Murió Jaime Torres, el hombre del charango que conoció el mundo
"Cuando toco mi charango rezo por la pachamama, me voy cerrando los ojos al útero de mi mama". Cuando Jaime Torres tocaba el charango era como un rezo hacia adentro de la tierra. Un rezo hacia el paisaje. Un rezo para el universo andino. Quién no conoció nunca la quebrada, esa puerta de entrada al Tawantisuyo, puede viajar a través del sonido de su charango, porque Jaime Torres, el sentir andino y su instrumento eran uno.
Torres, prodigio del charango y uno de los músicos folclóricos más importantes de la Argentina, murió a los 80 años. Fue esta mañana en la Fundación Favoloro, según confirmaron sus familiares.
Jaime Torres, el del charango. Así lo nombraron, desde siempre, en los rancheríos del norte. Así le gustaría que lo recuerden a ese hombrecito de metro cincuenta, rostro coya, que portaba el alma de la América india en ese pequeño instrumento de diez cuerdas, que en sus manos cobró una voz diferente. "Yo no aprendí en ningún conservatorio. Los paisanos del campo, los hombres anónimos, me enseñaron todo lo que sé", contaba en una nota en LA NACION.
Sus padres se conocieron en La Paz (Bolivia). En la radio, Eduardo Torres y Pastora Moyano escuchaban las bondades de un país abierto a la inmigración y se terminaron afincando en Tucumán. Jaime nació en esa provincia, el 21 de septiembre de 1938, pero tres meses después la familia Torres llegó a Buenos Aires. "Vivíamos en un conventillo pobre de 25 de Mayo y Viamonte. El Río de la Plata es lo primero que vi. Crecí entre calabreses que me habían cambiado el nombre por Raúl, porque decían que Jaime era nombre de judío. Mis papás balbuceaban entre ellos el quechua y vivían en medio del olor a picante de la comida".
Mauro Nuñez, un artista boliviano que pintaba, esculpía y tallaba, fue su primer maestro cuando tenía cinco años. "El fue uno de los que me enseñó los secretos del charango. Nuñez era el primero en componer cosas sobre y para el charango. Todos los chicos jóvenes se tendrían que fijar en él si quieren tener un panorama más amplio de este instrumento". En ese momento, las inquietudes del pequeño Jaime Torres iban más allá. "Lo único que quería era que el charango sonara en cualquier parte, pero que tuviera una trascendencia mayor que acompañar carnavalitos en una banda folklórica".
Jaime llevó el charango a un nivel de popularidad impensable para ese instrumento que era menospreciado dentro de la música popular. Hoy por hoy, hay no solo discípulos sino que el charango se incorporó al imaginario de la música popular. "Mi idea era sonar como esos conjuntitos bien criollos que se arman en el interior, en los que cada uno agarra un instrumento y puede hacer zambas, chacareras, carnavalitos y temas populares, como en los bailes. Pero también demostrar todas las posibilidades del charango con la quena, con el sikus, con un acordeón o con un piano, con un estilo y otro. Hoy vas a cualquier parte y podés escuchar esa conjunción. Lo hermoso es que nadie sabe de dónde viene, pero algo tuve que ver con eso".
El "charanguero" fue mucho más de lo que soñaba su padre, un ebanista boliviano que le transmitió el cariño por una tierra desconocida. Don Eduardo Torres le construyó casi todos los charangos que seguía usando en la actualidad. "El y mi madre fueron los únicos que me apoyaron cuando decidí tocar el charango. En ese momento era inimaginable que alguien se pudiera dedicar a esto". Jaime llevaba siempre como un recordatorio de sus padres y la tierra de sus ancestros, un lokoto bien colorado envuelto en un pañuelo. Antes de cualquier presentación lo olía para recordarse nuevamente de donde venía y daba un traguito de aguardiente, que también compartía con la pachamama. Todas costumbres que heredó de sus padres, incluso su manera de hablar pausada como los hombres andinos.
En tiempos impensables para que la cultura andina viajara en primera clase, Torres dio varias veces la vuelta al mundo, solo, en conjuntos y acompañando a la troupe de la célebre "Misa criolla" del pianista Ariel Ramírez, llegando a países remotos como Japón, la ex URSS o Indonesia.
