Madama Butterfly: imperialismo, sexismo, explotación y una tragedia anunciada que aún conmueve hasta las lágrimas
La nueva producción de la popular ópera de Puccini sube a escena en el Colón y promete “la más perfecta atmósfera japonesa con una autenticidad visual extraordinaria” en la puesta de la brasileña Livia Sabag y la dirección musical de Jan Latham Koenig
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No hay primavera. No hay flores ni jardines coloridos en esta nueva producción de Madama Butterfly. Hay un paisaje triste de colores secos y apagados representando la vida de la pequeña Cio-Cio-San, la joven geisha que protagoniza la ópera de Puccini, uno de los dramas más célebres y frecuentados del género que mañana sube a escena en el Teatro Colón, bajo la batuta de Jan Latham-Koenig y la puesta de Livia Sabag.
Desde las miradas más ingenuas y superficiales del amor y el desengaño, hasta las significaciones más crudas del texto haciendo referencia al choque cultural, el imperialismo, el sexismo y la explotación; desde el idilio primaveral del comienzo, con la fascinación de la época por las civilizaciones lejanas y el exotismo, y sus influencias estéticas expresadas en la embriagadora música pucciniana, hasta la escenificación más brutal de las peores miserias del ser humano, el libreto de Butterfly ha ofrecido y sigue ofreciendo una de las canteras más vastas de interpretación escénica a medida que, desde su estreno en los albores del siglo XX al día de hoy, las lecturas de cada época han ido modificando las connotaciones y el peso de los temas contenidos en este drama de excepcional potencia.
En versiones contemporáneas extremas, Pinkerton, por ejemplo (el oficial de la marina norteamericana quien, sacando provecho de la laxitud de las leyes japonesas, arregla su casamiento con una adolescente de 15 años, “un juguetito como esposa” según canta el tenor, para gozar con ella de una aventura hasta tanto encuentre la norteamericana ideal para un matrimonio verdadero), no llega a Nagasaki a bordo del orgulloso buque Abraham Lincoln, sino de un crucero de lujo con todos los símbolos que exhiben la corrupción, explicitando las denuncias contra el turismo sexual y los depredadores, la pedofilia, la pornografía infantil, el tráfico de menores y otros abusos aberrantes en los países asiáticos. Mientras Butterfly, la cándida y asustadiza mariposa, esa “muñequita” con piel de porcelana, llena de misterio y encanto, para quien el marino se había erigido en el centro del universo, acaba prisionera de una red de engaños, devenida en prostituta, excluida y humillada hasta el desenlace de su tragedia.
Realismo y autenticidad visual
No son esas necesariamente las líneas argumentales que se ven reforzadas en la presente producción. Lo que ofrece Livia Sabag, desde una narración escénica más sutil y menos evidente, son dos perspectivas que hacen foco en la cuestión social, siempre ambientadas en la época original del libreto: una perspectiva concreta, que muestra la pobreza como inicio del drama individual y otra simbólica, que representa la trayectoria descendente a gran escala.
“Es importante observar cómo se inicia la desgracia de Cio-Cio-San —explica la directora brasileña en diálogo con LA NACION, sobre este trabajo que además de tratarse de su debut en el Colón es su primera experiencia en un teatro de ópera fuera de su país– la matriz de su tragedia es el harakiri, la muerte del padre que se suicida para preservar el honor y hunde a la familia en un futuro de pobreza que obliga a Butterfly a convertirse en geisha, a casarse con un extranjero y a abandonar su religión para abrazar la del futuro esposo por el cual será repudiada. Ella no es una chica que se enamora y sueña con el matrimonio. Es algo diferente.”
¿Y cómo se materializan esas dos miradas en términos escenográficos? “Con un decorado árido y seco de colores arena, grises y tierra; nada primaveral, nada romántico ni florido; con una casita simple al estilo de las ‘casas del pueblo’ japonesas, minka, en la ladera de una montaña rocosa; con un árbol débil de raíces expuestas que es una metáfora de Butterfly al borde de la caída y con un vestuario sencillo integrado al contexto, nada perfecto ni rico en esta representación —revela Sabag—, relacionando el tema social con la posición siempre vulnerable que ocupa la mujer. Y en el plano simbólico hemos creado con Nicolás Boni [talentoso escenógrafo rosarino de destacada trayectoria internacional], una imagen de la naturaleza con la presencia de un alud latente, escondido pero cada vez más cercano, preparándose para arrasar con todo como una alegoría de la tragedia anunciada”.
