Mozart en castellano: el Teatro del Bicentenario estrenó anoche su versión de La flauta mágica
SAN JUAN.- ¿Qué sucede en el oído cuando la voz de una soprano, en una de las arias de coloratura más famosas de la historia de la ópera, en vez de comenzar a cantar "Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen" pronuncia "La venganza del infierno hierve en mi corazón" (o una frase similar)? Al tímpano de quienes no frecuentan el mundo de la lírica no le ocurrirá nada; en cambio, las orejas de los operómanos comenzarán a hervir de coloradas ante semejante sacrilegio. Pero, quizá, haya que dejar los prejuicios de lado e ir a ver de qué se trata.
La cita fue anoche, en el Teatro del Bicentenario de San Juan. Allí, la joven sala que está cumpliendo tres años, ofreció el estreno de una versión en castellano de La flauta mágica, de Mozart. Y no fue una decisión surgida de una trasnochada. El proyecto comenzó casi cuando se abrieron las puertas de este teatro. Durante un par de años, el Mozarteum de Salzburgo (custodio de la obra de genio austríaco) hizo una traducción de la obra que luego fue ajustada a esta versión que cuenta con dirección musical de Emmanuel Siffert y puesta en escena y dirección general de Eugenio Zanetti.
"Mozart escucha la voz de las esferas, el sonido del universo, como decían los persas. Y nos pone en otro nivel. Pero también hay que tener en cuenta que, en su época, las obras de Mozart eran tan populares como las de Andrew Lloyd Webber hoy. Está muy bien que se escuchen en el idioma del público. La flauta mágica es atemporal". Con esas palabras Zanetti hacía la primera aproximación a su versión, en la trastienda del teatro, unas horas antes de la función de estreno.
También hizo una aclaración sobre los textos. "La traducción literal no era legible. Intentamos darle música al texto. Buscamos mucho la rima, que todo conservara su musicalidad. Pero lo más difícil fueron las escenas habladas; las cantadas no porque cantar es lo que ellos hacen todo el tiempo".
Noche de debut
En la trastienda el clima era más de alegría que tensión. ¿Algo de nervios? Sí, pero los lógicos de cualquier estreno, que se disipaban con los chocolates que el regisseur había dejando en el camarín de cada solista, junto a una nota. Fueron muchos meses de trabajo en un lugar que tiene una estructura de nivel internacional para producción de ópera en el más alto nivel. Alcanzó para comprobarlo una recorrida por el escenario, con un plato giratorio de 16 metros y las escenografías y el sistema de maping ya instalado para el debut.
Apenas comenzada la función el público ingresó al mundo Mozart que, por algo más de dos horas, también fue el mundo Zanetti. Eugenio optó por un homenaje al teatro barroco con telones pintados que él mismo diseñó. A eso le sumó proyecciones ("No busqué una puesta historicista pero tampoco hacer algo alla Peter Sellars -el responsable de ruidosas versiones de óperas famosas escritas por Amadeus- con un Mozart en Malibú", bromeaba el regisseur y diseñador, que hace más de tres décadas vive en Los Angeles).
"Además, no ocurre en ninguna época. Lo que hemos hecho es libre. Traté de que no pareciera un cuento para niños. Hay muchas interpretaciones políticas sobre esta obra que no nos tocan porque no las hemos vivido. Lo que quise plantear en la obertura es una secuencia compleja entre la guerra y la paz. De eso se trata La flauta mágica". Y así comenzó, con una especie de síntesis cinematográfica, desarrollada en la obertura, que, por algunos elementos, se la pudo ubicar a principios del siglo pasado, y con una guerra en la que el monstruo de la primera escena era una especie de "transformer" (un tanque que se convierte en araña).
El regisseur ha querido darle mucho movimiento a esta puesta ya sea con recursos escenográficos o con movimientos del piso del escenario y ha logrado su cometido. Y en cuanto al mayor desafío, que fue la traducción, se lograron las metas básicas que fueron las de llegar al público de manera muy directa con la historia y que en castellano no sonara forzada, más allá de que algunos tramos no sonaron con la misma fluidez como se suelen escuchar en el idioma original. Pero fueron mínimos detalles, nada preocupante dentro de una obra que sonó muy correcta en todos sus aspectos (orquesta, coro, cantantes) durante más de dos horas y media. En esta producción sanjuanina participaron la Orquesta Sinfónica de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan, el Coro Universitario (dirigido por Jorge Romero), y un elenco integrado por Duilio Smiriglia (Tamino), Fernando Lazari (Papageno), Marina Silva (Pamina), Laura Pisani (Reina de la Noche), Cristian De Marco (Sarastro), Osvaldo Peroni (Monóstatos), Sabrina Pedreira (Papagena), Ivana Ledesma, Romina Pedrozo y Claudia Lepe (las tres damas), entre otros.
