Tras siete años sin mostrar canciones propias, la artista mexicana acaba de lanzar De todas las flores, un álbum profundo, en el que muestra la intimidad de un proceso tan doloroso como transformador; lo presentó en el imponente Carnegie Hall de Nueva York
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NUEVA YORK. -Natalia Lafourcade estuvo celebrando con sus músicos hasta las 4 de la mañana. Todavía no cae, pisa sobre nubes y aunque ya no tiene el corazón en la garganta, como dijo en pleno concierto, tiene una resaca “padre”. Incienso, una voz tenue, calma y esa misma sonrisa encantadora que le vimos en el imponente Carnegie Hall.
“Me quiero reinventar como artista”. La frase por sí sola tiene un peso lo suficientemente potente como para impactar a todos los que la lean o la escuchen salida de la boca de Natalia, pero es solo el punto de llegada. Estamos en Nueva York, en la ciudad que vivió y que dejó John Lennon para atravesar su largo “lost weekend”. Él necesitaba tomar distancia, ya no solo de su pasado beatle sino también de Yoko. En el caso de Natalia, ese “fin de semana perdido” fue un tiempo ganado, un espacio para sanar y para volver a crear. La ruptura matrimonial le dejó una herida de muerte y sólo podía salir de ese lugar volviendo a su querido Veracruz y reencontrándose con la sabiduría de su madre “curandera”. La naturaleza y los consejos de su progenitora, las nuevas actividades que abrazó, como la danza clásica y el ocio por el ocio mismo, repararon todo lo roto que había en su alma. Pero no se trataba de volver al casillero de salida, sino de jugar otro juego. Un renacimiento, con todas las letras. Y las pistas estaban ahí a mano, nada menos que en su celular, donde había una serie de tracks esbozados de los últimos cuatro, cinco años. Eran las señales dejadas por ella misma pero sin la consciencia con las que las revisó tiempo después. De ahí surgió De todas las flores, su excelente nuevo disco con canciones propias, el primero desde hace siete años, desde Hasta la raíz.
-Viviste una noche histórica en el Carnegie Hall. ¿Cómo te sentiste?
-Me he sentido muy feliz, muy emocionada. Es un honor, un placer, un orgullo también. Después de poquito más de 20 años de carrera musical todavía me siento una artista joven y todavía me falta mucho por recorrer, por aprender, pero creo que nunca me imaginé que iba a tocar en ese escenario, imagínate tu. Me tocó pisar un escenario de la historia de la música, un espacio por el que han pasado gran parte de mis influencias musicales, de mis maestros y mis musas. Entonces... llegar ahí, mexicana, mujer, amante de la música, apasionada de poder hacer este trabajo que tanto amo, que tanto le agradezco a la vida que me haya dado la posibilidad de cantarle a la gente, de poder conectar con las personas. Eso es un regalazo. Que a mí me invitaran y que coincidiera con la fecha de salida de mi disco, son de esas cosas de la vida que a veces coinciden, que son casualidades (o causalidades) y que son un regalo. Poder tocar estas canciones en ese lugar fue muy simbólico para mí.
-Tuviste una forma muy bonita de contarle al público que el concierto se estaba grabando para un disco en vivo, mencionando figuras que habían pasado y grabado discos allí, desde Billie Holiday a Louis Armstrong, Ella Fitzgerald...
-Así, nada más (sonríe). No solo tremendas leyendas, ¿eh? ¡Nosotros también (suelta una carcajada). Vamos a hacer historia. Antes del concierto decían, quizás tenga que investigar mejor, que Chavela Vargas fue la última mujer mexicana, y Chavela era del mundo. Ella decía: “los mexicanos nacemos donde nos da la gana”. Mucho orgullo, mucho honor, un privilegio verdaderamente.
-El álbum, De todas las flores, es un diario íntimo...
-Así es...
Esta es la historia de una reconstrucción. Una reconstrucción personal que como diario íntimo dejó un legado. Un disco que está saliendo “ahorita” y que está llamado a crecer como las olas, volverse más y más revoltoso y terminar, pacífico, en la orilla, con una espuma profusa que se pegará en la piel de quienes se animen a atravesarla. Es la historia de una artista que llegó a preguntarse cómo “hago para respirar en este mundo tan vacío que queda en mí”, tras un amor que fracasó y movió todas las estructuras internas. Como ella lo describe en el podcast oficial del álbum, “De todas las flores”, la canción que no solo le da nombre al disco sino que también funciona como tronco desde donde salen cada una de las ramas que lo tornan frondoso, es un tema que refiere a “la agonía que puedes llegar a vivir en una relación, que empieza siendo mucho amor, pasión, química y que eventualmente, por alguna extraña razón, las que generan más electricidad son las más complejas para sobrellevar a través del tiempo”, comenta Natalia. “Cuando pasa eso comienza a ser problemático amar a esa persona y que esa persona te ame de vuelta. Se convierte en un amor posesivo, venenoso. Ya no es amor. ‘De todas las flores’ habla de ese jardín que se marchita, que se vuelve un jardín abandonado”.
