"Yo suscribiría la versión de Leonard Cohen: «El arte es la ceniza que queda en tu vida cuando ésta arde bien». La vida es lo importante y el detalle es crucial, y solo un verdadero testigo ocular se percataría de los detalles aparentemente insignificantes. Cuando trasladás esos detalles a las canciones, les otorgan autenticidad. Creo que uno no tiene mucho control sobre lo que permanece o no en la mente, y es la azarosa naturaleza de la memoria lo que te da una voz original". Las palabras son del músico Jarvis Cocker y yacen en su prólogo a Madre, hermano, amante, ese libro en el que reunió tanto sus composiciones solistas como los inolvidables himnos de Pulp.
El arte que arde, los detalles, las canciones, la autenticidad. Todo eso que engloba Jarvis también forma parte de la rotonda, del microcosmos, del universo musical de Manuel Moretti, el líder de Estelares, el músico y escritor que se entregó en cuerpo y alma a las canciones. Este mes, sus poemas, letras perdidas, apuntes y los temas de la banda que nos entregó discos de rock memorables como Ardimos y Sistema nervioso central fueron editados en Demasiadas pocas cosas, libro tan emocional como su autor, que se presentará el miércoles 26 de septiembre a las 18.30 en Dain Usina Cultural.
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En una charla con LA NACION,Manuel Moretti habla acerca de su libro, de su pasado de joven errante que se perdía en las noches y en las drogas, del ADN del seguidor de Estelares, y de la importancia de la palabra justa, esa que te asalta cuando uno menos lo espera. En Madre, hermano, amante, Cocker también escribió que en aquello que se desecha, en las miserias, en lo que nos rodea diariamente, hay que bucear para hallar la luz. "Filtrar y encontrar algo de belleza en todo eso. Echale un vistazo: está ahí". Sobre eso mismo hablamos con Moretti: sobre la honestidad subyacente de construir a partir de la destrucción.
—¿Cómo surgió la idea de editar este libro?
—El libro comienza a armarse cuando me lo propone el escritor y editor Juan José Becerra, quien me sugiere compilar las letras editadas, y en función de eso aparecen las no editadas, aparecen poemas, aparecen cosas nuevas y un poco de prosa vieja también. Iba a ser un libro sobre las letras editadas por Estelares y después aparecieron otros elementos, incluso los dibujos [N. del E.: de Esteban Bertola].
—Hablemos de la canción "El corazón sobre todo". No solo tomás una frase de su letra para titular el álbum El costado izquierdo sino también para titular Demasiadas pocas cosas. ¿Sentís que es un tema que no podés soltar y que a los seguidores de Estelares les sucede algo similar?
—Te sorprendería saber que termina siendo título del libro por una decisión de Juanjo. Es una frase que ya también tenía identificación con otros amigos escritores como [Fabián] Casas, había algo en la devolución de "demasiadas pocas cosas" como una frase interesante, que pulsa, que dice. El costado izquierdo, si bien el título se desprende de "El corazón sobre todo", tuvo más que ver con una imagen que se me vino a mí, y que tenía que ver con un registro sensible de todo lo que era "el lado izquierdo". Es una canción que cuando apareció se me presentó fuertísima, pero hay varias que aparecieron con esa fuerza como "América," con la cual se generó una explosión emocional en la gente.
—¿Considerás que tus canciones funcionan como cuentos como "Ella dijo"? Al mismo tiempo son muy cinematográficas, porque les das valor a las locaciones y a las fechas, desde el Tinto Bar en "Aire" hasta "20 de noviembre", y así asociás los recuerdos a los lugares permanentemente.
—En realidad hay muchas canciones que se me arman porque precisamente mi elemento es el universo de la imagen: se me aparecen las imágenes que me van contando y después voy encontrando las palabras. Con varias canciones me ocurre que estoy viendo la película, lo veo en mi universo imaginario y trato de encontrar la palabra para registrar eso. Que haga referencia a lugares y fechas - a lugares sobre todo -, eso lo empecé a utilizar en épocas en las que estaba muy en el aire, muy drogado literalmente, en épocas muy angustiantes y dichosas a la vez: era como tirar un cable a tierra. Un montón de lugares que pongo en las letras son por diferentes circunstancias donde al nombrar, al poner un lugar geográfico, esa angustia tiene un lugar de contención y no es tan expansiva. Es medio así, por eso hago tanto hincapié en los lugares, pero no soy memorioso, precisamente ése es mi problema. Sí juego con determinados hitos emocionales, con pequeños momentos que fueron muy importantes para mí, que no olvido y que son como fotografías.
