Durante dos encuentros con Rolling Stone en 2009, la reina reflexionó sobre su carrera, entre la provocación, escándalos y hits bestiales
Afuera de la casa de Madonna en Londres, en una calle tranquila del barrio Marylebone, cuelga un cartel que dice "alguna vez alguien famoso quizá pensó en vivir acá". Hoy, ese alguien se está tomando un descanso después de la última etapa de su gira Sticky & Sweet, y la casa está llena de actividad. En el sótano, hay unos editores armando dos videos musicales nuevos. En el foyer, apenas iluminado, con las paredes pintadas de azul profundo y una gran pintura clásica de un carnaval de Venecia, pulula más gente del staff: un asistente, un obrero, una mucama y el entrenador de Madonna, irritado por una foto poco favorecedora de un tabloide que muestra a la estrella con unos brazos nervudos. “Me llegan cientos de e-mails de gente de todo el mundo que quiere tener ese cuerpo”, se queja el entrenador. Pero en el mundo de Madonna, después de 27 años de escándalo y provocación, una foto desfavorable es poco menos que un bip en el radar. En las últimas tres décadas, Madonna vendió más de 200 millones de discos (mucho más que ninguna otra artista). Su gira Sweet & Sticky es oficialmente la gira solista que más recaudó jamás, con un embolso de 408 millones de dólares. Apenas unos días después de nuestra primera entrevista, 80 mil fans le cantaron el “Feliz cumpleaños” en Varsovia. Madonna, que cumplió 51, hizo fuerza para no lagrimear y les dijo: “Me encanta mi trabajo. Este es el mejor regalo de cumpleaños”.
A lo largo de dos extensas entrevistas, que continuaron dentro de una suite palaciega en un hotel de Budapest, Madonna –una artista que rara vez mira hacia el pasado– habló en profundidad de su inigualable legado musical. Criada en un suburbio de Detroit, a Madonna se le sacudió el mundo cuando tenía 6 años: la muerte de su madre. Siempre extrovertida, tocó por primera vez en un show de talentos jóvenes, bañada en pintura para el cuerpo. Desafió a su estricto padre al abandonar la Universidad de Michigan, donde estudiaba danza, y se mudó a Nueva York en 1978, para ganarse la vida como modelo de desnudos mientras tocaba en clubs como CBGB. Su disco debut, Madonna, de 1983, incluía los hits “Holiday” y “Lucky Star”, y ella saltó a la fama un año después a partir de Like a Virgin, y de su performance –exhibición de bombacha incluida– en los MTV Video Music Awards.
Un cuarto de siglo después, Madonna continúa reinventándose a sí misma. Hace un par de meses editó Celebration, un disco doble de grandes éxitos con 36 singles (que retrocede hasta octubre de 1982, con “Everybody”) y dos canciones nuevas (“Revolver” es una de ellas, una colaboración con Lil Wayne). Arranca con su hit de 2005 “Hung Up”. “Porque es una canción retobada”, explica Madonna; pero también porque es su single mundial más exitoso en la historia, que llegó a liderar los charts en 45 países.
Cuando Madonna aparece esta mañana, su cara está roja de haber estado haciendo ejercicio, y tiene puesto un top negro con corazones y una pulsera de kabbalah en su muñeca izquierda. Está sin maquillaje, y su voz tiene apenas un débil rastro del acento inglés que adoptó en la última década. Desde su divorcio del director Guy Ritchie el año pasado, se mudó de nuevo a Nueva York, donde compró una casa enorme en el Upper East Side. Hace veinte años, parecía no poder parar de parlotear sobre, por ejemplo, los detalles íntimos de su condenado matrimonio con Sean Penn. Pero ahora es un poco más cautelosa y se cuida de aclarar con exactitud los parámetros de mis preguntas, y de calibrar sus respuestas; le atribuye este cuidado, en parte, a la kabbalah. “Antes, no creo haber sido cruel, mala o insensible, pero en ese entonces podía chusmear o hablar mal de la gente, o decir cosas sin pensar en las consecuencias”, dice. “[La kabbalah] cambió mi manera de ver la vida, así que es natural que cambie cómo pienso la vida: no pensar como una víctima, asumir la responsabilidad por mis acciones y mis palabras.”
