Una inmersión profunda y ruidosa en el vasto océano de la música pesada, de los grandes clásicos a los tesoros malditos del heavy
Con el estallido de un trueno, unas campanas de iglesia siniestras y una de las guitarras más ruidosas de la historia, un viernes 13 de 1970 nacía un nuevo género de música pesada. Sus raíces se remontaban a fines de los 60, cuando artistas como Blue Cheer, Iron Butterfly y Led Zeppelin rompían sus amplificadores con temas de blues rock pesados, pero no fue hasta ese día trascendental, cuando Black Sabbath lanzó el primer disco de heavy metal de principio a fin –su cargado debut autotitulado–, que un grupo conquistó definitivamente el sonido del género, uno que 50 años después sigue resonando: el heavy metal.
Aunque, con los años, los integrantes de Black Sabbath se burlaron de la etiqueta del metal, su guitarra distorsionada y torpe, sus baterías acrobáticas y sus voces vigorosas, todas originalmente pensadas para ser el equivalente, en el rock, de una película de terror, fue copiado una y otra vez, década tras década. Judas Priest se lo puso como si fuera una campera de cuero. Metallica lo transformó en un vendaval vertiginoso. Korn le dio un nuevo brío rítmico. Y Avenged Sevenfold lo adornó con melodías pegajosas y atractivas. En el camino, fue adaptado para obtener el máximo nivel de extremismo en subgéneros underground como el death metal, el black metal y el grindcore y, desde principios de la década del 80, el género en su totalidad se transformó en un movimiento cultural capaz de tomar los rankings de la música pop por asalto.
Los grupos de metal no fueron los primeros en adoptar un simbolismo oscuro en su música –esa tradición se remonta hasta compositores de música clásica como Richard Wagner y artistas de blues como Robert Johnson–, pero abordaban estos temas con una pompa especial, un poder hipermasculino que le dio al género un lenguaje musical propio. Podía ser virtuoso o primal, pero siempre ruidoso. Esa codificación, combinada con los comportamientos difíciles de muchos grupos, marcado por aullidos y ropa negra, colaboró para que el metal se transformara en un estilo de vida que trascendía a las bandas sobre el escenario.
Los fans del género, sean metalheads, headbangers u otra cosa, son apasionados, carismáticos y audaces, siempre dispuestos a debatir, definir y defender, hasta la muerte, el más mínimo matiz de la música de sus grupos preferidos. Como el metal se volvió un género muy variado, a lo largo de su extensa historia, es difícil satisfacer a todos los metaleros de todas las épocas.
Así que, cuando con Rolling Stone empezamos a elegir los 100 Mejores Discos de Heavy Metal de la Historia, pusimos algunas reglas. Aunque los precursores del género de fines de los 60 y principios de los 70 –no sólo gigantes como Cream, Zeppelin y Deep Purple, sino grupos menos icónicos pero igualmente pesados como Mountain, Captain Beyond y Sir Lord Baltimore– crearon algunos momentos metaleros verdaderamente salvajes, sus discos muchas veces tenían desvíos hacia el folk o el blues, distanciándose del maximalismo que luego marcó al género, entonces los descartamos. Hicimos lo mismo con grupos que se especializan más en un rock & roll hipercargado como AC/DC y Guns N’ Roses, a los que les falta el Factor X que separa su música del metal. Del mismo modo, algunos grupos que Rolling Stone catalogó como de metal en los 70 (a veces de modo peyorativo) y que hicieron discos clásicos, como Kiss, Alice Cooper y Grand Funk Railroad, pero que, en retrospectiva, suenan más a hard rock que al metal genuino, también están ausentes. Finalmente, puesto que buscamos sólo los discos más consistentemente metaleros, discos insignia como el debut homónimo de Skid Row, Practice What You Preach de Testament, e incluso el primer disco de metal en encabezar Billboard, Metal Health, de Quiet Riot, no entraron en el corte final puesto que su lista de temas, más allá de los hits, se debilita. Y dejaron así lugar a mejores discos. (Rápidamente descubrimos que 100 es un número pequeño.)
Tuvimos que tomar muchas decisiones difíciles, e incluso consultamos a la realeza del metal, como Ozzy Osbourne, Rob Halford, Lars Ulrich y Corey Taylor, cuyas elecciones están incluidas en este especial, pero, a fin de cuentas, hicimos una lista que refleja la diversidad, el poder y el legado del metal. El ranking coloca los discos más escalofriantes de los maestros del género junto a otros de un dúo de noruegos con la cara pintada (Darkthrone), algunos británicos que entraron en el Guinness World Record por la canción más corta del mundo (Napalm Death) y americanos que mezclaron Pink Floyd y Mayhem para crear su propio sonido (Deafheaven). También contiene un par de discos que Rolling Stone destrozó en el pasado en su sección de reseñas, o que directamente pasó por alto, haciendo de esta lista un mea culpa.