—En un pasaje del libro, "El Yo", hablás de la irrupción de ideas brillantes. ¿Cómo te asalta la inspiración? ¿Sos metódico cuando eso sucede?
—Tengo un método pero no muy identificable. Hago las cosas cuando algo me moviliza, aunque también me lo he exigido pero una necesidad neurótica. El momento en que escribir canciones se convirtió en mi profesión era una etapa muy especial y escribirlas me permitía conectarme con el afuera, si es que me relacionaba con el afuera. Es decir, en otra época mi estabilidad dependía de alguna manera de componer todo el tiempo, de las canciones. El método me parece que siempre ha sido exigirme consciente o inconscientemente trabajar en versos, melodías, en prestar atención. Muchos elementos también de este orden son directores de cine, algunas novelas que me daban contención y que hicieron que no me sintiera tan solo, tan aturdido, tan perdido. Todos esos elementos me sirvieron como mecanismos de estabilidad.
Cuando algo me conmueve, ahí voy a buscar el motor, la melodía, una palabra, una imagen, un escrito
El lenguaje sensible es lo que más me importa y por mucho tiempo, hasta que nacieron mis hijas y formé una familia, lo único que me importaba era ese lenguaje porque era el único lugar donde me podía guarecer. Hay un montón de cosas en el libro que quizás están desordenadas y que vienen de muchos años de trabajo. Hay un método que es exigirme, porque cuando ha venido la inspiración me he exigido, me he impuesto hacer ejercicios. Pero lo más natural es que cuando algo me conmueve, ahí voy a buscar el motor, la melodía, una palabra, una imagen, un escrito. En la época de Ardimos componía todo el tiempo y había mucho material.
—¿Sentís que construiste una especie de álter ego de un hombre que implora contención? En "Todo estalla" escribís "Abrigame que estoy cansado". Hay una necesidad de protección también en muchos versos de Estelares.
—Mi oficio de las canciones comenzó en una época, a mis 19 años, cuando había una necesidad desesperada, en medio de un viaje profundo de drogas. No consumía socialmente, comenzó siendo un juego y terminó siendo un consumo diario en Buenos Aires. Después me fui a La Plata y en todo ese universo también apareció una gran soledad, entonces surge mucho en las canciones ese "abrigame que estoy cansado", por ejemplo. "América" [N. del E.: la cual comienza con la frase "me siento muy solito y muy desprotegido"], canción que fue compuesta en esas mismas épocas lisérgicas, tiene como un grado de conciencia y un pedido de salvación, pero yo en realidad estaba enterrado. Es como bien decís vos, hay un álter ego que es uno mismo, es como la parte lúcida de uno que, desde afuera, pide contención, una mano, un poco de aire, un poco de amor. El amor como comprensión, como algo que te entiende.
—Tratás de no caer en el lugar común para adjetivar, estimo que eso viene del tango. En "Un día perfecto" empleás adjetivos rutilantes, lo mismo en "Pelotitas de ping pong", e incluso lo hacés con verbos, al darle entidad a todo lo que implica el "arder".
—No soy muy consciente de eso, vos lo enunciás y lo comprendo, pero yo solo trato de que las palabras y las imágenes representen mi sensibilidad. Sí hay algo de mi sensibilidad que es anterior a todo, a ese momento de fragilidad del que te hablaba, de mis 17 y 18 años, de las drogas y los problemas personales. Pero hay algo inicial, de cuando era chiquito, que siempre fui solitario y observador, colgado, muy "en la mía". Hay una fotografía y un comentario de mi abuela. Yo estaba en la terraza, en una situación muy riesgosa, ella me dice "Bajá de ahí", y yo le respondo: "Callate y dejame pensar" (risas). No me acuerdo de muchas cosas pero sí me acuerdo de eso. Los lugares comunes supongo que son los lugares de mi registro sensible, de "mi espejo interior", como diría Miguel Abuelo.
