LA NACION accedió a la intimidad del cantante antes de subir al escenario; con localidades agotadas, el artista supera su propio récord en el Ópera
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“El público no deja de sorprenderme después de casi treinta años de vida musical”, reconoce Abel Pintos, en el inicio de la charla con LA NACION. La reflexión del cantante viene a cuento cuando se le consulta sobre el récord de 31 funciones totalmente agotadas de Abel, En concierto Buenos Aires, el show en el que transita su último material mixturado con varios de sus clásicos. Se trata de un espectáculo en residencia, como se dice en la jerga cuando un mismo artista toma una sala durante un tiempo determinado al estilo de una temporada de teatro. El teatro en cuestión es el mítico Opera que desborda de Art Decó en plena calle Corrientes a cien metros del Obelisco porteño.
La inusual seguidilla de funciones sold out reafirma el fenómeno en torno al músico que transcurrió su infancia entre Bahía Blanca e Ingeniero White, en el sur extremo de la provincia de Buenos Aires, donde fue descubierto por Raúl Lavié y, con los años, bendecido con el aval de otros próceres como Mercedes Sosa y León Gieco.
“Se tiene la ilusión del apoyo del público, pero nunca la certeza. Estas cosas no tienen demasiada explicación, ya que intervienen muchas variables para que algo así suceda o no. Una de esas variables es la situación económica tan complicada que se vive, por eso entiendo que el amor que el público tiene por uno, no siempre lo explica todo, ya que la gente puede sentir amor, pero no tiene la posibilidad de asistir a un concierto”, sostiene el cantante apelando al sentido común.
La serie de recitales se inició el pasado 18 de mayo y continuará hasta el próximo 8 de julio, cuando se llevará a cabo la función número 31 que será a beneficio de la Casa Garrahan, gesto que ya había realizado en el 2015. Cuando se anunció este concierto despedida del Opera, los tickets se agotaron en solo 43 minutos, una clara muestra de lo que genera el artista entre sus fanáticos.
Hablan los números
Un mes antes que Abel, En concierto Buenos Aires se estrenara, las localidades se encontraban agotadas. Durante el primer día de venta, en tan solo 8 horas se vendieron 18.000 tickets, el equivalente a multiplicar por diez la capacidad del Opera. Este récord supera su propia marca de 21 recitales ofrecidos en el mismo teatro durante la temporada 2015.
“El amor en mi vida” es el nombre de uno de los cortes que hoy los fans repiten como un mantra. El título del tema también bautizó a su último material que es recorrido en este ciclo que quedará en la historia de la música popular tocada en vivo en la ciudad de Buenos Aires.
Abel Pintos encierra récords al que pocos artistas acceden. En sus 26 años como músico profesional, con 13 álbumes editados, realizó 15 funciones agotadas en el Luna Park entre el 2013 y el 2015;
Cuando se presentó en el Estadio Único de la Ciudad de La Plata congregó a 25.000 fanáticos, preámbulo de lo que sucedería en diciembre de 2017, cuando colmó dos funciones en el estadio de River Plate. Un año antes, ya había rebalsado el Luna Park y realizado 11 funciones en el Opera.
En noviembre de 2019 realizó un concierto sinfónico en el Movistar Arena llenando las tres funciones programadas. En este mismo espacio del barrio de Villa Crespo, durante la temporada 2021 y en plena pandemia de Covid, agotó los tickets de 12 presentaciones.
En las plataformas de música, su single “Cómo te extraño” llegó al primer lugar con permanencia también récord y lleva 1 B totales de streams en todo el mundo. También en el plano internacional, cuenta con 1.9 B totales de visitas en sus videos en todo el mundo y 950 k totales de ventas físicas.
“Como artista y como productor, vivo lo que me sucede con mucha emoción, todo se transforma en un desafío artístico y logístico”, dice a media voz, con orgullo, pero sin querer reafirmar lo que los números dicen por sí solos. “El público vive algo que no solo tiene que ver conmigo, sino también con ellos mismos. Más allá de ser un concierto, se trata de un evento en sí mismo. Los que amamos la música convertimos el concierto en una celebración. No siento que la gente venga solamente a verme a mí y eso me hace muy feliz. Hay algo que excede lo musical”, argumenta, consciente que su arte es el motor de esa fidelización de la gente.
El fenómeno por dentro
Es sábado a la noche y la calle Corrientes explota de gente. Sobre la vereda del Opera y tres horas antes del concierto ya están instalados los vendedores de souvenirs. La oferta es variada. Sombreros, vinchas con flores, llaveros, tazas y hasta un mate completo, todos con la imagen y el nombre del ídolo impresos. Objetos que perpetuarán la noche idílica del encuentro sagrado con él.
Las puertas del teatro, con la foto del artista y la gráfica del show, sirven de fondo para mil y un fotografías. En el foyer, una gigantografía del ídolo, auspiciada por un banco, permite que los fanáticos se tomen una imagen intentando imaginar que la silueta de vinílico podría ser de carne y hueso.
“Ir al concierto es como una cita a la que uno llega con la certeza de vivir un milagro, como los padres que van rumbo al parto de un hijo”. El sentimiento del artista es compartido por los miles que se acercan para compartir el ritual en comunión.