Pero ¿cómo hay que decirle? ¿Madonna? ¿Srta. Ciccone? ¿Madge? “Todos los que me conocen me dicen M”, cuenta. “«Madge» es una cosa de la prensa en Inglaterra. Escuché dos versiones sobre el origen. Una es que Madge es un coloquialismo inglés, como un nombre de ama de casa, que es lo opuesto a lo que soy. La otra es que es un apócope de «majestad» (majesty). Esa me gusta más.”
Creciste en Pontiac, en las afueras de Detroit, donde algunas de tus primeras influencias musicales vinieron de ir a fiestas y asados en tu barrio, que era mayormente afroamericano. ¿Qué recordás de eso?
Motown estaba en todos lados. Stevie Wonder, Diana Ross, los Jackson 5, con eso crecí. Pero cuando estaba en la secundaria, nos mudamos a un suburbio que era predominantemente de blancos de clase media. Ya no había fiestas en casas, no había música a todo lo que da en la casa de al lado. Me sentía distanciada, y ahí fue que inventé mi propio mundo. Ahí fue que decidí ser una bailarina profesional. Me fui haciendo más introvertida, y me escapaba de casa para ir a recitales. A esa altura, ya me daba cuenta del poder de la música, aunque no tenía nadie a quien se lo pudiera contar.
¿Cuáles fueron los primeros shows a los que fuiste?
Mi primer concierto fue uno de David Bowie en el Cobo Hall [en Detroit] cuando tenía 15. Había mimos en el escenario. Era increíble. Ojalá hubiese podido verlo como Ziggy Stardust. Mi segundo show fue de Elton John, y mi tercero, Bob Marley. Nada mal, ¿no?
Para nada. ¿Tomabas alcohol en los shows?
¿Cuándo estaba en la secundaria? No. Era una aparata. No tomé hasta que me divorcié por primera vez [de Sean Penn], cuando tenía 30.
Es interesante escucharte hablar de Bowie como una influencia.
Porque todo el mundo piensa que yo nací en una disco. Mis hermanos mayores estaban en el sótano escuchando a The Who y a los Rolling Stones y a Bob Dylan, “Whole Lotta Love” de Zeppelin, “Baba O’Riley” de los Who.
Vos hiciste “Baba O’Riley” en un show de talentos en séptimo grado.
Hice que mis amigas me pintaran el cuerpo con corazones y flores fluorescentes. Me puse un par de shorts y un top que dejaba ver la panza, y ahí nomás me saqué. Tenía una luz estroboscópica y una negra. Todos deben haber pensado que estaba loca. Fue mi primera vez en el escenario. Ese fue el comienzo de mis performances provocativas, supongo. Simplemente me lancé. Ninguna chica me hablaba después de eso, y los chicos me miraban raro.
¿Todavía te considerás una aparata?
Digo cosas como “oopsie-daisy”. Cuando era chica no me sentía cool, no encajaba en ningún grupo. Igual, “aparato” ya no es una palabra que alguien use para describirme, excepto quizá Stuart Price [el productor de Confessions on a Dance Floor], que una vez me dijo: “¿Sabés qué?, nadie se da cuenta, pero en el fondo sos una nerd”. Lo tomé como un cumplido. Soy tonta y aparata y nerdy y... nada cool.
Después de dejar la Universidad de Michigan te mudaste a Nueva York para ser bailarina. ¿Cómo fue la transición de bailar a cantar?
Era sólo una cuestión circunstancial. Como era bailarina, empecé a ir a castings para musicales de teatro, lo cual me obligó a cantar. La mayoría de la gente que iba era mucho más profesional que yo, traían su partitura y se la daban al pianista, y yo sólo improvisaba y cantaba canciones que sabía de la radio, como una canción de Aretha Franklin o alguna otra ridiculez embarazosa.
"[El productor] Stuart Price me dijo: 'Nadie se da cuenta, pero en el fondo sos una nerd'. Lo tomé como un cumplido. Soy tonta, aparata, nerd y para nada cool."
Para 1979 estabas viviendo en Queens con Dan y Ed Gilroy, que tenían una banda que se llamaba The Breakfast Club, a la que te terminaste sumando. Por esa época compusiste tu primera canción.