Así que, sin más, ponete los guantes de cuero y levantá los cuernos para que te presentemos los 100 Mejores Discos de Heavy Metal de la Historia.
1. Black Sabbath - ‘Paranoid’
1970
Es imposible imaginarse lo que habría sido el heavy metal sin el sombrío riff icónico de “Iron Man”, el espesor musical de “War Pigs” y el machaque acelerado de “Paranoid”.
“Paranoid es importante porque es el emblema del metal”, dijo Rob Halford, de Judas Priest, en una reedición del disco en 2016. “Guio al mundo hacia un nuevo sonido y una nueva escena.” Desde el primero hasta el último tema, la voz cortante de Ozzy Osbourne resume todos los tópicos que luego aparecerían en el metal de las siguientes generaciones: el apocalipsis inminente, bajas por drogas, guerra nuclear, brutalidad, autócratas insensibles, amor cósmicamente frustrado y desilusión general. La música es oscura y pesimista, con riffs inspirados en el blues y que otros grupos fotocopiaron hasta el hartazgo.
Según contaron los integrantes de la banda a lo largo de los años, llegaron al sonido de Paranoid tocando sin parar antes de ser famosos: varios shows por noche en residencias en Hamburgo y Zúrich para públicos casi inexistentes. Alargaban un tema como “Warning”, ese blues de guitarra épica contenido en Black Sabbath, hasta que se transformaba en el riff de “War Pigs” –una canción cuya letra original, bajo el título “Walpurgis”, narraba una misa negra–. “Rat Salad”, al principio, era el solo de Bill Ward, y podía durar 45 minutos. La ominosa parte de bajo de Geezer Butler, que también escribió la mayoría de las letras de Paranoid , para “Hand of Doom”, salió de una improvisación. Y la funky “Fairies Wear Boots” (Las hadas usan botas) estaba inspirada en una pelea increíblemente violenta que tuvieron con un grupo de skinheads después de un recital en el norte de Inglaterra. Butler escribió sobre su desilusión con un giro sci fi en la letra de “Iron Man” (nada que ver con el personaje de Marvel).
Para el bajista, que, como el resto del grupo, se crio en un ambiente triste de posguerra –la bombardeada ciudad inglesa de Birmingham–, era fácil describir distopías como ésas en “War Pigs” y “Electric Funeral”. Incluso le puso a su canción de amor casi hippie “Planet Caravan”, con sus bongós y una línea de guitarra jazzera, una letra fría, distante y fantástica sobre sentirse perdido en el espacio. Y describió su propia depresión en “Paranoid”, un descarte compuesto a último momento con una serenidad ingeniosa: “Hacé un chiste, y yo voy a suspirar, y vos te vas a reír, y yo voy a llorar”. Resonó, y se convirtió en un gran éxito, y una de las canciones más interpretadas del grupo.
Paranoid era el sonido de la realidad de Sabbath, un deseo de entender que resonaría en millones que sentían la misma desafección. Algunos formarían grupos como Metallica, Pantera y Slipknot, que le cambiarían la cara al metal y al mundo. “Los grupos en los Ozzfest me decían que Sabbath era su mayor influencia”, dijo una vez Ozzy. “Yo decía: ‘¿Qué parte de eso influenció Sabbath?’.” “Para mí no sonaba para nada a heavy metal”, dijo Butler. “Pero es mejor que te consideren inventor que seguidor.” Como sea, el disco era un llamado a las armas del metal. Las respuestas desde entonces se hacen escuchar con fuerza y pasión.
