El célebre guitarrista norteamericano regresó para dar cátedra de buen jazz con doce conciertos en varias ciudades de Argentina, Chile y Uruguay
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Cuando algunos violinistas adquieren cierto prestigio, ciertas fundaciones les consiguen, a préstamo, algún violín antiguo, como los de la casa Stradivarius. Con los guitarristas es diferente. Cada vez que uno de ellos ve que su carrera comienza a ser algo sólido contrata a un lutier para que le adapte un instrumento según las características que busca. Si el músico ya tiene algo de prestigio, a veces es una marca de instrumentos la que le provee este tipo de herramientas para su trabajo. Y cuando se convierte en un artista de mucho prestigio directamente son las grandes casas de instrumentos las que lo convocan para fabricarle lo que se conoce como una “signature”: guitarra que primero está hecha a su medida y luego puede tener una edición en serie, para un público selecto. Yamaha, por ejemplo, creo para su serie Pacífica el modelo “Mike Stern”, una pieza inspirada en las Fender Telecaster que este músico bostoniano comenzó a usar en el mundo del jazz moderno, allá por la década del ochenta. Hay que haber cosechado elogios del público y de la crítica y tener una prédica dentro del mundillo de la música, entre colegas, para que una marca internacionalmente importante cree una “signature” en su honor. Para decirlo en criollo: hay que ser grosso. Y Mike Stern lo es.
Esto viene a cuento porque Stern se encuentra actualmente en la Argentina, haciendo una gira de conciertos con una banda que incluye a su esposa, la guitarrista Leni Stern, al gran saxofonista Bob Fraceschini y a tres músicos argentinos excepcionales. Dos santafesinos de Venado Tuerto radicados en los Estados Unidos, el tecladista Leo Genovese y el baterista Juan Chiavassa, y el bajista Javier Malosetti, con quien Stern nunca había tocado antes. El viernes pasado dieron dos conciertos bellísimos en el Café Berlín de Buenos Aires, como puntapié de un tour súper fugaz e intenso. Porque Stern es de esos músicos de jazz a los que tocar les resulta lo más importante en el mundo y no tiene problemas -aun siendo un veterano de la música que podría estar lleno de “peros”- cuando un productor le propone un concierto detrás del otro. Esto es así: 12 conciertos, 11 días, 3 países (Argentina, Chile y Uruguay). Para que este número cierre, hay días en los que se agendaron dos funciones. Dicho sea de paso, quienes recién se enteran, todavía tienen disponibles algunas localidades para la cuarta función en el Berlín, programada para el miércoles que viene.
Allí fue donde estuvo Mike el viernes pasado, con sus 71 años, una vitalidad a prueba de aviones, combis, armados y desarmados de valijas en hoteles; con esa guitarra que, más allá del fabricante, es la que lo acompañó para crear un sonido único y convertirse en uno de los grandes nombres de ese jazz (con influencias del rock, el soul y el blues) que adquirió nuevas características en la década del ochenta, cuando Stern ya era un artista ascendente, que había tocado nada menos que con Miles Davis y con otros de distintas generaciones, como Stan Getz, Jaco Pastorius, Joe Henderson, Billy Cobham, Jim Hall, Pat Martino, Tom Harrell, Arturo Sandoval, David Sanborn, el grupo Steps Ahead y los hermanos Brecker.
Allí estaba Mike el viernes, junto a su esposa sobre el escenario, con la que un día pensó que la música podía ser más que un arte compartido puertas adentro del hogar. Allí estaba Mike, con una cabellera que muchos de su edad envidiarían, peinado como se ha peinado cada mañana de su vida, y con la maestría de sus dedos, que superaron el accidente casi doméstico, pero fuera de su casa, que sufrió en las calles de Nueva York, hace algo menos de una década.
La mañana siguiente al primer show porteño, a bordo de la combi que lo llevó con toda la banda a Rosario (siguiente parada del tour), conversó con LA NACION sobre sus guitarras, la vida de pareja que se comparte sobre el escenario, los músicos argentinos que hoy lo acompañan y mucho más, antes de sus shows programados en Rosario, Córdoba, Mendoza, Cipolletti, Mar del Plata, Santiago de Chile y Montevideo.
- ¿Cuántos años tiene esa guitarra hecha a medida y cuál fue la primera que tuvo en sus manos en su infancia?
