Se volvió famosa con su disco debut 'Pure Heroine'. Lo único que tenía que hacer era descubrir cómo seguir
No pensé que el día nos traería exactamente hasta acá, pero a media tarde, en un edificio de depósitos en alguna parte cerca de la autopista 101, Lorde se está desnudando hasta quedar en ropa interior. Estamos en Shareen Downtown, un paraíso de maravillas sartoriales de segunda mano de 600 metros cuadrados donde no hay probadores y, no por casualidad, hay también una regla estricta que dice que no se permiten varones, como señala un cartel en la puerta de adelante. “¿No es genial?”, preguntó antes Lorde. “Lo descubrí a través de la esposa de mi antiguo manager de giras, que hacía los trajes para Mad Men. Ella decía: ‘Yo siempre voy a Shareen’. Así que ahora yo también voy a Shareen.”
Hoy, en medio del polvo y el glamour, Lorde tiene la misión de encontrar algo divertido para usar en Coachella, donde en un par de semanas esta neozelandesa de 20 años dará su primer concierto en casi tres años, como adelanto de su segundo disco, Melodrama (salió el 16 de junio). “Dios mío, es como un sueño”, dice, dirigiéndose a un espumoso y delicado vestido de novia de alguna época del pasado. “¿En Coachella con una corona de estas florecitas bizarras?”, sugiere, pasándoles la mano a las pequeñas flores de tela del vestido. “Es una locura. Pero no les ponen el precio, y son siempre súper caros.”
Sin embargo, encuentra dos atuendos ganadores: un vestido azul marino estampado con una onda grunge de los 90 semidulce, y otro largo y suelto con lo que ella llama un estampado “tropical de helado derretido”. “Me imagino que esto es lo que usaría Stevie Nicks en su pileta”, dice. “No la conocí, pero me envuelve el corazón en algodón. ¿No es sencillamente hermosa?” Habiendo reunido un par de tesoros, nos dirigimos a un espejo para probarlos. Lorde se saca suavemente la remera. Después me mira con ironía y sonríe. “Esta”, dice, “es mi entrevista para Rolling Stone, donde como si nada me estoy desnudando frente a la entrevistadora”.
Lo cual no es exactamente el tipo de carrera que Lorde ha cultivado hasta ahora. Descubierta a los 12 años luego de que la grabación de un programa de talentos cayera en manos de un manager de Universal, la artista nacida con el nombre de Ella Yelich-O’Connor firmó un contrato de desarrollo que básicamente implicaba esperar hasta ser lo suficientemente grande como para cantar canciones escritas por adultos para ella de manera convincente. Eso nunca pasó, y nunca iba a pasar. Para cuando tenía 15 años –y la juntaron con el productor Joel Little, quien alguna vez estuvo al frente de Goodnight Nurse, un grupo de pop-punk marginalmente conocido–, ella insistía en componer su propia música, en estar a cargo.
Durante una semana sin clases, escribió “Royals”, el tema que se convertiría en el enorme éxito del EP que al poco tiempo ofrecería gratis en Soundcloud (a la vez que simultáneamente se negaba a lanzar cualquier imagen que mostrara cómo era su apariencia). Mientras tanto, intuía lo que estaba a punto de darse lo suficiente como para buscarse un apodo que fuera al mismo tiempo aristocráticamente grandilocuente y decididamente femenino (con esa “e” agregada), una jugada que podría haber sido extremadamente pretenciosa si no hubiera terminado siendo profética. “No sé, es un poco aburrido mi propio nombre: Ella Yelich-O’Connor”, dice ahora. “¿Podés imaginarte a la gente gritándolo en un festival?” Se encoge de hombros. “Para mí, claramente tenía sentido elevarlo.”