Se llamaba “The Truth”. Tenía unos cuatro acordes pero con estrofas y puente y estribillo, y era una experiencia religiosa. Había decidido que si iba a ser cantante, me lo tenía que ganar. Tenía que aprender a tocar un instrumento. Vivíamos en una sinagoga abandonada en Queens, y a cambio de clases de música modelaba para Dan, que era pintor. Yo era su musa y él me enseñó a tocar acordes con quinta. Tocaba la batería cuando todos se iban a trabajar. Aprendí escuchando discos de Elvis Costello. Y un día compuse una canción, y la letra me salió directamente. Pensé algo como: “¿Quién está escribiendo esto?”. Cuando renunció su baterista, toqué la batería con ellos, y una noche en el CBGB les supliqué que me dejaran cantar una canción y tocar la guitarra. Ese lugar frente al micrófono era cada vez más atractivo.
En 1982 firmaste contrato con Sire Records sobre la base de unos demos que incluían “Everybody”, que se transformó en tu primer single. ¿Cuándo fue la primera vez que te escuchaste en la radio?
Estaba viviendo en el Upper West Side, en la 99 y Riverside, y a eso de las 7 de la tarde estaba con la radio en mi cuarto puesta en [la frecuencia disco de Nueva York] ktu, y escuché “Everybody”. Dije: “Dios mío, esa que sale de la caja soy yo”. Fue una sensación increíble.
¿Lo llamaste a tu papá?
Creo que no lo llamé a mi papá. No creo que se hubiera impresionado mucho.
¿Cómo lo celebraste?
Por esa época andaba mucho con varios artistas de grafiti, Futura 2000, Keith Haring y Jean-Michel Basquiat. Jean-Michel me presentó a Andy Warhol. Me acuerdo que estábamos todos en un restaurante japonés de la Second Avenue y la Seventh Street, donde Keith había hecho un montón de dibujos en las paredes, y Jean-Michel me estaba contando lo celoso que lo ponía escucharme en la radio. Porque él creía que yo tenía una forma artística más accesible, y que iba a llegar a más gente. Andy le dijo que dejara de quejarse.
Haring, que murió de sida en 1990, y Basquiat, que murió de una sobredosis en 1988, fueron los artistas definitivos de su generación. ¿Cómo los conociste?
A Keith me lo presentó alguien con quien compartía el departamento, pero ya había visto su obra en la calle, en los subtes y en los edificios. Después empezamos a ir mucho a [los legendarios clubs de Nueva York] Danceteria, y el Mudd Club y el Roxy. La gente de la Rock Steady Crew estaba ahí. Bailábamos, y veíamos bailar a esos b-boys, ahí y en la calle.
¿Hacías grafitis?
En paredes, subtes, veredas...
¿Cómo firmabas?
Boy Toy.
¡No te puedo creer! ¿A quién se le ocurrió Boy Toy?
Puede haber sido Futura. El es muy listo. Pintó todo el interior de mi habitación de la calle 99, lo cual no puso muy contento al propietario. Teníamos una pequeña banda... [la actriz] Debi Mazar también formaba parte. Nos llamábamos a nosotras mismas las Webo Girl; sonaba a “huevos” en español: chicas con pelotas.
¿Tenés cuadros de Warhol, Haring o Basquiat?
Tengo algunos de cada uno. Keith y Andy me hicieron cuatro obras como regalo de casamiento cuando me casé con Sean. Son fotos mías de la tapa de The New York Post, cuando salieron todas esas fotos de mí desnuda en Playboy y Penthouse. El titular decía no estoy avergonzada. Y agarraron todas esas tapas del Post y les pintaron encima. Están en mi casa de Los Angeles, como una señal, un momento clave. También tengo una campera de cuero pintada por Keith Haring que nunca regalaría.
Desde el inicio de tu carrera, la única constante ha sido la transformación de tu imagen. Entre tus dos primeros discos, Madonna, de 1983, y Like a Virgin, de 1984, atravesaste tu primera gran reinvención, de morocha bolichera punky a rubia con vestido de casamiento. ¿De donde salió eso?
