“Lucha de gigantes”, el malentendido detrás de una de las grandes canciones del pop español
Aunque muchos pensaron que hablaba del fantasma de las adicciones, a dos décadas de su creación Antonio Vega dio una versión distinta del significado de sus versos
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Cuando se las analiza, algunas canciones pueden perder su misterio, pero si son realmente buenas, nunca van a perder su encanto. Y nos dejaremos llevar por ellas, como aquella de Antonio Vega que decía: “Azul, líneas en el mar. Qué profundo y sin domar. Acaricia una verdad (...) Y tú, no lo pienses más. O te largas de una vez O no vuelves nunca hacia atrás. Se dejaba llevar; se dejaba llevar por ti”. Y también estaba aquella otra que decía: “Lucha de gigantes, convierte el aire en gas natural. Un duelo salvaje advierte, lo cerca que ando de entrar. En un mundo descomunal. Siento mi fragilidad”. ¿De qué hablan en realidad?
Hay obras que parecen amalgamadas a la vida de sus compositores, como si los pintaran de pies a cabeza, como si su destino no fuera otro que el de retratar sus pasiones, sus obsesiones, sus grandezas y miserias. Claro que eso también le quitaría al artista la posibilidad sensible de abstraerse y leer el mundo (o acaso aquello que lo rodea en lo cotidiano, pero que no lo aborda ni desborda) y que en esos tres minutos que puede durar una canción se ubique bien lejos del lugar protagónico. Pero las preguntas siempre serán del tipo: ¿Por qué dijo lo que dijo? ¿Está hablando de su vida o de algo que le tocó vivir?
“Lucha de gigantes. Convierte el aire en gas natural. Un duelo salvaje advierte lo cerca que ando de entrar, en un mundo descomunal. Siento mi fragilidad.”
Hasta al día de hoy muchos pensarán que aquella “Lucha de gigantes”, tan épica como bella, habla de la heroína, droga que llevó a la adicción a Antonio Vega y que signó buena parte de su vida. Incluso hasta el día de hoy hay una conexión por esa licencia que Vega se ha tomado al hablar de fantasmas. La hipótesis se ha sostenido a través de los años. Y de las décadas. De hecho, quien busque la canción en YouTube podrá encontrar comentarios muy personales que tiene a la canción como disparador.
A veces las canciones dicen lo que uno quiere oír en determinado momento de la vida. Y está bien que así sea, aunque el compositor quizá haya pensado en otra cosa. Si vamos al testimonio directo, “Lucha de gigantes”, aquel tema que Vega escribió en los ochenta cuando era parte del grupo español Nacha Pop, no habla de la heroína. Años antes de morir, en 2005, contó, durante una entrevista con Rolling Stone: “Es un recuerdo de la ubicación de las dimensiones del ser humano en un entorno cósmico, de la relatividad entre la grandeza del hombre y su pequeñez en un entorno grandioso e infinito. Es un juego de palabras que lleva un poco a pensar en el juego relativo entre infinitud y lejanía”.
Pero si trascienden es quizá por la interpretación de cada oyente. Los comentarios de los videos son la expresión más fiel de ese sentimiento. Alguien vuelve a escuchar la canción y escribe: “‘Lucha de gigantes’ es una canción que me acompaña en la fuerte lucha contra la depresión y ansiedad con la que los medicamentos hacen un vago esfuerzo por controlar -se confiesa en YouTube un oyente, desde el “nick” de su cuenta de usuario-. Nadie comprende el sentir de una persona más que la persona que lucha con su gigante internamente. Para mí esta poesía representa lo que es vivir con cargas y dolor, culpas, nuestros fantasmas terribles de algún extraño lugar. Nunca supe de dónde surgió la agonía que padezco. Y escucharla me hace quebrarme. A quienes pasen por algún problema así los invito a pedir ayuda, a decirles que no están solos, que la vida no es mala, y que siempre hay solución. Se los dice alguien que está hundido y tiene ganas de salir del pozo. Quiéranse mucho...”
Aquella explicación que Vega daba, de algún modo más filosófica que emotiva, derribaba la construcción del personaje que se hizo de él y del que, probablemente, Antonio quisiera escapar. El poeta maldito, el heroinómano. Se puede pensar que hay un correlato entre aquella declaración, para borrar cualquier rastro de la relación del tema con las drogas, y su deseo de que no lo vieran así. Porque por esa época (2005) había escrito otra canción llamada “Un día y otro”. “Hoy me han dicho dos o tres lo que tengo que hacer. Por lo menos otros dos lo que he de deshacer. Una voz serena que me dice ‘Cuídate’ y ‘Qué mal te veo, estás mucho peor que ayer’. Un día y otro. La misma charla otra vez. Esta gente no tiene nada mejor que hacer. Que pensar en lo que tengo o dejo de tener”.
