Mitos y verdades sobre João Gilberto, el genio de la música brasileña
"Champagne, mujeres y música, ahí voy", dijo João Gilberto antes de salir de Juazeiro, la pequeña localidad de Bahía, cuando apenas tenía 18 años. Se escapaba de un futuro como abogado, de una vida pueblerina y del apodo Joaizinho. El músico, que murió a los 88 años, inició un largo y tortuoso camino de casi diez años, viviendo de la caridad de otros, mudándose de varias casas, siendo internado fugazmente en un sanatorio psiquiátrico y encerrado por meses en diferentes habitaciones, hasta llegar a crear esa batida que maravilló al mundo.
Fragmentos de una vida personal tan enigmática que alimentaron el mito explican cómo un chico poco lúcido en la escuela y acusado de cantor afeminado, a fines de la década del cincuenta se convirtió en el mayor referente de la música brasileña del siglo XX.
Corría 1957 y muy poca gente había escuchado hablar de la existencia de João Gilberto en Río de Janeiro. Sólo un grupo de jóvenes músicos -Ronaldo Boscoli, Roberto Menescal, Carlos Lyra, Nara Leão, Chico Feitosa, entre otros-, que estaban buscando algo nuevo, habían oído hablar de él, pero nadie lo conocía en persona. Sabían, por otros músicos de la noche carioca, que era un guitarrista genial y que tenía una cadencia nueva que nadie sabía explicar. Se había generado algo de misterio alrededor de ese joven introvertido que era la antítesis de los garotos cariocas.
No fumaba, apenas bebía, prácticamente no asistía a ninguna de las fiestas o reuniones que se realizaban en la casa de Nara Leão, la musa de la bossa nova. Y gustaba mucho de poetas como Carlos Drummond Andrade. Uno de sus preferidos era A Bruxa, que definía su carácter hermético: "En esta ciudad de Río, de dos millones de habitantes, estoy solo en mi cuarto, estoy solo en América. ¿Estaré realmente solo?..."
Una noche inesperada, João Gilberto entró en el corazón de la escena de Copacabana y en ese círculo de jóvenes músicos que a partir de ahí lo convertirían en su gurú. Fue como una noche inaugural. Para muchos, el primer encuentro real con ese ritmo distinto, que nadie sabía cómo llamarlo y que en poco tiempo se convertiría en la bossa nova.
Era la fiesta de las bodas de plata de los padres de Roberto Menescal, (uno de los impulsores del movimiento de la bossa nova) y alguien golpeó a la puerta del departamento. Cuando abrió, un joven que nunca había visto preguntó: "¿Tienes una guitarra ahí? Podríamos tocar alguna cosa. Soy João Gilberto". El ya había oído hablar de él, sabía que se trataba de un bahiano medio loco y genial, fabuloso guitarrista, cantor afinadísimo. Lo invitó a entrar. João Gilberto pasó entre las decenas de invitados -nadie tomó nota de él- y fueron al cuarto del fondo. No dijo más nada. Apenas examinó la guitarra, testeó el prolongamiento de las notas y cantó "Ho-ba-la-lá", su propia composición.
"La voz de João Gilberto era un instrumento de altísima precisión. Dejaba caer cada sílaba sobre cada acorde como si las dos cosas hubieran nacido juntas. João repitió el tema cinco o seis veces más, con mínimas alteraciones, pero cada versión parecía mejor que la anterior. Menescal no resistió más. Lo agarró por el brazo con guitarra y todo y salió con él por la noche a exhibirlo a todos sus amigos. En apenas una noche y casi todo el día siguiente (ninguno durmió) él les abrió los oídos para una música brasileña más rica de lo que jamás se habían imaginado." Así cuenta Ruy Castro, en su libro "Chega de saudade", el momento en que el músico comienza a escribir una nueva historia: a partir de esa noche no habrá artista joven que no quiera sacar en la guitarra su sonido secreto de la mano derecha, cantar baixinho y hasta comportarse como João Gilberto.
La cantidad de historias que se forjaron alrededor de la personalidad de João Gilberto es incontable. Se propagaron anécdotas y situaciones del músico que lindan la leyenda. Muchas son verdad y otras simplemente parte del imaginario colectivo de la época.
Quizá la más famosa anécdota se forjó alrededor del tema "O pato" y los efectos colaterales que despertó tanto en personas como en animales. La canción fue el primer suceso de su disco "O amor, o sorriso, e a flor". João la había recuperado del viejo repertorio de su ex agrupación Los Garotos da Lua. El tema había tenido un largo tiempo de maduración y no lo mostró hasta que no había llegado al extremo del perfeccionamiento. João se la pasaba ensayando el estribillo de "O pato", una y otra vez, en el corredor del pasillo de la casa de Ronaldo Boscoli, donde se alojaba.