Casi es imposible trazar un perfil del público, ya que una variopinta categorización multitarget se apodera del frente de la histórica sala que fue fundada por el empresario Clemente Lococo a mediados del siglo pasado. Familias enteras, parejas jóvenes con bebés o niños en cochecitos, abuelos y nietos, barras de amigos. Abel Pintos logra seducir a una elástica franja etaria que se caracteriza por la euforia civilizada. Recién cuando transcurren algunos minutos de las nueve de la noche y el telón aún no se levantó, la sala repleta comienza a aplaudir armónicamente. Las estridencias llegan cuando el cantante comienza a desplegar su arte, pero no habrá postales de histeria y tumultos. Cada cual, en su butaca, sentados o de pie, vivan los temas que se corean de memoria. Promediando el concierto, el anfitrión agradece escuetamente y emocionado. “Menos palabras y más música”, dice. Y lo cumple.
“Una sala de Capital nos permite presentar desde la puesta en escena una idea conceptual que, a veces, no se puede llevar de gira”, explica Pintos. Sonido y luces perfectos, varias pantallas y un dispositivo que desciende desde las alturas conforman un buen combo estético que acompaña al anfitrión de la velada impecablemente vestido con pantalón y saco, elegante y sobrio, con buscadas reminiscencias vintage.
“Me gusta pensar los shows como un viaje y que, en ese viaje, podamos recorrer distintos estadíos emocionales. En este caso, la idea es ofrecer las canciones de mi último disco y hacerlas convivir con algunos clásicos”, explica el músico.
En la sala no cabe un alfiler. Desde la primera fila del pullman estremece observar como esa tribuna que se eleva en el fondo hasta casi tocar el techo de la monumental sala está abarrotada de público. El cantante se encarga de saludar a la platea y también a aquellos que se ubicaron más lejos del escenario.
Entrenamiento
Si la exigencia de un cantante siempre es alta, una maratón de 31 funciones implica un cambio de vida absoluto. Al buen estado físico general se le suma el cuidado de la garganta y las cuerdas vocales, zonas sensibles y algo frágiles si no se las protege con el rigor necesario. “Hace más de 15 años que trabajo con Katie Viqueira, mi coach vocal. Sigo tomando clases y entreno mis cuerdas vocales, tanto como la musculatura del cuello y del cuerpo en general. Trabajamos los centros resonadores de todo el organismo como un deportista que se entrena para un partido. Hemos pasado por muchas etapas y cumplido varios objetivos para sentirme listo para un desafío como este ciclo en el Opera”, explica.
Cada show dura aproximadamente dos horas, el tiempo en el que Pintos despliega su arsenal artístico atravesado por diversos matices. “Antes y después de cada concierto hacemos lo mismo que un deportista. Preparo el instrumento para poder responder”.
Mas allá del escenario, los cuidados atraviesan la vida diaria. Una cotidianidad desprolija atentaría contra el rendimiento y la excelencia. “Me cuido de hablar mucho, ya que hablar cansa más que cantar y presto mucha atención a hacerlo en lugares ruidosos”.
Nexos
La fidelización establecida entre el artista y su público se expresa de mil y un maneras. La euforia en los conciertos es una de ellas y va acompañada por experiencias individuales que conforman ese todo plural de miles, millones de seguidores.
“Recibo una cantidad impresionante de mensajes. Antes llegaban cartas de puño y letra, algunas llegan aún, pero hoy las redes sociales son el contacto más fluido. Me tomo mucho tiempo para leer todo lo que me escriben, aunque no sea un compartidor compulsivo en las redes”, explica.
Observar el ingreso de esa multitud que se acerca al espectáculo, permite imaginar las historias que cada uno acarrea y el vínculo que establece con su artista idolatrado. “Una mujer me escribió contándome que iba a venir a la primera función, pero de la emoción que tenía se confundió el día. Se había arengado tanto, que se equivocó la fecha. Cuando me lo contó, hablé con alguien de la producción para que pudiera ir a otro concierto”.
Tampoco faltan los mensajes por el reencuentro. Mucha gente no asistió a sus últimos shows, siendo el último contacto con el músico antes de la pandemia. La llegada de espectadores de todo el país es otro de los fenómenos que se da en las presentaciones porteñas. Este sábado, dieron el presente fanáticos de Santa Fe, Córdoba y, por supuesto, de Bahía Blanca, donde Pintos es el hijo mimado. Las tonadas revelan los múltiples orígenes.
Si las entradas para los conciertos en el Opera se agotaron un mes antes de las funciones, algo similar sucederá en la gira federal que llevará al músico por diversas ciudades de la Argentina. “Será un lindo reencuentro”, se entusiasma. El tour se iniciará en agosto, luego de un merecido descanso que Pintos se tomará en el mes de julio.
-¿Qué te sucede antes de salir a escena?
-Mi niño interior se agita mucho, ya que sigo sintiendo la misma necesidad, las mismas ganas de subir a divertirme como cuando comencé. La música me completa como ser humano de una manera única y la emoción que siento al pisar el escenario tiene que ver con eso. Para mí, cantar es todo”.
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