Los días de Luca Prodan en Londres: de la escena punk y los excesos a una amistad con Sting
El líder de Sumo trabajó en una disquería y tuvo su primera banda, pero su adicción a la heroína terminó marcando los siete años que vivió en la capital británica
Las líneas de fuga cruzan la vida de Luca Prodan . por esa vía abandonó el colegio, fue desertor y, también, intentó zafar de la heroína. En uno de los varios intentos por escaparse de todo, Luca frenó en Londres. Entre 1972 y 1979, con algunas interferencias marcadas por esporádicos regresos a la Roma natal, viviría como un observador comprometido el ascenso y caída del rock sinfónico, el esplendor del glam rock, la rebelión punk y el advenimiento del reggae. Fueron años de excesos, amores contrariados y trabajos casuales. Pero, por sobre todo, el período en el que un tipo anónimo comenzó a ser parte de un explosivo ruido de magia. Cosmopolita y autosuficiente, la capital británica ofrecía por aquellos años un variado menú de tentaciones. En un lugar signado por las diferencias de clase, el racismo solapado y una tradición imperial en plena decadencia, la mirada de Luca hizo foco en esos maravillosos contrastes. Con el rock como plataforma de cambio y experimentación, captó al instante las nuevas señales. Frente a sus ojos pasaron los conciertos faraónicos de Pink Floyd, conoció en vivo el universo sofisticado de la santísima trinidad del glam rock (Marc Bolan, David Bowie y Roxy Music) y la mejor tradición progresiva con grupos como King Crimson y Van der Graaf Generator. A todos los disfrutó en su mejor momento, pero también comprendió que esa forma de hacer rock se estaba agotando y que tenía muy pocos vínculos con la enorme mayoría de chicos desocupados.
Con una capacidad terrible para adaptarse a las circunstancias, Luca realizó trabajos diversos. Entre los más conocidos figura su paso como vendedor de discos en Virgin Records; también fue sereno y agente de seguridad para eventos de rock. “A él no le gustaba trabajar en esos lugares; casi todos esos laburos fueron esporádicos. Vivió mucho tiempo cobrando el seguro de desempleo: decía que tenía familia y niños a cargo, así que le daban más plata. En esa época las autoridades eran muy inocentes, se creían todo lo que les decía la gente. El usaba parte de ese dinero para comprarse discos y drogas, se pasaba semanas escuchando esos discos con amigos y grabando en una portaestudio”, dice Andrea Prodan, quien estudiaba en Canterbury y aprovechaba las vacaciones o los fines de semana largos para visitar a Luca. Acerca de una de esas escapadas al mundo del hermano mayor, Andrea recuerda: “Te imaginás a Luca como un patovica... Era bárbaro, porque no tenía que hacer nada, más que pararse entre la gente y el foso del escenario. Ponía cara de malo y después seguía viendo el concierto. Así asistió a muchos conciertos sin pagar, y además le daban plata. Juntos trabajamos en varios recitales de los Stray Cats, Lene Lovich y Joe King Carrasco”.
Haciendo realidad el sueño de todo melómano rockero, Luca ingresó en Virgin Records. El propio Richard Branson –hoy un multimillonario de la industria discográfica, que por aquellos años administraba en persona sus primeras tiendas de discos– lo convocó para que se ocupara de la sección de singles. “En aquel tiempo, Luca escuchaba la audición de la BBC conducida por el DJ John Peel. Todas las noches sonaban las novedades de la escena musical inglesa y Luca anotaba los nombres de los grupos. Así empezó a afanarse discos, primero para él, luego para mí, y así con todos sus amigos. Cada diez que vendía se robaba uno. En un momento, el dueño del negocio, Branson, le decía: ‘Eh man, está todo bien, pero pará de afanar’. Hasta que lo echaron. Entonces la gente se empezó a quejar, porque todos iban a Virgin por ese tano que podía deducir una canción a partir de un silbido desafinado. Así que el tipo lo volvió a llamar, pero al final se cansó y terminó echándolo definitivamente.”
"La casa de Luca era como un hospicio", dice su hermano Andrea. "Siempre había paquistaníes, gente de paso."
