Los 60 años de The Times They Are A Changin’, el disco con el que Bob Dylan se convirtió definitivamente en el profeta de su generación
A los 22 y con su tercer disco, el cantautor leyó y trancribió mejor que cualquier otro artista el clima de la época; cómo llegó la obra al país y qué impacto provocó en los primeros y privilegiados oídos que la escucharon
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A la manera argentina (pre-globalización), Bob Dylan llegó tarde y con la tapa de su quinto álbum Bring it all Back Home usada para una recopilación azarosa en la que se cubría la historia todavía nueva del bardo desde sus comienzos como folk singer (“Soplando en el viento”/Blowin’ in the wind”) a ícono pop (“Tristezas de ausencia”/Subterranean Homesick blues”). La foto tomada por Daniel Kramer en la casa de su manager Albert Grossman, con su mujer Sally toda de rojo fumando junto a la chimenea, fue en 1967, en Argentina, la imagen de un inhallable y nunca reeditado álbum conocido como Bob Dylan. El Trovador de nuestro tiempo: ¿Poeta o Profeta? A CBS se le pasó incluir entre las diez canciones una en la que las dos facetas entre signos de interrogación convergían. Nada menos que “The Times They Are A-Changin”, que se había editado en su tercer álbum homónimo, el primero escrito por el chico de Duluth, Minnesota, de principio a fin. La canción y el álbum que desde el 10 de febrero de 1964 se convirtieron en el puente entre Jack Kerouac y la cultura pop toda (de Los Beatles al hip hop) dándole al auteur un rol de vocero generacional que él mismo se ocuparía de desechar casi de inmediato.
Con The Times They Are A Changin’ el joven Dylan introdujo la profundidad de la poesía beat y fue capaz de parafrasear la mismísima Biblia para darle a la música pop una dimensión contracultural. Armado sólo de su guitarra y armónica, con un registro vocal nasal y arisco, el Dylan que anunciaba el giro de los años por venir actualizó en su tercer álbum las demandas históricas del folk para el tiempo de la amenaza nuclear, Vietnam y la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. The Times They Are A-Changin es un álbum de contenido político crudo y aquel al que la ley de etiquetado hubiera rotulado “exceso de mensaje” si no fuera por las dos canciones con las que Dylan hacía el duelo de su relación quebrada con Suze Rotolo, la chica que lo toma del brazo en la foto de la tapa de The Freewhelin’ Bob Dylan (1963). Una imagen imborrable del amor y el invierno en Manhattan que pasaría por el afiche de una película de la nouvelle vague francesa. La composición y grabación de las canciones que instalaron a Dylan como poeta-profeta de los 60 -cuyo evangelio sería interpretado por Peter, Paul & Mary, The Byrds y Hendrix-, se sucedieron entre la ruptura de esa foto y su amorío con Joan Baez, cuya voz cristalina era más asequible y musical. Pero el encanto de Bob, listo para convertirse a su propio misterio de anteojos negros, se repartía en lo que decía y cómo lo decía. Solo con su guitarra y una armónica soplada al borde de lo amateur (Bob no hubiera pasado la prueba en cualquiera de las bandas de la British Invasion que revisitaron los blues) era en sí mismo una banda de rock and roll.
Retomando un concepto del crítico Greil Marcus, en febrero de 1964 la voz de Dylan se abrió al mundo en toda su autoridad. A dos meses y horas del asesinato de John Fitzgerald Kennedy (retomado por el Dylan tardío en “Murder Most Foul”, de 2020), salía un disco en el que un cantante de 22 años se ponía al frente de todas las demandas de la época rasgando una guitarra y con la voz en contrapunto con la armónica proclamaba: “Vengan escritores y críticos que profetizan con sus plumas/mantengan los ojos abiertos porque la oportunidad no se repetirá/El ahora perdedor será el que gane después/porque los tiempos están cambiando”. Y los tiempos quedan expuestos de manera cruda y austera en canciones como “With God on our Side”. Rompe los oídos todavía sesenta años después, escuchenlo: “La Segunda Guerra Mundial terminó y perdonamos a los alemanes y nos hicimos amigos aunque asesinaron a seis millones de personas en los hornos que frieron y ahora Dios está también de su lado/Me enseñaron a odiar a los rusos toda mi vida y si viene otra guerra deberemos pelear contra ellos, odiarlos y temerlos, correr y escondernos, todo con mucha valentía y con Dios de nuestro lado”. El gesto adusto de Bob en la tapa (más cerca del western acá) se refleja en esta letanía desencantada que deja afuera todos los recursos del pop de principios de los 60. No hay estribillo, beat ni riff de donde agarrarse sino un largo señalamiento sobre el uso de la fe como soporte de la guerra y la explotación. Dylan roza el concepto del audiolibro aquí y más que escucharlo lo estamos leyendo ya fuera en un tocadiscos de 1964 como en un smartphone en 2024.
