La relación de Martin Scorsese con la música –y particularmente con el rock y el blues– es de larga data. Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story, el documental que Netflix estrena este miércoles sobre la intensa gira de 57 conciertos por los Estados Unidos y Canadá que el músico de Minnesota llevó a cabo entre 1975 y 1976, es apenas un eslabón más de una cadena iniciada allá por 1977 con New York, New York, película ambientada en la Segunda Guerra Mundial y protagonizada por un saxofonista (Robert De Niro) y una cantante de jazz (la gran Liza Minnelli).
Un año más tarde, Scorsese daría el primer paso de un vínculo duradero con el rock a través de The Last Waltz, documental que registra el concierto de despedida de The Band, con apariciones estelares de Dylan, Eric Clapton, Joni Mitchell, Neil Diamond y Ringo Starr.
Ese camino continuaría más tarde con No Direction Home (2005), dedicado a reconstruir a lo largo de más de cuatro horas los inicios musicales de Dylan; Shine a Light (2008), película apoyada en un concierto de los Rolling Stones de 2006 con invitados como Jack White y Christina Aguilera, y la emotiva George Harrison: Living in the Material World (2011), también disponible en Netflix.
El creador de El lobo de Wall Street también produjo The Blues: Feel Like Going Home (2003), un ambicioso proyecto destinado a recorrer la rica historia de ese género clave en la tradición de la música de los Estados Unidos: trece horas de material muy valioso (música y entrevistas) distribuidos en siete películas documentales dirigidas por distintos cineastas de gran renombre, entre los que se cuentan el alemán Wim Wenders y el británico Mike Figgis, así como el propio Scorsese y Clint Eastwood.
Además, el veterano director neoyorquino (de 76 años) estuvo detrás de las cámaras de PoV (1990) y Live in Athens 1987 (2013), dos impactantes shows de Peter Gabriel, y Eric Clapton: Nothing But the Blues: An ‘In the Spotlight Special (1995), un exquisito viaje musical destinado a revelar el amor por el blues del eximio guitarrista inglés.
Pistas y señales de una pasión
Más allá de los trabajos específicamente documentales, las ficciones de Scorsese están plagadas de pistas y señales explícitas de su pasión por la música. En Buenos muchachos (1990), sobre el final de la historia, el personaje de Ray Liotta sufre la paranoia típica del cocainómano y cree que un helicóptero lo está siguiendo. De fondo, incrementando el ritmo cardíaco, se alternan Harry Nilsson y Mick Jagger, The Who y los Rolling Stones, George Harrison y Muddy Waters. Para Calles salvajes (1973) el cineasta logró convencer a Allen Klein, uno de los empresarios más poderosos de la industria musical en aquellos años, para que le cediera un par de temas de los Stones, sin dudas su banda favorita. Una prueba contundente: "Gimme Shelter" suena en Buenos muchachos, Casino y Los infiltrados (2006). No fueron simples caprichos. El cineasta suele usar las canciones para situar la acción en el tiempo y el lugar, evitando siempre los anacronismos. Y también refuerza notablemente el clima de cada secuencia a la que le agrega música. Un ejemplo: en Casino (1995), cuando se conocen Sam (De Niro) y Ginger (Sharon Stone) suena "Love Is Strange", tema de Mickey & Sylvia que anticipa lo que será una relación tóxica.
Scorsese también trabajó como supervisor del montaje del rockumental producido por MGM Elvis on Tour (1972) y fue el director de Bad, el famoso videoclip del hit de Michael Jackson. Usó "The Hands That Built America", de U2, en Pandillas de Nueva York (el tema fue nominado al Oscar, pero perdió con "Lose Yourself", de Eminem, de 8 Mile). Y recurrió a unos cuantos músicos para actuar en sus películas: Kris Kristofferson en Alicia ya no vive aquí (1974), Iggy Pop en El color del dinero (1986), David Bowie en La última tentación de Cristo (1988), Debbie Harry y Peter Gabriel en el film colectivo Historias de Nueva York (1989) y Gwen Stefani en El aviador (2004). Queda claro que hay pocos cineastas tan rockeros como él.
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