Su adicción a la heroína casi lo mata en Londres, en 1979; un año más tarde llegó a la Argentina para desintoxicarse y produjo toda una revolución en el rock local
“Yo me voy a morir dentro de poco, que va a ser muy bueno para los diarios. Van a poder poner una notita con la crucecita negra. Los otros no sé qué van a hacer”, decía Luca Prodan en una entrevista radial tras presentar su último disco en vida, After Chabon. Tenía 34 años. Seis meses antes de ese fatídico 22 de diciembre de 1987, el cantante de Sumo anticipaba su muerte y comenzaba su leyenda.
Su partida impactó pero no sorprendió. Años de lucha contra su adicción a la heroína habían derivado en el reemplazo de esa sustancia por la ginebra, que terminó siendo el veneno que lo llevó a la tumba. El veredicto de su muerte fue paro cardiorrespiratorio producto de una cirrosis hepática, pero algunos creen que fue la consecuencia de una vida frenética, repleta de excesos.
“Luca murió por una sobredosis de su vida. Estaba tan hecho pelota que reventó”, dijo Timmy McKern, amigo de la infancia y “culpable” de traer a un músico que se escapó de Europa para revolucionar el rock argentino.
Como todo hijo de padres trotamundos, Luca se movió hasta encontrar su lugar. Nunca le convenció vivir en el mundo aristocrático que frecuentaba su padre. Como contó su hermano Andrea en la biografía escrita por Oscar Jalil ( Luca Prodan, libertad divino tesoro), a Luca lo fastidiaba no ser parte de la clase obrera.
Infancia
17 de mayo de 1953. El mismo día que se inauguraba el Estadio Olímpico de Roma, Cecilia Pollock se iba de una función en el Teatro de la Opera directo al Hospital Salvador Mundi para dar a luz a Luca, el tercero de cuatro hijos que tuvo con Mario Prodan.
Cecilia y Mario se habían instalado en Italia luego de escapar de China, tras vivir en un campo de concentración por 18 meses, junto a Claudia y Michela, sus dos primeras hijas. Tras la asunción de Mao Tse Tung y su política de eliminar a los extranjeros, eligieron mudarse a Roma, donde nacieron los varones, Luca y Andrea.
Llegaron a una Italia devastada por la Segunda Guerra Mundial. Mario había tenido que abandonar su venta de arte chino, pero era muy hábil para los negocios. Rápidamente se convirtió en un vendedor de antigüedades a reyes, actores y directores de cine, además de trabajar en algunas películas con Fellini.
Michela y Claudia también se relacionaron con el mundo del cine, mientras que Luca fue enviado a estudiar a Gordonstoun, en Escocia, uno de los mejores colegios de Europa donde también estudiaba el príncipe Carlos.
Era una institución pupila más enfocada en la preparación militar y la supervivencia que en el ámbito académico. Esa opresión fue el comienzo de la rebeldía de Luca. “Te querían hacer una marioneta de la sociedad, te hacían pensar a su manera. Yo era muy rebelde, pero era el mejor de la clase, hasta tuve una beca para Cambridge, por eso no me echaron”, contó en una entrevista.
Allí conoció a Timmy MacKern, argentino e hijo de escoceses y futuro mánager de Sumo, con quien forjó una gran amistad. Los extranjeros eran muy maltratados por los ingleses, que no los respetaban. Su espíritu libertario nunca soportó el entorno represivo de aquel colegio, que orientaba la vocación de sus alumnos, pero a la vez obligaba a ciertas actividades que Luca detestaba.
En su último año, Luca no aguantó más y se escapó de repente: “Para mí fue una decisión momentánea e irrevocable. Quería dejar todo lo de la sociedad. Me di cuenta que era todo mentira y me escapé de todo”, explicó años después.
El revuelo fue tal que, cuando se enteraron sus padres, lo empezó a buscar la Interpol, como si fuera un delincuente. Vendió una escopeta que tenía y con el dinero viajó en tren a Londres y después cruzó a Italia. Para que no lo encontraran, dejó una pista falsa como si se hubiera ido a Noruega en un pesquero. “Mis padres tenían detectives buscándome en Noruega y yo estaba a tres cuadras de su casa”, dijo en una entrevista a Nora Fisch.
Meses después, su madre lo encontró en una calle de Roma tras un accidente de tránsito y Luca volvió a vivir con su familia y terminó el colegio. Pero ya no era el mismo.
Su vida en Inglaterra
Tras volver con su familia, terminó sus estudios sin dejar de lado su etapa hippie. Vendía artesanías y dibujos en Piazza Spagna y pasaba sus tardes fumando marihuana e inyectándose heroína. Justamente por su relación con las drogas cayó preso por vender hachís y estuvo tres meses en la cárcel de Rebibbia.
No sería la primera vez que iba a ser encarcelado. Años después fue detenido por manejar en contramano, aunque no fue llevado a la prisión militar de Forte Boccea por la infracción vial sino porque tenía un pedido de captura por haber desertado del ejército. No duró demasiado y se escapó definitivamente a Londres.
Allí se reencontró con Timmy MacKern y se mudó junto a él y Linda, su novia. Juntos acostumbraban a ir a recitales de bandas under. En esos años, viviría como un observador comprometido el ascenso y caída del rock sinfónico, el esplendor del glam rock, la rebelión punk y la explosión del reggae.
La muerte del padre de Timmy lo obligó a viajar a la Argentina, donde años más tarde se establecería definitivamente. Luca se mudó varias veces, vivió con personas que iban y venían, pero lo que siempre estuvo fue la heroína.