No sé. Supongo que la música que empecé a componer tenía una característica más seductora, e inconscientemente muté hacia eso. También tenía que ver con el hecho de que estaba haciendo más fotos. Me estaban arreglando y vistiendo. Antes de eso, lo hacía todo yo. No tenía maquilladora, agarraba mis calzas de baile, me las ataba alrededor de la cabeza y me ponía un par de rosarios así nomás. Después de eso, fue [el fotógrafo] Steven Meisel, y gente de la moda que me metía en corsets. Creo que la gente le pone demasiado énfasis a todo el tema de la reinvención de mi imagen y siempre fue una cosa mucho menos calculada de lo que la gente piensa. Me parece aburrido seguir siempre igual. A las chicas les gusta cambiar su look.
Cuando entraste en el Rock & Roll Hall of Fame, había un video-montaje de tu carrera. Cuando subiste al escenario, hiciste un chiste sobre “todos mis malos peinados”. ¿Cuál de todas las modas por las que pasaste es la que recordás con más desprecio?
Creo que el combo lápiz labial violeta/suéter verde fluorescente. Muchos de esos peinados. Ok, eran los 80. Era una época de malos peinados, admitámoslo.
Y por el contrario, ¿hay alguna época que ahora recuerdes y digas: “Carajo, estaba bastante buena”?
¡Como si lo fuera a admitir! ¿Y que después me aniquilen por eso durante los próximos diez años? Esa no la contesto.
Hay una anécdota famosa de cuando tocaste en el Radio City Music Hall en 1985 y estaba lleno de clones de Madonna en el público. Pero esa primera gira, la Virgin Tour, arrancó en Seattle y se fue moviendo por todo el país. ¿Hubo una madonnamanía desde el comienzo?
Toda esa gira fue una locura, porque pasé de tocar en el CBGB y el Mudd Club a estadios. Tocaba en un teatro chico en Seattle y las chicas tenían polleras con solapa, calzas cortadas por las rodillas, guantes de encaje, rosarios y moños en el pelo y aros redondos enormes. Y yo pensaba: “¡Esto es una locura!”. Nunca hice una gira en micro. Todo el mundo dice que son muy divertidas.
Vos no compusiste “Material Girl” o “Like a Virgin”. ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones cuando escuchaste esos demos?
Me gustaron las dos porque eran al mismo tiempo irónicas y provocativas, pero también eran distintas de mí. No soy una persona material y ciertamente no era virgen, y, ya que estamos, ¿cómo se puede ser como una virgen? Me gustaban los juegos de palabras, me parecían inteligentes. Son tan aparatosos que son cool.
¿No sos materialista?
Me siento muy afortunada de poder comprar un cuadro de Frida Kahlo o vivir en una linda casa, pero sé que puedo vivir sin eso. Si terminara viviendo en una cabaña en el medio del bosque, también estaría bueno.
"La gente le pone demasiado énfasis a todo el tema de la reinvención de mi imagen, y siempre fue una cosa mucho menos calculada de lo que la gente piensa."
¿Te imaginaste que esas dos canciones se volverían éxitos tan grandes?
No. Simplemente me producían algo. Nunca fui muy buena para juzgar qué cosas serían muy exitosas. Las canciones que para mí son las más retardadas que haya escrito, como “Cherish” y “Sorry” –que fue un hit bastante grande de mi último disco– terminan siendo las más exitosas. “Into the Groove” es otra canción por la que me siento una retardada cuando la canto, pero a todo el mundo parece gustarle.
Es que “Into the Groove” tiene una línea de bajo increíble.
Sí. Gracias, Stephen Bray. [Bray, un ex novio de Madonna de Michigan, coescribió y produjo muchos de sus grandes éxitos de los 80.]
¿Cómo reaccionás frente a las críticas? Cuando salieron las fotos de Playboy y Penthouse, por ejemplo, eras totalmente desafiante.
Esa fue la primera vez que fui consciente de estar diciendo “andá a cagar” con mi actitud. ¿Están tratando de rebajarme por esto? No voy a dejar que la opinión pública dicte mis propios sentimientos acerca de mí misma. No voy a pedir perdón por nada que haya hecho.