También durante aquella entrevista con Rolling Stone se refirió a la percepción que de él tienen los demás. “Cuanto menos se sabe de una historia, más se comete la torpeza de juzgar. A mí la gente me viene y me dice: ‘Qué mal te veo’ o ‘qué mal estás’. Y piensas: ‘Joder, pues qué putada que me veas así”, había dicho.
Ese era su estado de ánimo en ese momento, tres años antes de morir. Aquello sucedió el 12 de mayo de 2009, luego de más de veinte días de internación en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid, por una neumonía aguda que pudo haber tenido relación con el cáncer de pulmón que le habían diagnosticado meses antes. Tenía 51 años.
Lo cierto es que más allá de las especulaciones y de lo que cada persona quiera escuchar en “Lucha de gigantes”, difícilmente Antonio Vega pudiera haberse puesto en el lugar de gigante, que pelea cuerpo a cuerpo con otro gigante, la adicción, en medio de una canción. Esta hipótesis no interfiera en absoluto sus problemas con las drogas, sus rehabilitaciones y recaídas que fueron públicas. Pero suma elementos para pensar en ese ser humano dentro de las “dimensiones cósmicas”.
¿Y si habla de las dos cosas al mismo tiempo? ¿De ese ser humano diminuto en el cosmos y de todos sus fantasmas? “Vaya pesadilla, corriendo con una bestia detrás. Dime que es mentira, todo un sueño tonto y no más. Me da miedo la enormidad. Donde nadie oye mi voz. Deja de engañar. No quieras ocultar que has pasado sin tropezar. Monstruo de papel. No sé contra quién voy, ¿O es que acaso hay alguien más aquí? Creo en los fantasmas terribles. De algún extraño lugar. Y en mis tonterías para hacer tu risa estallar”.
Antonio Vega ha sido un gran poeta del pop de habla hispana. Un madrileño nacido en 1957, de familia numerosa (fue el tercero de seis hermanos) y vida holgada, que se dedicó durante su adolescencia al deporte, con grandes logros, y a probar varias carreras universitarias durante sus primeros años de juventud, que nunca terminó. La guitarra y las canciones definieron el rumbo de su vida. Eran los ochenta en España. Los ochenta de la “Movida”. Eran años en los que Antonio, junto a su primo y socio musical Nacho García Vega, completaban un capítulo en el libro del pop y el rock español con su grupo Nacha Pop. El disco debut de la banda, que inauguró la década, fue uno de los estandartes de aquel nuevo orden juvenil del posfranquismo y el regreso a la democracia. Primero el cine de destape, desde 1976 en adelante; luego la Movida, que habría tenido dos hitos fundacionales (el Concierto homenaje a Canito, en 1980, y el “Concierto de Primavera” de la Escuela de Arquitectura, en 1981) que dieron visibilidad a un fenómeno que se cocinaba en programas de radio, fanzines, artes visuales, publicaciones literarias y fiestas.
Vega fue parte de una movida madrileña que lo acogió, aunque, quizá, se haya sentido identificado solo en parte. La timidez y la introspección no terminaron de conformar el perfil extravertido que se necesitaba para las fiestas, por ejemplo. Pero sus canciones eran protagonistas. “La chica de ayer” fue uno los emblemas de aquellos años y Antonio, a la larga, terminó convertido en una especie de poeta maldito, que cantaba por la zona alta de su voz y hablaba (especialmente en los últimos años de su vida, por la parte baja y oscura de su garganta). Cuando la juventud quedó atrás, tanto para hablar como para cantar (durante una entrevista o sobre el escenario), la representación de la timidez mezclada con la introspección estaba perfectamente reflejada en esa manera de arrimarse al micrófono con la cabeza mirando el suelo, en el último tramo de su carrera. Como si no quisiera enfrentar a aquello que amplificaría su voz.
Pero si tienen que suceder, las cosas suceden. Antonio grabó, entre 1980 y 1987, cinco discos de estudio y un EP con Nacha Pop (Nacha Pop, Buena disposición, Más números, otras letras, Una décima de segundo, Dibujos animados y El momento). Luego de la disolución de la banda, comenzó una carrera solista que mereció otra media docena de álbumes, entre registros en vivo y de conciertos, con títulos como No me iré mañana y Anatomía de una ola. El abuso de las drogas atravesaron todo ese camino musical. “La personalidad de Antonio es la de alguien que está absolutamente entregado a sus emociones. Está al margen de muchas cosas. Se intuye bastante bien su personalidad con sus canciones -decía su hermano mayor Carlos Vega, en un documental de Dexiderius sobre la vida del artista-. La complejidad emocional de sus canciones es, un poco, su complejidad emocional”.
Entonces, ¿de qué habla “Lucha de gigantes”, de los fantasmas que dejó el abuso de drogas o del cosmos? “Sufrir lo que Antonio ha sufrido y escribir de esa manera tiene mucho mérito, pero era un músico devocional que siempre encontraba la fuerza necesaria para salir al escenario y transmitir sensaciones”. Así lo recordaba el ex Mecano Nacho Cano, el día de su muerte.
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