Pure Heroine salió en el otoño de 2013, y vendió más de un millón de copias en cinco meses. En una gala de la revista Vogue, David Bowie pidió conocerla, la tomó de su mano y le dijo que escuchar su música era “como escuchar el mañana”. Lady Gaga dijo que era uno de “LOS discos de 2013”. No era sólo la musicalidad precoz del disco (las bases electrónicas despojadas revestidas de las voces sincopadas y humeantes de Lorde, creando un sonido que era en parte pop, en parte hip-hop, en parte jazz y completamente hipnótico); también era la autoridad adolescente con la que las letras de Lorde agarraban y luego dejaban de lado décadas de tropos y estereotipos de la música pop (“Todo el mundo está con Cristal, Maybach, diamantes en los relojes... A nosotros no nos importa”). El disco era tan dueño de sí, tan controlado, tan seguro que, justa o injustamente, Lorde empezó a ser festejada por todos lados como el antídoto del pop contra su propio artificio. No era una artista cuyos movimientos en el escenario eran manejados por otros. Se vestía como una bruja fuera de control en el Ejército de Salvación. Tenía una influencia mucho mayor que lo que sugería su edad. Era, en otras palabras, “la verdadera posta”: el contraargumento ante el modelo prefabricado y formulaico que muchos oyentes asumían que era de rigor para las mujeres jóvenes que empezaban en esta profesión. En un momento de nuestra conversación, se refiere a los Grammy de 2014, durante los que se llevó tanto el premio por la Canción del Año como el de Mejor Performance de Pop Solista por “Royals”, como “mis Grammy”, y después se ataja: “Quiero decir que fue mi semana de los Grammy, no que me adueñé de los Grammy”. Pero, de algún modo, fue así.
Desde entonces, la vida de Lorde dio un giro predecible hacia el surrealismo. Reemplazó a Kurt Cobain para cantar “All Apologies” cuando Nirvana fue introducido en el Salón de la Fama del Rock & Roll, curó la aclamada banda de sonido de una película de Los juegos del hambre, inspiró una parodia de varios episodios en South Park, y llevó a pescar a Diplo (“¡Me encanta pescar! Creo que es lo que hay que hacer cuando estás en Nueva Zelanda”). Mientras tanto, se las arregló para dar una impresión de autenticidad tan convincente que la gente se preguntaba si de hecho era falsa, si en realidad no había habido un casting secreto en la industria de la música para que ella hiciera el papel de su propia antiheroína. “Su estilo, e incluso el hecho de que sea de Nueva Zelanda, y marginal no sólo respecto del pop americano sino también respecto de lo importante y ubicua que es la fama, todas esas cosas hacen que la gente se pueda identificar”, dice Tavi Gevinson, editora de la revista Rookie y una de las muchas celebridades jóvenes –incluyendo a Taylor Swift– de las que se hizo amiga Lorde desde que se sumó a sus filas.
Después, habiendo dominado a toda una industria, Lorde desapareció. O, en su lugar, se retiró, para saber si era posible recuperar alguna versión de la muchacha suburbana que había creado, sin darse cuenta, una obra maestra, y ver si podía crear otra. Al menos así me lo había descrito más temprano ese mismo día, mientras almorzábamos en el Beachwood Cafe, un lugar soleado justo debajo del cartel de Hollywood poblado sobre todo por gente con pantalones de yoga y un obsesivo resplandor saludable. “Ahora puedo recordar y pensar: ‘Fue muy jodido. Todo. Jodido. Una locura’”, dice acerca del primer sacudón de la fama. “Pero todo el mundo está loco cuando tiene 16 años. Yo creo que si le decís a alguien de 16 años que se va a Marte –‘Vamos a subirnos a un cohete e irnos, y ésa va a ser tu vida’–, te dice: ‘OK, eso está bien, pero ahora estoy haciendo esto otro por mi cuenta, y eso es lo más importante’. Todo se fue normalizando semana a semana.”
