Marcela Fiorillo: “La música de Piazzolla tiene mucho de Chopin”
La pianista, radicada en Australia, se refiere a la obra de Astor y a su compromiso en la difusión de la música argentina en el mundo
Hace una década ya que la pianista argentina Marcela Fiorillo vive en Canberra, Australia. “Estadía larga”, la llama ella, con la perspectiva de volver a su país. Lo cierto es que, lejos de darle la espalda, la labor pianística de Fiorillo incluye una sostenida difusión de la música clásica argentina que, a menudo, adquiere la forma de un ejercicio contra el olvido. Sus trabajos discográficos dan cuenta de esta labor, a lo que se suma una agenda activa de conciertos dedicados a dar a conocer autores de estas latitudes en Estados Unidos, Francia, China o Tailandia, sin por eso desatender otras pasiones: Beethoven, Chopin, Scriabin.
Hoy y mañana Fiorillo presentará Piazzolla Tango, un homenaje a la música de Astor con una selección de sus piezas en arreglos propios para piano. El repertorio incluye clásicos como “Oblivion” y “Adiós Nonino”, “Otoño porteño”, “Romanza del duende poeta y curda” (extraída de la operita María de Buenos Aires, que la pianista estrenó en Australia en 2008) y “Tangata”. Esta última, explica, “compendia todas las influencias existentes en la música de Piazzolla: el contrapunto de Bach, las armonías de Ginastera y el jazz”.
–¿Cómo llegó a incursionar en Piazzolla?
–Ocurrió en los años 90, cuando alguien me pidió que tocara una obra suya y le dije: “no, tango no toco”. Insistió, me trajo el manuscrito de la cadencia de “Adiós Nonino” y me pareció fascinante. En Piazzolla encontré un lenguaje que aceptaba el pianismo clásico sin combatirlo, al que podía incluso nutrir. Desde entonces, me enamoré de la pasión que tiene su música, del desborde, del ritmo desafiante.
–¿Cómo valora la colaboración de José Bragato en su versión de María de Buenos Aires?
–Le estoy muy agradecida de que, con 90 años, se haya puesto a escribir arreglos –a mano, porque no escribe en computadora– para el estreno de la obra. Bragato hizo los primeros arreglos para difundir la música de Piazzolla, a la que llevó a las cuerdas. Han aparecido otros muy buenos, pero creo que los suyos son imbatibles porque la llevan a un lenguaje camarístico y académico sin transgredir su esencia.
–¿Entiende el arreglo como una forma de escribir su propia escucha?
–Sin dudas. Yo tengo oído absoluto, de modo que siempre escucho primero lo que después toco. Cuando hice el arreglo de “Oblivion”, por ejemplo, me pareció que el bajo del “Estudio Revolucionario” de Chopin le sentaba bien a la estructura y, al mismo tiempo, era una forma de homenajear lo revolucionario que fue Piazzolla musicalmente. Entonces, decidí incluirlo. No fue algo premeditado desde el intelecto sino desde el oído. Piazzolla, por otra parte, tiene mucho de Chopin. Su música se presta para el piano porque es asimilable al lenguaje del siglo XIX, debido al lirismo y la belleza de las melodías constantes.
–¿Cuál considera que fue la contribución más significativa de Piazzolla al tango?
–Su revolución está basada en ritmos absolutamente sincopados, más elaborados que los del tango tradicional, en armonías que están relacionadas con el jazz y la música clásica, en un gran manejo del contrapunto y una instrumentación novedosa. La mayor contribución consistió en un enriquecimiento del lenguaje, que logró tender un puente entre la música popular y la académica.
–Usted ha tocado piezas de Tom Jobim, músico que también vinculó ambas tradiciones. ¿Encuentra algún paralelismo entre las dos figuras?
–Creo que es muy importante para Brasil lo que Jobim ha hecho con su música, pero quizás la labor de Gismonti sea más equiparable a la de Piazzolla. Salir del estereotipo de lo que es un músico clásico o popular ha hecho que se los escuche masivamente, y ambos lo hicieron por ser fieles a sí mismos. Lo que es llamativo es que un hombre como Piazzolla necesitó llegar a Francia y que Nadia Boulanger le dijera: “Deje de tratar de ser un Ginastera de segunda y sea lo que usted es, un bandoneonista de tango”, cuando él se sentía poco menos que avergonzado de eso, según contó. Me parece que el suyo es un caso entre otros tantos de músicos que tuvieron que irse al exterior para ser reconocidos aquí.
–¿Siente la responsabilidad, como música argentina, de rescatar a compositores cuyas obras corren el riesgo de perderse?
–Desde la primera vez que viajé al exterior, mi labor fue la difusión de la música clásica argentina. Todo el mundo conoce a Piazzolla y a Ginastera, pero es bueno que estos compositores abran la puerta a otros menos conocidos que tienen, en muchos casos, la misma relevancia, como Roberto García Morillo, Antonio Tauriello, Alberto Williams, Roberto Caamaño o Juan Carlos Zorzi. Conservo una vieja partitura de una obra de Jacobo Ficher, “Canción triste”, que simboliza lo que ocurre con la música argentina, porque está completamente carcomida. Es la historia de muchos compositores cuyas obras terminan en el placard de algún familiar, o en el archivo de editoriales que no las reeditan y que, si no fuera por el trabajo de musicólogos o de músicos que las graban, se perderían. Todavía queda mucho camino por recorrer en el proceso de concientización para que nuestra música no desaparezca.
Marcela Fiorillo
presenta Piazzolla Tango
Funciones, hoy y mañana, a las 21
Clásica y Moderna, Callao 892
Entrada, $ 180 (más una consumición mínima de $ 180)
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Del “tango no toco” a sus conciertos de hoy y mañana hay un trecho. Once años atrás, aquí en Buenos Aires, la pianista registraba Tango, su primer álbum consagrado al dos por cuatro. “Fuimos”, “El día que me quieras”, “Tango”, “Milonga del Angel”, “Taquito militar”, “Uno” y “El último café”, entre otras piezas, conforman aquel disco que marcó un nuevo comienzo en la trayectoria de la pianista.