Desde el martes, con dirección escénica de Stefano Poda, sube a escena una nueva puesta de la celebérrima ópera de Verdi que transformó al rey caldeo de Babilonia en un símbolo de la reunificación de su país y que, desde hace décadas, tiene en su aria más famosa un bis obligatorio
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En los viejos libros de historia, esos con los cuales hace añares estudiábamos la Antigüedad en la escuela secundaria, nos presentaban a Nabucodonosor II, “El grande”, como un rey todopoderoso. En el siglo VI a.C., el monarca caldeo más importante de Babilonia extendió sus dominios por Asia occidental y el Medio Oriente. Venerado en Irak, el actual territorio de la lejanísima Babilonia, la historia occidental le habría de deparar otra nombradía mucho menos gloriosa. Nabucodonosor conquistó Judea y destruyó el primer templo de Jerusalén, el Templo de Salomón, que era el santuario más importante para el judaísmo de aquel tiempo, y esclavizó a los judíos, pueblo que, en su exilio mesopotámico, no dejaría de llorar recordando a la patria perdida. Así, en el bíblico Libro de Daniel, el rey caldeo es descripto como idólatra y cruel. La historia posterior amplió aquel retrato con adjetivos menos favorables aún. Hasta que Verdi acudió en su rescate y presentó otra imagen.
Hacia 1840, lo que hoy es Italia era un mosaico caleidoscópico en el que coexistían principados, ducados, ciudades independientes, los estados pontificios y regiones completas que pertenecían a los reinos de Austria y España. Bajo los postulados del Risorgimento, aquel movimiento que propugnaba por la liberación y unificación italiana, Verdi, todavía un compositor más dentro de la gran pléyade de músicos italianos, comenzó su historia con óperas heroicas y libertarias. Y en 1842, en La Scala de Milán, estrenó Nabucco. La aceptación clamorosa le otorgó una enorme celebridad que, sabido es, nunca más habría de abandonarlo. De su mano, y de la de Temistocle Solera, su libretista, Nabucodonosor el Grande, el déspota, el desalmado, el sanguinario, devino en Nabucco, un rey magnánimo, justo e, increíblemente, hasta respetuoso de los judíos y su religión. Después de todo, el arte y la literatura no tienen por qué atenerse al rigor histórico. Para Verdi, era necesario presentar una ópera de simbolismos claros con los cuales los italianos pudieran identificarse, en este caso, los judíos en su cautiverio babilónico, anhelando la libertad y el regreso al hogar.
Como auténtica y paradigmática ópera romántica, en Nabucco hay pasiones, muertes, traiciones, conjuras, abnegaciones, tensiones, renunciamientos, amores y personajes virtuosos y otros de malignidad extrema. Pero más allá de arias y escenas de conjuntos muy logradas y dignas de ver y admirar, en el tercer acto, está el “Va pensiero”, el coro de los esclavos hebreos recordando a Jerusalén, posiblemente el coro más popular y conocido de todos los que se hayan escrito dentro de una ópera. Los wagnerianos, no sin razón, podrían argüir la fama del coro nupcial de Lohengrin que, atravesando fronteras y océanos, ha acompañado a millones de parejas en su camino nupcial hacia el altar. Pero el “Va pensiero” tiene otra significación y devino en un auténtico himno nacional italiano en el tiempo del Risorgimento y, largamente, ha superado los límites temporales. Como testimonio, vale la pena recordar que en la apertura del Mundial de Fútbol de 1990 -el día que Camerún nos propinó una derrota inesperada- fue entonado, a viva voz, por los miles de hinchas que poblaron el estadio Giuseppe Meazza. Todo esto sin olvidar que, dentro del mundo de la ópera, este coro sigue siendo un momento de una magia especial.
Desde hace algunas décadas, cada vez que se representa Nabucco, el público está expectante aguardando el tercer acto. Y cuando concluye el “Va pensiero” los aplausos y las ovaciones se multiplican buscando su reiteración. Sí, casi una rutina, la orquesta, el coro y el director saben que deberán repetirlo. Hace exactamente veinte años, en el Metropolitan Opera House neoyorquino, después del griterío, en el minuto 5.28, James Levine dio la orden para recomenzar, como puede verse aquí.
En algunas ocasiones, como en La Scala, en 2011, hubo agregados inesperados. Antes de la reiteración, Riccardo Muti, giró sobre sí mismo, se dirigió al público y, sin nombrarlo, habló en contra de las políticas culturales del gobierno de Silvio Berlusconi y en favor de los derechos colectivos.
Seguramente, a partir del martes, en la nueva producción que propone el Colón, la experiencia se repetirá en cada una de las diez funciones programadas. Al frente de la orquesta estará Carlos Vieu y la dirección escénica, escenografía, vestuario, iluminación y coreografía será de Stefano Poda. Encabezando los dos elencos que se alternarán sobre el escenario estarán Sebastián Catana y Leonardo López Linares (Nabucco), Rebeka Lokar y Mónica Ferracani (Abigail), Guadalupe Barrientos y Florencia Machado (Fenena) y Darío Schmunck y Santiago Vidal (Ismael) y Abramo Roselen y Christian Peregrino (Zaccaria). Y sí, por supuesto, también estarán la Orquesta y el Coro Estables del Teatro Colón para hacer el “Va pensiero”.
Nabucco, de Verdi. El martes 31, miércoles 1°, jueves 2, sábado 4, martes 7, miércoles 8, jueves 9 y sábado 11, a las 20; domingos 5 y 12, a las 17. En el Teatro Colón, Cerrito 628. Entradas desde 900 pesos.
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