Kory Grow
2. Metallica - ‘Master of Puppets’
1986
Empieza como un western: guitarras acústicas ominosas tocando una melodía triunfal que parece española, pero la intro de “Battery” es sólo un preámbulo para los riffs galopantes, destructivos, plomizos y pugilísticos de la hora que sigue. Master of Puppets es una obra maestra de principio a fin. Apenas dos años después de haber introducido bonitas melodías en el thrash salvaje que habían ayudado a crear con Ride the Lightning , Metallica perfeccionó el sonido en Master con canciones de arreglos intrincados y que cubrían un territorio musical más amplio. “Master of Puppets”, una canción que el cantante James Hetfield compuso después de ver con desagrado cómo unos drogones se desmayaban en una fiesta, llega a ocho minutos y medio, y fusiona thrash con cánticos hardcore, solos jazzeros y líricos. Un psicodrama maníaco que sigue siendo la canción más pedida y tocada en los shows. Por su parte, “The Thing That Should Not Be” es un rock absoluto, “Welcome Home (Sanitarium)” es la Atrapado sin salida de las baladas metaleras, y el largo instrumental “Orion” –que tiene un bajo ardiente de Cliff Burton, fallecido en la gira de promoción de Master en 1986– se desarrolla como una composición de música clásica, tan cargada de drama que una letra habría arruinado su efecto. El rock pesado y midtempo de “Leper Messiah”, cuyo título es una referencia a “Ziggy Stardust”, anticipó el costado más groovero y radial que adoptaría el grupo en el Album Negro . Apenas tres años después de Kill ‘Em All , habían perfeccionado el sonido puro del thrash: “Battery” avanza a unos rigurosos 190 beats por minuto, y el último tema, “Damage Inc.”, ataca por la espalda con una velocidad que desafía a la muerte. “Disposable Heroes” es como una clase de thrash, con ritmos marciales y melodías pegadizas. Master of Puppets es el sonido de una banda en estado de gracia, y es el disco que consagró a Metallica. “Cuando lo escucho ahora pienso: ‘¡Carajo! ¿Cómo se hace eso?’”, se rio Lars Ulrich en 2016. “Es una música con muchas agallas.” K.G.
3. Judas Priest - ‘British Steel’
1980
En los 70, el metal británico –el aullido grave de “Iron Man”, el machaque lento de “Smoke on the Water”– era todo fuerza y pesadez, el equivalente sonoro de una viga. Pero como muestra la tapa de British Steel , Judas Priest estaba a punto de cambiar esa metáfora por otra más cortante. “Cuando empezamos, nuestros discos eran muy intrincados, nuestras canciones estaban muy prearregladas, éramos un poco indulgentes con los solos”, le dijo el guitarrista Glenn Tipton a Musician. “Pero acortamos la duración de las canciones, subimos la excitación y la velocidad, e hicimos algo que nadie pensaba que se pudiera hacer, que no era aceptable para el heavy metal: le pusimos melodías.” Más allá del rugido distorsionado de las guitarras y la agresión intimidante de la voz de Rob Halford, las composiciones de British Steel eran limpias y melódicas como cualquier obra de pop, desde la contención de los acordes de quinta de “Living After Midnight” hasta el cántico futbolero que cierra “United”. Pero el momento más sorprendente tenía que ser “Metal Gods”, una evocación arrogante de robots violentos montados sobre una base de bajo y batería que sólo podría ser descrita como funky. Para el metal, lo lento y lo pesado ya no siempre ganarían las batallas.
J.D. Considine
4. Iron Maiden - ‘The Number of the Beast’
1982
Para cuando Iron Maiden llegó al estudio con el veterano productor Martin Birch para grabar su tercer disco en 1982, el quinteto ya había arañado su lugar en el frente de la llamada Nueva Ola de Heavy Metal Británico. Habiendo reemplazado al áspero vocalista Paul Di’Anno por Bruce Dickinson, un intérprete carismático con aires operísticos, el escenario ya estaba preparado para una explosión creativa. Sólo había un problema: la banda había agotado su reserva de canciones. “Habían usado todo lo bueno que tenían, y desde entonces habían estado de gira”, le dijo Dickinson al biógrafo Mick Wall. “Así que en cierto sentido estuvo bueno, porque yo no iba a tener que cantar letras que ya había escrito Paul o canciones que hubiera compuesto Steve [Harris, el bajista y principal compositor] con él en mente... Tuvimos tiempo para pensar las canciones primero.” Harris y sus colegas (incluyendo a Dickinson, que no aparece en los créditos por razones contractuales) estuvieron a la altura produciendo canciones complejas y letras estimulantes que se combinaban perfectamente con el rango dramático de Dickinson. Grabado y mezclado en apenas cinco semanas, el disco es uno de los emblemas del metal: el single galopante “Run to the Hills” entró en todos los rankings excepto en Estados Unidos, donde el video, no obstante, fue un sello de MTV; el tema del título sigue siendo un clásico en los recitales; y el último, “Hallowed Be Thy Name”, fue la primera gran épica de Iron Maiden, y una de las más duraderas.