El músico hacía poner a Ronaldo en uno de los extremos y cantaba "o pato, o pato", lo más bajo que se pudiera escuchar. Los vecinos se acostumbraron a la rutina. La simpática melodía haría mella en Ronaldo y también en el gato de João. "Ronaldo estaba a punto de enloquecer de tanto oír "O pato" dentro del departamento -cuenta Ruy Castro-. Interrumpió la agonía cuando fue con João a la casa de Nara Leao y ella le presentó una amiga llamada Astrud Weinert."
Durante la grabación del disco que contenía el famoso tema, João recibió un llamado de Astrud -en ese momento ya estaban viviendo juntos-, para avisarle que su gato se había caído del balcón. João abandonó el estudio. Llevó el gato al veterinario en un taxi, pero se murió a mitad de camino. Ese día, en los estudios, los músicos inventaron la historia de que el gato de João se había suicidado porque no aguantaba más escucharlo ensayar "O pato".
A João también se le adjudicaban efectos hipnóticos sobre las personas, además de tener un oído absoluto, una manera de tocar de otro planeta y posibles poderes sensoriales. Una noche, el productor Nelson Motta respondió al sorpresivo llamado de su amigo João para que fuera a su casa. El músico estaba listo, con la guitarra en la mano, como si fuera a dar un concierto. Fueron al garaje, João puso la guitarra en el baúl del auto y partieron con rumbo desconocido (por lo menos para Motta).
"En ese momento me acordé de una de las grandes leyendas y misterios de João Gilberto -relata Motta en su libro "Noites Tropicais"- contada por Galvao de los Novos Bahianos, y sentí un frío en la barriga". Decía la leyenda que João salió en auto con Galvao, de madrugada, por la playa de Ipanema y fue cruzando los semáforos en rojo, a toda velocidad, con los ojos cerrados y charlando con toda tranquilidad. Y, en un semáforo en verde, frenó justo a tiempo para escapar de un auto que también pasaba a toda carrera. Sin embargo, João rompió con el mito esa noche. Manejaba muy tranquilo, escuchando viejos conjuntos vocales de los cuarenta, que tanto admiraba. Llegaron a una playa de Leblón, tomaron un agua de coco y comieron un choclo. Cuando volvieron a su casa, Gilberto tocó para él toda la noche.
Los resultados mágicos de sus discos casi nunca coincidían con el clima de las grabaciones. Algunas experiencias fueron insufribles para João y para los músicos que lo acompañaban. Tom Jobim fue uno de los que vivió más cerca todos esos procesos y el que impulsó el primer disco solista que cambiaría el curso de la música:"Chega de saudade" (1959). El resultado de las 12 canciones que integran ese vinilo se debe agradecer al genio de Gilberto, a ese swing único, al dominio del ritmo, a esa sincronicidad perfecta entre la voz y la guitarra. Y también a la paciencia estoica de Tom Jobim, que soportó todos los pedidos de João porque sabía que estaba en presencia de una "inteligencia superior", como dijo. Ya había sucedido durante la grabación del simple de "Chega de saudade", que fue un martirio para técnicos y músicos.
João acusó a todo el mundo de sordo. Incluso le llegó a decir a Tom, que era el director musical: "No entiendes nada". Durante la grabación del disco completo, João le volvería a recriminar por una discusión de acordes: "Vos sos un burro, Tom". Calmados los ánimos, Jobim entendería que João no necesitaba de grandes arreglos, como escribiría en la contratapa del disco: "Cuando João se acompaña con la guitarra es él, cuando la orquesta lo acompaña, la orquesta es él".
La historia del disco Getz/João Gilberto tampoco fue color de rosas. Uno de los primeros cruces entre el saxofonista y el guitarrista lo tuvo que asimilar Tom Jobim. "Tom, decile a éste que es un burro". Jobim le tradujo: "João dice que está muy contento de grabar con vos". "Por el tono de voz no parece", replicó Getz. Sin embargo, el resultado fue asombroso y el suceso en el mundo, también. En lo económico las diferencias fueron notorias. Con las regalías del disco, Stan Getz se compró una mansión de 25 habitaciones. João cobró 25.000 dólares y ganó dos Grammys que se olvidaría en un armario durante una mudanza. Astrud Gilberto, que había intervenido en la versión en inglés de "Garota de Ipanema", ganó 130 dólares.
El último que sufrió y disfrutó de la genialidad del maestro fue Caetano Veloso. La última vez que tocaron juntos en Buenos Aires todos pugnaban por grabar el histórico encuentro para festejar los 40 años de la bossa nova. La palabra del maestro fue terminante. Después de aquellos mágicos encuentros, João se arrepintió y le dijo al empresario local: "Qué lástima que no lo grabamos". Quizá por eso, más tarde el músico se dejó convencer por Caetano para volver a un estudio de grabación después de diez años. Pero no pudo convencerlo de agregar a Jacques Morelelbaum para los arreglos. Gilberto prefirió guitarra y voz. No hubo discusiones. Caetano acompañó al maestro durante las sesiones. Con eso estuvo más que feliz. João no se equivocó: "João, voz e violao", también fue una obra maestra.
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