Nerd, punkie, deadhead y abanderada del ritmo. Cómo María Paz Ferreyra inventó su criatura
Ocho años tiene María Paz Ferreyra y ya sabe de qué se trata.
Se trata de llevar el pelo bien atado, tirante y hacia atrás. Y el último botón de la camisa apretando un poco el cuello. Porque así son las cosas en el Colegio Nuestra Señora del Carmen, calle Rodríguez Peña, frente al Palacio Pizzurno. Solo chicas.
Se trata de obedecer a mamá, que se desloma como secretaria en la Standard Oil, la Esso. Y además trae casetes. De Les Luthiers, de Louis Armstrong. Se los regalan. Ruteros casetes que no se vendieron en las estaciones de servicio, música que quedó en las bateas de pie y que llena el tres ambientes de la calle Jufré con empapelado de palmeritas donde viven los Ferreyra.
Se trata de no chistar si papá desaparece. Es un agente freelance del Real Estate rural. Se la gana con los lotes, los terrenos, las estancias y lo que dejan de comisión. Siempre allá, en Río Cuarto, porque nació allá, como mamá. Allá se conocieron y desde allá se vinieron a Buenos Aires. Y allá, también, son, siempre, las vacaciones.
Y cuando papá vuelve, se trata de ponerle una cara bonita si agarra la criolla y reversiona a Opus 4, a Los Hermanos Cuesta. El señor Ferreyra es, en sus ratos libres, un entusiasta cantante de peñas decidido a inocular en sus hijos el valor de la música en vivo.
Pero sobre todo, y fundamentalmente, y antes que nada, la niña Paz sabe que se trata de rezar. El Padre Nuestro, el Ave María. A los 6, a los 7, le reza al Dios de los hombres para que a su madre no le pase nada. Es una niña algo nerviosa. Está llena de tics. Pestañea de más, como si quisiera apagar los ojos. Y por las noches tiene miedo. De que a su madre la secuestren, por ejemplo. De que entren unos ladrones y se la lleven. Entonces cuando la casa duerme, sigilosa, entra en el cuarto de su madre y se fija, primero, si está. Y después, si respira. Sabe de qué se trata, María Paz Ferreyra: se trata de que el mundo es un peligro, y de que todo es por su culpa, por su culpa, por su gran culpa.
¿Qué recordás de esa casa?
Mi vieja divina con sus trajecitos, una secretaria de Mad Men. Ya no hay secretarias así.
¿Y tu padre?
Creo que nunca superó el divorcio. Se volvió a Córdoba. Jamás pasó guita. Nos dejó un poco en bolas.
***
Quince años tiene la adolescente María Paz Ferreyra y todavía sabe de qué se trata.
Se trata de teñirse un mechón rubio, llevar un rulemán de skate colgando del cuello y escuchar Ramones, Pistols, Dead Kennedys, los Cadillacs.
Se trata de fumar en los baños del Santo Tomás de Aquino, el secundario de la UCA. Mixto. De hacerse llamar Las Apóxtolas con su grupo de amigas y de ganar plata vendiendo besos de lengua en los recreos.
De decirle a su madre, la abnegada secretaria Mad Men, que se va a Luján caminando para pasar la noche en un telo con un novio.
De acomodarse como pueda en el monoambiente adonde se fueron a vivir después de la separación. Reconquista y Marcelo T. Cerca de la torre Catalinas, donde la Esso tiene sus oficinas.
Pero sobre todo, y fundamentalmente, y antes que nada, la joven Paz sabe que se trata de no volver a sentir miedo del mundo ni a creer jamás que todo es por su culpa, por su culpa, por su gran culpa.
¿Qué fue lo que te cambió tanto?
Encontrar mi propia música.
Te convertiste en otra.
Sí, pero conservé algunas cosas. A la noche, antes de dormir, cuando nadie me veía, agarraba el diccionario Larousse y me ponía a leer. Quería saber más palabras.
Ah, no tan otra.
Siempre seré una nerd.
La punkie, la nerd. La insurgente, la observante. Como si fueran dos mujeres, dos identidades que merecieran dos nombres. Todavía faltan unos años para que una siga llamándose María Paz y la otra comience a llamarse Miss Bolivia.
Después de una primaria consagrada al mandato familiar de la fe, y cuando estaba por terminar una secundaria puesta al servicio de hacerlo pedazos, Paz pisó el acelerador de su mutación y se fue a Nueva York: con 16 años, ganó la beca Youth For Understanding para completar cuarto y quinto año en una escuela pública cerca de Albany, la capital del estado. Cualquier explicación del sujeto artístico que conoceremos como Miss Bolivia comienza aquí, en estos dos años de caravana y rock & roll.