Steve Smith
5. Black Sabbath - ‘Black Sabbath’
1970
Un par de años después de que los guitarristas empezaran a poner los amplificadores a volúmenes brutales y los cantantes empezaran a aullar sobre Valhalla, el heavy metal tal como lo conocemos fue ratificado, en 1970, en el debut de Black Sabbath. El grupo, que había empezado como una banda de blues en el 68, se inspiró en películas de terror giallo (como Black Sabbath , de 1963, con Boris Karloff) y pensó que podía transmitir esa experiencia emocionante y aterradora en el rock & roll, lo que los llevó a escribir “Black Sabbath”. La canción, inspirada en una experiencia atemorizante del bajista Geezer Butler (“Me desperté en un mundo de sueños, y había una cosa negra en la cama, mirándome”), tiene una de las letras más siniestras de Ozzy Osbourne y un riff espeluznante de Tony Iommi, que usaba un acorde alguna vez evitado por los compositores, conocido como diábolus in musica ; los sonidos de lluvia, truenos y una campana eran meros adornos melancólicos. Un par de temas después, en “N.I.B.”, Osbourne –cuyo timbre duro atraviesa la guitarra de Iommi– canta acerca de un pacto con el diablo junto a un riff que presagiaba “Cocaine”, de Eric Clapton. El grupo hace gala de su talento blusero en “The Wizard”, la mórbida “Behind the Wall of Sleep” y “Warning”. Y en la jazzera “Wicked World”, Osbourne canta sobre políticos que mandan gente a la guerra y enfermedades, temas que hoy son un cliché del rock, pero entonces representaban una imagen del mundo pavorosamente franca. “Teníamos presentaciones con sellos, y se iban después del tercer tema”, recordó Butler sobre los primeros días. “Un productor nos dijo que aprendiéramos a tocar y a componer canciones decentes. Nos rechazaban una y otra vez.” Cuando salió el disco, Sabbath empezó un movimiento. K. G.
6. Slayer - ‘Reign in Blood’
1986
Reign in Blood , la primera y última palabra sobre el speed metal, empieza a 210 beats por minuto con la canción “Angel of Death”, y durante los siguientes dolorosos 29 minutos, apenas afloja. Son diez canciones construidas sobre los rígidos riffs de guitarra de Kerry King y Jeff Hanneman y sus solos de expresionismo abstracto –el equivalente metalero de un cuadro de Pollock–, todo mientras el baterista Dave Lombardo aporrea unos tempos olímpicos y el cantante y bajista Tom Araya celebra a Satán. Pero lo que distingue al tercer disco de Slayer de Metallica, Exciter, Venom y todos los otros demonios del speed de la época fue cómo el productor Rick Rubin, que venía de trabajar con los Beastie Boys y LL Cool J, despojó al disco del reverb en boga, y logró un sonido que te daba en el estómago. “Era como una máquina de precisión”, dijo Rubin en 2016. Esa precisión hace que títulos como “Necrophobic” y “Criminally Insane” tengan aún más impacto, y que el último tema del disco, “Raining Blood”, sea más aterrador. “Angel of Death”, una canción sobre el médico nazi Josef Mengele, enojó a los sobrevivientes del Holocausto y le costó al disco un contrato de distribución con Columbia, haciendo que saliera por Geffen. El compositor Hanneman dijo que el tema era una “lección de historia”. Sin embargo, solidificó el legado de controversias y la necesidad de velocidad de Slayer. “Eramos jóvenes, teníamos hambre, y queríamos ser más rápidos que todos los demás”, dijo una vez Araya.K. G.
7. Motörhead - ‘No Remorse’
1984
El heavy metal nunca fue un género de singles, puesto que la mayoría de sus practicantes marcan su desarrollo en los discos. Pero Motörhead es la excepción. En su historia de 40 años, el grupo –esencialmente el cantante y bajista Lemmy Kilmister y una serie de guitarristas y bateristas– talló una fórmula simple: voces ladradas sobre el latido de un bajo hiperactivo, una batería lo más rápida posible, y una guitarra rítmica básica de banda de bar. Como le dijo Lemmy a Sounds : “Chuck Berry nunca cambió. Little Richard nunca cambió. Yo prefiero ser así y atenerme a una fórmula con la que estamos felices”. Parece, entonces, más apropiado representar a Motörhead con una antología. No Remors e ofrece 29 versiones de lo que es esencialmente la misma cosa, pero cada tema es singularmente maravilloso: los aullidos de “Ace of Spades”, el trueno de “Overkill”, la guitarra chispeante de “Bomber”, la genial estupidez de “Killed by Death”, o la distorsión de anfetaminas de “Motorhead” en vivo, de No Sleep ‘til Hammersmith. A veces, una buena fórmula es todo lo que necesitás. J.D.C.
