La cantante conversó con LA NACION sobre sus próximos conciertos en la calle Corrientes, en los que avanzará sobre un repertorio que también incluye bolero y folklore; el deseo del amor, el recuerdo su vida en la Casa del Teatro y una infancia en la que soñaba ser bailarina
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“A esta altura de mi carrera me sigue un público muy variado, gente de distintas edades. Están los que me acompañan desde hace tantos años, pero también hay jóvenes y hasta niños, algo que me pone muy feliz. Los seguidores son muy consecuentes, eso es muy importante para una artista que lleva mucho tiempo en esto”.
-¿Usted es consciente de la relevancia de su nombre y de su peso como referente de la música nacional?
-Mejor que no sea consciente. Creo que, cada vez que uno sube al escenario, se encuentra con otro público y el show se convierte en algo nuevo, por eso siempre estamos estrenando. Cuando comienzo a interpretar una canción, siento que lo hago por primera vez, ya que nunca canto igual y el público cambia, es una renovación continua. Entonces lo único que vale es ese momento.
Simpatiquísima, María Graña llega a la charla con LA NACION enfundada con un atuendo canchero y estudiado. La entrevista se lleva a cabo en un bar ubicado en la porteñísima esquina de San Juan y Boedo, espacio empático con su arte atravesado por el tango argentino, aunque, en los últimos años, ha decidido poblar su repertorio con algunos otros géneros como el bolero o el folklore, de los cuales también se siente muy hermanada. Esa paleta de colores es la que la excelsa cantante ofrecerá el 8 y 29 de septiembre, en los dos conciertos que tiene programados en la sala del teatro Astros.
Los shows llevan por título Volvió una noche, aunque, a diferencia de aquella canción, a ella sus fanáticos sí la esperan una y otra vez. “Encontrar un lugar para actuar es maravilloso, más allá de si se trata de un sitio grande o pequeño”, sostiene la intérprete, quien debió agregar la segunda fecha ante una primera función con localidades agotadas.
-¿Cuál será el repertorio de los conciertos en el Astros?
-Habrá perlitas, pero no te las voy a adelantar.
-Obviamente...
-Queremos que la gente salga y el público venga a la calle Corrientes a ver a sus artistas. En lo personal, amo a los artistas que trataron de hacer lo que pudieron en estos dos últimos años, ya que los primeros en ser castigados fuimos nosotros. Por eso, siento que lo más importante es la unión entre nosotros, los que estamos en el género de variedades.
-¿Cómo transitó la pandemia?
-No la pasé bien, pero traté de enfocarme en otra cosa.
-¿En qué?
-Me puse a escribir. Estoy tratando de redactar mis memorias, pero son muchos años, cincuenta años, tengo tantas anécdotas...
-Su bitácora sería ineludible para los melómanos...
-En la Botica de tango (el programa de Eduardo Bergara Leumann) me encontraba con Rosita Quiroga, quien me decía que tenía que cantar “Alfonsina y el mar”.
Imita a Rosita Quiroga con gracia, muy alejada de la imagen más circunspecta que la cantora profunda ofrece en el escenario, y arremete con más remembranzas. Cuenta experiencias sublimes con la naturalidad de una grande que transitó su camino junto a artistas de su talla: “En Tango Argentino canté con Elba Berón y Jovita Luna y los cantantes eran Raúl Lavié y Roberto Goyeneche”. Además, estaba Horacio Salgán.
-Y Virulazo y Elvira...
-Y Juan Carlos Copes y María Nieves. Estaban todos los bailarines.
¿Dejar el tango?
-María, usted dijo, antes de los conciertos en el Auditorio de Belgrano que ofreció el año pasado, que se despedía del tango. Lo tomamos como una mentirita piadosa.
-Bueno...
-No importa, María.
Se sonríe cómplice, mientras pide una gaseosa alimonada y hielo.
-No hay tal despedida del tango. No se lo podemos permitir.
-Lo que sucede es que, desde que fallecieron mi mamá y mi papá, hay tangos que me duelen mucho cantar y no me quiero quebrar en el escenario. Anhelo mantener el disfrute de lo que estoy haciendo y no sufrir.