-¿Cuándo surgió en vos la idea de parar, de dejar por un tiempo las giras?
-Yo lo pensaba desde el 2015. Tengo una postal que le hice a mi marido. No sé dónde estaba de viaje yo, pero le decía que sentía que necesitaba parar, que mi alma estaba cansada. Cuando uno está muy cansado y es pequeño, está madurando y entendiendo las cosas, puede llegar a tener pensamientos muy radicales: “tengo que parar mi carrera”, pensaba y después me di cuenta que no podía hacerlo. Y qué bueno que no paré, porque era el momento de todo lo contrario, de hacer todo menos de parar. Y qué bueno que pude entrar en el ritmo, eso nos llevó meterle mucha velocidad al tren hasta 2019, cuando logramos diseñar ese momento de que yo pudiera retirarme de los escenarios, porque no dejé de hacer música ni de hacer proyectos, pero sí de subirme a los escenarios. No es que no me gusten, los amo. El escenario es mi casa, pero yo necesitaba ir a mi otra casa, a Veracruz. Sentía que me hacía falta y después la pandemia vino a rematar todo, y ahí empezó el trabajito que yo sentía no muy consciente, que era una cuestión de intuición. Yo sentía que tenía que volver a mi jardín. Me gusta usar esa metáfora, ahora lo veo así. Yo tenía que volver a reconectar conmigo desde otro lugar, no solo de los escenarios, de la música de la vida pública, tenía que hacerme cargo de mi vida personal y eso fue lo que me empujé a hacer y me hizo mucho bien.
-Las giras también te distraen, te mantienen ocupada y lo personal queda a un lado, a la espera...
- Sí, totalmente. Se empieza un poco a quedar rezagado, porque siempre hay prioridades aparentes. Uno se distrae también y empiezas a perder otro tipo de hábitos, o disciplina para mantenerte un poco conectado a ti. Siento un poco que la pandemia nos hizo ir adentro a todos, al menos unos meses. No había más y eso me vino muy bien. En ese tiempo me pude dar cuenta de que tenía que volver a hacer música propia. Estaba distraída y había algo de mi alma que decía: “todo bien pero necesito hacer algo mío”. Estaban las canciones ahí esperando a que las agarrara.
-Habías hecho ya un cambio de repertorio, de esa Natalia pop de los comienzos pasaste a revisitar el cancionero folklórico de México y de América Latina, pero te faltaba este otro paso, el de reencontrarte con la autora...
-Sabes, se sintió que volví a conectar con mi niñita interior. Tuve chances de volver a jugar a la música desde otro lugar y construir un mundo, imaginar cosas. ¡Uy! Quiero hacer las cosas distinto a como las vengo haciendo hasta ahora. Y ahí me di cuenta que lo que tenía, no es que lo tuviera completo, eran como 20 tracks, 20 ideas en el celular. Ahí me pude dar cuenta y percatarme que estaba mi diario, estaba mi vida. Esos tres, cuatro años de mi vida repartidos en diferentes etapas y momentos estaban ahí. Es muy interesante lo que pasa con las canciones. A lo largo del tiempo mi relación con ellas se ha ido transformando. Las siento como personitas, como seres que dicen: “por favor déjame pasar, quiero que me conozcas”. Y unas son más fuertes que otras; unas se perciben con más carácter. Y sentía que me decían: “oye, nos tienes aquí, atiende tu cuestión”. Y fue muy bonito porque empecé a trabajar con Adán (Jodorowsky, productor del álbum), a hacer toda una captura de lo que tenía y a imaginar, a la parte de la niña interior. ¿A qué vamos a jugar? Pues queremos hacer un disco en cinta, todos los músicos en el mismo cuarto; quiero hacer música instrumental, introducciones largas y pues también momentos para terminar la música, que se sientan transiciones, que sea muy cinematográfico. Y así íbamos hablando.
-En el álbum hacés referencia a que atravesaste una muerte y volviste a nacer...
