Antes de los shows que dará desde el 9 de este mes en Buenos Aires, Córdoba y Rosario, repasa los hitos de su carrera, anticipa la ópera rock que terminó de componer y habla de lo que significa llevar cuatro décadas sobre los escenarios con su hermano Alejo y, ahora, con su hijo
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Decisiones maduradas, instinto, golpes de suerte. De eso hay en la vida de casi todos los seres humanos. El resultado de todo eso tiene mayor o menor relevancia según la persona y lo que todo aquello genere. En la vida de Miguel Mateos hay un anecdotario frondoso que es consecuencia de todo eso. Haber tocado ante miles de personas cuando su grupo Zas fue soporte de Queen en 1981. Ser la voz del disco de rock más vendido en la Argentina hasta mediados de la década del noventa, Rockas Vivas. Haber sido un baluarte de la conquista del mercado musical latinoamericano con discos pop como Solos en América. También aparece una estada de casi cinco años en los Estados Unidos y un disco producido por Michael Sembello. El regreso que implicó casi una vuelta de página. La grabación de producciones muy apreciadas por él, que no tuvieron tanta repercusión en la audiencia. El comienzo del nuevo siglo con la edición de varios álbumes independientes. La mirada retrospectiva puesta en piezas claves como aquel regreso al Luna Park para celebrar el 25° aniversario de Rockas Vivas, un álbum en vivo que, en realidad, es un verdadero grandes éxitos apenas construido con canciones de los tres discos que lo antecedieron.
Y ahora, mientras se entusiasma con la idea de estrenar la ópera rock Los tres reinos, que ya tiene terminada, vuelve a mirar su historia y saca la cuenta de que se cumplen, a fines de este año, las cuatro décadas de la edición del primer disco que publicó con Zas. Lo festejará con un concierto en el Gran Rex, agendado para el 9 de este mes (y que por localidades agotadas tendrá una nueva función el 29 de octubre) y con otros conciertos en Córdoba, el 5 de noviembre, y en Rosario, al día siguiente.
“En la cocina (huevos)”, “Tirá para arriba”, “Va por vos, para vos”, “Solo una noche más”, “Perdiendo el control”, “Un poco de satisfacción”, “Un gato en la ciudad”, “Solos en América”, “Cuando seas grande”, “Llámame si me necesitas”, “Mi sombra en la pared”, “Es tan fácil romper un corazón”, “Atado a un sentimiento”, “No me dejes caer”, “Obsesión”, “Salir vivo”, “Si tuviéramos alas”. En cuatro décadas, la lista de grandes éxitos es bien larga.
Los shows tendrán, al menos, alguna canción de cada uno de sus discos, que son 18 (catorce de estudio y cuatro en vivo de sus inicios con Zas y como solista). Y seguramente tendrá un desarrollo cronológico. Por eso, para contar esta historia habrá que empezar por ese febrero de 1981 en el que sonó el teléfono y le dijeron a Mateos que la banda Zas telonearía a Queen en la cancha de Vélez. “Esa es mi piedra fundacional. Y ya a mediados de ese año salió el disco. Pedíamos por favor que nos dejen tocar en un café concert para 40 personas. Saltar de ahí a un evento con 50.000 personas es absolutamente ridículo. Fue un show tremendo, repentino”.
-Además de lo que representaría para un grupo tan nuevo saltar a un escenario como soporte de la primera super banda internacional que llegaba a la Argentina, ¿que otras situaciones así te tocaron vivir?
-No hubo otras así. Capalbo Producciones, que trajo a Queen, hizo una compulsa. Mandé el cassette que grabamos con mi hermano Alejo y ganamos. Y ahí tuve que salir a buscar a Fernando Lupano (bajo) y Ricardo Pegnotti (guitarra). Porque yo venía tocando solo, con guitarra y armónica. O con piano. Ni siquiera era socio de Sadaic [se ríe], por eso nunca pude reclamarle ninguna participación de esos shows.
-¿Y fue Juan Alberto Badía el que te dio el empujón para salir a tocar?
-Tal cual. No me lo voy a olvidar más. Se ve que vio mi cara de pánico asombrosa y tuvo la delicadeza de acercarse y llamarme por mi nombre. “Vamos Miguel, dale”.