No era que todo fuera normal. Para cuando Lorde empezó a pensar en un nuevo disco, ella estaba, de algún modo, en Marte. Se encontró en medio del clásico dilema de los innovadores: había inventado un sonido que cambió el paisaje del pop. Ahora, había sombras de “Lorde” por todas partes –en el susurro de su forma de cantar, en su mezcla de sonidos pop y candor de cantautora–, lo cual significa que, en estos días, sonar como Lorde es un poco como sonar como mucha otra gente. Su singularidad había sido cooptada, mientras que su horizonte había cambiado. “Su primer disco era todo sobre ser esa chica”, dice Jack Antonoff, productor de Melodrama. “Cuando toda tu vida cambió, y construiste tu carrera alrededor de ser honesta con tu punto de vista, ¿cómo hacés para seguir encontrando formas de identificación con el público? Es casi imposible.”
En pocas palabras, Lorde tenía que descubrir cómo crear una magia terrenal en la atmósfera enrarecida de otro planeta, mientras al mismo tiempo descubría cómo quería que fuera su vida adulta. Y lo único que se le ocurrió que podía hacer, realmente, fue intentar volver a casa.
A fines de 2014, después de cerrar una gira norteamericana, Lorde volvió a Auckland, Nueva Zelanda. Reconectó con viejos amigos –incluyendo los del video de “Royals”–, los que no estaban tan exaltados por su fama, y empezó a intentar encontrar un nuevo camino musical. “Aprendí que es algo que lleva su tiempo”, dice, “componer algo para salir del disco que acabás de hacer”. El concepto inicial del nuevo disco incluía a un grupo de extraterrestres a los que les presentan la Tierra. “Me acuerdo de escribir acerca del primer paso hacia afuera”, dice. “Estos alienígenas vienen viviendo en un ambiente herméticamente sellado, entonces... ¿cómo se siente el primer paso hacia afuera?”
Como siempre, Lorde trató de dejarse llevar por sus instintos, las agudas percepciones que le habían funcionado tan bien. Tiene sinestesia –ve las canciones no sólo como colores sino también como texturas– y se crio en un ambiente de clase media que cultivaba esto, con un padre ingeniero civil y una madre poeta laureada que le inculcó una “experiencia sensorial arrolladora del mundo”, dice. “Todo es tan vívido [para mi mamá]. Y todo está gobernado por los sentidos de una manera bastante literal. Es como que... hasta el gusto de diferentes frutas puede ser arte.” A pesar de haber sido una chica “solitaria, soñadora, fuera de lugar”, se crio con una profunda inclinación hacia el pop, que a veces estudiaba más que sus materias de la escuela. “Siempre fui súper alérgica a todo lo que se sintiera como exclusivo en el arte”, me dice.
En otoño de 2015, Lorde, que había vuelto a trabajar con Little, decidió diversificarse. Había conocido a la actriz y creadora de Girls, Lena Dunham (“Empezamos a chatear por Internet, como todo el mundo”); y a través de Lena Dunham, conoció al novio de Dunham, Antonoff, el guitarrista principal de fun., y el líder de Bleachers, y quien había producido partes de 1989, de Swift. “Estábamos en un show de Grimes, y él me dice: ‘Voy a buscarte un trago’”, dice Lorde, “y desapareció en otra sala y apareció con una lata de jugo de ananá –que es algo raro para llevarle a alguien–, atinó a pasármelo, pero se lo volvió a acercar, le frotó la mano por arriba y dijo: ‘Las ratas caminan por arriba de las latas en las fábricas’”. En ese momento, ella sintió que había “vuelto a casa de la mejor manera, conociendo a alguien así”.
Cuando Antonoff y Lorde se juntaron, el disco aún era una colección bastante nebulosa de ideas e impresiones. “Yo pensaba: ‘Juntémonos con un piano y veamos cómo te sentís’”, dice Antonoff, “‘y veamos qué te pasó desde tu último disco que valga la pena contar’”. Una de las primeras canciones que compusieron juntos fue “Liability”, sobre lo tóxica que puede ser la fama para aquellos que quieran estar cerca de ella. “Esa fue muy importante”, dice Antonoff. “Abrió un gran espacio, que era como: ‘OK, hay una forma en la que podés hablar sobre todas las cosas que cambiaron en tu vida, y que no te va a aislar’... Todo el mundo siente una responsabilidad con sus amigos y su familia por momentos.”
