“Merceditas”: un amor por correspondencia, dos pedidos de matrimonio y un “castigo” de Dios
Es una de las canciones más emblemáticas del repertorio chamamecero; esta inspirada en una historia real de corazones rotos
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A veces, las cosas no salen según lo planeado. Y si bien el universo tanguero podría ser el ideal para darle cobijo a la historia, este final, que no es feliz, fue contado con ritmo de chamamé. Es la historia de un amor (”como no hay otro igual”) que en la nostalgia y el recuerdo tiene el desarrollo de un cuento de hadas, pero cuando llegó el momento de formalizar, la libertad pudo más que el amor. Los protagonistas fueron un músico y compositor entrerriano y una bella joven de un pueblo de Santa Fe: Ramón Sixto Ríos y Mercedes Strickler Khalov. Quizás sus nombres no digan demasiado hasta saber que son protagonistas no solo de esta historia si no de uno de los chamamés más bellos: “Merceditas”.
Ramón Sixto Ríos nació en Federación, Entre Ríos, el 6 de agosto de 1913 y se instaló en Buenos Aires en 1930. En un especial del Canal Encuentro del programa Como hice... la cantante Perla Aguirre definió a Ramón Sixto Ríos como un hombre introvertido. Durante una de sus charlas, Ríos le contó que era músico en Radio Libertad y fue allí donde tuvo el primer contacto con Mercedes, aunque fue solo epistolar. Ella le escribió para pedirle una foto autografiada. El se la envió y también le dijo que le dedicaría una canción. Para 1939 comenzó la relación entre este joven de 26 años y la muchacha, tres años menor, de los pagos de Humboldt. En 1941 Ríos escribió la música, que fue grabada primero sólo como instrumental, por uno de los patriarcas del chamamé, Mario del Tránsito Cocomarola.
Tiempo después apareció la letra, que es la que cuenta el final de la historia. Los escenarios están cambiados, pero los hechos son los que allí se cuentan, de manera universal. Sin detalles. “Qué dulce encanto tiene /tu recuerdo Merceditas. / Aromada florecita, amor mío de una vez. / La conocí en el campo, allá muy lejos una tarde, donde crecen los trigales, Provincia de Santa Fe/”.
Ya en los primeros versos el final estaba anunciado: “Así nació nuestro querer, con ilusión, con mucha fe. / Pero no sé por qué la flor, / se marchitó y muriendo fue. / Amándola con loco amor./ Así llegué a comprender, lo que es querer, lo que es sufrir/ Porque le di mi corazón.”
La historia es la de un amor intenso y un desencuentro, aunque para los músicos, texto y música adquieren distintas connotaciones. Hay una Merceditas convertida en leyenda, hay una especie de cuento de hadas que no termina como el público espera. Hay una referencia a un amor puro. El acordeonista Raúl Barboza contó en aquel programa que una vez conversó con Merceditas por teléfono, pero nunca la vio personalmente: “Solo la conocí en alguna foto. Era como una especie de hada. Una ilusión. Pienso que es una imagen para todos los músicos que la conocieron y para los que no la conocieron, aún más”.
Para otro chamamecero de trayectoria, Antonio Tarragó Ros, la canción es como un rezo. “Energía que uno pone alrededor de un texto en busca de algo superior. Para encontrarse con Dios o con el amor. Y eso ocurre cuando uno la canta en un festival y ve que la gente la canta [en voz baja] con vos. ¿Qué más puede querer un autor que escribir un padrenuestro del amor, hecho canción, que todo el mundo lo hace suyo?”
La fundación de Humboldt, en el centro de la provincia de Santa Fe, data de 1869. Los que allí se afincaron fueron colonos alemanes y suizos-alemanes. En la plaza del pueblo se puede ver el apellido Strickler, en una placa que alista a las familias fundadoras. Mercedes, que terminó heredando las tierras de su abuela, es descripta como una joven muy independiente que llegaba al pueblo en moto. Se movía sola. Y si bien manifestaba su espíritu libre, se ceñía a las costumbres patriarcales de la época. Para finales de la década del treinta mantenía ese noviazgo a la distancia con aquel guitarrista entrerriano instalado en Buenos Aires, pero que tocaba con varias agrupaciones chamameceras en distintos puntos del país. Ese que había conocido en el Club Sarmiento de Humboldt. El, peinado hacía atrás, con gomina, vestía un traje cruzado; ella, de cabello suelto, un vestido blanco. Quizás en ese momento pasaron inadvertidos entre otros bailarines, pero la historia tomó tal magnitud que hoy puede ser amplificada como una de las escenas principales de una película. La belleza de la “gringa alemana” cautivó a Ríos.
Primero le escribió versos de “Pastorcita de las flores”, que dicen: “Allá en los campos solitarios vive la Pastorcita. La encantada Merceditas, que es leyenda entre las flores, que su mano ha cultivado. Ella es la rubia mía y todo el mundo lo sabe; lleva en sus manos un ramo de bellas flores silvestres y al verla así es que parece que son las flores sus manos o que sus manos florecen”.
No era un encumbrado poeta, pero con esas melodías que Ríos traía entre manos le alcanzó para escribir, tiempo después, las estrofas de “Merceditas” y terminar de darle forma a un gran éxito. Se podría decir que, luego del himno chamamecero “Kilómetro 11″, “Merceditas” se convirtió en el gran clásico del repertorio romántico, lento y dulce. Porque muestra una gran candidez, quizás esa misma con la que durante dos años se sostuvo aquel amor de poste restante.
Ríos pudo escribir un gran hit. Pero no logró quedarse con el amor de Merceditas. Una tarde de 1941 apareció en su casa con un par de anillos para proponerle matrimonio. Y ahí mismo todo terminó. Mujer adelantada a su tiempo, Merceditas no quiso perder su libertad. Lo rechazó y se limitó a decir que cuando le propuso matrimonio dejó de quererlo. También contó que se arrepintió.
Se despidieron en la terminal de micros de La Esperanza, pueblo cercano a Humboldt. Mercedes conservó todas las cartas que Ríos le envió. Pero en 1945 dejó de contestarlas. Él también dejo de escribirle. La última carta dice: “Llegaste hasta mí como una rosa muy blanca para dejarse deshojar entre tus manos y morirse así, muy dulcemente, casi con placer. No puede ser de otro modo, pues solamente las montañas no se encuentran, pero las personas sí y si puede ser que alguna vez nos encontremos, ya sea en esta vida o en la otra, siempre será grato tener un recuerdo amable de todo”.
El periodista Mario Markic entrevistó a Merceditas hace más de dos décadas para su programa En el camino, de TN. Allí ella le confesó que, como creía en Dios, cuando le iba mal Dios la castigaba. “¿Por qué?”, quiso saber el periodista. “Porque lo dejé”, respondió ella.
Ríos se casó con otra mujer y enviudó un par de años después. Tuvo una segunda oportunidad con Merceditas. En vano. A principios de la década del noventa volvió a la carga con su viejo amor. La invitó a Buenos Aires. La “aromada florecita” accedió a visitarlo. El volvió a proponerle matrimonio. Ella volvió a rechazarlo. Desde ese momento siguieron siendo amigos. Volvieron a las cartas y a las visitas, para la época de sus cumpleaños. Don Ramón Sixto Ríos le cedió los derechos de autor de su famosa canción. Murió a los 82 años, el día de Navidad de 1994. Mercedes Strickler Khalov partió siete años después, en su Humboldt natal. Nunca se casó.
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