Tu antiguo manager Freddy DeMann creía que tu carrera estaba terminada luego del show de Like a Virgin en los VMAs de 1984. ¿Vos qué creías?
El estaba pálido como un fantasma. Estaba muy desilusionado conmigo, porque yo estaba revolcándome en el piso y se me veía la ropa interior. ¿En qué estaba pensando? “Se me cayó el zapato, no sé como agarrarlo y ponérmelo de nuevo, y me tiro al piso.” Fueron muchas cosas. Daba miedo y era divertido, y no sabía qué iba a significar para mi futuro. Se me pasaban un millón de cosas por la cabeza.
No fueron sólo tus shows los que eran provocativos. Aunque vos no hayas compuesto “Papa Don’t Preach”, es imposible imaginarse a otra persona cantándola. ¿Por qué conectaste con esa canción?
Simplemente enganchó con mi propio zeitgeist de enfrentar a la autoridad masculina, ya sea el Papa, la Iglesia Católica o mi padre y sus modos conservadores y patriarcales.
¿Hubo ideas que no hayas concretado porque te parecieron demasiado extremas?
Hice unas fotos con Steven Klein para la tapa de mi último disco, y me pinté la cara de negro, excepto por los labios rojos y los ojos blancos. Era un juego de palabras. ¿Oíste hablar de la Madonna Negra? Tiene varias capas de sentido, y por un minuto pensé que sería un título divertido para mi disco. Después pensé: “Un veinticinco por ciento del mundo puede llegar a entender esto, quizá menos. No vale la pena”. Pasa todo el tiempo, porque mis referencias suelen salirse mucho de la escala normal. Por eso tengo gente como Guy [Oseary, su manager] que me miran y me dicen “no, no vas a hacer eso”.
Muchos fans piensan que tu canción más definitoria es “Live to Tell,” de True Blue, tu disco de 1986. ¿Qué cosas recordás de cuando la compusiste?
A veces, cuando estoy componiendo canciones, simplemente estoy canalizando. Podría decir que “Live to Tell” era sobre mi infancia, mi relación con mis padres, mi padre y mi madrastra. Pero quizá no. Podría ser sobre algo de una novela de F. Scott Fitzgerald o alguna anécdota que haya escuchado alguna vez. Es verdad, pero no es necesariamente autobiográfica. Podría decir lo mismo de “La isla bonita”. No sé de dónde salió esa canción.
¿Me estás diciendo que nunca soñaste con San Pedro?
No sé ni dónde queda San Pedro. En esa época, no era una persona que se fuera de vacaciones a islas hermosas. Quizás estaba camino al estudio y pasé por una salida a San Pedro.
¿Cómo llegaste a componer “Vogue”?
La compuse cuando estaba haciendo Dick Tracy. Después de filmar la película, [su novio de entonces] Warren Beatty me preguntó si podía escribir una canción que concordara con el punto de vista de mi personaje, como algo que ella podría haber compuesto. Ella estaba obsesionada con los bares clandestinos y las estrellas de cine y cosas como ésas. La idea para la letra vino de ese pedido. Casualmente, estaba yendo a Sound Factory y viendo a unos bailarines que estaban todos haciendo un estilo nuevo de danza que se llamaba vogueing. Y Shep Pettibone, que coprodujo “Vogue” conmigo, solía ser el dj ahí. Así es como se fue dando.
"Mi casa es como una publicidad de Benetton. Mis dos hijos más chicos son de África, tengo niñeras francesas, guardia israelí, asistente de Argentina y chef de Japón. Mi vida es una cacofonía de lenguajes y músicas distintas."
¿Cuál fue el desafío más grande de tu carrera?
Trabajar en Evita con Andrew Lloyd Weber y Tim Rice. Es toda una sensibilidad de canto distinta. Tuve que trabajar mucho con un coach vocal para cantar con fuerza y convicción. Muchas cosas se grababan en vivo y estaba en el estudio con productores y guionistas que no conocía, una orquesta enorme, y unos zapatos enormes para llenar. La primera canción que querían que grabara era “Don’t Cry for Me Argentina”, que es la canción más difícil. Creo que casi me pongo a llorar. Me sentía muy intimidada. Cuando estábamos por la mitad de las sesiones de grabación, recién ahí me empecé a relajar.