-Pues nunca se había hecho tan presente el aspecto de la muerte en ninguno de mis discos. Esta parte de la vida que no la podemos quitar, no la podemos evadir y que yo pudiera darme cuenta al escuchar mis canciones cuando las encontré en mi celular, a pura guitarra y voz. Yo pude darme cuenta, hacerlo consciente ya viéndolo desde afuera. Es que hay muertes que se habitan en vida. Nosotros atravesamos muertes en vida y a veces no lo tienes en claro. Me llevó tiempo darme cuenta de que estaba atravesando una muerte, que iba a pasar y que luego iba a renacer. Como la naturaleza, se marchitarán unas flores y luego vendrán otras.
-La naturaleza está muy presente en el disco...
-Sí, quizás porque me fui a mi casa, porque tuve chances de ir a caminar a la montaña, de estar cerca del mar, de estar en la naturaleza, de sentir la tierra. Y en ella veía los procesos de la vida y la muerte todos los días. Las flores, la vegetación, los animales, todo está vivo y muerto, es increíble. Eso se hizo muy presente. Pues las canciones, el disco, lo abro con “Vine solita”, que es un pacto, un pacto con la vida. Para mí fue entender que las canciones vinieron de un lugar roto, como “De todas las flores” y “Vine solita”, que las hice en 2018, en un momento donde estaba rota de desamor. Yo entregué mi corazón (una risa temblorosa) y uno no debe hacer eso. Eso lo entendí después. El corazón se comparte y amas, y quieres a la otra persona; pero tu mundo, tu universo, también lo tienes que amar, que cuidar. Esa es nuestra casa. Ese fue mi trip. Aquí lo que pasó es que yo lo di todo. Quizás tenemos confundido el concepto de amar. Te lo doy todo... ¡No! Espérate, yo te amo como mi pareja, mi amor, pero también me amo a mí. También me debo cuidar, darme mi tiempo, mi apapacho, mi espacio. Eso fue lo que entendí y “Vine solita” fue un pacto conmigo misma. Como decir a este mundo vine sola y me voy a morir sola. Porque cuando se te rompe el corazón sientes que te mueres, que estás deshecho. Yo me sentía como muerta y de ahí empezaron a llegar las canciones poco a poco en mi proceso de sanación. Estar cerca de la naturaleza me sanó y eso me hizo entender otros aspectos de la vida, trascendió el tema del desamor a conocerme mejor, a amarme y a reencontrarme con mi mundo interior. Quién es Natalia hoy y qué tengo para decir y hacia dónde quiero ir. Me quiero reinventar como artista. Es muy difícil...
-Pero se logra haciéndolo.
-¡Lánzate pues!
-¿Cómo es la relación con tu mamá, de quien también te sientes amiga?
-Es mi mamá, la respeto, la adoro, es una mujer muy sabia. Me ha dado unos consejos increíbles. Con ella aprendí la música. Con el tiempo nos hemos vuelto también amigas. ¿Existe ese factor no? Vas creciendo, como vas entendiendo ciertas cositas y viene esa parte de respeto mutuo de mujer a mujer. Se transciende y se entiende que somos ya mujeres las dos, viviendo vidas y caminos.
María del Carmen Silva Contreras (o simplemente Maricarmen) está muy presente en el álbum porque muy presente ha estado en el proceso de sanación de Natalia, tal como lo define la cantante de “Hasta la raíz”. “Cúrate mi hija tu dolor con la luz del sol y los rayos de la luna… con el sonido del río, la cascada y la espuma. Con el vaivén del mar que va y viene, deja que te agarre… que te ame… Cúrate mi niña con las hojas de la menta y la hierbabuena. Ponle amor al té en lugar de azúcar”, canta Natalia en “María la Curandera”, palabras que su sabia madre pudo pronunciarle al recibirla de vuelta en su hogar de Veracruz, con el corazón roto y toda la estructura interna tambaleando. Sin embargo esas palabras le pertenecen a la chamana mexicana María Sabina.
Como una voz en off relata en De todas las flores, el podcast, “Natalia nació y creció en una escuela de música. Su madre dice que era un pez que no sabía que estaba en el mar, en un ecosistema de ritmos y melodías. Entonces Maricarmen desarrolló un método que mezcla percepciones con movimiento y que sirve para enseñar música pero sobre todo para rehabilitar el cuerpo. Creó composiciones especiales con los ritmos de los trazos de la mano para aprender la escritura, así como la matemática y otras áreas. Practicó el método con su hija. Ni Maricarmen ni Natalia imaginaron que eso potenciaría el talento de una y la profesión de la otra”.
