Luis Miguel, con carisma y buena voz
Recital de Luis Miguel. Gira sudamericana 2002. Presentación del disco "Mis romances". El domingo, en el estadio de Vélez Sarsfield.
Nuestra opinión: bueno
"Te vas porque yo quiero que te vayas/ a la hora que yo quiera te detengo./ Yo sé que mi cariño te hace falta/ porque quieras o no/ yo soy tu dueño."
Mientras Luis Miguel canta, las fanáticas federadas a la causa agitan globos celestes y blancos y la mayoría del público sigue la letra en un coro más o menos ordenado, con más pasión que conciencia por lo que está vociferando al ritmo de la música. Consciente o no, la sumisión sólo es parte de un espectáculo que comienza arriba del escenario y se expande al campo, las plateas y las populares. Parece una actitud cómplice que conceden las (y los) de treinta y pico o cuarentones con el fin de dejarse llevar por el deseo de escuchar boleros y temas bastante más moviditos, interpretados por una de sus voces favoritas. La sumisión también puede ser el gesto incondicional que asumen algunas (y algunos) fans ante un cantante pop, como cualquier otro fan de cualquier otro cantante.
Luis Miguel es el personaje idolatrado que, con veinte años de carrera artística, conoce perfectamente hasta dónde puede ajustar el lazo y de que modo. Somete -si este término no es demasiado exagerado- con su carisma y su voz, que es mucho mejor que la de varios que andan por senderos del mercado musical similares al suyo.
Sólo carisma y voz. Porque desde que le tomó el gusto a los boleros, los años pasaron y se llevaron modas a las que nunca se ciñó completamente. Tampoco actualizó el sonido de su banda según los últimos mandatos del negocio musical ni se lanzó decididamente a la conquista del terreno anglo, cantando en inglés como una decisión estratégica.
De saco y corbata
Luismi se planta sobre el escenario como lo que es: una estrella a la que su porte escénico le demanda saco y corbata para la primera parte del recital; con un par de monitores a cada lado del escenario, no de sonido sino de video para tener el retorno de su imagen en pantalla; un despliegue sobrio aunque lleno de gestos que tendrán una respuesta inmediata del público, y la distancia necesaria que siempre le permite sostener su condición de ídolo. Cada vez que abandona su espacio habitual para acercarse a la audiencia habrá detrás un gigantón de seguridad que le cuide la posición (y las espaldas) con vocación de zaguero central. Pocas palabras, muchas canciones. Y si fuera necesario un poco de demagogia, también buscará el momento y la forma para expresarla.
En Buenos Aires, como último punto de un breve periplo sudamericano de presentaciones, el cantante ofrece los boleros de su último disco “Mis romances” y de placas anteriores, más algunas citas musicales que fueron plasmadas en dos décadas de trayectoria. Todo lo que brinda se convierte en un celebrado regalo, aunque el modo expeditivo con que planea su repertorio no siempre le da chances suficientes para profundizar en los climas que, desde el vamos, sugieren las canciones.
El intérprete apela demasiado al popurrí y excepto por 8 ó 9 piezas completas, abundan los sets de temas o fragmentos enganchados, a modo de grandes éxitos. El tanguero (“Volver”, “Uno” y “El día que me quieras”), un combo de composiciones de Armando Manzanero (“No se tú” y “Cómo duele”), otro de aires mexicanos, y para el cierre dos más fuertes, el “dance” y el de viejos éxitos, con “La chica del bikini azul” y “Cuando calienta el sol”, suficiente despedida para evitar el bis solicitado por el público. Porque además de ser un gran profesional, Luis Miguel es una estrella que actúa con personalidad y vehemencia. Y quizá vea como algo lejano la posibilidad de enfrentarse a las últimas estrofas que promete en “La media vuelta”. “Si encuentras un amor que te comprenda/ y sientas que te quiere más que nadie/ entonces yo daré la media vuelta/ y me iré con el sol/ cuando muera la tarde”.
A pesar del apagón
El corte de energía eléctrica que sufrió anteayer buena parte del país no llegó a frustrar el primero de los dos shows de Luis Miguel en Buenos Aires. Incluso, muchos de los que fueron al recital se habrán enterado del apagón a la medianoche, de regreso a sus hogares.
Porque la mayor parte del público había comenzado muy temprano el peregrinaje para ver a su ídolo, desde Rivadavia o Juan B. Justo. A la hora del mate y las facturas algunos ya estaban en las inmediaciones de Vélez frente a todo ese paisaje que se crea para este tipo de espectáculos. Vallas por todos lados, personal de seguridad que dice cosas como “¿La puerta 5?, tres cuadras más allá”, y los vendedores ambulantes que ofrecen vinchas, remeras, fotos y largavistas para darle el color previo al encuentro.
Media hora antes del show el estadio estaba colmado por un público de edades variadas que acudieron movidos por diferentes pasiones. Parejas, pequeños grupos familiares, chicas de treinta y tantos, y las adolescentes más fanáticas que resolvieron usar ropa y globos celestes y blancos. La espera fue tranquila pero larga, sólo matizada por un juego cada vez más común en este tipo de shows: la pesca de famosos ubicados en el sector vip del campo.
Pero cuando Luismi subió al escenario, los famosos pasaron al anonimato y las distancias generacionales se acortaron hasta crear un grupo homogéneo que participó desde los primeros boleros hasta los últimos temas del cantante mexicano.
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