En 1998 volviste después de una pausa de cuatro años con “Ray of Light,” y trabajaste con el músico electrónico inglés William Orbit. ¿Por qué él?
Después de Evita tuve un bebé. Al haber estado un tiempo afuera del mundo de la música pop y la cultura pop, volví con mucho hambre, muy curiosa, buscando algo nuevo. En esa época, había estado escuchando los discos de Strange Cargo de William Orbit. El es muy excéntrico, vive en su propio mundo. Había estado alejada tanto tiempo que cuando me metí en el estudio con él, sentí que me habían disparado desde un cañón. Tenía muchísimas ideas, y Ray of Light es un reflejo de eso.
La mayoría de tus discos fueron colaboraciones con productores desconocidos, como Orbit, Mirways [Music, de 2000] y Stuart Price [Confessions on a Dance Floor, de 2005]. Pero para Hard Candy, de 2008, recurriste a probados fabricantes de hits como Timbaland, Justin Timberlake y Pharrell Williams. ¿Qué pensabas?
Siempre digo: “Ok, ¿ahora quién está haciendo música que me guste?”. Me gusta la música de Timbaland y Justin, real y genuinamente. Justin es un compositor brillante. Digo: ¿“What Goes Around... Comes Around”? Es brillante. Pensé que sería un desafío trabajar con él.
¿Alguna vez alguien rechazó la oferta de trabajar con vos?
Seguro. O dicen: “No tengo tiempo”. Yo quería trabajar con Eminem. Creo que él no quería trabajar conmigo. [Sonríe.] Por ahí es tímido.
En 1996 tuviste a tu primera hija, Lourdes. Desde entonces, tu familia creció con Rocco, que lo tuviste con Guy Ritchie, y David y Mercy, que los adoptaste en orfanatos en Malawi. ¿Tus hijos tienen canciones favoritas de Madonna?
Totalmente. A Lourdes le gustan todas mis canciones viejas. Le copan los 80, desde cómo se viste hasta la música que escucha. A Rocco le gusta todo lo que hice con Timbaland. Básicamente es un chico del hip-hop y la electrónica. La canción favorita de David es “Ha Isla”, así le dice. El es mi fan numero 1. Todo el mundo dice que, cuando mira el show, se queda duro de principio a fin, y analiza todo, y se sabe todos los pasos de baile. [Sonríe.] No está harto como mis hijos más grandes.
Lourdes –que ya tiene 12– y vos fueron juntas a ver un show de Lady Gaga en Nueva York. ¿Van a muchos recitales juntas?
Recién empezamos. Nos gusta la misma música. Creo que Lady Gaga es genial. Cuando la vi, realmente sentí una especie de identificación. Pensé: “Tiene algo”. Hay algo extravagante en ella. Es audaz y divertida, y cuando le habló al público, sonaba inteligente y lista. Es única.
¿Podés percibir la ambición de un artista?
Sí. Hay gente como Justin Timberlake, que es realmente lindo y relajado. Es una especie de Cary Grant. Lo amo, amo trabajar con él, pero no me reconozco en él. Pero sí me veo a mí misma en Lady Gaga. En las primeras épocas de mi carrera, obvio. Cuando la vi, no tenía mucha plata para su producción, tenía agujeros en las medias y errores por todos lados. Era medio un desastre, pero puedo ver que ella tiene ese algo. Está bueno ver eso en una etapa tan temprana.
Otro artista al que admirás es Sting. ¿De qué hablás con él?
Yo diría que Sting es mi amigo, pero soy más amiga de su mujer Trudie. El es un músico increíble que toca 50 instrumentos diferentes, y siempre me intimida un poco. Siempre pienso que me mira un poco despectivamente. No despectivamente, pero yo soy sólo una estrella pop. El es un músico en serio. No hablamos tanto de música cuando nos juntamos.
El año pasado, Guy Ritchie y vos se divorciaron…
No hace falta que bajes la voz cuando decís eso. No es una mala palabra. Igual, pensé que estábamos hablando de música. Si podés conectar la idea del divorcio con la música, te cuento.