Por fuera del mandato social del folk, tanto la relación con Suze Rotolo como su viaje a Inglaterra a finales del 62 son marcas indelebles en el proceso de composición de The Times They Are a Changin’. Los padres de Rotolo, parte de la comunidad italiana en Manhattan, habían sido miembros del Partido Comunista Americano y muchas de las ideas sobre la estructura de clases y la solidaridad entre el proletariado blanco y los negros oprimidos se filtraron a los textos de Dylan vía Suze. La música en la que fueron volcados manifestaba una fuerte influencia de los folcloristas británicos que el joven Bob frecuentó en ese viaje y, en ese sentido, su encuentro con Martin Carthy resultó decisivo en la adaptación y apropiación de viejas baladas irlandesas y escocesas a su repertorio. El caso más notorio es el de “North Country Blues”, donde esa forma particular de guitarra usada como una mandolina le sirve para narrar la historia de una compañía minera que decide explotar mano de obra barata fuera de los Estados Unidos: “Es mucho más barato allá en los pueblos de Sudamérica donde los mineros trabajan por casi nada”, escribió entonces. La visión de Dylan (su rasgo profético) es tal que canta desde el punto de vista de la mujer de un minero desaparecido, cuando la palabra no tenía la carga que la misma región sudamericana le otorgaría desde mitad de los 70.
“Miguel Grinberg trajo algunos discos de Dylan en el 64 y nos impresionó esa forma gangosa, arrastrada, que tenía de cantar. Pero el tema eran las letras. Para nosotros lo que él hacía era una continuación de los poetas beat que leían con jazz moderno de fondo”, dice el periodista y escritor Juan Carlos Kreimer, que en 1965 fue el primero en nombrar a Dylan en una nota para la revista Claudia: “El retorno de los juglares”. La ruta de Dylan en Argentina hasta la salida de ese primer LP que hoy cotiza a 80 dólares en la plataforma Discogs es curiosa. Según el periodista Enrique Raab (desaparecido en 1977), en 1968 para la revista Artiempo fue Carlos Waxemberg, un médico rosarino, el primero en cantar sus canciones en inglés en El Laberinto, un local en la calle Maipú. Este trovador olvidado llegó a editar un EP que incluía “Blowin’ the wind” y una canción de Pete Seeger para perderse poco después. “Waxemberg era una mezcla de Pipo Pescador y Pony Micharvegas”, recuerda Kreimer que llegó a escucharlo. El estilo de protesta de Dylan parecía, al principio, más relacionado con el fugaz movimiento de La Nueva Canción (Nacha Guevara, Facundo Cabral, Marikena Monti) que con el rock. Hasta que los artistas Delia Cancela y Pablo Mesejean lo pintaron en clave pop y lo nombraron en su manifiesto de 1966 junto a los Stones y Sony & Cher. Ese mismo año, Miguel Grinberg produjo el show “Aquí, allá y en todas partes” en el Teatro de la Fábula, donde actuaron The Seasons (con Alejandro Medina al bajo), Moris, Donovan (Tanguito), Morgan X (el mismo Grinberg), Bob Vincent y Susana. Kreimer, que estuvo en esa noche iniciática, recuerda que Bob Vincent era un chico estadounidense de paso fugaz por Buenos Aires que también cantaba canciones de Dylan. Pero para el autor de Agarrate y La Muerte Joven fueron Moris y Javier Martínez quienes mejor tomaron nota del poeta-profeta para sus letras.
La edición argentina de Dylan no se equivocaba en definirlo como “el trovador de nuestro tiempo”, pero casi al mismo tiempo que The Times They Are a Changin’ lo consagraba como spokesman, el joven artista se despegaba de ese rol. “Only a Pawn in their Game”, con su referencia al asesinato de Medgar Evers, delegado por Mississipi de la NAAC (Asociación Nacional por el Avance de la Gente de Color) le valió al joven Dylan el premio Tom Paine otorgado por la ECLC (Comité de Emergencia de las Libertades Civiles). Solo tres semanas después del asesinato de Kennedy en Dallas, el joven de 22 subió al estrado casi borracho y convirtió los aplausos del auditorio en abucheos cuando afirmó: “Hay una parte de Harvey Lee Oswald en mí”. Muy pronto le gritarían “Judas” por colgarse una guitarra eléctrica y ya nunca más podrían atraparlo. El camino que eligió al abandonar Duluth y convertirse en un “expedicionario musical” (tal como él se define en el documental de Scorsese) le pertenece por completo y no se detiene. Never ending Tour.
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