LA NACION accedió a la intimidad del último concierto de la estrella de la música brasileña en el Arena de Río de Janeiro, antes de una extensa charla con ella, que llegará en septiembre a Buenos Aires como parte del flamante tour Portas
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RÍO DE JANEIRO. -“Tudo bem”, saluda Marisa Monte en el inicio de la charla extensa y distendida. Previamente, la cantante carioca, una de las referentes de la música brasileña de mayor trascendencia en su país y en buena parte del mundo en las últimas décadas, recibió a LA NACION minutos antes de brindar su primer concierto de Portas, su último material, en el Arena de Río de Janeiro, el monumental estadio ubicado en Barra de Tijuca, una de las zonas más coquetas de la ciudad.
La presentación forma parte del tour que incluye a Europa, Estados Unidos, Chile, Uruguay y México, y que el 23 de septiembre hará escala en el teatro Gran Rex de Buenos Aires.
-¿Cómo definirías Portas?
-Son elementos simbólicos de apertura, de pensamiento, de transformación y de alternativa. Las “portas” es lo que uno decide y también son internas, un mundo de imaginación, creatividad, de poesía que, de alguna manera, ayuda a la gente a trascender la cotidianidad tan difícil y que permita una existencia más interesante, con más posibilidades.
Resta más de una hora para el concierto y el backstage luce solitario, en llamativa calma. Hace un rato fue la prueba de sonido, ahora es tiempo de concentración en los camarines. Todo es amplio y generoso, al estilo del “maior pais do mundo”. Marisa interrumpe la preparación ritual en su camarín para saludar con amabilidad y obsequiar su último disco, gentilmente autografiado y dedicado con el nombre del destinatario.
Afuera, el tránsito es un infierno. Para paliar los problemas de movilidad, las inmensas autopistas están acompañadas por los carriles del “Transcarioca”, una línea de ómnibus que circula con una modalidad similar al Metrobus de Buenos Aires. Llegando al estadio, la cosa se complica aún más: una extensa hilera de vehículos se acerca al Arena en busca de un lugar en el estacionamiento infinito. Garúa, pero nada opaca el entusiasmo del público variopinto que llega para presenciar el concierto de quien fuera una de las integrantes de Tribalistas, la exquisita agrupación en la que también participaron Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown.
Familias enteras, parejas, grupos de amigos y hasta algunos exponentes de la adultez mayor irán colmando de a poco el estadio cubierto cuyo “campo” está poblado por mesas y sillas, al estilo de un enorme café concert. El escenario a oscuras luce minimalista, en contraposición a lo que sucederá luego, cuando las pantallas estallen de colores.
-¿Qué posibilidades encierran las puertas interiores a las que te referís?
-Tiene que ver con conectar con un mundo mejor. A veces tiene que ver con factores externos y otras no.
Esa filosofía es la que encierra un material expandido en sus posibilidades poéticas y a partir de sonidos de esencia muy diversa. Por otra parte, también es lo que se conjuga en los conciertos, donde el repertorio va en busca de cada una de las épocas de la cantante.
Faltan pocos segundos para que comience el show. Los músicos se van acomodando, mientras el público, con respeto y hasta timidez, comienza a vivar a su ídola, esa mujer que se plantará firme en el escenario para cantar lo suyo.
Si el trabajo estético del material estuvo sostenido en la paleta de colores de la artista plástica Marcela Cantuária, esos tonos rebosantes de trópico también acompañarán la actuación a partir de una puesta en escena concebida por la cantante, junto a Claudio Torres y Batman Zavareze.
Frente, laterales, techo y piso del escenario serán tapizados por oníricas y sugestivas texturas proyectadas que, incluso, bañarán el cuerpo de la cantante, quien escogió tres cambios de vestuario para plantarse frente al público. De los brillos estridentes a lo opaco, en un viaje de múltiples posibilidades. Por momentos, algunas escenas sumergen al espacio en un ámbito sugestivo y simbólico.
-En Portas aparecen sonidos más acústicos que dialogan con otros de producción, una mixtura bien interesante.
-Tiene muy pocos elementos electrónicos y los instrumentos acústicos fueron tocados muy humanamente. Se grabó durante la pandemia, lo cual significó un desafío muy grande.