Desde entonces, Lorde se apoyó en sus experiencias personales, de la manera que fueran. “Todo de lo que hablo en el disco, más allá de algunas frases, todo ocurrió en Nueva Zelanda, y trata sobre mis amigos y yo”, explica. Un par de meses después de empezar a trabajar con Antonoff, se mudó de la casa de sus padres, y se compró una no muy lejos que, en las fotos en su celular que me muestra con orgullo, parece como esos lugares retro de mediados de siglo en los que se podría filmar un video de Lorde. Colgó un cuadro “grande, raro, muy hermoso, bastante atrevido” de Celia Hempton en su cuarto (“Es definitivamente una vagina”) y pintó a mano un empapelado estilo selva de Gournay en el living (“Es como un sueño bizarro”). Describió su día perfecto como: “Es verano, todo el mundo salió del trabajo, y vamos en auto a la playa y después todo el mundo viene a mi jardín, y todos nos sentamos en el pasto y escuchamos algo, y alguien hace whisky sours y se hace de noche, todo va derivando, y de repente son las dos de la mañana y todo el mundo está bailando. Ese es un buen día para mí”.
Cuando tuvo suficientes días así, volvía a Antonoff y al estudio para tratar de descifrarlos. “Iba [a Nueva Zelanda] y hacía todo eso de lo que terminaba escribiendo, y después volaba 16.000 kilómetros y componía sobre eso”, dice. “Sentía que tener la distancia era muy importante para mí. Realmente necesitaba la libertad para decir: ‘Esto es lo que voy a decir sobre esta persona’.”
El proceso funcionó, lentamente. “Fue un disco difícil de hacer”, admite Antonoff. “Si cambiás la respiración en una pista de voz, ella se da cuenta, y puede gustarle o puede odiarlo. Con ella, el proceso es muy meticuloso, y este disco en particular fue un viaje intenso. Supongo que tenía que ser así.”
También hubo noches oscuras del alma, momentos en los que sentía que Pure Heroine podría ser el único disco que haría. “Tuve un golpe bastante duro cuando llegué a pensar: ‘Simplemente no tengo otro’”, me dice Lorde. “‘Nunca va a poder ser lo suficientemente bueno’.” Uno de sus “ataques de miedo” fue tan fuerte que Antonoff la mandó de vuelta a su casa. “Todo el mundo decía: ‘Salí de acá’”, dice. “Me echaron del estudio, y me mandaron a dar vueltas por el mundo.” Se tomó un mes de descanso para ordenar sus pensamientos.
Después, alrededor de 2015, cortó con quien fue su novio durante muchos años, el fotógrafo James Lowe. Aunque es cautelosa a la hora de revelar detalles, admite que le sorprendió la profundidad de emociones que experimentó en los últimos tiempos. “Hace cinco años, yo pensé que eso era lo más intenso que había”, dice sentada en el asiento trasero de un Escalade negro que fue contratado para llevarnos hacia y desde Shareen. “Y de repente tener esta experiencia de ‘Dios mío’, es como 100 veces más. Creo que tuve un verdadero renacimiento emocional en los últimos 18 meses, de pensar: ‘Wow, esto duele’, y permitirme sentir todas estas cosas, lo cual ha sido de alguna forma trascendente.”
En la primavera de 2016, el disco había empezado a fusionarse en su mente, no como un disco de separación, exactamente, sino como uno acerca de los momentos que vienen después, la fiesta en la que tenés la libertad para llorar sola en el baño, o explorar los contornos de una persona nueva. Un día se despertó y el disco de repente se había revelado. “Fue como ‘melodrama’, así. Es como si este universo bizarro de repente elige el día y se te revela, y no podés imaginar que sea de otra manera.”