Desde hace tiempo, Graña está acompañada por Esteban Morgado Cuarteto, la agrupación dirigida por el notable guitarrista, compositor y arreglador, quien conoce como nadie su tempo escénico. Además, Morgado y su familia son un puntal en la vida de la cantante más allá de lo artístico.
Tiene 69 años y lleva medio siglo de carrera profesional. La apodaron “la reina del tango”, trono monárquico que detenta aún hoy. “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna”, dicen las estrofas del poema de Homero Manzi, el escriba que identifica a la barriada donde María Graña se encontró con LA NACION.
Sin embargo, y a pesar de sus años de trayectoria, la cantante va en busca de nuevos sonidos. Ahora es el turno del bolero romántico por esencia y el folklore telúrico, sin abandonar a la música ciudadana. Es ese vaivén detrás del deseo el que la convierte en una artista siempre joven. “En la búsqueda está el crecimiento. Deseo cantar folklore y boleros, darle un vuelco distinto a mi carrera”.
-¿Cómo recibe el público las nuevas facetas de su repertorio?
-Muy bien.
-A veces, los seguidores encorsetan las carreras de sus ídolos y al encasillar imposibilita alguna búsqueda estética nueva.
-Lo que sucede es que, en el programa de Bergara Leumann cantaba de todo, porque él me pedía eso. Me respetó mucho como artista y yo lo respetaba a él. Me decía “te voy a poner un tema cheque”.
-Y era un éxito.
-Sí.
Menciona su afición por la música brasileña, el amor por Chico Buarque. “Mis abuelos fueron una escuela, ya que me hacían escuchar mucha música. A mi abuela le gustaba el folklore y Julio Sosa y a mi abuelo, de parte de mi mamá, le encantaba el tango, pero también me hacía escuchar discos de pasta de Frank Sinatra, Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald, toda esa gente me fue dando forma”.
Como encendida
-Tengo entendido que usted está muy actualizada en cuanto a nuevas cantantes, como Lady Gaga.
-Por supuesto, me interesa escuchar a las nuevas generaciones de artistas. Te digo más, creo que soy la Madonna del tango.
-A su edad, ¿se piensa en el amor?
-¿Por qué no? Aunque tiene que llegar el príncipe azul, y si no es azul, que sea verde.
-Debo reconocer que me sorprendió.
-La persona que sea me tiene que conocer mucho, porque yo soy muy jodida…
-Si se trata de salir con María Graña, que el candidato se aguante lo que sea.
-Hablando en serio, nunca se sabe cuáles son las vueltas de la vida, pero ahora mi prioridad es disfrutar de mis nietos, lo otro, si llega, bienvenido.
La cantante tiene cinco hijos, también dedicados a la música. Primero llegaron los trillizos, fruto de su matrimonio con Juan Carlos, el marido al que apodó “Juan Carlos de Borbón” y con quien mantiene un buen vínculo. Su segunda relación fue con Mochín Marafioti, el recordado conductor radial y melómano, fallecido en 1997, con quien tuvo dos hijos.
-Le debe resultar muy sano mantener un buen vínculo con su ex.
-Hubo muchas terapias antes, hubo que trabajarlo mucho, pero nunca es tarde cuando la dicha es buena. Lo bueno es que nos respetamos y valoramos.
-¿Siempre fue así?
-El me respetó como artista y yo a él porque era el padre de mis hijos.
-¿Él volvió a formar pareja?
-Sí, se reencontró con su primera novia.
-¿Usted tiene vínculo con ella?
-Sí, por supuesto.
Resiliencia
-Se la percibe de muy buen ánimo, físicamente muy bien. ¿Cómo está?
-Después de todo lo que pasé, estoy muy bien.
Graña comienza a cantar el hit de Luis Miguel, “de pronto flash, la chica del bikini azul”. Toda una señal de vitalidad.
-María, usted vivió, durante un tiempo, en la Casa del Teatro. Incluso se la vio en diversos videos cantar para sus compañeros de la institución. Su actitud de mostrar su realidad fue de una gran valentía.
