Mon Laferte: "Yo quería salir de la pobreza"
Cejas barrocas que la asocian, ineludiblemente, a la Frida Kahlo símbolo de ese México en donde Mon Laferte vive desde hace 13 años. La cosa no queda en lo visual. Sería un injusto reduccionismo. Una simplificación ante empatías que son más profundas. Ideas poderosas para decir desde las múltiples manifestaciones del arte.
Al igual que la musa de Diego Rivera, Mon también lo hace en su menos difundida faceta creativa sobre el óleo o el acrílico. Pero es la música el lenguaje con el que se comunica, entre el indie y el mainstream, para los millones que la siguen atravesando fronteras. "Escribo una canción cuando tengo que decir algo valioso para comunicarme con la gente", dice a LA NACION desde su casa en México, donde la encontró la cuarentena decretada a partir de la pandemia mundial de coronavirus(Covid-19).
Lejos del confinamiento, la reclusión obligada potencia su don creativo. Mon acaba de lanzar "Biutiful", (escrito a lo Laferte, con orgullo latino), su primer sencillo inédito luego de aquel "Plata Ta Tá", junto a Guaynaa, manifiesto contra un sistema económico que oprime. "Biutiful" también es un manifiesto. Es toda una declaración de principios: "Hoy me voy a tocar porque me siento biutiful, hoy me haré el amor porque me siento biutiful", se confiesa en este tema que la encuentra plantada y reconciliada consigo misma: "Biutiful es sentirse bien por fuera, pero, sobre todo, por dentro. Es como la base. Cuando uno no se miente, y se quiere, eso se refleja. Esta canción es como reafirmarme, repetir un mantra". Rectificarse para confirmarse. Quizás tenga mucho que ver con el camino transitado, con la madurez de sus 36 jóvenes e insurrectos años: "Esto es algo que puedo decir hoy porque no siempre fue así. En mi pasado hubo momentos de no aceptación, de no quererme tanto".
—¿A qué estaba vinculada esa no aceptación?
—Tenía que ver con mi cuerpo, mi imagen. La sociedad también era otra cuando yo era chica. La mujer podía aportar más con su imagen que con sus ideas. Con los años fui creciendo, y ya no era una preocupación ser súper linda o encajar. Hoy me siento mucho mejor conmigo.
No pasa inadvertida la chica rebelde nacida en Viña del Mar como Norma Monserrat Bustamante Laferte. Se crío a orillas del Pacífico en esas costas chilenas frías e inclementes, que ella suavizaba recluyéndose a componer. A los 13 ingresó al Conservatorio de Música. Y, siendo aún adolescente, ya sabía lo que era plantarse frente al público de los bares de su ciudad o de la vecina Valparaíso.
—¿Hubo algún acontecimiento de tu vida para revertir aquella autoestima fallida? ¿La música te condujo hacia tu propia aceptación?
—Creo que son las experiencias de vida, uno se va reeducando, poniendo todo en su fila. Los amigos hicieron lo suyo. La sociedad también está aprendiendo, cambiando. Hay situaciones que antes podían ser aceptadas y hoy no.
—La sociedad se está deconstruyendo. En ese sentido, ¿sos espejo para muchos que pueden verse reflejados en tu historia y en esa convicción de bucear en una satisfacción interna más trascendente que los dictámenes estéticos externos?
—Es que tiene que ver con algo mucho más hondo. Esa canción es muy difícil, pero también abre varias puertas, distintas conversaciones. De hecho, puede disparar pensar en la masturbación femenina, un tema que aún hoy sigue siendo un rollo para muchas chicas.
—Tema tabú si los hay.
—Totalmente, por eso, ahora que estamos en cuarentena, tenía ganas de decir algo como lo que se dice en "Biutiful".
Alzar la voz. Decir aquello que había que decir, sin pacaterías, sin doble discurso. Al frente. En 2016 su carrera tuvo un quiebre: los dos Premios MTV por Mon Laferte, Volumen 1 la plantaron firme en una industria a la que llegó para quedarse. Estilo propio. Todo un problema para los adoradores de los géneros estancos o los encasillamientos. Imposible con ella. Inclasificable.