¿La bardeaste allá?
Académicamente, no. Aprobé todo.
¿Y entonces cómo?
Bueno, me volví una deadhead, que sería como una ricotera que sigue a los Redondos, pero en Estados Unidos. Yo empecé a seguir a Grateful Dead.
Casas rodantes, burbon barato y las esquirlas del estallido grunge que llegaban desde la Costa Oeste. Para Paz el mundo barajó de nuevo y esta vez entregó sus mejores cartas: gente viviendo en comunidad, veganismo, hippies cultivadores de marihuana hijos de hippies cultivadores de marihuana. “Yo venía de fumar paraguayo, imaginate. La primera seca que me convidaron, me desmayé.”
¿Literal?
Literal. Mi cuerpo no entendía qué estaba pasando. Mi cabeza, tampoco.
Treinta años duró la gira de Grateful Dead, su largo experimento de folk y psicodelia. María Paz alcanzó a ver dos de los últimos, y fue suficiente para que se encontraran. La banda que hizo de la experiencia en vivo el centro de su sistema nervioso y la hija de un guitarrista de las peñas cordobesas que le enseñó lo que vale la música cuando ocurre sobre un escenario, ahí las dos, porque la podés bardear a gusto que el largo brazo de la infancia siempre termina tocándote el hombro. “En los intervalos había un momento que se llamaba space, que era el chabón de la batería haciendo un solo de diez minutos. Un cuelgue increíble”, recuerda.
En 1993, la vida en la escuela pública neoyorquina está hecha de nieve, amigos con pelo naranja, pilas de CDs y una cantidad considerable de horas en la biblioteca. En alguna de esas horas, Paz se encontró con un hallazgo todavía más fuerte que el del cogollo y la flor. “Me pidieron que hiciera un trabajo sobre mi país, como una charla TED. Tenía que durar ocho minutos. Entonces fui a la biblioteca y, leyendo, con 17 años, me enteré que la Argentina había tenido una dictadura y que muchas personas seguían desaparecidas. Yo no estaba enterada.”
Difíciles ocho minutos.
Volví muy enojada. Con los colegios a donde había ido, pero sobre todo con mi vieja.
¿Te dio alguna explicación de ese silencio?
Que había querido protegerme.
Trajo 15 kilos de más, todos obtenidos en las mesas de Wendy’s, de KFC. En Argentina se encontró con el menemismo en su fase de esplendor y Kate Moss siendo el faro estético de sus amigas, así que se pasó dos meses a lechuguitas para dejar de ser la gorda. “Me fumé un poco ese mandato, no fui tan fuerte como para que me chupara un huevo.”
María Paz Ferreyra viviendo sola y estudiando cosas en lugares. Diseño de Imagen y Sonido, en la FADU. Letras en Puán. Psicología, finalmente. Los veintes fueron su década de buscar ganar la carrera del título. Durante los días del convoy Deadhead había aprendido a preparar, vender y repartir comidas caseras, así que ahora en Buenos Aires empezó a arreglárselas produciendo milanesas de soja y repartiéndolas en bicicleta.
Lo de la FADU fue breve, pero en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dejó cuatro años. Se armó una tienda de ropitas usadas en el fondo de un garaje donde trabajaba un novio, ahí enfrente, cerca del bar Sócrates. Después se pasó a Psicología y la completó enseguida. Era la misma nena estudiosa de pelo atado y botón al cuello reconvertida en hippie de panes rellenos mientras se iba poniendo de novia con chicos, con chicas, con quien estuviera a la altura de enamorarla.
Recibida con diploma de honor; convertida en joven docente de la materia Problemas Antropológicos de la Psicología; licenciada con especialización en políticas comunitarias y preventivas después de un trabajo de campo con población de calle y sujetos sociales en situación de vulnerabilidad: se sentía preparada, María Paz.
No lo estaba. Nadie lo estaba.
¿Qué hacías esa noche en Cromañón?
Yo había entrado a trabajar en el BAP, Buenos Aires Presente, el servicio de contención psicológica del Gobierno de la Ciudad. Estaba de guardia y me tocó.
¿Y qué es exactamente lo que te tocó?
En la cocina de su casa, en un barrio vecino a La Chacarita, Paz se acomoda sobre la silla y cuenta.
