Michelangelo reabrió con su sabor a tango
Gloria y Eduardo, las figuras señeras
El tango no sólo volvió triunfante a los barrios porteños, sino que se atrevió a invadir los restaurantes para sumarse a las propuestas culinarias de los chefs.
En esta ocasión, los acordes musicales llevaron al transeúnte hasta el corazón de San Telmo, hasta la misma puerta del ya legendario Michelangelo, otra vez restaurado para descubrir su esplendor colonial, de aquella época en que los grandes túneles surcaban la ciudad y los grandes almacenes de granos le daban la espalda al río.
Ya en 1850 la ciudad creció con un ritmo vertiginoso, casi inigualado en la historia del desarrollo urbano. De aquella época se descubren las huellas del viejo edificio que hoy alberga a Michelangelo.
Pese a las diversas modificaciones en sus más de 150 años de historia, su planta interior como también su contrafrente hacia la calle 5 de Julio respetan los planos originales. De acuerdo con los especialistas su característica especial consiste en "carecer del sistema portante de viga-columna".
De su primitiva función de almacén quedan las inmensas arcadas en ladrillo que se abren sobre dos pisos y un sótano, objeto de recientes estudios arqueológicos. En el segundo piso, funciona el restaurant-concert que invita al placer gastronómico reservándose como postre extraordinario el show que ofrecen Gloria y Eduardo.
Sobre el escenario instalado en el comedor, el show trata de contar, musicalmente hablando, la historia del tango desde las épocas del corralón del viejo Buenos Aires.
Gloria y Eduardo, tras un trabajo de investigación, rescataron a través de la coreografía y los ritmos de aquellos tiempos a los personajes que estaban mezclados, entre gente de la ciudad y del campo, en una sutil pintura que rescata el estilo de Molina Campos y se ilustran con temas como "El esquinazo", "La Morocha", "El porteñito" y "El choclo", entre otros.
No todos son títulos clásicos: con el nombre de Astor Piazzolla y Mariano Mores aparece el tango moderno, coreografiado por la pareja de Gloria y Eduardo. Astor Piazzolla, con temas como "Años de soledad", "Invierno porteño", "Libertango", "Adiós Nonino", para dejar paso a Mores con su "Tanguera", "Taquito militar", "La calesita", "Frente al mar".
Más allá de la música
Si bien para los locales la música de por sí tiene entrañables resonancias, el diseño coreográfico que presentan los bailarines tiene variaciones personales que realmente provocan un estallido visual de movimientos sincopados. Más allá del lucimiento de los bailarines centrales, Gloria y Eduardo, las otras cinco parejas parecen definirse por un estilo particular que los divide entre el peso dramático del baile a piso y el vuelo etéreo de una coreografía que facilita la pirueta aérea.
No falta el canto en la voz de Sandra Cabal y Daniel Olivera. Ella, con un registro que le permite encarar temas exigentes de los que sale triunfante, y él en una cuerda que remite más al humor que al dramatismo de las letras.
Finalmente, actúa la orquesta dirigida por Carlos Marzán en el piano, con un conjunto de instrumentistas de lujo con Gustavo Toledo en contrabajo, Arturo Schneider en saxo y flauta, Andrea Gasparini y Juan de la Cruz Bringas en violines, y Tito Farías y Alejandro Previgliano en bandoneones.
Todo el conjunto conforma el gran epílogo para una noche de degustación culinaria.
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