Murió Renata Scotto, la última prima donna de la ópera italiana, a los 89 años
La soprano fue una de las grandes figuras de la lírica desde mediados del siglo XX; se destacó en el bel canto y visitó varias veces el Teatro Colón
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Convertida en una gran figura de la lírica a partir de la segunda mitad del siglo XX, la cantante Renata Scotto murió hoy, en Savona, Italia, a los 89 años. Totalmente instalada en el personaje de prima donna, la soprano italiana tuvo una destacada trayectoria, que comenzó cuando tenía apenas 18 años. Ya a esa edad, en 1952, en Savona, que también fue su ciudad natal, dio sus primeros pasos en la lírica con una puesta de La Traviata, de Verdi.
Y fue apenas un año más tarde cuando llegó a pisar el escenario de La Scala de Milán, cuando compartió escenario con Mario Mónaco y Renata Tebaldi. Scotto perteneció a esa camada de intérpretes que revitalizaron el bel canto acuñado en el siglo anterior. Con el paso de los años, también hizo que su tarea en el mundo de la ópera virara hacia la dirección de escena. Y cuando se retiró de los escenarios, siguió abrazada al mundo del canto a través de la docencia, como maestra en la Academia Nacional de Santa Cecilia, en Roma, y en la Juilliard School de Nueva York. En junio de 2013 recibió el Premio Presidente della Repubblica Italiana por su contribución a las artes.
Scotto se había formado en torno a pensamiento y las enseñanzas de Tullio Serafin, Gianandrea Gavazzeni, Antonino Votto, Francesco Molinari-Pradelli, Armando Krieger, Nino Sanzogno y Vittorio Gui. El éxito de joven había llegado con aquel debut en la Scala, gracia a La Wally, de Alfredo Catalani, lo que la obligó, el día de su estreno (7 de diciembre de 1953) a salir a saludar al público más de una docena de veces. Cuatro años después, siendo todavía una veinteañera, llegó su consagración en el Festival de Edimburgo. Los memoriosos y fanáticos de la ópera recuerdan que la compañía de La Scala presentaba La sonnambula de Bellini, con Maria Callas como Amina. La producción de Luchino Visconti tuvo tanto éxito que La Scala decidió agregar una función que no figuraba en el contrato firmado por la soprano griega con el teatro milanes, por lo cual Callas decidió no participar. Con solo dos días de preparación, Scotto la sustituyó y ese fue su golpe de suerte en la arena internacional de la lírica. En 1960 asumió el mismo rol en La Fenice de Venecia junto a Alfredo Kraus.
En 1962 su voz llegó al Covent Garden de Londres y dos años después al Gran Teatro del Liceo de Barcelona, con La Traviata. Más tarde cantó en el Bolshoi de Moscú y en el Teatro Colón, donde arribó como Cio-Cio-San, de la ópera Madama Butterfly, de Puccini, junto al tenor George Shirley. En 1967 volvió a pisar las tablas del gran coliseo argentino de la lírica como Gilda, en Rigoletto, junto al barítono Cornell MacNeil y el tenor Richard Tucker y en 1971 como la Giulietta de I Capuleti e i Montecchi, de Bellini, dirigida por Margarita Wallmann.
A principios de la década del sesenta también ya había incursionado en los escenarios de los Estados Unidos. Su debut fue en la Ópera Lírica de Chicago, como Mimi, de La Boheme, en 1960. Y en 1965 fue ovacionada al finalizar su primera actuación en el Metropolitan Opera House. Su romance con el público neoyorquino se extendió por décadas. Con la compañía del MET encarnó 26 personajes en 316 representaciones entre 1965 y 1987.
Hace algunos años, ya volcada a la docencia, realizó el “Renata Scotto Opera Program” dedicado a la formación de cantantes. Durante una entrevista con Platea Magazine, aseguraba: “Lo primero que deben saber es que ésta es una carrera en la que se trabaja para un público, no para uno mismo, y es por eso que un cantante debe tener unas cualidades especiales. A la hora de enseñar, me gusta ser una amiga, pero a la vez soy muy exigente, uno tiene que tener cierto compromiso para sacar adelante una carrera tan difícil como ésta. Además, el cantante debe poseer ciertas cualidades, tiene que tener una bella figura (y si no la tiene buscar el modo de tenerla), tiene que tener talento escénico, y sobre todo musicalidad. Yo enseño el estilo del bel canto. “Bel canto” significa literalmente cantar bien. Esto quiere decir en primer lugar que la entonación ha de ser perfecta, pero además se debe cantar con un buen legato y tienen que entenderse las palabras, porque el texto es tan importante como la música. Es una carrera difícil, o la haces bien o no la haces. La vía del medio no existe.”
Y cuando se le preguntó sobre la precocidad de sus comienzos y si ello había sido una ventaja, explicó: “Sí y no. Fue una ventaja porque tuve mucho tiempo para desarrollar mi carrera, pero es algo peligroso. Yo empecé con óperas demasiado difíciles e importantes, como La Traviata o Madama Butterfly (que es una ópera terriblemente difícil para la parte vocal y expresiva) que pueden provocar que después de dos o tres años te encuentres con problemas vocales graves, como me sucedió a mí. La parte buena es que puedo trasladar mi experiencia a los jóvenes, decirles que no hay que empezar la casa por el tejado. Primero hay que comenzar con compositores de bel canto, en cuyas obras se utiliza el legato y se aprende a expresar el texto y la música. Obras cuyas arias comienzan con un recitativo, siguen con un adagio y acaban con una cabaletta. Todo esto te enseña muchas cosas, a comprender el texto y la música. Sin embargo, si vas directamente a Puccini no entiendes nada, sólo cantas, y la voz se arruina. Yo tuve esta experiencia y me vi obligada a volver a empezar desde el principio, pero afortunadamente sólo tenía 20 años, me salvé porque era muy joven. Hay que tener talento también para saber cuándo tu maestro no es bueno y te lleva por un camino peligroso.”
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