El teatro, la pintura, el cine, la ópera. "Ser multitasking es algo muy importante -dice Eugenio Zanetti, pasada ya su séptima década de vida-. Y dividir los hemisferios del cerebro también es algo muy importante. Si distraes el consciente, el inconsciente sale con más facilidad", agrega. Cordobés radicado desde la década del ochenta en Los Ángeles, su vida siempre tuvo que ver con la imagen y con contar historias. Fue director de arte de más de quince películas; obtuvo un premio Oscar por una de ella, Restauración (1995), y años antes fue nominado por Línea mortal. También dirigió largometrajes como Amapola (2014). Hoy su mundo está entre su casa de Los Ángeles, un departamento en Buenos Aires y una especie de refugio en San Javier, Córdoba, reservado a la pintura. La ópera es otra de sus pasiones, ya sea en la producción escenográfica o la régie. "Tengo el guión de una película que quiero hacer el año que viene. Estoy en el tercer acto de mi vida, la resolución del conflicto, que está unido al primer actor. Yo, al principio, quería pintar, hacer mis películas y ópera", resume.
En 2015 hizo dirigió Don Carlo, de Verdi, en el Teatro Colón. Esa versión se presentó dos años después en el Teatro del Bicentenario. "Así llegué a San Juan -recuerda-. Y fue entonces que me dijeron si los ayudaba a crea una especie de teatro escuela. Trabajamos durante los últimos cinco meses. Fui y vine a Buenos Aires mientras allá preparaba Los cuentos de Hoffmann [que se estrena a fines de noviembre, en el Colón]. Para San Juan hice acuarelas que se ampliaron a 10 metros. Traje a un colega noruego, Gunnar Ahmer, que formó a la gente para trabajar en los telones".
La formación de público
El Teatro del Bicentenario es una sala terminada y en pleno funcionamiento desde hace tres años, pero, a la vez, un diamante en bruto. Porque si bien la cuestión edilicia es la gran carta de presentación -un espacio moderno, para más de mil personas, con muy buena acústica, y una sala secundaria que también ofrece actividades- la apuesta es generar proyectos propios. En lo que se ve de la programación de estos tres años, desde su inauguración, el proyecto está enfocado en la programación de teatro, ópera, conciertos de cámara, ballet y danza contemporánea, y otras actividades sin clasificación que tienen que ver eventos locales. Para cada año se han propuesto al menos una producción propia. En 2017 fue el espectáculo de danza Momento; al año siguiente la operita de Ástor Piazzolla y Horacio Ferrer María de Buenos Aires y para este la apuesta fue la producción integral de La flauta mágica, con la cooperación de la Fundación Mozarteum Salzburg.
"Los abordajes de distintas obras y autores tienen que ver con desafíos artísticos, escenotécnicos y de producción. Desde el principio traemos las óperas más reconocidas a nivel mundial y vamos desarrollando y construyendo públicos. Mozart tenía que llegar en algún momento", dice Silvana Moreno, directora artística del Teatro del Bicentenario y, además, coreógrafa de La flauta mágica.
"Buscamos ofrecer temporadas con la mayor diversidad posible y el desarrollo de las profesiones vinculadas al ámbito teatral: diseño iluminación, maquinistas, utilería, realizaciones de escenografías, vestuarios, zapatería, caracterizaciones".
Punto de vista
La polémica por el sólo hecho de provocar no tiene demasiado sentido y termina siendo efímera. Cuando hay un argumento detrás que la sostenga puede arrojar algo positivo. La versión en castellano de La flauta mágica de Mozart que propone el Teatro del Bicentenario no lleva detrás ánimo de provocación. De hecho, tiene un gesto conservador: al Mozarteum de Salzburgo le gustó tanto la idea que no sólo aportó la primera traducción, en la noche del estreno apareció su titular, Johannes Honsig-Erleburg y no vino con las manos vacías; trajo una copia de los manuscritos originales de La flauta mágica, por ahora los únicos que hay en América Latina.
Incluso con un trabajo de prueba y error, la Argentina tiene las condiciones para generar proyectos que se aparten de las convenciones. Más allá de los resultados artísticos, que en el Colón se haya hecho hace siete años The Ring (una versión acortada de la tetralogía wagneriana) habla de una ópera viva; lo mismo se puede decir de la decisión de afianzar en Buenos Aires un circuito más aceitado para ofrecer ópera de cámara, de nuevos compositores (Plataforma Nueva Ópera) o de este gesto que se ha tenido en San Juan, desde el Teatro del Bicentenario. Generar producción propia y nuevos públicos con mensajes actuales.
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