-¿Quién no tiene un momento en el que no sabe bien qué va a hacer de su vida? Todos tenemos bajones. Son experiencias, experiencias muy valederas. A mí me ayudó estar en la Casa del Teatro, encontré gente maravillosa, que me dio mucho cariños y respeto. Linda Peretz (presidenta de la institución) es un sol, una amorosa.
Graña estuvo menos de un año hospedada en la Casa del Teatro, sin discontinuar su actividad profesional e incluso haciendo giras por Brasil y Colombia durante ese período. “Allí está Graciela Susana, una gran cantante”, cuenta.
-Usted ha contado que sufrió diversos vaivenes emocionales...
-Creo que todos, en algún momento, nos hacemos preguntas que, quizás, no tengan respuestas. Todos tenemos momentos de felicidad, pero nadie es el dueño de la felicidad. La felicidad es de minutos y, cuando se la tiene, hay que aferrarse como a un tesoro, como yo me aferro ahora a mis nietos. Ellos son mi felicidad en este momento.
-¿Estar en paz es un estado más profundo y duradero?
-Estamos en paz cuando nos acercamos a las personas que queremos.
La nueva guardia
-¿Existe una renovación de cantantes femeninas del género?
-Las hay, pero al no haber un programa de televisión o difusión masiva, se pierden. También sucede con los cantantes. Hay muchos artistas jóvenes que me vienen a ver y lamentan no tener espacios para hacer lo suyo.
-Se extrañan los ciclos televisivos dedicados al tango.
-Se añora mucho todo eso. Con Juan Alberto Badía hice programas excepcionales, era un amor de persona.
-Hoy La peña de morfi reemplaza ese lugar.
-Faltaba un programa así que reemplazase a Badía y Cía, ya que él fue un precursor al llevar a los artistas tocando en vivo.
María Graña recorrió el mundo con su arte. Estados Unidos, Europa y hasta Japón disfrutaron de sus interpretaciones. Durante ocho años integró el elenco de Tango argentino, aquel espectáculo elegante creado por Claudio Segovia y Héctor Oresoli, que recorrió los mercados internacionales con notable repercusión. En Estados Unidos la bautizaron como “la Judy Garland del tango”.
“Claudio Segovia fue el director que me enseñó a manejarme en el escenario. Me dijo: ‘vos tenés que cantar también con el cuerpo’. Eso fue una vuelta de hoja, porque fue como una enseñanza de un libro escrito por alguien impresionante. Ahí encontré que tenía otra cosa para dar. Me marcó muchísimo”, reconoce.
Además de integrar la troupe del recordado show, Graña también viajó sola, como cuando se presentó en Tokio, a partir de la convocatoria del prestigioso bandoneonista Ryota Komatsu: “Lo conocí cuando fui a hacer Piazzolla-Gardel en el Carnegie Hall, acompañada por José Ángel Trelles, persona a la que amo”.
-¿Qué considera que conmueve de su trabajo y del tango argentino en los públicos del mundo?
-El tango tiene una energía que otros ritmos no tienen. El bandoneón te atraviesa. Por eso Ryota Komatsu, luego de verme en Nueva York, me llevó a Japón.
-La atmósfera del tango es shakesperiana, teniendo en cuenta la tragedia que buena parte del repertorio del género suele abordar.
-La música es maravillosa, pero los versos son muy fuertes.
-¿Cuál es la estrategia de la cantante para que esa poesía excelsa, pero desgarrada, no le atraviese la emocionalidad? ¿Cómo se separa la vida del arte?
-Cuando terminaba de cantar “Canción desesperada”, me iba del escenario y no volvía más. La gente no entendía qué pasaba. Son temas muy fuertes que me conmueven. También me encanta el flamenco, que tiene una fuerza impresionante.
Sus orígenes
-Decía que había tangos que les recordaban a sus padres...
-Es que mi papá cantaba en mi casa.
-Tengo entendido que era un gran cantor amateur.
