Si hay algo que se le puede conceder a Muse es que saben como defender un gran concepto. Junto a Coldplay y Arcade Fire, el trío inglés pertenece a esa rara y casi extinta generación de bandas populares que crecieron en el post-2000 apostando a la épica de estadios. Aunque a diferencia de los otros, Muse toma lo que tiene a mano para revestir de modernidad al pasado: ya sea la extensiva paleta del rock alternativo de los noventa, el brío pop luminoso de los ochenta y la tradición de los setenta. Y como en toda tesis de consumo masivo, ellos van a hacer todo para convencerte de que lo suyo funciona. Con un Hipódromo de Palermo repleto a pesar de la reprogramación de horario por el alerta meteorológica, su quinta visita argentina no sería la excepción.
Lo primero es elegir un concepto. Donde antes había conspiraciones gubernamentales y sueños post-apocalípticos, en torno a Simulation Theory, su octavo disco editado en 2018 -del que sonaron ocho temas-, ahora Muse piensa en fantasías de desconexión humana, y a partir de ahí empieza el estímulo constante. Es decir, no se trata de un espectáculo que atraviesa climas diversos, sino una sobrecarga de información en simultáneo: un cuerpo de baile que marcha sobre el escenario con cascos espejados (el inicio de "Algorithm"), mientras una calavera de acero se abre y se cierra en la pantalla, y luego desaparece dando lugar a un hombre de vectores fucsia que permanece estático en una jaula, y al mismo tiempo, el cantante y guitarrista Matt Bellamy desfila cubierto en leds por la pasarela, intercalando riffs, solos y sonidos sacados de la fábrica de Tom Morello. Desde luego -en sintonía con el imaginario visual ochentoso de Simulation Theory- todo tiene leds y luces de neón; desde los instrumentos hasta los técnicos, pasando por los diferentes outfits de su líder.
Lo que se ve es Orwelliano, a mitad de camino entre Tron, Westworld y Stranger Things. Sin ir más lejos, "Pressure" que sonó rabiosa y expansiva, en su video evoca a Gremlins, Cazafantasmas y Volver al Futuro. Pero donde algo así podría pecar de pretencioso, Muse lo transforma en un momentum de dos horas, y, por sobre todas las cosas, lo hace digerible.
Lo segundo es como la música dialoga con el concepto. El trío, que completan Christopher Wolstenholme en bajo y Dominic Howard en batería, construye una estructura en la que caben sonidos de varias paletas: blues industrial, funk, electrónica, grunge, math, progresivo y hasta dubstep. Junto a un grupo de sesionistas van a hacer que la muy celebrada marcha sintetizada de "Uprising" no pierda un solo ápice de intensidad, haciendo que pasara casi desapercibida la protesta sobre el volumen en el vallado del campo. Pero Muse seguía en su marcha heroica. "Propaganda" puso a Bellamy emulando al mejor Prince y a los bailarines escupiendo humo con metralletas, mientras que los fans más fundamentalistas se rindieron en un caldeado pogo durante "Plug In Baby" (que terminó pegado a "Pray" con dos bombos gigantes sobre el escenario).
Lo tercero tiene que ver con honrar la tradición. Superada el eterno relacionamiento a Radiohead que sufrió Muse en sus inicios, es inevitable en un concierto así pensar en cómo han sabido canalizar los vectores de los artistas formativos. Las citas explícitas a Rage Against the Machine en "Super Massive Black Hole" y a Led Zeppelin en "Hysteria", el constante llamado a Freddie Mercury en los falsettos de Bellamy, y la versión gospel acústica de "Dig Down" con el trío al borde de la pasarela y una tímida lluvia cayendo sobre ellos, y la seguidilla con "Madness" no hacen más que evidenciar la tutoría virtual de U2 sobre el trío.
Lo cuarto es el golpe final. Hay que sacar toda la artillería a la cancha. Bellamy se mete entre la gente para rescatar una bandera (esta vez) argentina, mientras papelitos y tiras de celofán explotan en el aire en la seguidilla obligada de hits de "Time is Running Out" y el coreado "Starlight", con el cantante ya de vuelta sobre las tablas. Y si de finales épicos se trata, Muse no podía ser menos. Un monstruo inflable enorme, quizás inspirado en las mascotas de estirpe heavy como Megadeth y Iron Maiden, no pudo resultar más adecuado para el hit expansivo de "Knights of Cydonia". Habiendo calcado el set para toda la gira, quedaba todavía espacio para un medley metalero pero una voz con todas las luces encendidas comunicaba que el show había terminado. Una tormenta empujaba al trío hacia camarines y a la gente a la salida. Solo una fuerza sobrenatural puede detener algo de esta magnitud
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