Debido a los confinamientos impuestos como protección ante el Covid, la grabación de algunos tramos del material se llevó a cabo con cada músico tocando en un lugar diferente, en lo que implicó un arduo trabajo de concentración y vínculo a través de las plataformas de video comunicación. “Cuando nos volvimos a juntar, lo hicimos con mucho cuidado, usando protecciones, máscaras, todo muy pensado y comprometido, pero era necesario. Volvernos a encontrar para tocar, luego de ocho meses donde todo estaba desolado, fue un milagro y un alivio poder cumplir con esas ganas de estar juntos. Este disco tiene que ver con el encuentro, con el diálogo colectivo y musical”.
Los tiempos apocalípticos que atravesó la humanidad encuentran una contrapartida en las letras de Marisa Monte, acaso como un acto de resistencia desde la elegancia y la sutileza de su arte: “Le hablamos a la naturaleza y a la intuición, y a un mundo sentimental, al propio imaginario”.
La grabación remota también incluyó el corte “Vento Sardo”, registro realizado en Madrid y Barcelona, con Jorge Drexler. Este título será presentado como single, dándole una autonomía con respecto al resto del nuevo material de Monte.
En escena, la banda suena extremadamente prolija y poderosa, a la vez que apela a la sutileza que exige la voz de la cantante. A pesar de la notable prolijidad, hay mucho de la frescura de una jam session con amigos.
La banda que la acompaña está conformada por músicos de prestigio. Algunos de ellos son íconos de la música brasileña como Dadi, a cargo del bajo, teclado y guitarra o el guitarrita Davi Moraes. En igual línea, completan la agrupación Pupillo (batería), Pretinho da Serrinha (percusión, cavaquinho y voz), Chico Brown, nieto de Chico Buarque, (teclado, guitarra, bajo y voz); Antonio Neves (trombón, adaptación y arreglos), Eduardo Santanna (trompeta y flugelhorn) y Lessa (flauta y saxo).
-Para el público, el regreso a esa presencialidad implica el vínculo no sólo con el artista, sino con el convivio con los demás.
-Para el público es muy importante salir de casa para ver un concierto, implica una vuelta a la vida social y cultural, algo que todo el mundo quería, es un alivio y una alegría en todos lados. Es algo muy importante para el ser humano.
-El 23 de septiembre estarás, una vez más, en Buenos Aires. ¿Cómo te predispone esta nueva llegada a nuestro país?
-Llegaré a Buenos Aires con el comienzo de la primavera y eso siempre es una celebración. Siempre he sentido mucho amor allí. Amo ir a Buenos Aires y cantar para el público porteño, que tiene tanto calor. Hay un diálogo que se genera entre mi música y el público de la ciudad.
Inspiración
-Sos compositora de gran parte de tu repertorio. En vos, ¿dónde aparece la inspiración? ¿El dolor estimula más que la felicidad?
-La creación es un proceso de los estados sentimentales, pero también de la felicidad. No se trata de plantearse escribir sobre algo puntual, sino que acontece, se escribe sobre el propio mundo. Puede ser sobre una posibilidad simbólica como el agua o bien sobre algo puntual que sucede.
-No existe una fórmula.
-No hay fórmula, la creación tiene vida propia, nunca se sabe. Lo mismo sucede con lo que le puede interesar a la gente.
-Se dice que las cantantes más grandes de Brasil son Elis Regina, Gal Costa, Maria Bethânia y Marisa Monte. ¿Compartís esta aseveración?
-Hay muchas otras, podemos mencionar a Carmen Miranda, Elizeth Cardozo... hay muchas mujeres increíbles que abrieron el camino.
-Si pensamos en décadas anteriores, cambió mucho el rol de la cantante, ¿no?
-Tiene que ver con acompañar los tiempos sociales. Antes, la mujer no componía y solo cantaba, hoy eso no es así. Hay compositoras como Adriana Calcanhotto que son muy importantes. La presencia femenina en la música brasileña cambió mucho. Incluso, Chico Buarque, que compuso muchísimo para Maria Bethânia, escribía personajes femeninos.