-Tenía una voz maravillosa, con un registro similar al de Antonio Tormo. Fue tan grande lo que él volcó en mí... Silbaba todo el día. Recuerdo que los domingos, antes de ir de visita a la casa de mi abuela, lustraba los zapatos y silbaba. Hay muchos tangos que me recuerdan a él.
En 1971, Graña debutó en la orquesta de Osvaldo Pugliese, aquel prócer de la música que fue censurado por su simpatía con el comunismo y que, en tiempos de cancelación de su arte, sus músicos tocaban sin él, representado con una flor roja sobre el piano.
El maestro, de semblante cándido, la rechazó la primera vez que la vio dado que aún era una jovencita menor de edad. “Tenía 16 años cuando lo fui a ver”. Dos años después, superado el “escollo”, la aceptó, convencido de sus cualidades. De ella Mercedes Sosa dijo que era “la mejor” y con La Negra grabó “Nada” en Cantora, el material de duetos soberbios que registró la recordada cantante tucumana. “Creo que la experiencia con Mercedes me impulsó a grabar boleros”.
Dispuesta a continuar con la charla, pide otra gaseosa y arremete: “¿Te cuento algo?”.
-Digame, María.
-Yo no quería ser cantante, quería ser bailarina, bailar en el Colón.
-No me diga eso...
Menciona su admiración por Julio Bocca y comparte las ideas de Eleonora Cassano en torno a los sacrificios del artista. “Estudié danzas de chiquita pero, como tenía problemas de bronquios y me fatigaba, me mandaron a estudiar canto”.
-Descarto que hubiese sido una bailarina estupenda, pero nos hubiéramos perdido su voz.
-La música es mi forma de vivir. Y es una manera de vivir muy libre ya que nunca me dijeron lo que tenía que cantar, sino que canté siempre lo que quise.
-Es inevitable que el público le pida su enorme versión de “Caserón de tejas”, uno de los temas más emblemáticos de su repertorio. ¿Alguna vez le ha molestado cantarlo?
-Hubo una época en que sí me pesaba, pero como ahora lo canta mi nieto, ya no me molesta más.
Rápida de reflejos, Graña dice aquello de “nos llama mamá”, imitando a su nieto, pero con afinación perfecta. Una delicia privilegiada para los comensales que están cerca de la mesa que ocupa en el bar de Boedo. Afuera, todo es vertiginoso, una ciudad enardecida que se pierde lo que sucede en este oasis con aroma de café.
-¿Cómo llega a usted ese tema?
-Estaba haciendo un programa de Andrés Percivale en Canal 13, que se llamaba Las dos caras de Andrés, famosísimo en su época. Una noche, me tocó hacer un popurrí de temas de Sebastián Piana y Cátulo Castillo.
-Autores de “Caserón de tejas”.
-Exacto. Por eso un fragmento de la canción integraba ese popurrí. Me gustó mucho y después decidí grabarlo completo e incluirlo en mi repertorio, sin saber que el público le iba a decir que sí.
-¿Alguna vez le dio vacaciones?
-Jamás, el público no me deja. “Caserón de tejas” y “Canción desesperada” no las puedo dejar.
Aquel concierto del Auditorio de Belgrano del año pasado conformaría el primer disco digital de la cantante. “Ya perdí la cuenta de los discos que grabé”.
-Esteban Morgado te acompaña desde hace años, ¿cómo es el vínculo entre ustedes?
-Es amoroso. Nos divertimos mucho, en el escenario lo pasamos muy bien. Lo cargo y le digo que es famoso.
-Usted, ¿cómo se ha llevado con la fama?
-Yo no soy famosa...
-¿Prestigiosa?
-Puede ser...
-¿El paso del tiempo es un problema?
-¡Uh! De eso no hablemos. Los años no pasan en vano.
-María, usted se sube al escenario con esa voz y es una epifanía lo que allí sucede.
-Sí, pero cuesta moverse, tengo que salir a caminar porque tengo unos kilos de más que me ponen mal, porque siempre fui delgada.
Luego de los conciertos en el Astros, llegará una nueva gira que también pasará por Uruguay. “Tengo que trabajar para comprarme mi casa rodante para salir a cantar con Morgado”, remata.
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