Las visitas de Charlie Watts y los Rolling Stones a la Argentina: de la primera ovación al taxista que no lo reconoció
Historias y mitos de las andanzas del baterista silencioso en la Argentina; fue uno de los Stones más queridos por el público local y también uno de los que más recorrió la ciudad
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Para que 60 mil argentinos se pusieran de acuerdo espontáneamente tenía que estar involucrado un Rolling Stone. Cuando la banda de rock más grande del mundo tocó por primera vez en la Argentina (febrero del 95, Monumental, Voodoo Lounge Tour) se dio un fenómeno inusual: Mick Jagger fue presentando uno a uno a los músicos, y el más ovacionado -por lejos- fue Charlie Watts. No es que no lo mereciera: sus méritos no eran motivo de discusión a esa altura de su carrera, pero no es común que un estadio entero elija a un baterista para rendirle pleitesía a los gritos, menos todavía si el guitarrista que tiene a su lado es nada menos que Keith Richards.
Lo que pasó en aquellas noches en la cancha de River seguramente fue una manifestación del inconsciente colectivo: aunque la enorme mayoría viera en Jagger y Richards a los líderes de ese monstruo llamado The Rolling Stones, todos tenían la sensación (algunos más razonada, otros en el campo de la sospecha) de que Charlie era el pegamento que los juntaba. Si el guitarrista y el cantante eran los pilotos porque decidían para dónde ir, él también era otro tipo de piloto: la llamita que nunca se apagaba y que, cuando se lo requería, servía para encender al resto a máxima potencia.
Esto pasaba porque Charlie era, como tantas veces se dijo, el stone silencioso. Mientras Mick corría el escenario de punta a punta y Keith rockeaba el chaleco de cuero con un pucho en la boca, él se sentaba en el banquito y tocaba bien. Los poquitos privilegiados que tenían permiso para pulular por el backstage lo habían visto en ese ritual secreto que lo desperfilaba: bailando un poco antes de entrar a escena para calentar, todo torpe y señorial, a años luz del magnetismo del frontman. Después sí, ocupaba su lugar y se dedicaba a ser británico, por flemático y puntual. De hecho en aquella ovación, que se extendió por un par de minutos e incluyó reverencia de sus compañeros más notables, apenas atinó a pararse, sonreír, rascarse la nuca incómodo y sentarse otra vez a hacer algo de ruido con los tambores. Al toque Jagger presentó a Ronnie y a Keith y el show siguió su curso con “Honky Tonk Women”.
Imposible saberlo porque nunca lo contó, pero uno puede adivinar que tanta atención pudo haber perturbado a alguien que tenía el superpoder de pasar desapercibido incluso siendo un Rolling Stone. Sobre el escenario lució una remera gris lisa genérica. Cuando se reunió con el ex presidente Carlos Menem en Olivos con sus compañeros de banda vistió el atuendo más invisible que la humanidad haya confeccionado jamás: traje, camisa y corbata, todo del mismo tono de beige, el no-color. Cuando salía del Hyatt (en sus primeras dos visitas, aquella del 95 y la del 98) o del Four Seasons (en sus siguientes venidas: 2006 y 2016) lógicamente se armaba algún revuelo, pero ni bien traspasaba el núcleo duro de rolingas podía andar por la ciudad sin gran espamento.
De hecho Jagger lo mandó al frente rompiendo la dieta durante uno de los conciertos de La Plata hace cinco años: “Charlie fue a caminar por la Costanera y comió un choripán con chimichurri”, dijo en un español medio pirata, y la “noticia” recorrió el mundo. El mismo cantante se hartó por que la guardia de fans no lo dejaba asomarse a la calle; mientras tanto, el baterista recorría tanguerías de San Telmo y visitaba haras en busca de los tan preciados caballos de polo argentinos. Así era Charlie: en la fiesta post primer show del 95, mientras Mick charlaba con unas señoritas en la trasnoche, él comía maní y papas fritas en un rincón con su mujer y su suegra.
Con todo, la anécdota definitiva de Charlie Watts siendo transparente en Buenos Aires la contaba en 2008 el cantautor Joaquín Carbonell en el sitio EfeEme.com, en ocasión del 67° cumpleaños de su colega. Relataba el español que, de visita por la ciudad, tomó un taxi con su guitarra a cuestas y el chofer le preguntó si él, siendo músico, conocía a Watts. Después de la obvia respuesta, el taxista le aseguró que en una de las visitas de los Stones a la Argentina el baterista se había subido a su auto, le había dicho quién era y él no le había creído.
“Mire, volvemos al hotel y usted me espera abajo”, dijo el supuesto Charlie. “Lo que usted diga, jefe”, contestó el taxista. A los diez minutos el señor mayor de marras apareció con el mismísimo Jagger, a quién le dijo: “Mick, ¿podrías contarle al señor quién soy yo?”.
Lejos de confirmarse como real (y menos en la voz siempre afecta a la ficción del gremio del transporte semipúblico), la anécdota igual pinta de cuerpo entero al baterista de los Rolling Stones: no muchas personas en el mundo podrían ser ovacionadas a gritos por 60 mil personas en la cancha de River una noche y a la mañana siguiente necesitar que su cantante le diga quién es a un tachero porteño.
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