London Calling: 40 años del disco que cambió el rock
La historia detrás del album emblemático de The Clash
Hoy se cumplen un nuevo aniversario de la muerte de Joe Strummer en 2002. Y la semana pasada los 40 años de la salida de London Calling, un disco que cambió el rock para siempre. Otra que Ciudad Gótica. Promediando 1979, Londres atravesaba el invierno boreal con una escalada brutal de la desocupación, la mano de hierro de Margaret Thatcher y la marcha ominosa de "The Wall" sonando en cada parlante. El apocalipsis, en ese marco, no sonaba como una abstracción bíblica: estaba en el aire. Mick Jones agarró un ejemplar del London Evening Standard y subrayó mentalmente una noticia: el Mar del Norte podría elevarse y empujar el Támesis, inundando la ciudad. "Nos encantó -dijo el guitarrista-. Para nosotros, el titular era solo otro ejemplo de cómo todo se deshacía". Luego, irradiados por la inspiración, mezclaron todo ese combustible en una botella (un anuncio bélico de la BBC, el paso marcial de dos acordes, una señal de SOS en código morse) y prendieron la mecha.
Si Pink Floyd se había encerrado en un hotel para ver pasar el cadáver de la civilización en un televisor, The Clash estaba dispuesto a pelear. London Calling sonaba exactamente así: como la última barricada del planeta.
Las apariencias engañan. A principios de ese mismo año, The Clash parecía una banda en la cresta de la ola: un puñado de jóvenes punks que, después de su exitosa primera gira por los Estados Unidos, se preparaba para empezar a trabajar en un nuevo álbum para la multinacional CBS. En rigor de verdad, estaban en el horno. Apenas pusieron un pie en Londres, descubrieron que boyaban a la deriva. Sin manager, sin sala de ensayos, sin canciones nuevas. Agotado el primer filón, Joe Strummer y Mick Jones enfrentaban el Síndrome del Tercer Disco: un bloqueo creativo como fruto del stress y las expectativas. Que vendría a ser prácticamente lo mismo. La salida, entendieron pronto, sería casi deportiva: arenga, sudor y un director técnico carismático habituado a las sustancias peligrosas. ¿Les suena?
"Éramos una unidad muy estrecha -dice Jones en el libro The Clash: Talking-. Esto fue especialmente cierto durante London Calling porque nos separamos de Bernie [Rhodes, el manager] y dejamos nuestra sala de ensayo en Camden porque le pertenecía a él, los Pistols se habían separado, Sid Vicious había muerto y nos sentimos bastante solos de alguna manera. Encontramos el lugar en Pimlico y nos volvimos aún más estrictos. En este tipo de entorno te vuelves más estricto, hasta el punto de que ni siquiera necesitas hablar cuando estás tocando porque hay una comunicación natural".
Apostados en ese bunker llamado Vanilla Studios, armaron su propia agenda de trabajo. Primero aprovechaban los proverbiales espacios verdes de Pimlico para jugar al fútbol hasta caer exhaustos. Solo entonces volvían a la sala, abrían unas cervezas y comenzaban a tocar algunas de sus canciones favoritas de la época: "The man in me" de Bob Dylan, "Mona" de Bo Diddley, algún rockabilly. Arropado por una onda asesina y su vínculo con los inmigrantes antillanos, Simonon se la pasaba canturreando "Poison flour": un reggae de Dr. Alimantado sobre una intoxicación masiva por harina con insecticida en la ciudad de Kingston. El ingrediente de la crónica alteró la ecuación. No solo porque permitió "The guns of Brixton", sino porque habilitó una nueva forma de componer. Así, aparecieron "Spanish bombs" o "Jimmy Jazz". Así, apareció el cover de "Wrong em boyo" de los Rulers y la historia de Stagger Lee.
En un puñado de semanas, el sentido de la cohesión del fútbol y toda esa música folklórica había roto el dique. Célebre por su disciplina de trabajo ("No salíamos demasiado de noche -decía Strummer-. Nos recuerdo siempre ensayando o grabando"), cuando The Clash se ponía a componer... se ponía a componer. La dinámica, en ese sentido, era muy colectiva. Aunque sabemos que Jones escribía la mayor parte de las músicas y Strummer se encargaba de escribir la mayor parte de las letras, el documental The last testament ofrece una salida: los dos lados miméticos de una misma moneda. "Lost in the supermarket", por ejemplo, era una viñeta new wave sobre los bemoles de una infancia en el hondo bajofondo. "Me afectó a un nivel muy personal -dice Jones, que había vivido con su abuela en un sótano de Brixton-. Todo el mundo pensaba que yo había escrito esa canción, pero el autor fue Joe. Lo que prueba que no siempre es como parece".
Para agosto de 1979, tenían compuesto, ensayado y arreglado todo el material de London Calling. Fieles a su arrojo punk, solo restaba tomar decisiones riesgosas. De manera que, unos días antes de entrar a los estudios Wessex Sound, convocaron como productor a Guy Stevens: un personaje clave del Swinging London con una reputación cada vez más ruinosa en los cenáculos de la industria. "Creía que su trabajo consistía en aportar el máximo de emoción al disco -dice Bill Prince, el ingeniero de sonido-. Su técnica era un proceso de 'inyección psíquica directa'. Cuando hacíamos la mezcla se ponía tan ansioso que tenía que frenarlo con una de las manos y seguir mezclando con la otra".
El footage no deja espacio para la imaginación. Ahí está el barbado Stevens, tirando sillas y escaleras en el medio de la sala mientras la banda se desmorona de risa. Ahí está debajo de la consola, durmiendo su siesta y lanzando indicaciones vagamente técnicas. Ahí está de vuelta, gritando "Jerry Lee Lewis" en el oído de Strummer y vertiendo una botella de vino tinto sobre las teclas del piano Bosendorfer. "Dijo que eso iba a mejorar el sonido -cuenta Jones, recordando aquel daño de seis mil libras-. Y tenía razón". Con buen tino, desecharon como título El último testamento (esa revelación de las intenciones hubiera resultado un corset) y escogieron aquella foto icónica de Pennie Smith para la tapa (ese homenaje punk para Elvis). Así, en un mismo gesto, inscribieron a London Calling en dos linajes: la tradición de los discos dobles y la tradición del rock & roll. En buena hora. El soplo vital del álbum era tan poderoso que lo despertó de su propia sentencia de muerte. A diferencia de los Sex Pistols y a pesar de todos los pronósticos, para The Clash si había futuro. Pero había que luchar por él.