8. Megadeth - ‘Peace Sells... but Who’s Buying?’
1986
A tres años de su despido de Metallica, Dave Mustaine sigue sonando como la ira encarnada en el segundo LP de Megadeth. En su debut, Killing Is My Business... and Business Is Good –que mezcla thrash con arreglos jazzeros del guitarrista Chris Poland–, el grupo había alcanzado una furia de otro planeta, pero se habían gastado el presupuesto de grabación en drogas, lo cual hizo que sonara para la mierda. Peace Sells... fue su redención: siete declaraciones firmes de odio por la humanidad y un cover irónico de “I Ain’t Superstitious”, de Willie Dixon. En los meses entre los discos, habían madurado como músicos. El tema del título, con un bajo palpitante, exhibía el ingenio mordaz de Mustaine (“¿Qué querés decir cuando decís que no tengo clase?/No soy de tu clase”), y era tan pegadizo que fue intro de MTV News durante más de una década. “Yo vivía en un depósito en la época en que compuse ‘Peace Sells’”, le dijo Mustaine hace poco a RS. “No teníamos casa, y escribí la letra en una pared.” El resto del disco muestra el talento de Mustaine para composiciones intrincadas pero duras, y para escribir letras con veneno. “The Conjuring” contiene un hechizo de magia negra (así dice Mustaine) dirigido a una futura novia del cantante. “Good Mourning/Black Friday”, “Bad Omen” y “My Last Words”, con inspiraciones clásicas, explotan con un triunfalismo wagneriano. Allí Mustaine ladra como si quisiera romperse la garganta. K.G.
9. Ozzy Osbourne - ‘Blizzard of Ozz’
1980
Después de su cáustica y etílica salida de Black Sabbath, la credibilidad de Ozzy en la industria de la música era tan baja que le costó acceder a un nuevo contrato, y ni siquiera sus mayores fans podrían haber adivinado que estaba a punto de lanzar un regreso espectacular con su primer disco solista. Blizzard of Ozz era un disco notablemente fuerte y enfocado cuyos momentos destacados (incluyendo “I Don’t Know”, “Crazy Train” y la controvertida “Suicide Solution”) sonaban más modernos que cualquier cosa que hubiera hecho con Sabbath, conservando sin embargo un galope metalero. “Lo de Blizzard fue una evolución hermosa de lo que estaba pasando en los 70 con el metal, a lo que pasó en los 80”, dijo Steve Vai en 2011. Gran parte del crédito por ese cambio pertenece al fallecido guitarrista Randy Rhoads, cuyas acrobacias en el diapasón, con influencias clásicas, influenció a toda una generación de guitarristas de metal. “En el primer disco todavía nunca habíamos tocado juntos”, dijo Ozzy en 1981. “Fue: ‘Poné el volumen en 10 y si te parece bien, tocalo’.”
Dan Epstein
10. Pantera - ‘Vulgar Display of Power’
1992
Después de pasar gran parte de los 80 como un grupo de glam regional de Texas, Pantera se redefinió como una banda de thrash metal con groove en Cowboys from Hell, de 1990. Pero recién en el sucesor encontraron su lugar. “Nuestra mentalidad, cuando empezamos Vulgar Display of Power (fue) agarrá el riff que pegue y listo”, explicó una vez Phil Anselmo, “y dale con todo”. Eso hicieron. El grupo destruyó cualquier vestigio de su pasado rimbombante (descartado el aullido estilo Rob Halford, todavía presente en CFH) y destiló su sonido hasta obtener la esencia: los ritmos dentados y los solos chillones de Dimebag Darrell; el aporreo sincronizado del baterista Vinnie Paul y el bajista Rex Brown; el bramido ronco de Anselmo. Todos cimentando el estilo que seguirían por el resto de su carrera. El material era indiscutible. Del empuje confrontativo de “Mouth for War” al galope thrash de “Fucking Hostile”, de la balada espeluznante “This Love” al zapateo de “Walk” (luego versionada por medio mundo, de Avenged Sevenfold a Disturbed), Vulgar... tiene una asombrosa cantidad de temas que serían standards del género. ¡Respeto!
Richard Bienstock
11. Metallica - ‘Ride the Lightning’
1984
Grabado antes de que el grupo tuviera un contrato con un sello grande, el segundo disco de Metallica sigue siendo la más pura expresión de la visión de la banda, un documento de un grupo que encontró su sonido pero todavía no es consciente de él. “Me gusta el sonido de ese disco, y se sostiene muy bien”, le dijo el guitarrista Kirk Hammett a Rolling Stone en 2014. “Lo tocamos todo rápido, lo cual llevó a una interpretación más natural.” Se siente la adrenalina latiendo en temas como “Fight Fire with Fire”, una oda lúgubre al apocalipsis nuclear, y la horrible “Creeping Death”, que relata el sacrificio divino de los hijos de Egipto en el Libro del Exodo. La balada pesimista “Fade to Black” exhibía el dinámico dominio que el grupo exploraría en épicas posteriores como “Master of Puppets” y “One”, mientras que el instrumental “The Call of Ktulu” cerraba el disco con una nota memorable y aterradora.