A esto añade el maestro Jan Latham-Koenig, director musical del Teatro Colón de origen británico, que se turnará con Carlos Vieu en la conducción de la Orquesta Estable durante las funciones programadas para este título, que la producción ha logrado recrear “la más perfecta atmósfera japonesa con una autenticidad visual extraordinaria”. No solo por el decorado realista sino también por las intérpretes femeninas: la soprano coreana Anna Sohn y la mezzosoprano japonesa Nozomi Kato, en los roles de Cio-Cio-San y su criada Suzuki, respectivamente.
“Este ambiente de aridez y simpleza nos permite trabajar los personajes de una manera más profunda y humana —define la regisseur en otro aspecto del trabajo teatral—. No son figuras estereotipadas, son figuras complejas con las que intento construir algunos detalles del libreto, el contraste de un Pinkerton insensible que no es capaz de percibir la cultura de Butterfly, y que en el duetto solo habla de atributos físicos y materiales, mientras ella, con la delicadeza, el pudor y los valores propios de la hija de un samurái, reclama cuidado y paciencia, y se refiere a lo elevado, inmaterial y espiritual del momento.”
Sobre la belleza de la música, que en el encuentro del dúo alcanza una de las cúspides de esplendor y lirismo, la directora interpreta que no es esa la verdad de la relación sino, más bien, una idea que nace del alma de Butterfly, de la imaginación y la poesía con que idealiza el amor sincero que es muy distinto a ese amor real al que finalmente se somete vencida. “La belleza de esa música no es la realidad que vive Butterfly —dice Sabag—, es solo su gran sueño. Y lo que entiendo, es que ella es mucho más consciente de lo que pasa de lo que nosotros imaginamos. De todas formas —sintetiza con una mirada personal sobre la protagonista y la historia—, mi aproximación no consiste en mostrar imágenes específicas que atraviesen la obra como un texto sobre el texto, sumando información e imponiendo una conclusión al público sino, ofreciendo una idea abierta que permita pensar en varias direcciones, mostrando el cambio de vida de Butterfly a través de la destrucción violenta del paisaje que la rodea, sin explicitar relaciones, sin establecer símbolos definitivos porque todo (las acciones y las consecuencias), está lo suficientemente claro en la dramaturgia original”.
Influencias y melancolía toscana
Sobre la partitura, Latham destaca, en entrevista con LA NACION, el entusiasmo con que Puccini se abocó a la composición de esta ópera profundizando en el conocimiento de la materia para lograr el clima y la verosimilitud oriental que buscaba. “Puccini se tomaba las cosas en serio y dos hitos lo ayudaron en ese sentido —puntualiza—: haber conocido a una japonesa muy famosa en su tiempo, Kawakami Sadayacco, una geisha, actriz y bailarina impactante con la que el compositor quedó fascinado después de una presentación en Milán. Y el otro hito, la amistad que entabló con la esposa del embajador japonés en Roma, una mujer culta, aficionada a la música, que lo introdujo en el arte de la melodía y la canción tradicional japonesa, asesorándolo en los instrumentos, particularmente en el uso del gong.”
Respecto de las influencias puramente musicales y del gusto creciente por el exotismo oriental ya iniciado a fines del siglo anterior, Latham evoca el estilo de Debussy, marcado en el uso de la escala de tonos enteros, la exploración y el manejo sofisticado de las sonoridades, los timbres y la orquestación. “Puccini creó un estilo que es absolutamente propio. En Butterfly, sin embargo, fue influenciado sutilmente por Debussy, que no era solo un impresionista sino también un fino cultor del exotismo y el orientalismo. A la emocionalidad y la pasión propia de su sangre italiana, Puccini le sumó los elementos japoneses, la escala de tonos enteros que usaba Debussy y la maestría de una instrumentación que le aportó brillantez al texto musical. En esta partitura se produce un milagro: a la delicadeza y sensibilidad orquestal de la que es capaz Debussy se le suma un agregado imponente: la capacidad extraordinaria de, en cierto punto, cuando la ópera y el público lo necesitan, hacer estallar un golpe de emoción visceral en tu propia cara ¡Eso es Puccini! Una emoción directa al corazón en el momento que la obra lo precisa.”