-Llamarte por tu nombre y terminar acompañando al de la banda (Miguel Mateos Zas) fue una sugerencia externa o decisión propia.
-Zas era una banda muy elástica. Siempre fuimos Alejo y yo, fundamentalmente. En el primer disco Pegnotti grabó unas guitarras bárbaras. En el segundo apareció Pablo Guyot. Después se sumó Oscar Kreimer en saxo, para Tengo que parar. Ahí se formalizó una banda mas de rock and roll. El tema del nombre tuvo que ver con eso de lo elástico de la banda y también por sugerencia de la compañía Music Hall.
-Supongo que otro hito habrá sido el festival B.A. Rock, con el público coreando “En la Argentina hacen falta huevos”, aunque no sea parte de la película del festival.
-Fue un hito y nos sacaron de la película B.A. Rock, pero lo digo sin resentimiento. Al contrario, soy un agradecido de que nos invitaran y de que Miguel Cantilo subiera a cantar con nosotros, que era un artista consumado.
-A excepción de gente como Cantilo, convertido en una especie de cantautor de protesta dentro del rock, la llegada de la década del ochenta y de la democracia vino acompañada del surgimiento de bandas más bien festivas. En todo caso, cualquier crítica era a través del la ironía o el histrionismo escénico. En cambio, el mensaje de Zas era mas serio y directo. ¿Compartís esa sensación?
-Medio outsider, medio border. Sí. Pero así era mi cabeza. Creo haber dado registro de los eventos, no solo de los de mi vida, sino de los argentinos o los internacionales. Mi escritura está ligada a ese registro. “Huevos” sigue siendo una canción contestataria para aquel momento. Por otro lado, tenía una gran relación con gente de esa camada en la que estaba Virus, por ejemplo.
-Manifestarte como un tipo “poco nocturno” es una característica un poco anti-rocker. ¿Te hacés cargo de eso?
-Sí, absolutamente. Pero eso no quiere decir que no haya experimentado. Tal vez ha sido en territorios más cuidados. Hoy no puedo decir que haya tenido que ver con mi timidez, pero siempre traté de cuidarme y no dar pasos en falso. Si en algún momento tuve quiebres rápidamente reaccioné. Y volví a la vocación por la música y mi familia.
-¿Diste pasos en falso?
-No para mencionar. Quizás cosas que son muy menores. Estoy muy contento de ver estos cuarenta años. Puede sonar hasta vanidoso pero no tengo nada por qué reprocharme. No hice nada en contra de mis principios. ¿Qué error podrías mencionar?
-No pensado como errores sino como decisiones. Por ejemplo: incluir en un disco como Pisanlov, en los noventa, el tema “Los argentinitos” quizá te costó no haber podido editar ese disco, en ese momento en la Argentina. ¿Te arrepentiste?
-No. Pero no sabés en las condiciones en las que hice ese disco. Estaba sin contrato, me tiraron los papeles en la cara. Y vendí un departamento para terminarlo. Pero armé una banda y traje a un ingeniero norteamericano para grabarlo. Fue un disco muy especial para mí. Muy de renegado y de bronca y bajo ningún punto de vista lo iba a regalar. Lo ofrecí en Argentina, y no. Lo terminó publicando Atlantic ese disco.
-¿Cómo llegó Michael Sembello, el que cantaba “Maniac”, a producir tu disco Obsesión, en 1990?
-Porque me fui en 1989 a Estados Unidos. Me autoexilié. Estuve hasta 1994 afuera. Ese disco lo hicimos en California. Me había afincado en Los Ángeles y le hice escuchar los demos al presidente de BMG Latin. Me dijo: “Tengo el productor para eso: Michael Sembello”. Y Michael creía que la música latina en algún momento iba a explotar. Y es uno de mis discos más vendidos.
-¿Cuáles son tus discos bisagra?