Allí donde Pure Heroine es distante, frío y contenido, Melodrama es más una búsqueda y, en gran medida, más celebratorio. También, musicalmente hablando, más expansivo. “[En Pure Heroine] Ella tenía toda esta sensibilidad electrónica”, dice Antonoff. “Pero en este disco hay guitarras, muchos instrumentos analógicos. Ya no es sobre el minimalismo; es algo más grande y amplio. Es un disco muy diferente en términos de la paleta de sonidos. Creo que eso empezó con el hecho de que compuso el disco sentada al piano. Ese estilo es muy nuevo para ella.” El primer single, “Green Light”, explica, es “yo gritándole al universo, queriendo soltar, queriendo avanzar, recibir la luz verde de la vida”. ¿Piensa que la recibió? “Oh, Dios mío”, dice. “Sí.”
Con estos misterios ya resueltos, Lorde pasó gran parte del resto de 2016 en Nueva York, trabajando en un estudio en la casa que Antonoff comparte con Dunham en Brooklyn, quienes le ofrecieron apoyo emocional, si no material. “Lena no es precisamente una cocinera galardonada”, dice Lorde, riéndose. “Hubo mucho delivery de Postmate. Pero ella entraba y decía: ‘Son increíbles, son las personas más geniales. Los amo, chau’.” Fuera del estudio, Lorde estaba sola. Se quedaba en un “hotel de gente de negocios bizarra, era sólo yo y conferencias”, dice. “En gran medida, me sentí como un pequeño monje, bajando al subte, bastante solitaria, y pensando solamente en la música todo el tiempo, sin socializar demasiado. Cada tanto, algún estudiante de la Universidad de Nueva York se me acercaba y me decía algo adorable, pero yo sentí que fui capaz de perder contacto conmigo misma como persona famosa, que es algo realmente valioso. Hacia el final, esta parte de mi vida, esta parte que estamos haciendo ahora, todo eso se sentía como algo muy abstracto.”
Hoy, sin embargo, fue un día relajado en comparación con lo que ocurrió y con lo que vendrá. Tiene jet-lag luego de una semana haciendo prensa en Europa, y hoy se levantó temprano y fue a nadar. Ahora está de compras, no en busca de ropa para los shows, sino para lo que vaya a usar en Coachella mientras esté como una fan en el público (“Tengo ganas de ver a the xx, a Radiohead. Oh, ¡Kendrick va a estar espectacular!”). Intenta, con cierta dificultad, deslizarse para entrar en un vestido de encaje color durazno. El único aspecto que la hace parecer de su edad es que todavía no se acostumbró a su propia gracia. “OK, ya me doy cuenta de que éste tiene un problema grave”, dice, girando frente al espejo para revelar agujeros ubicados sospechosamente en la zona de las tetas.
Intenta liberarse y termina con los brazos atrapados sobre la cabeza, riéndose debajo de las capas del vestido. “Dios mío”, dice. “Cometí un gran error.” Me apuro para ayudarla, aunque no hay dudas de que, como con todo lo demás, Lorde lo va a tener bajo control.
Un par de días más tarde, me encuentro con Lorde en las mesas para comer afuera en el icónico hotel de Los Angeles en el que se está quedando a pesar de su reputación como un lugar en el que alguien como ella típicamente suele quedarse. Está ahí, me asegura, por la pileta impresionantemente profunda. Quería “tirarse un par de veces”, y sumergirse completamente en ese azul sedoso y envolvente. “Es una cosa uterina”, dice. “Es tan confortante.”
Esta es una sensación particularmente atractiva en este momento. “Estoy jodidamente nerviosa”, dice, con el vestido azul grunge que se compró en Shareen. “No toco hace tres años, así que es como una extroversión forzada para una persona verdaderamente introvertida.” En un ensayo para el set de Coachella un par de noches atrás, había quedado claro que gran parte del show todavía no estaba armado (“¿Cómo hago para no electrocutarme?”, le preguntó a un plomo, ante lo cual un productor contestó: “¿Y cómo hacemos para que el agua no electrocute a todo el mundo?”). Ahora, no puede hacer más que llevarse las manos a la cabeza. “Me acaban de recetar unos betabloqueantes. Dije: ‘Vamos. Dámelos, dámelos’.”
