Los demonios personales de Bruce Springsteen
En los 80, sus crisis existenciales lo llevaron al borde del suicidio
MADRID.- La imagen de chico perfecto que sabe gestionar como nadie el éxito y la fama como uno de los mayores íconos del rock no siempre ilustró a Bruce Springsteen. Hubo una época en que tuvo que recurrir a un terapeuta para combatir sus depresiones. Fue en 1982, y no se trataba de crisis pasajeras. Según revela en un reportaje de The New Yorker su amigo y biógrafo Dave Marsh, El Jefe tuvo tendencias suicidas en plena gestación de Nebraska , su disco más sombrío, una estampa acústica de la Norteamérica más desoladora y desgastada de los años de plomo de Richard Nixon y la crisis económica de los setenta.
"Se sentía un suicida -comenta Marsh en la revista-. Fue como un viaje en cohete, de la nada a algo, y ahora te están besando el culo día y noche". De la lectura del extenso artículo, firmado por David Remnick, se constata que Springsteen, un perfeccionista nato, preocupado hasta la obsesión por el significado y el valor de las relaciones humanas, buscaba incesantemente la aceptación de su padre. Ni el éxito ni la fama pudieron apaciguar esa necesidad. En Nebraska , de hecho, incluyó "My Father's House", una composición oscura sobre corazones rotos y "las cosas difíciles que nos separaron". Años antes, el músico de Nueva Jersey había dedicado más canciones, como "Independence Day" o "Factory", a la figura de su padre ausente, un peón de fábrica taciturno, superado por la rutina y su precaria existencia, que nunca aprobó que su hijo se dedicase al rock. Era su madre, ama de casa y secretaria, la que lo apoyaba. La obra del Springsteen clásico siempre se movió entre esos dos mundos. "Las batallas por la supervivencia de mis padres son la materia de mi vida", asegura el cantante en The New Yorker.
Pero sus progenitores no fueron su único demonio. También lo superó la contradicción de perseguir el éxito y luego convivir con un estrellato que no aceptaba. De ahí la mayor parte de sus crisis de identidad.
Steve van Zandt, guitarrista de la E Street Band y fiel amigo del cantante, lo resume en el New Yorker con el relato de la pelea que mantuvieron en 1987 a causa de la canción "Ain't Got You", en la que Springsteen hablaba de su vida de nuevo rico. "Le dije: «¿Qué carajo es esto?» -recuerda Van Zandt-. Y él dijo: «Es la verdad. Es lo que soy, es mi vida». Y yo: «Es una mierda. La gente no necesita que le hables de tu vida, no le importa. Te necesitan para salvar sus vidas. Eso es lo tuyo. Dar algo de lógica y razón y simpatía y pasión para este mundo frío, fragmentado y confuso. Ese es tu don. Explicarles sus vidas, no la tuya». Y peleamos y peleamos y peleamos." El desenlace es de sobra conocido: muchos años después, el guitarrista regresó y Springsteen pareció superar sus demonios haciéndose aún más rico de lo que nunca hubiese esperado.