Antes de celebrar los diez años de Miss Bolivia , Paz Ferreyra mira para atrás y reflexiona, en Conversaciones en LA NACIÓN, sobre su decisión de dejar la psicología para dedicarse a un proyecto artístico, sobre las vicisitudes de industria, sobre su militancia siempre presente en sus letras y en sus palabras más allá de la música y hasta sobre Dios.
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-¿Qué te genera estar cumpliendo diez años con Miss Bolivia?
-Fui a terapia por esto... (Ríe). Es una década en la que puse en suspenso mi carrera anterior como psicóloga y, la verdad, durante estos diez años tuve posturas encontradas. Este es un proyecto independiente e implica mucho "remo" y muchas veces pensé en volver a mi zona de confort. Pero hay algo del orden de la pasión y del deseo que me fue reafirmando en este rol en la industria de la música. Me genera mucho amor, siento que he dado pero sobre todo he recibido mucho cariño y pude experimentar un intercambio, una conexión con el público a nivel masivo que es un privilegio, una bendición.
-¿Cuáles fueron las causas de aquellas dudas?
-Es un abanico muy diverso de obstáculos. Las leyes y las reglas de la industria son un garrón y muchas veces el esfuerzo y el talento no están sincronizados con el resultado. El cansancio físico a veces me obligó a parar y a pesar de que nunca en estos años tuve que cancelar un show por eso, sí recurrí a todo tipo de artilugios para poder seguir y no defraudar a la gente. Y otra de las cosas que me hizo flaquear pero que finalmente pude vencer son los horarios, el trabajar en la trasnoche; ahora por suerte tengo la posibilidad de elegir cuándo y a qué hora toco.
-¿Cómo recordás el punto de inflexión cuando decidiste dejar la psicología?
-Tenía una vocación social y comunitaria. Pasaron cosas: ya venía haciendo Miss Bolivia como hobby, una actividad de esparcimiento en paralelo a mi profesión y en un momento entré en una ola de despidos y me quedé sin laburo. Al mismo tiempo me separé y me fui de mi casa: no tenía hogar ni amor ni trabajo, estaba en crisis total.
-Estuviste desde el comienzo muy presente en el movimiento Ni una menos y también este año en el debate por el proyecto de legalización del aborto, ¿cómo se fusiona esta militancia con el proyecto Miss Bolivia?
-Mi militancia es previa, mi estilo siempre fue militante, pero no en el secundario porque iba a un colegio privado católico donde ni se hablaba de la dictadura militar. Mi despertar fue a los 16 cuando me enteré de todo y ahí reaccioné y empecé a ver qué hacer con todo ese silencio de años. Así fue como, desde que empecé a ser estudiante universitaria, empecé a militar, en la universidad y afuera, en los barrios y también como docente, actividad en la que sentí que tenía muchas posibilidades de empoderamiento, de crítica y de reflexión. En mis laburos también siempre fui delegada sindical, tengo un gen de "luchona". Después de todo eso vino Miss Bolivia y creo que lo que sucedió fue que esta cantante o personaje fue plasmándose con esa militancia y yo permití que la música se permee con esa militancia. Desde el día uno canté sobre luchas, se le sumó una capa más a la lucha que fue la música y el arte. Y siempre aproveché las instancias de visibilidad y de poder mediático.
-¿Cuál es la repercusión en tu público?
-Hay muchísimo apoyo y empatía con los seguidores. Aunque la fauna es por suerte ecléctica y heterogénea, está el rasta, el punky, el heavy, el Lgtbi, señoras... Eso genera una pluraridad de paradigmas y cosmovisiones y así como en la sociedad hacer una acción pro aborto genera rechazo a la gente que no está de acuerdo, hay mucho hater, personas que proyectan sus propias frustraciones. He recibido esas críticas y sé que es parte de lo que es poner el cuerpo y militar.
-¿Te afectan?
-Antes sí, pero fui a terapia por estos asuntos. Leía y me angustiaba, ahora sé que no tengo que satisfacer a todo el mundo, no es mi deseo.
-Este año editaste tu primer libro, Ni cabida, cómo sobrevivir a la "gilada", ¿es un libro de autoayuda?
-Es una mezcla de autobiografía y manual de autoayuda para sobrevivir a la gilada, o por lo menos es mi testimonio de cómo yo sobreviví.
-¿Cómo definirías a esa "gilada"?
-Es un concepto cada vez más amplio. Puede ser el Estado, el intolerante, el fascista, el abusador de poder, el machista. Todo el dolor que puede generar eso se puede transformar en mi caso a través de la palabra, de la música, pero cada uno tiene una herramienta a su alcance para hacer que este mundo sea menos gil, de algún modo. Es mi primer libro, con cuentos, haikus, poesía, prosa-canción, está muy ilustrado.
-Hay una foto en la que se te ve de pequeña tomando la comunión...
-Se derrite la hostia... (Ríe). Esa foto es muy impactante. Ese dios, el de la hostia, me marcó mucho la infancia y mi camino de desconstrucción fue desarmar a ese dios, que generó idea de culpa, de pecado, de cadenas, jaulas y el arte fue el vehículo que tuve más a mano. Y ahora creo en otro dios, aunque no creo que sea monoteísta.
-¿Y tu familia cómo tomó esta transformación?
-Fue un trabajo muy caro energéticamente, requirió mucha terapia. Al principio generó resistencia el cambio: primero caí con una novia, después dejé una carrera con diploma de honor para dedicarme a la música en sótanos, he roto todo tipo de estructuras. Pero la resistencia que se genera es poca y en seguida se empiezan a caer las estructuras. Mi familia es muy conservadora, pero respetuosa de las diferencias.
-¿Qué consejo le darías a la gente para sobrevivir a esa "gilada"?
-La música, la otredad y el amor nos van a salvar. Yo soy una sobreviviente de la gilada y todes podemos.
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