Mozarteum Argentino: el virtuosismo formal de Dejan Lazić, en un viaje del clasicismo al modernismo
En la apertura de la temporada 2023, el pianista croata desplegó un arco estilístico con su concierto Rapsodia vienesa que comenzó con Mozart y llegó al siglo XXI, con una composición propia
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Concierto de Dejan Lazić (piano). Programa: Rapsodia vienesa: Fantasía en re menor, K. 397 y Sonata en si bemol mayor, K. 333, de W. A. Mozart; Sonata en do sostenido menor, “Quasi una fantasia”, op. 27, n°2, de Ludwig van Beethoven; “Der Hirt auf dem Felsen”, D. 965, de Franz Schubert (transcripción de Dejan Lazić); Rapsodias para piano en si menor y en sol menor, opus 79, n°1 y 2, de Johannes Brahms; Rapsodia al estilo de Istria opus 18b, de Dejan Lazić. Apertura de la temporada del Mozarteum Argentino, en el Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno
“Rapsodia vienesa”, el recital con el que el pianista croata Dejan Lazić, en su cuarta presentación en Buenos Aires, inauguró la temporada del Mozarteum Argentino, podría escucharse de dos maneras, que son también dos historias: la de la transformación, en poco más de tres kilómetros cuadrados, del clasicismo en modernismo, con su indeleble inflexión romántica; o bien la de la interacción entre instrumento de teclado y composición musical. Esta segunda historia está, desde luego, implicada en la primera, que la sobrepasa, aunque no siempre resulta sencillo identificar el mutuo condicionamiento.
Esas implicaciones son las que desplegó Lazić en un arco que empezó con Mozart y llegó al siglo XXI. En el principio, entonces, la Fantasía K. 397 y la Sonata K. 333, son dos piezas bastante anómalas de Mozart, cuya rareza se nos suele escapar por su frecuentación. Pero Lazić se ocupó de devolverles esa extrañeza. La Fantasía en re menor deja en vilo por la inestabilidad de su forma, su irregularidad, su aparente inconclusión. Claro que la fantasía de por sí consiste precisamente en eso, pero es bastante enigmático que Mozart llamara también “fantasía” a su K. 396, que es formalmente un movimiento de sonata. Como sea, Lazić recreó esa condición improvisatoria, en la que la invención está siempre amenazada por el olvido y que simula encontrar lo olvidado en una idea nueva. En el extremo opuesto, la anomalía de la Sonata K. 333 está en su último movimiento, que tiene la estructura completa de un finale de concierto con cadencia. En realidad, ya en el maravilloso movimiento inicial está el estilo de concierto con todas sus convenciones. Es evidente que Lazić, compositor además de pianista, conquista gracias a esa doble condición una microscopía de la forma que le permite encontrar en la convención los desvíos, especialmente los desvíos armónicos. La línea mozartiana sonó en sus manos diáfana, agudamente perfilada.
El primer movimiento de la Sonata “Quasi una fantasia” de Beethoven es un experimento poético con la tecnología. Recordemos el detalle de que es una de las primeras piezas que toma en cuenta el hecho de que la vibración simpática de las cuerdas del piano cuando el pedal se mantiene pisado, y los apagadores quedan por lo tanto levantados, aumenta con el tiempo y requiere fracciones de segundo para volverse cada vez más audible. El mayor atractivo del movimiento se funda en esta particularidad. Aunque Beethoven pida sempre senza sordino, esa indicación es de cumplimiento imposible en los pianos modernos. Beethoven perseguía una especie de borramiento armónico, que requiere en su realización una minuciosidad infrecuente y contra la que conspiran también, como pasó en este recital en el Colón, los inevitables ruidos de la sala. La inteligencia de Lazić estuvo no solo en este tratamiento, sino en mostrar la continuidad entre las anomalías de Mozart y las de Beethoven. No hubo nada de Haydn en el programa, pero, según qué se hubiera elegido de la música de él, podría haberse mostrado que Beethoven, por los menos hasta su estilo tardío, proviene igualmente de las normalidades de Haydn y de las anomalías de Mozart.
“Der Hirt auf dem Felsen”, uno de los lieder terminales de Schubert, fue escrito para soprano, piano y clarinete. En su transcripción para piano, Lazić interiorizó la coloración crepuscular del clarinete, y, aún más, consiguió que se escuchara como si fuera el movimiento lento que pudo haber sido y no fue de la última de sus sonatas, también en si bemol.
Tras las Rapsodias opus 79 de Brahms, que Lazić entregó con un rubato que nunca se desbordó, la inercia cronológica parecía exigir que el programa concluyera con las piezas opus 11 (o con las opus 19) de Arnold Schönberg, tan unidas a Brahms en su pianismo; incluso la Sonata de Berg. No había razones para resistir esta inercia: Lazić no podía ignorarlo, pero se le impuso la urgencia, más irresistible, de mostrar una obra propia. Su Rapsodia al estilo de Istria opus 18b (2021) es, se diría, calidoscópica: muy virtuosa, con un cromatismo avanzado -que saluda muy de lejos a la Segunda Escuela de Viena- aunque con ocasionales y ramplones acompañamientos en corchea, muy probablemente deliberados en su evocación de la música de salón, y alusiones folklóricas muy diversas a la península de Istria. Si era audaz terminar el recital con Schönberg, Lazić redobló esa audacia, que tuvo su prolongación en una transcripción schubertiana de Liszt. Son muchos los rostros de Viena.
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