Tom Beaujour
12. Judas Priest . ‘Screaming for Vengeance’
1982
Como sugiere su título, Screaming for Vengeance era todo reivindicación: aquí es donde Judas Priest se justificaría a sí mismo de una vez y para siempre como una fuerza a la que hay que tener en cuenta. Allí donde el grupo antes se agachaba en el under, ahora atacaba el mainstream con ventas de platino, un single en los rankings de Billboard (el apropiadamente titulado “You’ve Got Another Thing Comin’”), y un lugar encabezando el US Festival. “Era una nueva generación, una nueva década”, le dijo el cantante Rob Halford a Rolling Stone tiempo después. “Todo el mundo de repente vio esta música y dijo: ‘Sí, esto es exactamente lo que quiero, porque me puedo identificar’. Habla de lo que yo quiero de la vida, y de lo que hago.” También habla mucho de amor. Ese amor puede tener visos de sadomasoquismo (“Pain and Pleasure”) o ser descrito en términos de sacrificios humanos (“Devil’s Child”), pero la música de Screaming for Vengeance , que empieza con el doble golpe de “The Hellion” y “Electric Eye”, sale del corazón. Como tal, es casi una lástima que “(Take These) Chains” no entrara en los rankings después de “You’ve Got Another Thing Comin’”, porque la fórmula de la power ballad jamás sonó tan deliciosamente malvada como acá. J. D. C.
13. Iron Maiden - ‘Iron Maiden’
1980
A fines de la Década del Yo (Tom Wolfe definió así los 70), la llamada Nueva Ola del Heavy Metal Británico revitalizó el género con un uso vistoso de la velocidad, la melodía y la agresión. Uno de los puntos de inflexión en esta escena incipiente fue el debut epónimo de Iron Maiden. Aderezado por años de tocar en clubes, el quinteto combinaba el rock pesado y sucio de UFO con la destreza técnica de grupos progresivos como Genesis y Wishbone Ash. Las líneas de bajo tocadas con los dedos de Steve Harris transportaban la melodía en lugar de sólo funcionar como un ancla para el ritmo, mientras que los guitarristas Dave Murray y Dennis Stratton alternaban entre riffs abrasivos y armonías arregladas al detalle. Con el cantante Paul Di’Anno y su aullido altanero, Iron Maiden era al mismo tiempo confrontativo (“Prowler”, “Running Free”), malhumorado (“Remember Tomorrow”, “Strange World”), y teatral al estilo Jethro Tull (“Phantom of the Opera”). El debut preparó el terreno para una serie de siete discos en los 80 que verían al grupo transformarse en un gigante del metal. “Probablemente fue uno de los discos que peor sonaron, no estábamos contentos con la producción”, le dijo una vez Murray al autor Martin Popoff, “pero, para esa época, capturó muy bien la energía cruda de la banda”.
Adrien Begrand
14. Black Sabbath - ‘Vol. 4’
1972
En su cuarto disco, Black Sabbath se apartó del golpe directo que había definido el inicio de su carrera y logró un sonido más denso. Pasados de cocaína (incluso les agradecen a sus dealers en las notas del disco), el grupo grabó en L.A. por primera vez y se permitió experimentar. Tony Iommi había afinado su guitarra más grave para que fuera más fácil tocar en Master of Reality , de 1971, y en Vol. 4 el cambio inspiró riffs emotivos e interminables (la brillante “Wheels of Confusion”) y grooves hippies delirantes (“Supernaut”, “Cornucopia”), mientras abría espacio para solos de guitarra ahora icónicos (“Snowblind”, un himno a la cocaína del mismo modo que “Sweet Leaf” elogiaba al porro). Grabaron su primera balada al piano (“Changes”, que Ozzy Osbourne revivió para un hit solista en 1993), y un solo de guitarra acústica (“Laguna Sunrise”), y abrazaron su costado más drogón en “FX”, 99 segundos de ecos y sonidos que años más tarde pudo haber inspirado a grupos más arty como Neurosis a hacer cosas menos convencionales. Era el sonido de un grupo renacido, apenas dos años después de su debut, empezando un nuevo capítulo que inspiraría a todo el mundo, desde Trent Reznor, quien versionó “Supernaut” con Al Jourgensen, de Ministry, hasta Charles Bradley, que cantó “Changes”. Pero Osbourne más tarde dijo que era “el principio del fin” de Black Sabbath. “La cocaína fue el cáncer de la banda.” K. G.