Aunque algunos críticos le endilgan ciertas similitudes en los temas, lo cierto es que hay un sonido vinculante que muestra una evolución. "Biutiful" es un grito. Propio y visceral. Gutural. Esencia Mon Laferte. El video del corte lo rodó en su propia casa mexicana, mutando una y otra vez de vestuario. Mostrándose íntima y auténtica. Hoy, en una multiplicación de challenge, ese deporte de los desafíos virtuales, miles de fanáticos la emulan en diversas versiones de Tik Tok.
Arte para sanar
Durante su infancia y juventud no le encontraba sentido a la existencia. Acaso sea por eso aquellas imágenes monstruosas sobre la muerte que, anticipadamente, se escudriñaban en sus jóvenes pensamientos. Allí reside, quizás, buena parte del basamento de esa artista que, lejos de implosionar, se abrió al mundo para explicarse a ella misma muchos de los misterios, de los laberintos borgianos que la atravesaban como un ovillo de Teseo insondable que finalmente comenzó a deshilvanar. Sola con mis monstruos, aquel álbum acústico de sonido exquisito, se transformó en un ejercicio catártico. Miró hacia atrás. Buscó en esas profundidades no siempre luminosas.
—Es curioso que siendo tan joven tengas ese vínculo atormentado con la muerte.
—Cada vez menos. En la adolescencia soñaba mucho con la muerte.
—¿Y ahora?
—Me gusta mucho la gente, la vida, me encanta vivir. Aprendí a tener el control de mi vida, a generar cosas, y eso es algo que tiene que ver con aquella infancia pobre. Me volví controladora por necesidad, a tomar el mando para generar, para salir de esa pobreza de mi infancia. Me encantaría tener el control de cuando morir, pero uno no tiene el control de nada, ahora menos.
Ese "ahora menos" desnuda esas incertidumbres en tiempos de pandemias. Vive lejos de su Viña del Mar natal donde transcurrieron aquellos años sin abundancia y algunas necesidades. Hoy, su presente es más cómodo. Añora aquello, pero es consciente que la industria de la música maneja territorialidades neurálgicas. El DF le permite maniobrar mejor su carrera consolidada a nivel internacional. Desde allí puede expandirse en una circulación equidistante con diversos mercados. Su Chile, como Argentina, son confines lejanos para un artista que se difunde aquí y allá.
"Gracias a la vida que me ha dado tanto". Aquello dicho por su compatriota Violeta Parra, en la voz de Mon Laferte, junto a la de Plácido Domingo, sonó aún más poderoso en aquel concierto inolvidable en Chile hace un par de años. No siempre fue así. A ensayo y error se ganó su cetro la morocha de labios pintados de rojo furioso. Acaso su mejor síntesis. Conjugación exacta de la chica seductora y de la mujer beligerante sin concesiones.
Su Viña del Mar natal es famosa por la belleza de su costa y por el festival de música en cuyo escenario Mon pisó fuerte ante ese público implacable, uno de los más difíciles de la escena musical. Allí se crió. "Todos cantaban en su casa. De ahí la influencia del arte. Yo quería ser bailarina, actriz, todo". Los pubs de su ciudad le abrieron sus escenarios para que se atreviera con el bolero, el tango, y cuanto sonido la sedujera en ese camino de adquirir identidades, personalidad como artista de voz melancólica y desgarrada. No eran tiempos sencillos. Nada sobraba en esa casa de trabajadores. Será por eso que disfrutar del ocio fue un aprendizaje. Aún hoy, en tiempos de encierros. "Estando en mi casa, en las afueras de la ciudad de México, tengo días buenos, días malos. Hay momentos que me siento enjaulada, pero también me puse muy activa, con ganas de hacer muchas cosas. Aunque, por momentos, estoy disfrutando el no hacer nada. Ni siquiera enciendo la tele".