- Tiene unos veinte años. Primero hicieron una con las mismas especificaciones que la que yo tenía y luego me pidieron un modelo exclusivo. Y dije que sí, por supuesto, que me encantaría intentarlo. Hicieron un muy buen trabajo y quedé muy contento por eso. En cuanto a mi infancia, nací en Boston, pero cuando mis padres se separaron, a los 3 años nos mudamos a Washington D.C., con mi madre y su nueva pareja, que luego se convirtió legalmente en mi padre. Allí fue donde crecí y donde tuve mis primeras guitarras. La primera no valía más de 50 dólares y tenía cuerdas de nylon. También tuve una eléctrica, muy económica. No tengo muchas guitarras, pero en un momento tuve la vieja guitarra de Roy Buchanan. Él era un tipo muy famoso del blues y el rock en Washington. Sonaba tan dulce esa guitarra. Desafortunadamente me lo robaron. Cuando regresé a Boston para estudiar en la escuela de música, un día que estaba por tomar el autobús, luego de un ensayo con amigos, una persona me apuntó con un arma y me dijo: “Dame la guitarra”. Tuve que dársela. Luego, en Boston, alguien me hizo otra que fue la indicada y la que terminó siendo la base de la “signature”.
-¿La música era el único destino para su vida?
-Mi mamá tocaba el piano en casa, pero no lo hacía profesionalmente. Había muchos discos de jazz. Traté de tocar esa música que sonaba y luego comencé a estudiar para meterme más en el jazz. Y creo que toco desde que tengo 11 o 12 años. A esa edad quería ser músico y nada más. Aunque no creo que ya en ese momento estuviera seguro de que podría ser un profesional de la música. Eso sucedió con el tiempo, pero sabía que quería tocar todo el tiempo. Y una cosa llevó a la otra. Bueno, uno también siente que no sabe nada después de todos estos años. El universo musical es tan enorme que se convierte en un viaje sin fin.
-Su color de cabello ha cambiado por el lógico paso del tiempo, pero no su corte, lo mismo sucede con su manera de tocar. ¿Cómo se sobrevive a las modas, especialmente de la industria de la música?
-Sigo manteniendo mi cabello. Normalmente uso pantalones negros o jeans azules y remeras oscuras, eso es todo lo que tengo. Lo mío es bastante simple (se ríe). En cuanto a la música, extraño las disquerías, pero lo importante es que podamos seguir escuchando música de alguna manera. A mí me gusta hacerla en vivo. En general los instrumentos se graban por separado y hay mucha sobregrabación, pero a mí siempre me gusta la sensación del vivo. También sigo intentando aprender cosas nuevas. Creo que tengo mi don, tengo mi estilo para escribir y mi estilo para tocar. Siempre estoy aprendiendo cosas nuevas pero no pretendo ser diferente, simplemente por ser diferente. Quiero ser fiel a todo lo que surja de forma natural.
¿Cómo se lleva con esta banda integrada por varios argentinos?
-Muy bien. Leo [Genovese] y Juan [Chiavassa] me dijeron que este bajista [Javier Malosetti] era el mejor así que esperaba a alguien genial, pero no sabía qué tan genial era. Cuando lo escuché dije: “Wow, ¡cómo toca!”. Esta banda realmente es muy especial.
-¿Cómo es tocar con su esposa, Leni?
-Me encanta. Siempre hemos tocado juntos. Y un día dijimos que cuando llegáramos a la tercera edad haríamos un concierto juntos. Y luego seguimos tocando juntos. Me encanta todo lo que trae al grupo.
-En 2016 sufrió un accidente en una calle de Nueva York que le afectó los brazos. ¿Marcó ese momento un antes y un después en su vida y en su carrera?
- Tengo un gran médico, un gran especialista por suerte. Igualmente, se transformó en un desafío. Especialmente al principio, cuando entendí con precisión lo que sucedía y trataba de descubrir como volver a tocar. Tuve un daño en los nervios de mi mano derecha, pero encontré la manera de seguir tocando y luché para seguir haciéndolo. Hay que ponerle emoción. Por supuesto que uno también usa el cerebro, pero lo importante es poner el corazón.
-Dando hasta dos conciertos por día...
-[Se ríe]. Por supuesto, existe la posibilidad de tocar en Argentina porque es un país muy especial, aun con todos los problemas financieros y todo eso. Hay tantas cosas que sabés que no les preocupan porque hay mucho corazón y alma en ellas.
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