Comenzó a trabajar en la disquería de Richard Branson, el dueño del sello discográfico Virgin, que por esos días editaba a los Rolling Stones. Había dejado su empleo de sereno para hacer algo que le gustaba, pero su adicción pudo más. Entró en coma hepático y estuvo internado una semana, “con el cuerpo amarillo y los ojos anaranjados”, según relata Andrea.
Su colapso no resultaba aleatorio. Ese mismo año, la policía había encontrado a su hermana Claudia, a quien había introducido en el mundo de las drogas, muerta en un auto junto a su marido, tras inhalar monóxido de carbono.
En su interior, rastros de una inyección de heroína que salió mal y cuatro cartas. “Es mejor morir de droga que vivir así”, decía un mensaje. La pérdida de su hermana fue un golpe de KO para un joven que había sido apoderado por las drogas y parecía vivir sin rumbo entre Italia y el Reino Unido. Necesitaba un cambio si no quería seguir el mismo camino que su hermana. Un cambio radical porque su salud estaba muy deteriorada.
Una foto de Timmy Mackern con su familia en Córdoba, su amigo del colegio en Gordostoun, lo iluminó. Inmediatamente, Luca supo que ese era su lugar en el mundo y principalmente su salvación al mundo de las drogas. Meses después viajó a la Argentina sin saber una palabra en castellano y aterrizó en Ezeiza en plena dictadura militar. Según cuenta Timmy, Luca era un fantasma. “Tenía tan poca energía que estaba casi todo el tiempo dormido”, cuenta.
Sumo
Prodan llegó a la Argentina y se instaló en la casa de Timmy, en Córdoba. Su amigo estaba casado con la hermana de un músico, Germán Daffunchio, que más tarde se convertiría en el guitarrista de Sumo. Aburrido, sin posibilidad de consumir heroína, Luca reemplazó su vicio por la ginebra. Le pidió prestada la guitarra criolla a McKern y comenzó su historia musical en el país.
En un panorama dominado aún por las tradiciones inauguradas con la edición de “La Balsa”, en 1967, Luca Prodan apareció como un rara avis en la escena local con canciones impregnadas de reggae, hardcore, new wave y demás corrientes musicales derivadas del punk.
Mientras la plana mayor del rock argentino aún abrevaba en los Beatles, los Rolling Stones, Led Zeppelin o el rock sinfónico, entre otras influencias, Luca desplegó un estilo que debía su impronta a desconocidos para los argentinos hasta ese momento como Blondie, Van Der Graaf Generator, Elvis Costello y, fundamentalmente, Ian Dury & The Blockheads.
Tal vez su desconocimiento total de la obra de figuras centrales como Charly García, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia o Pappo resultó decisivo para que el cambio planteado por este músico sea tan radical para el movimiento vernáculo.
En apenas cinco años al frente de Sumo, este artista, que logró un moderado reconocimiento en vida, con limitadas ventas de discos y tickets para sus shows, estableció parámetros indispensables para el devenir del rock argentino, con una influencia que persiste al día de hoy.
El final
Se anunciaba. Desde hace días, meses. Casi no comía y consumía mucho alcohol, estaba muy deteriorado. Todos estaban esperando ese día. "Sólo faltaba ponerle fecha", dijo Timmy.
Dos días antes de su muerte, Luca tocó con Sumo en el estadio de Los Andes, ante no más de 500 personas. Según contó Germán Daffunchio en una entrevista, estaba muy flaco, borracho y le costaba cantar. "Tenía el mismo corazón, pero no el mismo cuerpo. Le costaba afinar. Hasta el último día dio todo. Es lindo entregar tu vida por la pasión. Pero ese día yo sabía que se iba a morir en cualquier momento", dijo el guitarrista de la banda.
La madrugada del 22 de diciembre de 1987 lo encontraron muerto en su habitación de la casa ubicada en la calle Alsina 451, en San Telmo. Había sufrido un paro cardíaco debido a una grave hemorragia interna causada por una cirrosis hepática.
"Por suerte sentí paz. Fuimos a su casa y estaba en el piso tirado, mitad del cuerpo en el colchón y mitad del cuerpo en el piso. Estaba sin una remera, le apoyé las manos y cuando vi que estaba frío, me tiré encima de él a calentarle el cuerpo, andá a saber por qué", contó Ricardo Mollo, actual guitarrista y vocalista de Divididos, una de las bandas que se formó tras la separación de Sumo.
Nadie lo quería perder, pero todos sabían que no había remedio. Que sus años en la Argentina fueron gratis. Luca forma parte del grupo de artistas que dedicaron su vida a la música, pero se mantuvieron lejos de los reflectores, los aplausos y el dinero. Fue una prominencia del under porteño que tenía destino de ser una estrella en vivo, pero le tocó alcanzar la fama desde la tumba. Hoy en día es venerado por miles de jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando se murió.
Luca fue un tano que escapó de Europa, de ese laberinto de drogas y que apuntó directo al paraíso cordobés. Sólo necesitó una foto para tomar la decisión de venir al país en 1980, en plena dictadura militar y sin hablar castellano. “Yo soy libre –dijo en una ocasión–. Vivo de la manera que soy. Subo al escenario con la misma ropa que voy por la calle charlando con la gente. Dejé toda una vida detrás y empecé de vuelta. Elegí cantar en inglés en un país totalmente racista, con otra manera de pensar, pero me gusta ¿Por qué? Me la jugué. Juéguense jóvenes”. Vino sin nada, nos dejó mucho.
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