Murió José José, "el príncipe de la canción" mexicana
José José termina de cantar los cinco minutos veinte de la canción de Roberto Cantoral "El triste". Es el momento exacto en que el artista entra en la inmortalidad. Esa canción lo convirtió en un ícono de la canción romántica del siglo XX con apenas 22 años. La balada parecía escrita para su propia vida: "Hoy quiero saborear mi dolor. No pido compasión ni piedad. La historia de este amor se escribió. Para la eternidad. El triste todos dicen que soy". Fue el tema que lo puso en el olimpo de los grandes cantantes populares junto a Pedro Infante y José Alfredo Jiménez. Víctima de un cáncer, el cantor murió a los 71 años en un hospital de Miami.
La tristeza envolvió sus primeros años de vida. "Desde niño fui enfermizo, nací muy chiquito y creyeron que no lo iba a lograr pero gracias a la leche materna es que pude sobrevivir". José Rómulo Sosa Ortiz, fue el primer hijo de un cantante de ópera y una pianista clásica, creció en un hogar tan musical como disfuncional, atravesado por los problemas de alcoholismo de su padre, que murió joven a los 45 años.
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El cantante solía decir en las entrevistas que a su padre no lo mató el alcohol sino la frustración de tener que ganarse la vida tocando el órgano en una Iglesia de un barrio y abandonar su carrera en la ópera, donde tenía poco trabajo. Su hijo en cambio, prefirió la bohemia al ámbito lírico de sus padres y se fogoneó dando serenatas en cantinas. Su formación en pequeñas agrupaciones de jazz y bossa nova terminó de afinar ese estilo sofisticado, con una gran sensibilidad interpretativa para llegar con la balada a todas las capas sociales.
José José repitió la historia de su padre. Demasiado frágil para recibir una popularidad tan grande de golpe, a pesar que estaba vinculado a la música desde la adolescencia, se vio envuelto en una vida de excesos y adicciones al alcohol y la droga, a lo largo de su vida. Tuvo varias resurrecciones, desde el éxito que obtuvo aquella mítica noche del 15 de marzo de 1970 en el segundo Festival de la Canción Latina (conocido más tarde como Festival OTI), cuando se convirtió en una estrella tan grande que llegó a comprarse una isla.
Sus fracasos amorosos y sus enfermedades fueron en paralelo al proverbial éxito en los setenta y los ochenta, donde llegó a acumular 100 millones de discos vendidos o llenar el Madison Square Garden y el Radio City Music Hall, de Nueva York. Esa etapa fue suficiente para grabar a fuego un repertorio de éxitos que giró por toda América Latina, como "Gavilán o paloma", "La nave del olvido", "Lo dudo", "Mi vida", "Almohada" y la canción que lo hizo entrar en la eternidad, "El triste", la que mejor interpretó su vida.
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