Los recitales, experiencia colectiva y rituales
Esta noche, el recital de Aerosmith en el Estadio Único de La Plata funcionará como campanada de largada de la temporada alta de grandes conciertos y festivales. Si bien ya hubo un festival dedicado al metal, el Maximus, hace un mes, ahora empieza la verdadera maratón. Porque a la presentación de la banda liderada por Steven Tyler y Joe Perry le seguirá el fin de semana próximo el anhelado retorno del festival BUE (con Iggy Pop, Toots and the Maytals, Wilco y muchos más); el Personal Fest siete días después (con Andrés Calamaro, No Te Va Gustar, Jamie Cullum y The Kooks, entre otros) y, ya en noviembre, Guns And Roses, el Music Wins (Primal Scream, Air y más), Black Sabbath, La Beriso (en diciembre) y, en marzo, el Lollapalooza.
A contramano de quienes vieron en la proliferación de dispositivos de escucha y ofertas de streaming la muerte de la música en vivo, e imaginaron un oyente aislado disfrutando de su playlist personal, la realidad muestra lo contrario. Que la música en vivo no sólo goza de excelente salud, sino que se ha vuelto un hecho más colectivo que nunca. Los festivales y los encuentros multitudinarios se imponen como una manera de experimentar la música menos preciosista, es cierto, pero mucho más tribal, incluidos nuevos rituales. Como que hasta ha dejado de ser central, en el caso de los festivales, la conformación de la grilla; hasta último momento hay cambios (se suma una banda, se baja otra) y en algunos casos, como en el Lollapalooza, se comienzan a vender las entradas antes de anunciar quiénes tocarán (con las desilusiones, claro, que eso trae). Lo que prima, parece ser, es la celebración grupal de la música, más allá de los grupos.