Que no fue a Cromañón porque la asignaron directamente a la morgue del Cementerio de Chacarita. Que su trabajo consistió en recibir a los padres que venían a reconocer los cuerpos de sus hijos. Que los cuerpos estaban dispuestos en bolsas cerradas hasta el pecho. Que no eran padres que ya supieran, eran padres que estaban buscando, y venían a revisar. Que si una familia no encontraba al hijo se quedaba sentada a un costado esperando que llegara la siguiente tanda de cuerpos. Y que cuando lo reconocía, bueno, dice Paz que ella nunca escuchó a nadie gritar así. Que conocía el grito de los locos, que trabajaba con pacientes que desvariaban, pero esto era otra cosa, un grito más animal, sin ningún rastro de cultura, puro dolor de la Naturaleza. Le recuerdo una definición que leí en algún lado.
“Sí, tal cual. Era el grito del fracaso en la preservación de la cría.”
Es un momento indecible, un momento sin lenguaje. El primer contacto visual. El ingreso de la información al torrente de la conciencia. Un papá, una mamá. El primer estupor. Y ella ahí para contener eso. Dice Paz que cada ocho padres, cortaba. Que tenía que salir a llorar. Que se metía entre los mausoleos para asegurarse de que no la vieran: hubiera hecho mal su trabajo si lo hubiera hecho llorando. Dice que uno, después de reconocer a su hijo muerto, solo pudo sacar una bolsa con Poxiran y aspirar frenéticamente ahí mismo. Y otro quedó de pie como un zombi hasta que salió corriendo hacia la calle Garmendia, buscando hacerse atropellar. Que ella lo tuvo que correr, que llamó a la policía para que lo trajeran de vuelta. Que atrás de ese padre había una madre esperándola para, tal vez, lo mismo. “Pasaron todos estos años y a veces todavía escucho esos gritos.”
Se le quedó encima, esa noche. Como puesta. Lo que vino después fue, bastante previsiblemente, un estrés postraumático. Paz pidió licencia. Volvió de la licencia y pidió el traslado. La mandaron al Canal de la Ciudad y tuvo que hacerse de abajo, ser la che piba de producción. Se acomodó, se endureció, fue elegida delegada gremial de Sutecba y entonces la echaron. Se puso a estudiar percusión y batería, estudiar como lo hizo siempre María Paz Ferreyra, queriendo ser abanderada de lo que estudia. Siete años con Gabriel Spiller, percusionista de la Orquesta Académica del Colón, la Filarmónica de Buenos Aires y de La Bomba de Tiempo. Porque María Paz, guarda, por más que le quepa el bardo y declare el lunfardo de las barriadas, es una creyente de la disciplina, el estudio y la concentración. Todo bien con la poética del escabio pero escabiada no se puede leer el Syncopation for the Modern Drummer, su libro de los treintas. Porque Paz Ferreyra siempre encontrará una nueva biblia en la que creer.
Así que estudió el parche hasta que del fondo de los tambores, de las matemáticas del ritmo más que del oleaje de las armonías, lo que vino, lo que empezó a venir, fue una nueva criatura, y unas primeras canciones. “Apágalo” y “Tu política” se llamaron las canciones. La criatura, Miss Bolivia.
***
Son las ocho de la noche de un viernes de abril de este 2018, y habrá unas 2.000 personas en la Ciudad Cultural Konex. Como anunciaron lluvia, hay que hacer el show bajo techo, lo que molestó bastante a Paz Ferreyra, o a Miss Bolivia –para estas cuestiones ya es ambas–. Bajo techo se empasta el sonido y el escenario se ve cortado por columnas. La piba aprendió a armar sus shows como si fuera público, pensándose menos frontwoman que espectadora.
Telonean esta noche Cazzu y La Joaqui, chicas rudas del trap que, junto a Ms Nina, Nathy Peluso y otras, están liderando una nueva escena de la que Miss Bolivia es una referencia diagonal, un antecedente. No se pertenecen, pero les sobran puntos de contacto: los paisajes mestizos de las músicas en cruce –la cumbia, el reggaetón, la electrónica, el rap– puestos a funcionar sobre la potencia semántica de territorios como la villa, los barrios, la cárcel. Además de compartir un empoderamiento de género, un girl power que las hace compañeras en la era de la revolución feminista.