Su anticipación de cómo será recibido el disco parece menos tensa, aunque si eso se debe a una suerte de dominio zen o sencillamente es una calma parecida al ojo de una tormenta no está del todo claro. Lorde se da cuenta de que puede ser imposible recrear la magia de Pure Heroine. “Reinventamos la rueda por accidente”, me dice. “Fue una suerte de milagro, realmente.” Necesitó cuatro años para llegar a una tregua con el hecho de que su primer disco haya sido una casualidad, y que no se ganan tan fácilmente todos los concursos de popularidad. “Yo no vine a la Tierra para mover las cosas hacia adelante cada vez que saco un disco”, dice. “Obviamente, me encantaría que a la gente le gustara la música, pero no en términos de ser Drake, la manera en la que él siempre está musicalmente empujando la cultura hacia adelante. Yo sé cuáles son mis virtudes, y creo que eso me hubiera dado una hernia o algo así.”
Eso no significa que Melodrama sea volver a hacer lo mismo. Muestra una nueva versión de su creadora. La Lorde de 16 años puede haber sido la antiheroína del pop –la reina de las adolescentes que no encajan–, pero ella nunca fue una chica gótica, y ciertamente no lo es ahora: “Es como: ‘Oh, mierda, ¿no puedo ser sexy si me dan ganas por un momento? ¿Todo lo que haga tiene que ser como una ‘chica de biblioteca’?” Ya no escucha Pure Heroine. “Ese disco era como de una chica joven”, dijo cuando volvíamos de Shareen, contoneando los dedos en la brisa por la ventana del auto. “Este es como de una mujer joven. Puedo escuchar la diferencia.”
Mientras hacía Melodrama, se encontró escuchando Graceland, Don Henley y Phil Collins. Música que podría ser considerada como no cool pero que, para ella, tiene una cualidad atemporal. Y también una sabiduría profunda y madura. Parte del encanto de la música, ella cree, es que está constantemente buscando un ideal inalcanzable; y si bien eso involucra una gran cantidad de angustia, también una absolución amplia. “No creo que puedas cantar sobre amor o sobre una separación de una manera completa a los 20 años”, dice Lorde. “Para plantear una pregunta” –y ahora cita a Henley– “‘¿Qué son estas voces que salen de la puerta del amor y que nos hacen dejar atrás la satisfacción y buscar algo más?’ Es la pregunta más jodidamente increíble del universo. No creo que yo pueda hacer eso. Incluso cuando me esfuerzo por no ver las cosas de manera simple, esos confines todavía están, porque soy demasiado nueva para la vida. Me emociona madurar y mejorar y ser capaz de hacerlo como ellos pueden hacerlo.”
Lorde hace poco participó del nacimiento del hijo de su mejor amiga, lo cual, dice, “me voló la cabeza. Es literalmente algo que te cambia la vida”. Sabe que quiere tener hijos. Quiere finalmente sacar su registro de conducir. Quiere volver a la escuela algún día (“Creo que ese momento va a llegar”, dice, “ese momento en el que yo diga: ‘OK, vamos a escuchar a otra persona hablar acerca de lo que significa ser un ser humano’”). Pero por ahora, está lista para encarar esto y ver lo que sale. “No sé si soy una estrella pop por alguna razón, pero sí creo que tengo que estar acá, creo que tengo que estar haciendo esto”, me dice, con la mirada firme, justo antes de despedirme.
A las dos semanas, más allá de sus nervios, su show en Coachella será un éxito. Nadie se electrocutará, y será elogiada en varios lugares como la mayor estrella del festival. Después, justo antes de que salga el disco, Lorde tendrá un par de semanas de ser simplemente Ella. Volverá a Nueva Zelanda y se rodeará de familia y amigos que la conocen de su época de los programas de talentos. Quizás camine por la playa. Quizás flote en alguna pileta, se meta en el agua como en un útero y nade a la deriva con los ojos cerrados y los sonidos brotando detrás de sus ojos. El tiempo pasará a la vez rápida y lentamente, como siempre. Después el disco será un éxito. Después se va a subir a esa nave espacial en dirección a Marte. Después, Lorde estará de regreso.