Y en el pago chico, tal vez mirando el mar que tanto había visto pero que llevaba tiempo sin apreciar, y cuando el álbum todavía estaba en pleno proceso de producción, Natalia se animó a registrar “Alfonsina y el mar”, de Ariel Ramírez y Félix Luna.
-¿Qué te motivó a grabar “Alfonsina y el mar?
-Mi papá (Gastón Lafourcade) me la tocaba en el piano desde que yo era bebé. Ya más adelante esa canción tomó un sentido interesante en mi vida, un poquito como la canción que no podía interpretar y en medio de ese tiempo, donde estábamos en casa y yo tenía chances de estar con mi guitarra, un poco en el afán de estudiar, aprender más, porque cuando tengo tiempo libre una de las cosas que me gustan hacer es aprender canciones en la guitarra. Empecé a sacar la canción, de repente la empecé a cantar y dije: “mira, mi voz la está pudiendo cantar”. Y empecé a tratar de apropiarme de ella, de llevarla a mi lenguaje, a mi mundo. Y entonces la grabé. En ese tiempo yo estaba tomando muchas clases de danza, contemporánea y contact. Por hobby, ¿eh? De chica había tomado clases de ballet pero nunca había explorado el contact, la danza contemporánea, el butoh. Son danzas que me encantan, pero nunca había tenido tiempo y en ese momento mi maestro, Mijail Rojas, que se había quedado sin alumnos y tenía la escuela cerrada, me dijo: “vente, vamos a probar”. Yo me iba todas las mañanas y pasaba el tiempo en proceso de danza, de explorar el movimiento. Eso me abrió un portal. Al final se hizo una mezcla entre explorar mi voz con una canción que escuché desde pequeña y que nunca hubiera pensado que la iba a poder interpretar, porque muchas veces había intentado y no podía. Después, juntándola con la danza, con mi manera de acercarme a ella, en la naturaleza, en el mar de Veracruz, sucedió algo. Fue un experimento.
-¿Cómo es tu relación con la Argentina?
-Le tengo mucho amor y muchas ganas de volver. Estamos acomodando todo para poder hacer una buena gira el próximo año. Tengo buenos recuerdos, desde mis inicios. Argentina me permite ver en el tiempo el crecimiento de mi camino en la música, la relación, la complicidad que se ha dado con el público. Hay una cosa ahora que se siente muy familiar, es una hermandad. Pasé de ir sola con mi guitarra a tocar en lugares chiquititos y de picar piedra a mis últimos conciertos en el Gran Rex. Era un carnaval eso, una cosa que se caía de amor. Recuerdo tantas colaboraciones que he hecho, amigos que están allá...
Omara, Byrne, Drexler y los ojos del mundo en una noche histórica
David Byrne quería conseguir entradas para ver a Natalia Lafourcade en el Carnegie Hall. No pudo, estaban agotadas. Lejos de darse por vencido lo llamó a Kevin Lawrie, mánager de Natalia y entró en una espiral de casualidades y causalidades que terminaron con él abriendo el concierto que marcó el gran regreso a los escenarios de la artista mexicana. La noche en la que presentó su disco De todas las flores, el primero con temas nuevos en siete años, fue también la noche en la que registró un álbum en vivo, la noche en la que estuvo acompañada por Omara Portuondo, Jorge Drexler y el excantante de Talking Heads. La noche en la que entre el público mayoritariamente mexicano estaba otro amigo de la cultura latinoamericana, Elvis Costello.
Allí está Byrne en el inicio del concierto recitando unas palabras salidas de la pluma y de las entrañas de Lafourcade. Habla de todas las muertes que transitamos en vida y de esta resurrección que está experimentando ella, tras un parate prolongado y tras una ruptura amorosa que le partió el corazón y la llevó de vuelta a su pago, para curarse entre consejos de mamá y besos y caricias del mar, entre las flores a las que olió cómo en la infancia y nuevos quehaceres y placeres, cómo la danza contemporánea que la llevó increíblemente hasta otro mar, el que pisó Alfonsina por última vez.
“Tenía dolores viejos que atender”, le cuenta Natalia a un teatro lleno en el primer tramo de su gran noche, la del regreso, la de la presentación con una ajustada banda-orquesta de doce músicos, la del primer día de su nueva vida. De todas las flores, tu eres la más bonita, Natalia.
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