-Rockas Vivas. Pero en ese sentido probablemente el primero haya sido Solos en América. Luego Pisanlov, que es de quiebre o despegue. Y mis discos independientes, como Uno o Fidelidad que son de una etapa artesanal. Lo que me pasa es que le tengo mucho cariño a ciertos discos que no fueron tan bien tratados. Quiero mucho a Kryptonita, por ejemplo, en el que estoy con mi hijo Juan en la tapa, y que tiene temas como “Lola” o “Si tuviéramos alas”.
-¿Te sentiste un adelantado con ciertos temas? “Lola”, por ejemplo, es como un #metoo dos décadas antes.
-Lola existió. Tenía 15 años. Me enteré de lo que representó para un montón de pibas en Ciudad Juárez, México. La trata, el abuso. Retraté la historia en esa canción.
-¿Pero sentís que cantaste cosa veinte años antes?
-Las canciones tienen metáforas. Podés relacionar la frase “vos creías que con la B.C.G. se acabaría el drama de tus días” con las vacunas de hoy pero eso no es una visualización previa. No. De ninguna manera. Pero vuelvo al principio de esta charla. Creo haber dado registro de todo lo que me pasaba. De “Lola”, estando en México. O “Solos en América”, en el 86, que tiene que ver con esa idea de irme a tocar a Perú, a Colombia o a México. Hoy eso sigue siendo una base fundamental para el rock argentino, de grupos que tienen su plataforma también en el exterior. Creo que aquello fortaleció al rock nacional. En el 86 fue la explosión de Solos en América, un disco que acá no fue considerado.
-Quizá porque venías de Rockas Vivas que para el público era otro Mateos. Una bisagra.
-Sí, tenés razón. Obsesión también lo fue. La canción “Obsesión” al principio era un tema acústico, muy Tom Petty. Así había nacido en mi casa. Y terminó, bueno, el disco en general, con un gran bagaje de sobregrabaciones. El éxito fue instantáneo. No puedo renegar de eso. Y la escena internacional había cambiado en esos años. De los Rolling Stones a Rod Stewart habían cambiado. Hasta había una escena dance. Pero ya en el 86 nos fuimos de gira con Alejo, con Cachorro López, con el “Negro” García López. Me la pasé girando por todas partes; hice tres discos. Era un loop ininterrumpido.
-¿Instalarte en Los Ángeles fue una cuestión estratégica para hacer giras?
-Sí, pero también era un quiebre. Las ganas de seguir aprendiendo. Estar afincado en un lugar. Solos en América no había sido muy bien recibido [en la Argentina], Atado a un sentimiento, un poquito mejor. Sí, está bien, “no soy el de Rockas Vivas”, pensé. Pero son dos discos que adoro. Y tienen buenas canciones. Y pensé que quería seguir aprendiendo cosas. Efectivamente, conocí productores, armé dos bandas allá. Fue absolutamente enriquecedor.
-¿Por qué decidiste el regreso?
-En 1990 nació mi hijo. Lo veníamos buscando. Un día, cuando estábamos en Puerto Rico, subida a una escalera para arreglar una luz del escenario, mi mujer le dice a un asistente que estaba mareada. “Creo que estoy embarazada”, me dijo. Mi hijo nació a fines de ese año. Acá. Para bien o para mal, queríamos que fuera argentino. Y él, hoy en día, que tiene 30, me lo agradece. Enseguida nos volvimos a Estados Unidos y regresamos para que pudiera empezar el colegio acá. Yo estuve un tiempo yendo y viniendo, hasta que en el 94 me quedé para mantener el núcleo familiar. Esa fue la razón.
-Qué significa para vos que hoy sea parte de tu banda?
-Verlo tocar es… [N del R: no habrá manera de que a Miguel le salgan las palabras hasta el final de su respuesta]. Siempre tocó la guitarra. Toca muy bien. Le agarró la pandemia justo cuando se unía a la banda. Me hizo caso, se recibió. Es licenciado en Administración y Comercio Exterior. Pero tenía tantas ganas de tocar… Yo le decía, vas a hacer más plata si sos especialista en criptomonedas. Y ahora me hace reparar en detalles de las canciones que yo no veía. Es lo que ahora tenemos en común. Yo nunca jugué con él a la PlayStation. Odio los jueguitos. “¿Por qué no vas a jugar un rato con el nene?”, me decía mi mujer.
