una Gibson acústica, una armónica, el piano del estudio y un grado de inspiración tan elevado como para despachar en tiempo record temazos como Pocahontas, Powdenfinger y Campaigner (con su famosa frase "Incluso Richard Nixon tiene alma"), Young inmortalizó el crudo testimonio de un tiempo áspero y catártico, sintetizado a la perfección en el tema que le da nombre al disco, una historia autobiográfica atravaesada por sus experiencias con las drogas en la que se cuenta deambulando por una autopista en busca de alguien que se apiade y responda a su señal de autoestop e inmediatamente después inmerso en un sueño lisérgico que lo deposita en el imperio incaico.
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