Cuando Miss Bolivia, promediando el show, canta “Paren de matarnos”, el Konex le responde con euforia. Vimos el clip durante la entrevista en su casa: de Lali Espósito a Sandra Mihanovich; de Hilda Lizarazu a la Srta. Bimbo; de Celeste Cid a Teresa Parodi. Y Sofía Gala. Y Nancy Dupláa. Y Calu Rivero. Los ojos de todas en el centro de la cámara. El mismo gesto apretado para decir basta. Es excelente el trabajo de apropiación primero, y de reexportación después, que Miss Bolivia hace con líneas que vienen escritas de la calle. El colectivo de mujeres ya nos había dicho que “nos tocan a una, nos tocan a todas”, pero la canta Miss Bolivia y la escuchás de nuevo por primera vez. Será la cadencia, el lugar despejado que encuentra para alojar la línea dentro de la canción. O será la fuerza: cuando toca “Paren de matarnos”, lo que Miss Bolivia está tocando es el nervio de la época.
Una década atrás, María Paz vivía con una novia en una casa sobre la calle Bolivia, y se llevó el nombre cuando rompieron. Todavía el Syncopation era su lectura religiosa cuando recibió una primera invitación para tocar. Tuvo que telonear a La Cosa Mostra, cuya deriva artística fueron Los Rusos Hijos de Puta y Las Taradas. Viene de esta trama de fusiones y garage experimental la primera configuración de Miss Bolivia. Por eso el rock y la cumbia, la cumbia y el rap, el rap y el trap. Todo junto pero ordenado, como está sucediendo ahora sobre el escenario del Konex.
¿Por qué la cumbia ya es de todos?
Porque, como el rap, sirve para decir. Tiene métricas tan claras que podés montar sobre ella el mensaje que necesites.
El mensaje, Miss Bolivia es el compuesto de obsesiones técnicas de una nerd empedernida, pero que tiene el sustrato simbólico puesto en el mensaje. Miss Bolivia es método y discurso, la sangre de la letra a caballo de la obsesión por el procedimiento; el cruce de dos corrientes: una más oculta, más silenciosa, hija del entrenamiento arduo y la constancia por los estudios, metódica como una nena con el pelo atado. La otra es puro calor, está más expuesta y produce voz, enunciado, tiene la furia de una adolescente con remera de los Pistols.
¿Cuál de estas dos mujeres se sentó en la mesa de Mirtha Legrand, y llevó puestas sus ropitas del Once, su bijou de fantasía, y las desfiló frente al chic elemental de la televisión y, como una afrenta, dijo lo baratas que le habían salido? Las dos, probablemente. Para producir ese tipo de disrupciones es que se dan la mano.
¿Cómo se llevan María Paz y Miss Bolivia?
Arrancaron siendo dos cosas distintas.
¿Y hoy?
Hoy son la misma. Ahí arriba soy toda yo.
¿Cómo fue ese encuentro?
Se fue dando con los años. Al principio las mantenía separadas por una cuestión de asepsia, de prolijidad. Pero hoy ya no me importa.
¿Como cuál de las dos debo llamarte?
Podés llamarme como quieras.
El público del Konex es madres con niños, gente en los treintas, mujeres con sus mujeres. Además de “Paren de matarnos”, se cantó fuerte la cumbia antiyuta y, en los intervalos, MMLPQTP. Es un público alineado, que encuentra en Miss Bolivia una resonancia. Un habla.
Termina el show en el Konex. Afuera, dos chicas con un caballete al paso le venden remeras a la gente que va saliendo. Hay de diferentes colores, pero todas llevan el mismo estampado en el pecho: A la gilada ni cabida. En Miss Bolivia, es una línea-estandarte, igual que tomate el palo. Slang de clase y habla del suburbio. En el centro emocional del proyecto Miss Bolivia hay un gesto, la puesta en cartel de una voz en estado de asamblea permanente.
¿Qué hay en el futuro para vos?
Sale mi primer libro, en mayo, se llama Ni cabida. Son haikus, microrrelatos.
Que dicen...
Yo lo pienso como un manual de autoayuda para sobrevivir en este mundo de mierda.
¿Y en el futuro del futuro?
Me casé el año pasado y ahora queremos adoptar.
Emanuel Taub de Miss Bolivia, sería. Taub, esposo de María Paz Ferreyra, es doctor en Ciencias Políticas de la UBA, investigador del CONICET y su objeto de estudio es la filosofía política y el pensamiento judío. A los 38, su vida transcurre entre papers, congresos y propio sello, Hecho Atómico Ediciones.
¿Querés ser madre?
Sí.
¿Con los gritos de Cromañón todavía encima?
Tal vez justamente por eso.
Como para seguir yendo contra el miedo. Una nena que se mete a ver si su mamá respira.
Creció, esa nena. Y contra el miedo, siempre.