-Y ahora sí estás jugando con el nene.
-Sí, ahora estoy jugando con el nene.
-¿Qué significa subir al escenario con tu hermano?
-Mirar atrás y saber que está Alejo es saber que todo está bien. Él maneja los tiempos. Antes nos peleábamos mas. Ahora estamos más crecidos. Pero nos peleábamos bien, por música. Soy afortunado en eso, es un tipo que tiene un oído excelso. Puede discernir cuando hay una nota que no va. Eso es tremendamente valioso. Y él también cumple 40 años en esta historia.
-¿Qué te queda pendiente?
-La ópera rock. Lo más interesante de todo esto, de hablar del pasado es que tuvo que pasar todo este background para ahora hacer una ópera. La experiencia, la libertad y la pandemia. Porque si yo no estaba encerrado todo el año pasado no juntaba todos los pedazos que tenía dando vueltas. Creo que en esto tiene que ver con cumplir 40 años de carrera y seguir soñando. Porque ya tengo otra historia pensada para 2023.
-Y ésta obra, ¿de qué se trata?
-Es una distopía acerca de la conquista de América. Una ópera rock que tiene 92 minutos de música ininterrumpida, para orquesta sinfónica, banda, coro y cuatro cantantes principales. Es una versión muy free de la conquista de América. Y una visión unificadora. Mi idea de la Patria Grande, en una suerte de maravillosa fantasía, con datos reales, porque la Conquista existió. Personalmente, veo una América nativa más unida, un invasor y una serie de conflictos. La obra ya está. Ahora me hace falta la plata para ponerla en escena. Es mi proyecto para el año que viene.
-¿Por este año seguís con la retrospectiva de los cuarenta años?
-Sí, en noviembre vamos a México. Tenemos algunas presentaciones allá. Y quisiera sumar fechas acá.
-¿Hay distintos públicos de distintos momentos de tu carrera del mismo modo que tenés discos bisagra?
-En Perú, en Colombia, en México hay gente que me conoció por temas de Solos en América y después fue para atrás. En México hay una fanaticada que me pide “Huevos”. Es inexplicable por la connotación tan argentina que tiene la canción. No sé si hay nichos sino un trasvasamiento. No creo que haya gente que vaya a verme solo por los temas de una época.
-¿Cómo suenan hoy los temas de otra época? Veamos ejemplos. En “Salir vivo” decías que “el artista se vendió a la cultura oficial”. ¿Cómo lo ves hoy?
-Creo que a veces busco una imagen clara de algo que pasa. Pero en cuanto a esto: mirá, venimos de la pandemia que ha dejado un desastre en nuestro rubro. No sé si tengo la misma visión hoy si un ministerio de cultura le da a un músico dinero para hacer un disco y dos videos. Porque venimos del desastre. Hoy no lo puedo hacer.
-¿Quién se juega hoy los “zapatos y la foto de graduación”? No serán un ruso ni un yanqui en un Atari, como dice la letra de “Tirá para arriba”.
-No pasa por antinomias. Antes sabías adonde estaba el enemigo. Creo que hay cada vez más concentración de poder en pocas manos. Por otro lado, la híper globalización. Y creo que hoy pasa por las redes, que son el gran punto a discutir. Es lo que nos va a cambiar la vida.
-En “Extra, extra”, cantabas: “nos dicen que el futuro es de nuestros hijos. Entonces vos y yo, que hacemos vos y yo”. ¿Hoy ya hablaríamos de nietos o bisnietos o sos más optimistas?
-Sí, soy optimista, aunque no sé por qué. Hace un tiempo leí a una filósofa noruega que decía que ya no se podía traer más hijos al mundo. La leo, no porque esté de acuerdo, así como sabemos que la tierra no es plana, pero existen los terraplanistas. Mi visión es como el tema de los Clash. Como el futuro es tan brillante hay que usar anteojos oscuros. [se ríe] The Future’s So Bright, I Gotta Wear Shades”.
-En tu último disco decís: “Tengo una misión, encontrar al asesino del rock and roll” ¿Lo encontraste?
-No. Lo sigo buscando.
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