Megadeth: el amor de los metaleros argentinos por la “la banda del Colorado” y su gran primera vez en el Movistar Arena
La banda de Dave Mustaine dio el primero de sus tres shows en el estadio de Villa Crespo; repite este domingo y el próximo martes
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El primer show de esta nueva visita de Megadeth a la Argentina tuvo el mal tino de caer en un sábado en el que no paró de llover desde la madrugada. Y sin embargo ahí estaba su público a partir del mediodía, haciendo una fila viboreante en la puerta del Movistar Arena para un show que empezó no menos de ocho, nueve horas más tarde, resguardándose como podía de las inclemencias del tiempo, un poco para llegar lo más adelante posible cuando se abrieran las puertas y otro poco por puro ritual, por el solo placer de cumplirle a Dave Mustaine.
Al fin se habilitó la entrada a eso de las seis de la tarde y el estadio de Villa Crespo se llenó de remeras de Hermética, de Iron Maiden, de Judas Priest, de Black Sabbath, por supuesto que no de Metallica y, desde ya, de todas las giras y todos los discos de Megadeth, con la mascota Vic Rattlehead en diferentes grados de deterioro. Amuchados en el campo trasero y un poco más sueltos en el delantero (salvo por los valientes que lo vieron muy, muy de cerca), los fans vivían un fenómeno que tiene que ver con la música pero más todavía con la identidad: a diferencia de lo que pasa con otras bandas y otros festivales, en los conciertos de Megadeth hay pocos paracaidistas, pocos advenedizos que tocan de oído.
Casi nadie va a ver al “Colorado” porque escuchó un tema en una radio, en una publicidad o en TikTok; todos tienen muy enredada la memoria emotiva con sus discos, y Mustaine lo sabe y agradece que le coreen los riffs, pero más aún agradece que quien va, no va a hacer otra cosa más que ver a Megadeth y a emocionarse con eso.
Porque sí, los metaleros se saltearon un poco la emoción con “The Sick, the Dying… and the Dead!” (uno de los dos temas que tocaron del disco homónimo de 2022 que vinieron a presentar; el otro fue “We’ll Be Back”, sobre el final) y con “Dread and the Fugitive Mind”, pero ya con “Skin o’ My Teeth” empezaron a intercalarse los gritos desaforados con las lágrimas de quienes en su momento encontraron en Countdown to Extinction (1992) una compañía. Lo mismo con “Hangar 18″, de Rust in Peace (1990), un clásico que según Wikipedia tiene ¡once! solos (es complicado saber con exactitud cuándo terminan algunos y cuando empiezan los siguientes) y que, por eso, sirvió de presentación para Teemu Mäntysaari, el reemplazo de Kiko Loureiro. El finlandés sabe que tiene que llenar unos zapatos muy grandes (por Kiko y por Marty Friedman, por siempre el guitarrista de Megadeth aunque la realidad diga lo contrario) y cumple con sobriedad: no le falta destreza ni tampoco presencia escénica, pero se mantiene medido incluso cuando está bajo los reflectores.
Lo que siguió fue una metralla de hits de la era clásica de Megadeth, tocados en velocidad y casi sin parar para respirar entre uno y otro: el acorde final de “In My Darkest Hour” todavía resonaba y el baterista Dirk Verbeuren ya estaba marcando cuatro para empezar con “Sweating Bullets”, y sin solución de continuidad llegaba el tándem indestructible “Trust”, “A Tout le Monde” (la “balada” cantada por todos con los brazos al cielo) y “Tornado of Souls”. Un poco más adelante, la gente se daba el gusto de entonar su célebre “Megadeth, Megadeth, aguante Megadeth”, sobre el riff de “Symphony of Destruction”. El cierre llegaba con la inesperada “Devil’s Island” y con “Peace Sells” y Vic Rattlehead sobre el escenario.
Eso, hasta que se hizo la hora de los bises y Mustaine salió con una Flying V con la bandera argentina para tocar “Holy Wars” (justo en un día en el que se hablaba de Tercera Guerra Mundial) y así redondear un concierto que apenas arañó la hora y media. La guitarra tuneada, más algunas palabras sueltas cuando el recital ya había terminado oficialmente, fueron los únicos guiños del “Colorado” al público argentino: agradecido sí, demostrativo no tanto, el cantante y guitarrista de 62 años sabe que sus seguidores no esperan de él discursos melosos o gestos demagógicos. Lo que quieren de él es lo que hizo: un solo con picking a un tranco imposible, un riff agresivo, un estribillo melódico al que puedan subirse y -al fin- un show intenso, breve y contundente que revalide los pergaminos de Megadeth como la banda auténticamente metalera que -dicho esto como un elogio- no mueve la aguja por fuera de la hermandad.
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