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Su estadía en Londres tuvo varias residencias, incluso la calle. Primero vivió con Timmy en Chiswick, cerca del jardín botánico de Kew Gardens. Más tarde, se mudó solo a una pequeña casa a orillas del Támesis. “Su casa era como un hospicio; siempre había unos paquistaníes, unos franceses de paso, algunos amigos punks”, dice Andrea. “Nunca estaba del todo solo. Además, cocinaba muy bien y siempre tenía buenas drogas. Era un tipo muy generoso y, por lo general, se cansaba de que se aprovecharan de él. Vivía en la típica casita inglesa. Mitad pintada de rosado y la otra mitad amarilla, con su jardincito atrás y otro más pequeño adelante. Entrabas y te encontrabas con un living de color marrón, con luces bajas y ese olor fuertísimo a marihuana emanando de todos lados. Cuando iban mis padres a comer, algún domingo, él abría todas las ventanas y rociaba con esos desodorantes de ambiente, que son horribles, para tratar de sacar la evidencia, pero el olor era más fuerte. Además, tenía como ocho gatos meando y haciendo quilombo. Adoraba a los gatos.”
Varios recitales míticos aparecen en su libro de viaje, y el de The Clash en el Hammersmith Odeon es una pieza de colección en el calendario punk de 1977. Sin embargo, créase o no, Luca se mantuvo ajeno al fulgor eléctrico de esa noche histórica. Veamos.
“Yo tenía 16 años”, recuerda Andrea. “Llegamos tempranito porque no me quería perder nada; antes de los Clash, tocaban Richard Hell and The Voidoids y Shams 69. Luca me dio una pastilla y empecé a bailar como un loco ya con Richard Hell; cuando vinieron los Shams, yo estaba aún más eufórico, y cuando subieron los Clash, no podía parar de saltar.”
Esa noche, los punkies más exaltados arrancaron del piso las primeras 30 butacas para tirarlas al escenario. Dice Andrea: “A través de las luces, se veía cómo caía sobre el escenario una catarata de escupitajos, y Joe Strummer estaba muy molesto. Cuando comenzaron a tocar ‘London Burning’, le tiraron a Strummer una butaca en la cabeza. Los Clash pararon todo, miraron al público y largaron de nuevo cambiando la letra: ‘London freezing’. Fue un concierto de la puta madre y la primera vez que vi una energía mística concentrada sobre un escenario. Al otro día tenía un montón de moretones, pero en el momento no había sentido nada. Me acuerdo de que cuando comenzó a tocar The Clash, Luca estaba en el piso durmiendo y yo le decía no te pierdas esto… El me miró medio de mala gana y luego se fue al baño; creo que se inyectó heroína. No le dio mucha importancia a nada. Las drogas duras parecían puntuar los picos más altos”. Ese mismo 1977 les trajo una noticia desde el sur de Italia: su hermana Claudia se había suicidado en un auto, junto a su marido. La heroína, otra vez.
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Londres fue el lugar elegido por Luca para formar su primera banda. Con el nombre de New Clear Heads, el grupo realizó algunas presentaciones en pubs y dejó un puñado de grabaciones caseras que Andrea aún conserva. “Estaba bueno... El problema era que Luca, al tomar heroína, estaba como ido. Y como nunca fue un tipo ambicioso, se conformaba con salir a tocar un poco, sin pensar en ser famoso. Lo interesante es que tanto los amigos de mis hermanos como los míos, que eran más chicos, nos dábamos cuenta de que tenía mucho talento.” Esa percepción alcanzó a tipos ciertamente más ambiciosos y que en el futuro se convertirían en estrellas con el nombre de The Police. “Eran amigos de Luca mucho antes de hacerse conocidos, siempre iban a su casa. Me acuerdo de que Luca lo cargaba a Sting, llamándolo por su verdadero nombre, Gordon Sumner. Los conoció a través de un amigo en común llamado Opher Dagan, que hizo la primera batería de Stewart Copeland, que no sonaba muy bien pero era hermosa. Nunca me voy a olvidar la imagen de Sting tirado en el sillón diciendo: ‘¡Guau!’, luego de que Luca cantara una canción acompañado sólo por la guitarra. El tenía la capacidad de trasmitir en forma instantánea, no necesitaba de todo el aparato de un escenario.”
En esos siete años, la heroína terminó con su salud. Flotando en un peligroso útero azul, Luca Prodan fue hospitalizado por un severo coma hepático producido por la ingestión de drogas duras. Nadie daba esperanza por el italiano de 26 años. Mientras su madre rezaba al pie de la cama, Luca despertó frente a un pequeño auditorio familiar con caras de milagro. Así terminó su estadía en Londres, medio mareado y con la íntima sensación de que ya había comenzado su tiempo de descuento.
Esta nota es parte de la edición especial de Sumo de la Serie Bookazines de Rolling Stone, que está disponible en los kioscos de diarios y revistas.
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