Trato de que las palabras y las imágenes representen mi sensibilidad
Es cierto que intento encontrar palabras que me representen, que me movilicen, que me digan algo a mí. No sé cómo es conscientemente pero lo necesito de esa manera. Cuando apareció "abrillantada" en "Pelotitas de ping pong" me pareció un adjetivo medio aparatoso, pero terminó quedando bien en la canción; y en "Un día perfecto" me quise poner a jugar con lo tanguero, con las palabras, con la necesidad de que tengan luz, de que la melodía tenga movimiento, de que sea casi saltarina. De hecho, "Un día perfecto" es la primera canción con la que jugué con las palabras.
—En relación a esa época tormentosa de tu vida, la noche juega un rol fundamental en tus canciones. En "América" decís "yo amaba las noches, ahora no las amo", y en los recitales se produce un momento de comunión y de catarsis entre los fanáticos. ¿Notás que hay un común denominador en el público de Estelares? ¿Las considerás personas resilientes?
—La noche tenía preponderancia en mi accionar, en mi sentir. A pesar de ser cuidado y querido por amigos y parejas, yo llegué a tener una relación muy intensa con la soledad, quizás derivada de esos años con las drogas y el alcohol, y en todo ese elemento a veces la noche funcionaba como la anestesia: salir y perderme. Ahora hace tiempo que no la siento a la noche, hay algo que aparece en el libro, en "Ruiseñores" y en "Las mañanas", que muestran que cambió algo en mí. Pero sí, la soledad en un momento fue más fuerte que todo y estuvo presente en mi etapa iniciática como compositor. Ahí es donde surge "América". La siento, junto a "El corazón sobre todo", como una canción que tiene un patrón de verdad, que atraviesa de alguna manera al compositor, que sale y toca a la gente.
La gente vivencia esa emocionalidad porque son dos canciones al borde. Las dos hablan de algo parecido, de la carencia, de decir "este fui, mis miserias vienen conmigo, y aquí vamos a tratar de hacer las cosas un poco mejor". Creo que eso gusta a la gente, y hay algo que identifica al público de Estelares, que tiene que ver con el atravesar algunas tormentas con la mayor honestidad posible, sabiendo que si eso pasó, se pueden hacer mejor las cosas en lo que sigue.
—¿Te definirías como escritor antes que músico? ¿Ambas cosas juntas? Tenés algo de escritor en la manera en la que también sos oyente. En "Campanas" incluís la frase "para vivir toman Alopidol", que se la escuchaste decir a un paciente del hospital Borda en un tren.
—No sé qué me considero antes o no. Me parece que de la música me gustan las melodías. Lo mío fue todo muy autodidacta, muy intuitivo. Hasta los 20 años no había agarrado nunca una guitarra. Por otro lado, me gustaba la palabra pero nunca se me ocurrió articular nada hasta que sí lo hice y empezó a gustarme. Soy de emocionarme mucho cuando aparecen melodías bellas y me encantan las frases, aunque después no vayan en mis canciones. La canción está guiada por la melodía, si bien he conseguido algunas en las que la palabra es más fuerte o tan fuerte como la melodía. Por otro lado, a veces me copo con versos que logro incluir en ciertos temas y eso me pone muy feliz. Siempre estoy atento a lo que me emociona. En el caso particular de "Campanas", eso fue muy impresionante, pero también porque tiene que ver con algo de esa época en la que consumía ese fármaco. Por eso me quedé muy impresionado en ese momento. Lo escuché hablar [a ese hombre], llegué a casa y empecé a escribir la letra.
—La nostalgia y la melancolía se desprenden de tus canciones cuando hablás de los domingos, de las navidades y de los amigos, en casos como "La Coupé roja", "Un viaje a Irlanda" y "Rimbaud". ¿Qué amistades de toda la vida conservás y cómo ingresan a tus letras?
—Mis amigos en todo ese momento de soledad al que me enfrenté fueron siempre un elemento de aprendizaje y de cuidado. "Pololo" y Gustavo de cuando iba a la secundaria, leía y les llevaba cosas, intercambiábamos material; después en la Facultad de Bellas Artes, Marcelo que me daba libros. En la época difícil antes de que saliera Ardimos vivía precisamente por el favor de amigos, dormía los domingos a la noche en la casa de los padres de mi amigo Juan. Tengo una frase que no edité nunca que dice que "mis amigos son como la luz del Sol: siempre están listos". Los quiero a todos, pero después de Ardimos aparecen los amigos más identificables, del 2000 hasta ahora, como Juan, Pato, Andrés, son amigos del barrio, del rincón.
