Madonna: la última confesión
La cantante norteamericana llevó su "Confessions Tour" al Madison Square Garden neoyorquino y demostró por qué aún sigue siendo la única "reina del pop"
NUEVA YORK.- Al borde de los 48 años, con un físico envidiable para cualquier veinteañera y una energía arrasante que la mantiene cantando y bailando sin descanso durante dos horas sobre el escenario en su "Confessions Tour", Madonna sigue demostrando que indiscutiblemente es la "reina del pop". Y para quien dude de esto, ahí están las seis noches de conciertos que acaba de iniciar en el Madison Square Garden de Manhattan, en las que, a pesar de algunos altibajos en el show, agotó todas las entradas desde hace ya varios meses.
Camaleónica y provocadora como siempre, la edad parece haberle enseñado a Louise Veronica Ciccone a tomarse menos en serio a esa apabullante Madonna que ella misma creó a principio de los años 80 y que hoy se ha vuelto una figura casi inhumana, inalcanzable. Pero armada de humor, talento y un cuerpo de baile de primera categoría, la ex "Chica Material" logra que sus espectáculos (con e mayúscula) se vuelvan una experiencia íntima única; una fiesta de la que cada persona del público se siente afortunado de participar y en la que ella -y tan sólo ella- tiene las riendas del show.
Así lo demuestra desde el principio, no bien aparece dentro de una gigantesca bola de espejos bien al estilo disco de los 70, vestida con un ajustado traje de equitación negro, botas altas, fusta en mano, y rodeada de atléticos bailarines masculinos en arneses, máscaras y pantalones de cuero. Mientras canta "Future Lovers", de su más reciente álbum, el exitosísimo "Confessions on a Dance Floor", el escenario se vuelve un fresco de escenas sadomasoquistas que harían palidecer al propio marqués de Sade.
Mofarse de sí misma
Sin prisa y sin pausa, Madonna, ya sola sobre las tablas, se sube a una montura eléctrica para entonar una versión electrónica de "Like a Virgin", aquella canción que en 1984 escandalizó al mundo y ahora ella misma aprovecha para mofarse de sí misma con poses eróticas exageradas, casi caricaturescas. Sobre las enormes pantallas, en tanto, se ven imágenes en blanco y negro de jinetes que saltan a caballo y que se caen una y otra vez, mezcladas con placas radiográficas de un tórax. Una referencia, sin duda, al accidente que sufrió el año pasado montando en su casa en la campiña inglesa, que la dejó con tres costillas rotas, pero también un recordatorio de los golpes que imparte cualquier relación amorosa, sobre todo cuando se dan los primeros pasos en ese inevitable camino.
Fiel a su espíritu escandalizador, Madonna aparece luego crucificada en una enorme cruz de espejos para cantar "Live To Tell", esa conmovedora balada que compuso para la película "En la mira", protagonizada por su ex marido Sean Penn. El tema esta vez es aprovechado para hacer un llamado a favor de los 12 millones de niños africanos que han quedado huérfanos por los estragos del sida, cuyos rostros se ven en las pantallas intercalados con las frases de las bienaventuranzas del Evangelio de San Mateo. Al final, el efecto, más que impactar, sumerge a la audiencia en un letargo del que le cuesta un tiempo salir.
Es que en medio del espectáculo hay varios números demasiado tranquilos, minimalistas, con Madonna casi sola sobre el escenario, cantando algunos de sus temas menos conocidos, como "Substitute for Love", "Isaac", "X-static process" y "Let it Will Be", con una guitarra al hombro y poco acompañamiento de la banda detrás, que parecen apagar al público. Hasta en la primera fila se podía ver a su actual marido, el cineasta británico Guy Ritchie, de la mano de los dos hijos de la diva, Lourdes (fruto de su relación con su ex entrenador Carlos León) y Rocco (hijo de Ritchie), hablando risueñamente con el músico Lenny Kravitz, gran amigo de la cantante.
Además, sobre las pantallas, Madonna busca darle un giro político al espectáculo con imágenes de gobernantes mundiales actuales y antiguos (desde George W. Bush a Mao Tse tung, pasando por Augusto Pinochet y Margaret Thatcher), mezcladas con escenas de guerra, hambruna y pobreza, que dejan a muchos preguntándose si vinieron a un concierto de pop o a una manifestación política. Hasta la propia artista se da cuenta de estos puntos flojos que llevan al público a levantarse de sus asientos sólo para ir al baño, y al reaparecer ella los regaña: "¿Se creen que están en una barbacoa, en un bautismo o un bar mitzvá? Los quiero ver de pie. ¡A bailar!".
Cambiada, en un traje muy "glam rock" ochentoso, con campera de piel de serpiente con cuello de plumas y botas de plataforma brillantes, Madonna vuelve a retomar el control con su nueva "I Love New York", que ya se ha convertido en todo un himno de las pistas de baile, sobre todo en esta ciudad. Con "Ray of Light" reaparecen sus bailarines, hombres y mujeres jóvenes de diferentes razas, que no dejan de exhibir complejas acrobacias y coreografías con Madonna siempre en el centro, y que recuerdan que antes de cantante fue una eximia bailarina, alumna de grandes como Martha Graham, Pearl Lang y Alvin Ailey.
Ya recalentado el ambiente, el escenario se vuelve un infierno de música disco, extravagante a más no poder, con bolas de espejos suspendidas por todos lados, los bailarines en patines surcando a gran velocidad las tres pasarelas que componen el moderno escenario y Madonna junto a sus dos coristas vestidas de trajes blancos al estilo de John Travolta en "Fiebre de sábado por la noche", para cantar "Music" y "Erótica". El piso del escenario se enciende con paneles luminosos, un par de bailarines saltan en medio del público para entusiasmar a la gente y así, en dos segundos, el Madison Square Garden se transforma en una inmensa pista de baile.
Nadie puede dejar de moverse cuando llega el turno de "La isla bonita", para la cual Madonna se quita de un tirón el traje blanco y queda en malla de baile fucsia con calzas blancas. Sin respiro, la música se funde en uno de sus primeros hits, "Lucky Star", y acompañada de su troupe sacude las caderas como pocas, marcando de manera sexy cada uno de sus pasos. En un momento los bailarines la envuelven en una capa blanca reminiscente de los años locos de Elvis Presley y, bailando frenéticamente, se da vuelta para dejar leer la leyenda que lleva bordada detrás: Dancing queen/ Reina del baile.
A estas alturas el público está a punto de estallar, la gente de pie, conteniéndose con dificultad en las inmediaciones de sus asientos y Madonna les entrega para el final el plato fuerte que ansiaban: una extendida versión de "Hung Up", su megahit del momento, infaltable en cualquier discoteca del planeta. Miles de voces se acoplan para cantar el pegadizo coro de la canción y bailando en medio de una lluvia de globos dorados la "reina del pop" se despide de la fiesta hasta la próxima vez. De que habrá más Madonna para rato, nadie lo duda.
Dedos cruzados
Habrá que esperar aún para saber si realmente existen posibilidades de que la gira "Confessions Tour" llegue finalmente a la Argentina. Según informó DG, la productora de Daniel Grinbank que está en tratativas para bajar el show a Brasil y la Argentina, Madonna es quien tiene que decidirse entre agregar más rutas a la gira o, acorde con sus nuevas preocupaciones espirituales, volver a casa. El tramo norteamericano finalizará el 23 de julio, luego tendrá fechas en Europa y, en septiembre, estará en Japón. De allí en más, misterio.
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