-¿Te definirías como feminista?
-Soy feminista en la práctica, porque soy una mujer que trabaja en un medio donde primó lo masculino, pero que protagoniza su propia historia desde hace muchos años. La mujer ha ganado un liderazgo y los roles se reparten de manera horizontal, por eso pienso que la igualdad debe darse en la práctica. De todos modos, aún hoy, hay muchas mujeres que no tienen voz.
Política
-Sobre el final del concierto en el Arena de Río de Janeiro, tuviste palabras críticas con respecto a la gestión de Jair Bolsonaro.
-No es posible que un político, que el líder de un país defienda las armas, la tortura, la homofobia y que no se vacune. Hay que elegir políticos que tengan valores humanistas, que defiendan la democracia, la tolerancia, la salud y la ciencia, el cuidado del medio ambiente, el apoyo a la cultura, valores básicos.
-Valores que no serían defendidos por Bolsonaro...
-No, para nada, ni siquiera se vacunó. Bolsonaro es el único líder mundial que dice que no se vacunó. Es impresionante eso. Ya ni siquiera se trata de cuestiones políticas, sino humanas.
Intimidades
Más allá de los escenarios, Marisa Monte lleva una vida cotidiana poco mundana y abocada a la vida familiar, atenta a su pareja y a las demandas de sus dos hijos, de 19 y 13 años.
-¿Cómo se compatibiliza él ámbito personal con las giras, los conciertos y las grabaciones?
-Mis hijos se van independizando, pero la pandemia ayudó a estar juntos mucho tiempo. Para mí es importante la vida familiar.
-El tango dice “siempre se vuelve al primer amor”. En tu caso, viviste en Italia y en Nueva York, pero el vínculo con Río de Janeiro nunca se rompió. Sos una cariosa de pura cepa nacida en esta ciudad que es ese amor al que volvés una y otra vez. ¿Qué te da Río?
-Estuve afuera por trabajo viviendo algunos meses, pero nunca pasé años fuera de mi ciudad. En Río de Janeiro me siento en casa. Mis raíces están aquí. Acá está mi historia y mi cultura, mi familia y mis amigos. Acá están esos lugares a los que voy siempre, cada ciudad tiene sus secretos.
-Los aromas.
-Las flores, las frutas...
-Ser una figura tan relevante, ¿te impide recorrer libremente la ciudad?
-No, para nada. Mi público es muy cariñoso y me respeta mucho. Hago lo que quiero, salgo de compras y hasta voy al supermercado o al shopping.
-En tus épocas de estudiante, trabajaste en el musical The Rocky Horror Show, dirigido por Miguel Falabella, muy reconocido en Argentina. ¿No te interesó seguir la carrera de actriz?
-No es mi especialidad, me interesa más la música. De todas maneras, mis shows tienen bastante carga dramática, un concepto operístico. Eso me satisface.
-Tus conciertos tienen la idiosincrasia de una puesta teatral.
-Algo de eso. Portas es bastante operístico.
-De hecho, te interesan mucho las artes plásticas y mucho de eso se ve en la puesta en escena del show.
-Me interesa eso, la dramaturgia, la plástica. Voy en busca de todos los lenguajes que puedan potenciar el diálogo con el público.
-¿Encontrás alguna diferencia entre el diálogo con tus seguidores que establecés hoy como solista y el que se generaba cuando integrabas una banda como Tribalistas?
-En realidad, Tribalistas no era una banda, sino un proyecto de tres artistas con carreras individuales que se unieron para algo en común. El vínculo con la gente es el mismo, pero para mí es un descanso al trabajo como solista.
Luego de un par de bises, Marisa Monte y sus músicos abandonan el escenario, espacio que vuelve a cobrar tonalidades grisáceas que se contraponen con lo estruendoso del arcoíris carioca que sembró de vida el show. Con el mismo orden con el que ingresaron, los fanáticos se van. No hay histerias. Saben que tienen el privilegio de habitar el mismo suelo de la estrella que, una y otra vez, hace de Río de Janeiro su lugar en el mundo. Por eso, aunque muchos la cataloguen como “diva”, ella se empecina en hacerse notar solo con su arte.
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