Hago mucha revisión del que fui y a veces me emociono de cosas que viví, encantadoras, feas
Esas recurrencias como los domingos, las navidades, los bulevares, son viejas, son de Ardimos, ya casi que no las tengo. Sí me acompañaron las navidades porque era cuando volvía a Junín, a cruzarme con mis padres y mis hermanos, y con algunos amigos. "Melancolía, aquí otra vez, ¿no has tenido bastante, no sé qué quieres de mí". No sé, creo que ya no siento nada por la nostalgia o por la melancolía, pero sí hago mucha revisión del que fui y a veces me emociono de cosas que viví, encantadoras, feas, y sin embargo estamos acá construyendo y defendiendo la dicha, el respeto, el amor y la cordura.
—En "Buri Buri", de Sistema nervioso central decís que tus canciones "tienen porvenir". ¿A cuáles les tenés aprecio y qué porvenir les deseás?
—Yo he sido muy amoroso con las canciones, les he dado mi vida de verdad [N. del E.: en referencia a la canción "Melancolía"] y ellas me devuelven cada vez más y más, lo impensado. Recibo todo el tiempo devoluciones amorosas de las canciones que sabés que son ciertas, porque pulsaron el patrón emocional de la persona que te viene a saludar. Les vamos a seguir dando mucho a las canciones. Hasta que nacieron mis hijas y estuve con mi mujer, no existía otra cosa que las canciones para mí. De verdad. Por eso, de alguna manera, hay algo que se nota en el escrito, en el libro, cuando aparece lo de "soledades genuinas". Antes eran solamente las canciones, ahora es otra vida. Ahora tengo una familia, algo que jamás pensé que iba a tener. Con mi mujer Julia me reencontré por la canción que le escribí [N. del E.: "Julia", del disco El costado izquierdo], así que imaginate todo lo que le debo a las canciones y lo generosas que fueron conmigo.
—En "Tanta gente" afirmás que no ver la belleza es "casi igual que ser infeliz". ¿En dónde reside la belleza para vos?
—A nivel imagen, la belleza para mí siempre fue lo deseado, lo que se está construyendo todo el tiempo. Por eso me movilizan las películas de John Cassavetes, porque hablan de la imposibilidad del encuentro, de la dificultad amorosa. La belleza también tiene que ver con lo íntimo, con el ejercicio amoroso, con el cuidar y construir. En "Tanta gente" hablo de que "no se vive bien en drogas", de que "estoy perdiendo lo mejor de mí", y que eso impide ver la belleza, lo cual te hace ser infeliz; y, sin embargo, hay algo de belleza en poder construir desde la destrucción. Me cuesta definir la belleza, porque es algo que siento. "La belleza será convulsiva o no será" escribió André Breton. En mi adolescencia me conmovió eso, ahora no; ahora no creo que deba operar así la belleza, no creo que deba ser convulsiva.
—Sobre el final de Demasiadas pocas cosas le proponés al escritor un ejercicio, el de encontrar la palabra adecuada; ¿cuál sería la palabra adecuada para vos? Es muy fuerte ese "sinceramente" que abre "El corazón sobre todo", como también la asociación del amor con el miedo que está presente en muchos versos.
—El "sinceramente" me vino y supe que iba a definir la canción, atravesaba el centro neurálgico de aquellas sensaciones, y por mucho tiempo pensé que debió haber sido el título del tema, aunque se tomara como blando. En su momento, "El corazón sobre todo" me parecía horrible y forzado, y le quería poner "Sinceramente" porque tenía en contra esto de la debilidad anti-rockera, y también el adverbio me parece hermoso. El ejercicio que planteo es para jugar con las palabras, algo que yo hago y que no está necesariamente vinculado con la melancolía. Me gusta la palabra "tertulia", porque tiene que ver con compartir, con hablar. Y respecto al amor... sí, da pavor, da miedo. Es miedo a vivir. Eso me conecta con ese jovencito de 13 años, con aquel niño que fui. No tiene por qué ser así, pero a veces es necesario hundirse para tener algo propio. El amor es perderse, pero salís a buscarte a vos mismo, como escribí en "Las vías del tren". El amor es una maravilla, pero es doloroso hasta que no sabés quién sos.
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