Malvicino, una historia con la música
El titular de AADI tiene un largo y rico anecdotario vinculado a Piazzolla, al jazz, a la nueva ola y, también, al turf. Atesora una importante cantidad de discos; según sus palabras, son más que música, representan una época
El sabor que el tiempo les da a las anécdotas no tiene comparación ni reemplazo. Mejora cualquiera historia; la hace única e irrepetible. Cuando se conversa con una persona de más de 80, las anécdotas tienen otro encanto, ya sea por su componente de realidad o por todo ese aderezo puesto con el paso de los años. En el tercer piso de la Asociación Argentina de Intérpretes hay muchas historias de tango, de jazz y de turf. Salen de la oficina de su presidente, Horacio Malvicino. También se habla del rumbo y de las decisiones de AADI, esta entidad que defiende los derechos de los músicos intérpretes. Pero el recuerdo se impone y algunos cuadros con fotografías colgados de la pared lo atestiguan, uno de Sinatra con dedicatoria, otro de Horacio junto a Chet Atkins en su casa de Nashville.
Una guitarra Gibson custom modelo Tal Farlow comprada por 500 dólares en Londres, una bendición de Oscar Peterson y una maldición de John Coltrane, un pedido en las oficinas de una compañía discográfica para crear a los Beatles argentinos, y todos esos momentos compartidos con Piazzolla, que Malvicino plasmó en su libro El Tano y Yo (2008). Sobre su escritorio hay un ejemplar de ese libro junto al último boletín de la Billboard. Es decir: presente y pasado de este guitarrista que toca todos los días, de 9 a 11, en su casa, para tener la música "en dedos".
"Estoy armando un grupo nuevo", dice el hombre que acuñó la frase "la música es el arte de combinar los horarios". "A medida que los años pasan, las posibilidades son menores. Salir de acá para ir a tocar a un lugar a la medianoche ya no es para mí. Pero ensayo una vez por semana."
El Malvicino de los caballos es el que menos presente tiene. "Quedó en manos de mis hijos, que viven en los Estados Unidos. Ya ni los diarios sacan esas páginas de turf como lo hacían antes. El gusto por los caballos es algo que heredé de mi padre, allá en Concordia. Tenía un cargo importante en el ferrocarril; no quedaba bien que anduviera por el Jockey Club. Pero se las rebuscaba."
Horacio estudió guitarra entre los 6 y los 14. Vino a Buenos Aires a cursar Medicina y dejó la guitarra en Entre Ríos. Pero al poco tiempo, cuando empezó a escasear el dinero que su padre le giraba para mantenerse, comenzó a buscar trabajo como guitarrista. Para los que están dentro del mundillo de la música, de ahí en más su historia es conocida. Fue uno de los impulsores del Bebop club porteño, donde sonaba la avanzada jazzera local, esa que se diferenciaba del jazz tradicional. Fue el guitarrista de Piazzolla en diferentes épocas y, especialmente, del Octeto Buenos Aires, fundado a mediados de los cincuenta. Fue director musical de la compañía discográfica RCA. Fue un éxito con el seudónimo Alain Debray, hasta que descubrieron quien estaba detrás de ese personaje (vale aclarar que Horacio nunca lo ocultó, sólo fue un apodo que sirvió para vender sus versiones de temas clásicos). Fue criador de caballos y vicepresidente de AADI durante muchos años. Tras la muerte del titular, Leopoldo Federico, cuando la entidad volvió a las elecciones de autoridades fue elegido como presidente.
"Cuando comencé a estudiar en Buenos Aires pasé por varias pensiones, hasta que terminé en una, a la que hago referencia en el libro, donde estaba con otros diez muchachos con los que íbamos a todos lados; incluido el hipódromo, lugar al que hasta ese momento nunca había ido. Entre todos terminamos comprando un caballo. De locos, porque eran diez opiniones diferentes. La gente no sale de la idea de que el turf es como estar en el casino. Un día decidí no apostar y comencé a disfrutar la crianza, las mezclas de sangre. Disfrutar del deporte". No extraña el turf. No siente que allí le quedaron cosas pendientes. Con la música es distinto: "Tal vez no fui, y me lo hecho en cara, de esos que tocan jazz y viven del jazz. Siempre me gustó vivir bien. O cómodo. Tener una casa, que mis hijos fueran a un buen colegio. Ser un poco burgués, en algún aspecto. Evidentemente eso me hizo dedicarme a una cantidad de actividades dentro de la música, esas que no te permiten que tu estilo sea perfecto, no tocado por ninguna variante extraña. Estuve unos 20 años como director musical de la RCA Víctor, en la época que creamos a Palito Ortega, Violeta Rivas y tanta gente. Tenía que entrar en el juego de otro tipo de música. Pero también me di cuenta de que había que encontrarle el sabor a la música. Un día vino un director artístico con un simple de un grupo que se llamaba los Beatles. Me dijo que teníamos que grabar eso en castellano. Lo escuché, era facilísimo. Llamé a Ricardo Lew, Mojarra Fernández y al Oso Picardi y grabamos los dos temas que traía el disquito en el estudio Ion. Cuando el director lo escuchó me dijo: "Está muy bien, les salió igual, pero le falta el sabor". Y pensé: ¿De qué libro saco el sabor? Toqué tantos estilos que se desnaturalizó el purismo del jazz. De cualquier manera, sigo disfrutando. Tengo miles de discos. Un día uno de mis hijos me dijo: «¿Para qué todo eso si lo podés tener en una computadora?». No es lo mismo. No es sólo música, es una época."
-¿En algún momento llegó la pregunta quién soy?
-Sí. Pero no encontré la respuesta. Nací en el Litoral, pero el chamamé no me sale. Viví en Brasil, donde hice música de telenovelas. Con Ástor recorrí diez veces el mundo. Pero nunca me concentré en algo. Sé que hay que buscarle el sabor a la música. Cuando compongo, lo que hago es tango. Al principio me salía parecido a Piazzolla. Lo que hago ahora creo que no. Tengo una suite en tres movimiento que me parece que tiene el swing tanguero y no suena a Piazzolla. Con el grupo que ensayamos tocamos jazz y me gustaría ir a tocar a locales tipo Bebop.
-¿Con quiénes del jazz se cruzó cuando tocaba con Piazzolla?
-Miles Davis, en el festival de Montreux me decía: "Blanquito, dame cerveza". A Coltrane, cuando le sugerí que fuera a Buenos Aires a tocar alguna vez porque allá era muy conocido, me dijo: "Get lost (piérdase)". Y Oscar Peterson, un día cuando el había terminado su concierto y nos tocaba a nosotros, lo crucé de camino a camarines y me dijo: "Disfrútalo". Al rato lo vi en primera fila, escuchándonos. Eso es un gusto tremendo.
-No creo que el trabajo en AADI dé las mismas satisfacciones. Leopoldo Federico falleció sin haber podido conseguir la sanción de una ley para el intérprete de música...
-Estamos ocupados con eso. Pero la alternancia política hace que a veces uno tenga que empezar todo de nuevo. Tengo una tarea más que ímproba para los cuatro próximos años.
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