Manolo Juárez: el hallazgo que su público va a agradecer y todo el material que acaba de publicarse en plataformas
Se rescataron grabaciones de piano solo y de uno de su grupos; ya están disponibles en plataformas, junto a una serie de documentos sobre su vida
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Manolo Juárez rasca con el dedo índice el capuchón de una botella de vino que ya está vacía. A su lado, el gran Cuchi Leguizamón filosofa sobre tonalidad y atonalismo y la convivencia de ambos. Es una escena de sobremesa de almuerzo, en la casa de Manolo, en San Telmo. Queda otra botella todavía con la mitad de su contenido. Es decir: queda más tiempo para la charla y hasta para algún recitado que se entrevera: aquellos versos que Cuchi le dedicó a Eric Satie, en la “Zamba del Espejo”.
“Adonde irán los retratos, que el espejo hizo crecer./ Cuando el amor los peinaba, por mirarlo florecer. / Y que será de la pena, huyendo al amanecer, entre fantasmas dormidos y destino de papel/ Devuélveme mis amores, / viejo brujo, espejo cruel/ Tal vez será mejor irnos, todos juntos dentro de él.”
Luego, la charla vuelve a los sonidos: “Hay que tender a que [la gente] escuche la pluralidad de voces que tiene una orquesta”, dice Cuchi. Y de cierto modo, esa fue la batalla cultural que Manolo dio hasta su último día. Porque Juárez, envasado en origen en Córdoba y afincado en Buenos Aires desde joven, buscó la universalidad a partir de la música nativa. Fue un referente de la proyección folklórica, pero también un gestor cultural, a veces desde espacios formales de “funcionario”, otras desde su verbosidad sin filtro, jamás complaciente.
A casi cinco años de su partida -se cumplirán en julio próximo- llegan a plataformas de música dos perlitas discográficas que estuvieron muy bien guardadas durante años y una serie de testimonios sobre su vida. En su Canal de YouTube se puede encontrar desde esa charla con Cuchi Leguizamón, de principios de la década del ochenta hasta una grabación con Atahulpa Yupanqui, donde el guitarrista y compositor despliega canciones inéditas para Manolo. También hay entrevistas que le realizaron en distintos momentos de su vida. Un variado inventario que podría pintar de cuerpo entero a ese artista de buena música y humor ácido.
Porque viene a cuento, aunque no sea parte de este archivo que se acaba de publicar, vale la pena recordar una charla que tuvo con LA NACION en 2013, cuando había editado un nuevo disco y estaba a punto de interpretarlo en vivo. Venía de algunas semanas de inactividad porque un accidente doméstico había afectado sus manos. Esta situación, sumada al espíritu de un tipo con pocas pulgas, podían generar un cóctel explosivo, que se traducía en palabras.
“¿Y cómo anda la mano?, fue la primera pregunta del periodista: “Mejor hubiera sido quedarme sordo –largó apenas se encendió el grabador–. Porque así me estaría llenando de plata.” ¿Sería un Beethoven? “Bueno, ése es un caso genial. Pero también están los otros tipos de sordos que hacen la cumbia villera y comercian con lo más bajo de los estamentos populares intoxicando al pueblo con mercadería en mal estado. El pueblo no se merece eso. Aunque a la larga toma venganza con el canto popular. Con un tema como «Balderrama», que no es anónimo, pero es casi como si lo fuera. Yo le decía al Cuchi que de tan popular él se había convertido en una especie de autor anónimo, que es lo más grande que le podés decir a un autor. Y sí, el pueblo se venga.”
Ahora volvamos a esta historia y a los estrenos. En cuanto a sus grabaciones “encontradas”, el primer volumen surgió de un desencanto. En 1993, Manolo quiso registrar un álbum de piano solo y viajó con su amigo y compañero de música Daniel Homer a Nueva York, para hacer ese registro. La grabación se realizó sin problemas pero cuando escuchó el resultado, no quedó para nada conforme. Simplemente lo guardó en una valija y regresó a Buenos Aires.
“En 1993, previo a la mudanza del estudio de San Telmo, Manolo comenzó a ordenar, tirar cosas y guardar otras -explica su hija Mora, encargada de recopilar el material y hacerlo conocer-. Un día encontré una caja en el cuartito donde se tira la basura y se la llevé a mi papá pensando que se había traspapelado. Cuando se la alcancé, me dijo que eso lo había tirado. Me sonó raro. No entendía qué era ese material, sobre todo por el tipo de caja, entonces lo guardé. En ese entonces yo tenía 14 años y sin saber que mi profesión terminaría siendo productora y que iba a trabajar junto a él hasta sus últimos días. La conservé durante muchos años sin que nadie supiera hasta que iniciamos el trabajo del CD Antología 1 (Acqua Records) y la producción del concierto homenaje en el CCK en el 2014-2015. En ese momento recordé la cinta y comencé la búsqueda para bajar el material. Me puse en contacto con Nano Suárez, quien me explicó la complejidad del material y el tipo de máquina que requería. Era inviable hacerlo en ese momento hasta que en junio de 2019, ante mi sorpresa, Nano me cuenta que la pudo descargar y que toda la música se encontraba en su máquina”.
Así fue como estas grabaciones encontradas tomaron forma de álbum. “La felicidad fue inmensa -recuerda Mora- Se lo comparto a Lito Vitale y a los dos días ya estaba masterizado todo el material. Juntos le dimos una sorpresa, le hicimos escuchar por primera vez el material de “Juárez en NY”. El no entendía que era, no sabía que estaba escuchando, la historia que le estaba contando. Fue una tarde maravillosa, en familia escuchando un material que, 17 años antes, había tirado a la basura; ahí estaba en un CD listo para escuchar. Todo el tiempo posterior a ese encuentro hasta semanas antes de su partida seguía escuchando el material, contentísimo con aquella grabación y principalmente sorprendido por haberlo guardado”.
La segunda producción es un trabajo de grupo. El contexto de cómo se registró está minuciosamente detallado en los textos de presentación del álbum: “Luego del disco Grupo de Familia (Melopea, 1997), Juárez comenzó un nuevo proyecto en cuarteto junto a Arturo Ritrovato en bajo, Sergio Liszewski en guitarra y Colo Belmonte en batería, al que más tarde se incorporaría Leo Bernstein en teclados. El grupo comienza sus presentaciones en Oliverio, el mítico club de jazz en el subsuelo del Hotel Bauen de Buenos Aires para continuar luego en Notorious hasta su disolución, en un ciclo que llegó a ser un clásico de las noches porteñas, siempre a sala llena. Dentro del público, de todas las edades, podía encontrarse a estudiantes de música, artistas y público de todas las edades. También se presentaron en la ciudad de Rosario y en el Teatro Libertador San Martín de la Ciudad de Córdoba. Una de las características del Quinteto fue el trabajo y concepto de grupo al momento de tocar y sobre todo en los arreglos, que fueron producto de una constante labor de equipo conducido por Manolo Juárez.”
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