Martín Carrizo, el versátil baterista que se disputaban los grandes del rock local
En los 90 se destacó con A.N.I.M.A.L. y a fines de esa década se sumó a la banda de Gustavo Cerati para grabar y salir de gira con el álbum Bocanada; tocó con el Indio Solari y su banda, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, donde también dejó su sello como ingeniero y productor
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“Martincito, ¡aunque sea sacate la mochila y el guardapolvos!”. Eso le decía su mamá a Martín Carrizo, que murió este martes a los 50 años tras batallar contra la Esclerosis Lateral Amiotrófica, cuando volvía de la escuela a los nueve años y ni siquiera atinaba a tirar por ahí sus petates escolares antes de sentarse frente al equipo de música. Lo contó el baterista en una entrevista para el sitio uruguayo En Remolinos y así dejó en claro las razones por las cuales los músicos más convocantes de este país se lo disputaban para tenerlo en sus bandas: una pasión desbordada por escuchar, por saber más y por aprender a poner en práctica de la mejor manera ese conocimiento adquirido, sin limitarse en lo que a estilos respecta. “Yo de chico tocaba todo el día arriba de discos de Genesis, de A-Ha. Tenía locura mal por Soda (Stereo). Por The Cure, Simple Minds, Depeche Mode. Un año me la agarré con Bad, de Michael Jackson y lo tocaba todos los días de punta a punta”, dijo en la misma entrevista. Ahí estaba la clave de esa versatilidad que le permitió, entre otras cosas, revolucionar el metal sudamericano con A.N.I.M.A.L. para después tocar con Gustavo Cerati y finalmente destacarse en el rock “ortodoxo” que propone el Indio Solari.
Más allá de su infancia melómana y su adolescencia autodidacta, el público conoció a Carrizo cuando reemplazó a Aníbal Alo en A.N.I.M.A.L., justo antes de la grabación de Fin de un mundo enfermo (1994). El álbum -segundo del trío, después de Acosados Nuestros Indios Murieron Al Luchar, del 93- fue un quiebre, no sólo en la historia de la banda, sino en el devenir de la música pesada argentina: hasta ese momento el mainstream metalero (si se puede aplicar el calificativo a un género que por naturaleza circula lejos de los reflectores) todavía estaba relacionado con la diáspora de V8, el heavy clásico, cuando mucho algún experimento thrash o extremo para audiencias mínimas.
En Fin de un mundo enfermo llegaron al fin las influencias del groove metal y otros estilos similares que dominaban el heavy anglosajón (con bandas como Pantera o Biohazard) tras la abdicación de Metallica del trono purista con su Álbum Negro (1991). La cuestión era que para renovarse de esa forma se necesitaba un baterista versátil, completo, atento a lo contemporáneo y con una visión que excediera su instrumento y tuviera también cualidades de productor o ingeniero de sonido: eso fue Martín Carrizo para A.N.I.M.A.L., y nadie puede atribuirle a la casualidad que su primera estadía en el grupo (el mencionado Fin de un mundo enfermo y su sucesor del 96, El nuevo camino del hombre) fuera la etapa más próspera de la banda, con un éxito marcado en la Argentina y una proyección internacional que no había tenido ningún proyecto pesado local.
Carrizo dejó A.N.I.M.A.L. con el lógico aura de baterista de heavy metal. En ese plan sonaba lógico que lo convocara Walter Giardino para su proyecto neoclasicista Temple, con quienes grabó el disco homónimo en 1998. Sin embargo, poco después aquel influjo del pop -y puntualmente de Soda Stereo- que mamó en sus primeros años en la batería lo llevarían a un crossover que hasta ese momento parecía inesperado: Gustavo Cerati lo integró a su banda estable y con él grabó Bocanada (1999), un trabajo a años luz de cualquier cosa que Carrizo hubiera tocado (públicamente) hasta ese momento. “Una vez iba caminando por la calle, en la época que tocaba con Cerati, y se acercó un flaco con una remera de Hermética para decirme: ‘Carrizo... estás tocando con Cerati. ¿Sabés qué sos vos? Una batalla ganada por el metal’”, le contó en su momento a Página 12. Superada la sorpresa inicial, la audiencia heavy entendió que estaba ante un baterista con recursos que excedían por lejos los límites del género.
En ese contexto ya no llamó la atención que el Indio Solari lo convocara como ingeniero para Porco Rex (2007) y después también lo incorporara a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado: el público ya lo reconocía como un músico integral. De hecho a esa altura Martín ya era bastante más que un baterista: en 2000 había producido Alas, de Cabezones; al año siguiente se había encargado de todos los detalles del disco de su proyecto personal Pr3ssiøn y había trabajado con Abel Pintos, y en 2004 había vuelto brevemente a A.N.I.M.A.L. para tocar y producir Combativo.
Cuando Solari trabajaba en su show de Olavarría surgió la noticia de que Carrizo no sería de la partida por culpa de una “enfermedad que le impide tocar” que resultó ser Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), un trastorno del sistema nervioso que fue quitándole movilidad en forma progresiva. Tratamientos, terapias experimentales en Estados Unidos y diversos paliativos -junto al apoyo de toda la comunidad musical y el amor inquebrantable de su hermana Cecilia “Caramelito” Carrizo- lo mantuvieron optimista hasta sus últimas horas. La muestra está en que el pasado 3 de enero decía en Instagram: “¡Hoy es mi cumpleaños! La verdad pensé que no pasaba de Navidad pero acá estoy, estoy terminando de trazar un nuevo protocolo para seguir buscando mi cura definitiva”. Agradecido y activo hasta en la más absoluta adversidad, Martín no bajaba los brazos: “¡El 2022 me da muchas esperanzas! Sigo latiendo y respirando”.
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