—Aunque el ocio está algo demonizado, para un artista puede ser un disparador de ideas.
—Hay un aplauso para el que trabaja mucho y se demoniza el no hacer nada. He trabajado, desde siempre, para pagar la renta o la comida. Por eso, siempre se está pendiente de generar más trabajo. De pronto me veo en cuarentena y me siento perdida al no hacer nada. Me digo: "Tienes que trabajar". Pero soy una persona civilizada y puedo parar, aunque siento culpa. El mensaje que nos inculcan es que hay que trabajar para ganar mucho dinero y comprar cosas, cambiar la casa por otra más grande, tenerlo todo".
—Ese mensaje arraigado en sistemas de consumo feroz, ¿cómo se ejercía en tu infancia?
—En mi casa se trabajó para tener lo justo, pero yo quería salir de la pobreza, así que trabajaba más y más. Ahora entendí que hay que vivir simplemente existiendo.
—A la hora de componer, ¿aparecen las imágenes de Viña del Mar?
—Cada vez que voy me lleno de inspiración. Las canciones las compuse mirando el océano. Voy caminando por el mar y tomando elementos de ese Pacífico con mucho frío y olas altas pegando las rocas, muy poético. Cuando pienso en eso me da nostalgia, a pesar de que vivo en un pueblo donde veo verde y montaña. Pero me gustaría estar frente a ese mar, lo extraño.
En ese pueblo con verde y montaña está esa casa a la que le pintó las paredes con marcadores. Significados semánticos y hasta algún acto reflejo que la llevó a plasmar simbolismos casi parecidos a la imagen difundida del coronavirus. Hasta su baño está atravesado por sus colores. Una especie de Charly García de casa con paredes intervenidas por la propia mano, pero de pintura más expresionista que la del creador de "Desarma y sangra". Esa vocación por la pintura que la acompañó siempre, la llevó a exponer sus obras en el Museo de la Ciudad de México. El vernissage aconteció una semana antes de implementarse la cuarentena, con lo cual la muestra quedó interrumpida.
—Construir una identidad, un estilo propio, es un valor importante en un artista. En tu caso, tu personalidad conforma un maridaje perfecto con lo que tenés para decir. No es solo un envase.
—Me gusta haber encontrado, con los años, una personalidad, una voz.
—¿Te sentís copiada?
—Creo que el arte es una copia de todo. Yo estoy influenciada por un montón de cosas, desde la poesía hasta el cine. ¿Si me siento copiada?
—Eso mismo...
—No lo sé. Me lo han dicho. Hay que saber copiar...
—Con conciertos interrumpidos, ¿cómo sigue tu año laboral?
—No tengo idea qué va a pasar y eso me encanta. Antes tenía mi vida planeada hacia adelante un año o más. Ahora, eso ya no se puede. Simplemente existir, que el mundo me lleve y que pase lo que tenga que pasar.
En esa deriva consensuada se deja llevar la cantante quien, cuando se presentó en el último Cosquín Rock, formó parte de esas mujeres que inauguraron el treinta por ciento del cupo femenino obligatorio en las grillas de los festivales del país. Más rockera que nunca, deslumbró en ese concierto que la mostró elevada, enérgica. Ganadora del Latin Grammy (donde protestó desnuda con la frase escrita en su cuerpo: "En Chile torturan, violan y matan"), merecedora de la Gaviota de Plata y de Oro en Viña del Mar, protagonista del Festival Coachella donde compartió escenario con Ariana Grande, el listado de méritos y reconocimientos podría continuarse muchas líneas más. Mientras difunde "Biutiful", graba Conversaciones con Mon Laferte, su ciclo de posdcast, donde se explaya con lo mucho que tiene para compartir y contarles a sus fanáticos.
—Mon, ¿cuál es tu situación afectiva?
—Todo el tiempo estoy enamorada. Literal, ¿eh? Eso me ha traído muchos problemas.
—¿Ahora de quién?
—No, eso no lo digo. Me guardo el secreto.
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