También fue creador del Tantanakuy, en 1975, junto al poeta salteño Jaime Dávalos, que transformó a Humahuaca en el epicentro de una movida cultural y espacio de resistencia durante la dictadura militar. En esa localidad, que se convirtió en su segundo hogar y el de sus hijos que siguen dirigiendo el centro cultural Tantanakuy, Jaime le dio visibilidad y reivindicó la música jujeña siendo tucumano. Cuando la presencia del charanguista tomó demasiado protagonismo fue criticado por algunos sectores del pueblo. El músico, sin embargo, siguió adelante. "La pretensión siempre fue que los pastores, los agricultores, los collas, se sintieran orgullosos de su cultura, de lo que tocaban y producían. ¿Sabés cuántos músicos aparecieron después o se animaron a tocar nuestra música?", contrastaba Jaime Torres.
Me interesa la música del mundo y tocar en otros escenarios, pero cuando estoy en la montaña, la Puna o el Altiplano soy nada más que una sola oreja
Fue resistido cuando tuvo que tocar en el Teatro Colón, en varias ocasiones. Allí estrenó una suite dirigida por Gerardo Gandini, en los años 90. "Eran los cerrados de siempre, que no podían ver un charango mezclado con la gente de la clásica". Con el charango, Jaime ganó todas las batallas. Aunque siempre sonaba, vivía y sentía de otra manera cuando tocaba en medio de los cerros o en una fiesta perdida en una casa de adobe en el medio de la nada. "Me interesa la música del mundo y tocar en otros escenarios, pero cuando estoy en la montaña, la Puna o el Altiplano soy nada más que una sola oreja -explica el charanguista-. Sinceramente, en muchos casos salgo más conmovido de esos lugares que de los teatros. Recuerdo fiestas de charango en Sucre o Potosí donde me he embebido, embriagado con todo eso, con la música, la chicha y el pisco. Son momentos increíbles y sentís que la tierra está temblando".
La bohemia de los sesenta que compartió con poetas como Jaime Dávalos no le era ajena. Fue parte de ese movimiento cultural que dio las bases de la música popular del futuro. "El vino tomado solo no tiene gracia, porque en realidad es una excusa para juntarse con los que uno quiere. Por eso, extraño a Jaime Dávalos. Era un tipo de una bohemia increíble, que contenía la música, la buena literatura y la discusión. También me acuerdo del Negro Carella, con el que compartíamos muchas cosas: el gusto por el vino, el fútbol y el peronismo... pero al lamento de los ausentes, la alegría de los presentes", recordaba.
El músico siempre le esquivo al conservadurismo del género. Sus discos en dúo con los pianistas Ramírez y Eduargo Lagos están entre lo mejor de la música popular argentina. Su apertura artística a otro géneros le valió la amistad de grupos como Divididos, que lo invitaron a tocar y grabar a sus discos, La Bersuit y el productor electrónico Ale Seoane de Budda Sounds. "A uno no le van a cambiar el trote, pero se aprende mucho con otra gente. A quién le importa la discusión de los ortodoxos del folklore, si el rock es nacional o no. Lo lindo es que un tipo como Mollo descubra que puede cantar una zamba."
Jaime Torres, el del charango. Ese que apenas cierra los ojos y apoya el instrumento sobre su hombro descubre todo un mundo ancestral, el de los cerros coloridos, el de la soledad puneña de los pastores, o el ritmo alegre de los carnavales y las sikureadas, incluso el rumor de las cholitas en los mercados populares. "Eso es lo que yo viví. Por eso, cuando veo a una cholita a la salida de un mercado les digo a mis hijos que no se olviden de que venimos de ahí. Y me duele cuando se discrimina a los hermanos bolivianos, cuando en realidad cada vez que ellos te extienden la mano no es para pedirte algo, sino para ofrecerte un producto de la tierra".
Todo ese orgullo y reivindicación de su cultura es lo que siempre transmitió el instrumentista. Estaba tranquilo con su tarea. "Algo hicimos en todos estos años. Cuando yo me decidí por este querido instrumento no había referentes visibles, muy poco material recopilado y casi nada de arreglos. Hoy, por lo menos, están los registros, el trabajo de los escenarios". No se consideraba un maestro, sino un iniciador, o el primero en sacar el charango del anonimato. "Todavía hoy me considero un charanguero , el resultado del saber popular. Así que no puedo ser un maestro -aseguraba-. Aprendo de otros. Para mí no hay una academia del charango, ni en Japón, ni en Londres, ni en Buenos Aires, ni en Bolivia. Todo está en el campo, que conserva ese misterio ancestral y una magia hermosa."
Allí, donde suene un charango, con todo ese misterio de la raza andina, allí estará siempre Jaime Torres.