15. Ozzy Osbourne - ‘Diary of a Madman’
1981
Un año después de demostrar que seguía siendo una fuerza musical vital en su debut solista post Sabbath, Blizzard of Ozz , Ozzy probó que no había sido sólo buena suerte, con un disco de himnos poperos y góticos como “Flying High Again” y el semiclásico que da título al disco. El guitarrista Randy Rhoads, quien falleció en un accidente aéreo en la gira de Diary de 1982, ya había demostrado que era un virtuoso en Blizzard ; aquí trabajó aún más para encontrar el extraño nexo entre arreglos pomposos y composiciones inteligentes. La volada primera canción, “Over the Mountain”, que empieza con un arreglo de batería atronador, se mueve a una velocidad furiosa, anticipando el thrash metal. “Believer”, con su arrastrada línea de bajo, permite que Rhoads toque riffs raros como telarañas que, combinados con las melodías estentóreas de Osbourne, hacen que sea uno de los temas más pegadizos en el catálogo del cantante. “Tonight” es una balada hermosa con un solo candente; la rápida y casi psicodélica “S.A.T.O.” exuda misterio; y la sombría “Diary of a Madman”, con su intro acústica y los arreglos de guitarra demoledores, es el tema perfecto de Ozzy. “Cuando estábamos trabajando en ésa, Randy se me acercó y me dijo: ‘No estoy contento con las guitarras’, así que le dije que trabajara en ellas hasta que lo estuviera”, recordó Osbourne. “Estuvo ahí un par de días y en un momento sale con una sonrisa enorme y me dice: ‘Creo que la tengo’. Cuando la tocó, se me pararon los pelos de la nuca.” K. G.
16. Dio - ‘Holy Diver’
1983
Luego de establecerse como uno de los cantantes más destacados del hard rock con sus trabajos de fines de los 70 y principios de los 80 en Rainbow y Black Sabbath, Ronnie James Dio accedió realmente al panteón del metal con su debut solista de 1983. Más fuertemente metalero que cualquier cosa que hubiera hecho antes –gracias, en parte, al guitarrista irlandés de 20 años Vivian Campbell, cuyos acordes crocantes y sus solos chillones se mezclaban a la perfección con la intensidad del gemido dolorido e intenso de Dio–, los himnos emocionantes de Holy Diver como “Stand Up and Shout”, “Rainbow in the Dark” y el inmortal tema que da título al disco encuentran a Dio con una bota en una fantasía estilo Dungeons & Dragons y la otra en el comentario social del presente. “Mis composiciones siempre tuvieron sabor a metal”, le dijo a la revista Artist poco tiempo después del lanzamiento del disco, “pero me preocupa lo que hacemos con nosotros mismos y con el medio ambiente.” Aunque sólo llegó al puesto Número 56 en los 200 de Billboard tras su lanzamiento, Holy Diver luego sería disco de platino a fines de los 80, y una obra influyente para grupos como Killswitch Engage o Tenacious. D. E.
17. Mercyful Fate - ‘Melissa’
1983
Los primeros 20 segundos de Melissa –con riffs de guitarra robustos y pulsantes perforados por el grito imposiblemente agudo del líder King Diamond– son una de las secuencias más cautivadoras de la historia del metal. Ese sonido enamoró a los Metallica, que pasaron tiempo en la sala de ensayo de los metaleros daneses cuando grababan Ride the Lightning , y encantó a Slayer, cuyo guitarrista Kerry King había dicho que Hell Awaits , de su grupo, era “un disco de Mercyful Fate”. En esa época, el grupo sonaba como unos Judas Priest de esteroides conduciendo una misa negra. Tan sólo en “Evil”, por ejemplo, el cantante teatral, cuya pintura facial hacía que pareciera Gene Simmons en un baño de sales, y cuyo soporte de micrófono estaba hecho de cráneo humano, canta acerca de necrofilia entre los riffs cafeinados estilo “Eye of the Tiger” de Hank Sherman, y desembocando en un careo de guitarras entre Sherman y Michael Denner. A lo largo del disco, King logra unas acrobacias vocales increíbles, gracias a su rango de cuatro octavas, ya sea cuando se queja de Halloween (“At the Sound of the Demon Bell”), cuando te invita a su aquelarre con un aullido (“Into the Coven”) o cuando invoca la magia negra egipcia (“Curse of the Pharaohs”). “Tómenselas como historias de terror”, dijo King Diamond en 1987. En otra parte elogia a Satanás (“Black Funeral”) y suspira tenebrosamente por una bruja muerta llamada Melissa (“Satan’s Fall”), presagiando la ola de black metal noruego, cuyos integrantes se pintaban la cara y quemaban iglesias. Puede que Satanás no sea real, pero King Diamond sí. K. G.
