En una noche con ausencia de hits y comentarios incorrectos, más enfocado en la interpretación y los gestos de agradecimiento hacia la gente que no llenó las coquetas instalaciones del DirecTV Arena, Morrissey ofreció, tal vez, su mejor show en Argentina desde su debut en el Luna Park en marzo de 2000. La estupenda versión de "Back on The Chain Gang", un tema original de The Pretenders, fue uno de los momentos sobresalientes en un concierto de 90 minutos con un comienzo fallido y un desarrollo soñado para los fanáticos del artista insumiso
"Les quiero, les quiero, les quiero", grita Moz y del otro lado estalla un público devoto. Todo está listo pero algo falla, la guitarra de Jesse Tobías no se escucha por los parlantes, un asistente conecta y desconecta cables, la respuesta es un ruido sordo que sólo se percibe en el escenario. Mala señal, el anticlímax alcanza los tres minutos, por mucho menos, se sabe, el cantante suele fastidiarse y condicionar su humor por el resto de un show. Morrissey abre los brazos y como un comediante italiano dice "Mamma Mia!". Surge el cielo protector de Los Smiths y suenan los primeros acordes de "William, It Was Really Nothing", aquí no ha pasado nada, el barítono de herencia irlandesa inicia una saga brillante, su voz está intacta, bien al frente por encima de una banda ajustadísima y con la certeza de convivir en un eterno segundo plano. El bocón de Manchester dejó su incorreción política para otra velada, habló muy poco y cada vez que se dirigió al público fue para agradecer en el micrófono o extender sus manos y bendecir a los más fieles ubicados en la primera línea frente al escenario.
La quinta visita de Morrissey no incluyó tantos clásicos en el setlist, cubrió perlas escondidas de sus discos solistas y sólo recurrió a su vieja banda en tres oportunidades, además de "William..." sonaron "Is It Really So Strange?" y la infaltable "How Soon Is Now?". La pantalla gigante habló por él, cada canción dialogó con una imagen icónica del ideario pop del último romántico de una dinastía en extinción: la enorme versión de "Hairdresser on Fire" tuvo a Joey Ramone posando al lado de un cartel de promoción de cortes de pelo punk, también desfilaron Margaret Thatcher a punto de ser decapitada por un jinete ("I Wish You Lonely") o Peter Falk ("Jacky's Only Happy When She's Up on the Stage"). El mensaje político más explícito quedó reflejado en la foto de las recientes revueltas parisinas mientras en el estadio de Tortuguitas cubría a todos la melodía envolvente de "I’m Throwing My Arms Around Paris".
A punto de cumplir 60 años y con un glamour de entre casa, Morrissey no pierde las mañas y abona la leyenda del cantor pasional, ya no utiliza el cable del micrófono como un domador de fieras y sobre el escenario tiene un andar lento. Sin embargo, cuando desgarra su remera y la lanza al público es un actor consagrado, gesto que repite sobre el final para elaborar una maravillosa versión de "Life is a Pigsty", esta vez en su camisa la que vuela por el aire y parece el mejor trofeo de una noche que comenzó mucho antes del show de Morrissey, porque en la previa un telón gigante mostro videos de Los Ramones, Patti Smith, David Bowie y de unos cuantos convidados de piedra, según los silbidos de algunos intolerantes ante las imágenes de Edith Piaf, Massimo Ranieri, Tim Hardin o el actor James Darren. Nada es un complemento en los conciertos de Moz, hay un sinfín de enlaces a favor de rescates y descubrimientos, ceremonia que repitió en el show de anoche en donde reaparecieron viejos temas de Viva Hate y algunos momentos para valorar más a Low In High School (2017), primer y último eslabón, respectivamente, de una historia que va más allá de la admiración artística. La melancolía de "Everyday Is Like Sunday" en el cierre de show dejó flotando esa sensación que se trasmite como una cuestión de fe.
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