¿Y en qué pasajes se manifiesta la genialidad de esa pluma orquestadora? “En la entrada de Butterfly, por ejemplo —ilustra el director—. Con su aparición en escena, la orquestación cambia por completo. Hasta ese lugar veíamos la superficialidad de Pinkerton, pero con la música de Cio-Cio-San se suspenden las trompetas y los trombones, la atmósfera armónica da un giro rapidísimo, se instala el clima sutil de unos staccatos etéreos, las flautas, los clarinetes y los oboes se vuelven pianissimos, todo suave y delicado en combinación con una percusión tenue. El ambiente se transforma en el mundo de esa pequeña geisha de quince años que está presta a embarcarse en una vida nueva.”
“En el segundo acto, combinando los temas americanos con los japoneses a medida que el drama progresa, se da otra muestra interesante. Llega el cónsul Sharpless con las noticias de Pinkerton y el público aún ignora la existencia del niño. Butterfly exclama ‘Ah! M’ha scordata? [¿Así que me ha olvidado?]. Si prestamos atención al primer compás de esa secuencia tan pasional en que ella por primera vez menciona al hijo de ambos, que también es norteamericano, escuchamos las cuatro notas de The Star-Spangled Banner (el himno nacional de los Estados Unidos). Y luego, la observación de una tercera situación respecto de las combinaciones magníficas que logra en el personaje de Pinkerton. Fuera de su obvia americanidad, el rol está descripto emocional y musicalmente, por ejemplo, en su aria Addio fiorito asil, con la más pura esencia italiana del compositor.”
Por último, resalta otro elemento distintivo de la ópera pucciniana. Además del instinto genial para el drama y teatro, el dominio de la fluidez y el entendimiento entre la música y la acción, la inteligencia para los tempos, los matices y las dinámicas, los detalles interpretativos y la emoción a flor de piel en el movimiento de unos pocos intervalos, Latham-Koenig agrega: “Hay en la escritura de Puccini un rasgo de genialidad que es único, algo que está presente en casi todas sus creaciones: una melancolía específica que tiene que ver con su origen, con una tristeza toscana que se trasluce en toda su música.”
Latham rescata “la extraordinaria autenticidad visual lograda en esta producción, que representa la inocente fragilidad de Butterfly y su capacidad infinita de conmovernos tanto musical como emocionalmente”. Y Livia Sabag espera del público una profunda inmersión en la historia: “Que la representación les permita sentir, emocionarse y pensar sobre los contenidos que hemos escogidos para presentar el drama, porque la ópera, cuando está bien hecha y alcanza su equilibrio perfecto entre la música y el teatro, es un espectáculo potente que nos abre las puertas a una conmoción que no es solo emotiva sino también intelectual”.
Para agendar
Madama Butterfly, ópera en 3 actos de Giacomo Puccini con libreto en italiano de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica basado en la obra de teatro homónima de David Belasco. Dirección musical: Jan Latham-Koenig y Carlos Vieu. Dirección escénica: Livia Sabag. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Iluminación: José Luis Fiorruccio. Proyecciones: Matías Otálora. Intérpretes: Cio-Cio San (Anna Sohn, Daniela Tabernig y Mónica Ferracani), Pinkerton (Riccardo Masi y Fermín Prieto), Suzuki (Nozomi Kato, María Luján Mirabelli y Cecilia Díaz), Sharpless (Alfonso Mujica, Omar Carrión y Leonardo López Linares), Goro (Sergio Spina, Ramiro Pérez y Gabriel Centeno), Príncipe Yamadori (Sebastián Sorarrain, Felipe Carelli y Fernando Grassi), Bonzo (Cristian Peregrino y Emiliano Bulacios) y otros. Orquesta Estable del Teatro Colón. Coro Estable del Teatro Colón, dirigido por Miguel Martínez. Teatro Colón. Estreno: martes 7, a las 20. Próximas funciones: miércoles 8, jueves 9, viernes 10, martes 14, miércoles 15, jueves 16 y viernes 17, a las 20; domingo 12, a las 17.
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