18. Tool - ‘Ænima’
1996
Por definición, los grupos de metal son pesados musicalmente, pero Tool también es pesado en el sentido emocional. El título de su segundo disco, Ænima , aunque inventado por el grupo, en parte intenta evocar el concepto del “ánima”, o fuerza vital, de Jung, y el LP está plagado de rumiaciones existenciales acerca de por qué estamos acá y si vale o no la pena. “¿Cómo es que esto puede significar algo para mí?”, musita el personaje de Maynard James Keenan en “Stinkfist”, y su interpretación es tan convincente que casi no te das cuenta de que está cantando sobre tener el brazo “hasta el hombro” metido en el recto de otra persona. La gente bizarra impenitente y atractiva es una especialidad de Tool, y Ænima está repleto de ella. Está el matón carismático de “Eulogy”, el fan obsesionado de “Hooker with a Penis”, el misántropo de “Ænima” que, imaginándose la caída de California en el mar, se burla: “Aprendan a nadar”. Keenan ilumina el placer de la maldad, mientras que el trueno detallado de la batería progresiva y los arreglos de guitarra amplifican el enrosque. Esta cautivante mezcla hizo que Ænima fuera doble platino, y que los Tool pasaran de ser pioneros del metal alternativo a uno de los grupos pesados más emblemáticos de los últimos 20 años. “Hay muchos cambios metafísicos, espirituales y emocionales ahora, y tratamos de reflejar eso”, le dijo Keenan a RS en el 96. “En ese sentido, no somos tan diferentes de Tori Amos.” J. D. C.
19. Megadeth - ‘Rust in Peace’
1990
Ningún otro grupo de la primera ola de thrash combinó composiciones tan precisas con el caos instrumental más puro de manera tan creativa o talentosa como Megadeth en Rust in Peace . Desde el arreglo descendente que inaugura el primer tema, de dos partes, “Holy Wars... the Punishment Due”, hasta el staccato de la guitarra rítmica de “Rust in Peace... Polaris”, el disco son 40 imparables minutos de los riffs laberínticos de Dave Mustaine (vean “Poison Was the Cure” como uno de los loquísimos ejemplos), letras obsesionadas con la guerra y la religión –“La Guerra Fría todavía era algo real; apuntábamos al Este con nuestros misiles nucleares”, dijo el cantante– y cambios de ritmo para romperte el cuello, todo interpretado con una intensidad feroz y punk, y un swing ligero. Rust también marcó el debut de quien pronto sería bautizado como guitar hero , Marty Friedman, cuyo talento técnico y sus arreglos en escalas exóticas funcionaban como un complemento ideal para el machaque estilo británico de Mustaine, tal como atestigua el duelo pirotécnico en las seis cuerdas que adornan el clásico “Hangar 18”, sobre una conspiración extraterrestre. Megadeth luego tendría éxitos comerciales mayores, pero Rust sigue destacándose como la cima del thrash a la que todos los seguidores quisieran llegar. R. B.
20. Anthrax - ‘Among the Living’
1987
El thrash metal no era sólo velocidad, volumen y golpearse contra paredes y otros fans en un pogo. También trataba sobre la igualdad. “El metal siempre tuvo una imagen exuberante. A nosotros nos interesa más ser verdaderos”, dijo el baterista de Anthrax Charlie Benante a Melody Maker . “Tratamos de estar al mismo nivel que el público.” Pero lo que hizo que el tercer disco de la banda de Nueva York, Among the Living , fuera un clásico del thrash no era solamente la manera en que “Caught in a Mosh” articulaba el enojo generacional (“¡Salí de mi casa!”). También era la forma en que la música se agitaba y fluía, gracias a las aceleraciones y cambios de ritmo. Benante y sus compañeros quizás fueran tipos normales, pero tenían una agilidad técnica fuera de lo común. Sin embargo, el disco nunca le tira eso al oyente con prepotencia; sus mejores momentos –“Efilnikufesin (N.F.L.)”, “I Am the Law”, “Indians”– democratizan ese brillo haciendo que la banda suene pegadiza y accesible. J. D. C.
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