Entonces hablemos de la letra de “Devil Wouldn’t Recognize You”, de Hard Candy: “I should just walk away/ Over and over, I keep on coming back for more” [debería irme y ya/ una y otra vez, sigo volviendo por más].
¿Qué se puede decir? Fue un año difícil. Creo que el trabajo me salvó, y estoy muy agradecida por tener tanto trabajo que hacer. Me podría haber tirado de un edificio. La vida es una adaptación. Es distinto. Mis hijos no están conmigo ahora, están con su padre, y no estoy muy cómoda con la idea de que mis hijos no vivan juntos. Hay pros y contras, pero ahora me siento bien.
¿Qué es lo que te gusta de tener hijos de tres países diferentes?
Cuanto más diverso es el mundo en el que vivís, más abierta sos. Mis dos hijos más chicos son de Africa, lo cual me abrió los ojos y me dio una nueva perspectiva del mundo. Mi casa es como una publicidad de Benetton. Tengo niñeras francesas, mi guardia de seguridad es israelí, tengo asistentes de Argentina y Puerto Rico y otro asistente y un chef de Japón, y otro chef de Italia. Es maravilloso, me encanta. No lo haría de otra manera. Mi vida es una cacofonía de lenguajes y músicas distintas.
Estuve en el show de la otra noche en Budapest. Me sorprendió que ninguna de las canciones que tocaste tuviera los arreglos originales.
Las tengo que reinventar, o si no en un par de meses me canso de ellas. Cuando las reinventás, tenés que sentarte durante días con el director musical y tu banda. Inevitablemente terminás sampleando a alguien, y tenés que obtener el permiso, y pagar más plata. Me han dicho: “Podrías simplemente salir con una guitarra y cantar las canciones, como Paul McCartney”, pero me aburriría mucho. Gran parte de la alegría de los shows es la magia de crearlas, la teatralización. Soy una perfeccionista. Me gusta el trabajo duro. Me gusta transpirar.
Se nota: cantaste “Into the Groove” mientras saltabas una soga.
En mis shows siempre tengo que hacer algo realmente imposible, y ése es mi momento. Es muy difícil cantar y bailar al mismo tiempo, por eso la mayoría de la gente que baila no canta, o no lo hace muy bien, al menos.
En I’m Going to Tell You a Secret, el documental de tu gira Re-invention, después del show aparecés llena de bolsas de hielo como un basquetbolista.
Vuelvo a casa y me meto en una bañera con hielo durante 10 minutos. Duele mucho cuando te metés, pero después se siente muy bien. Soy una atleta. Me pongo cinta en los tobillos antes de los shows y hago tratamientos y terapia física. Es por los años y años de abuso, de bailar con tacos, que no le hace muy bien a las rodillas. Todos los bailarines tienen heridas, pero lidiamos con ellas. Nos hacemos acupuntura y terapia, y le damos para adelante.
Una vez le dijiste a Rolling Stone: “Hay veces en que pensé que si hubiera sabido que [la fama] iba a ser así, no lo habría intentado tanto. Si alguna vez se vuelve demasiado, o si siento que estoy siendo demasiado examinada, no lo voy a hacer”. ¿Qué pensás sobre la fama hoy?
Vale la pena si entendés que es un medio para un fin. Mi trabajo me permitió hacer cosas que no tienen nada que ver con la música. Saber que mis experiencias en Africa le cambiaron la vida a la gente para mejor, ver con mis ojos cómo cambian sus vidas... ¿cómo no voy a sentir algo positivo sobre eso? No soy siempre positiva, te aseguro. Ayer me levanté cruzada. Qué suerte que la entrevista es hoy.
¿Malhumorada?
Súper malhumorada. Cuando duermo poco no soy muy divertida. Pero bueno, todos los días me tomo un momento para prestar atención, para estar consciente de cómo mis palabras y mis acciones afectan a la gente. Lo hago cuando me despierto a la mañana y cuando me voy a dormir. “¿Qué voy a hacer con mi día? ¿Qué hice con mi día?”
¿Estás satisfecha la mayoría de las veces?
A veces, y a veces fracaso miserablemente y pienso que no hago nada más que armar lío y generar caos. Pero soy un ser humano. Sólo tengo que cometer errores y perdonarme a mí misma después.
Austin Scaggs
LA NACION