Lollapalooza: un paseo por el festival de Chicago como aperitivo de lo que viene
Con cuatro días de duración (uno más que acá) y 170 artistas, el formato de shows multigénero y culturales creado por Perry Farrell afianza la idea de concentrar toda la música posible sin restricciones
CHICAGO.- Lollapalooza es un crisol de músicas. Y de estímulos, tendencias, propuestas. Lollapalooza es una fantasía que puede durar tres días, como en Buenos Aires, o cuatro, como acá en la Ciudad de los Vientos, a la que su público ansía regresar no bien se cierran las puertas. No importa si esa espera es de catorce horas, hasta el día siguiente; o de 361 días, hasta la próxima edición.
El encuentro que Perry Farrell ideó como itinerante para acompañar la despedida de Jane's Addiction, allá por 1991, y que en este siglo devino en el faro más potente de la era dorada de los festivales, parece darles una oportunidad a todos los artistas. Al menos a ese enorme número que percibe su radar. Porque así como en la edición argentina son algo más de 100 las bandas y solistas que integran la grilla, acá el número asciende a 170.
Como en el deporte, están las categorías formativas y están los que ya juegan en primera división. Están los que ayer nomás tocaban a plena luz del día y ahora cierran una jornada -como sucedió con Twenty One Pilots, responsables junto a J Balvin de bajar el telón de la tercera jornada-, y los que sueñan con dar el gran salto. Los que llegan antes de tiempo y los que aún sin tener un disco "en la calle" demuestran que nacieron para esto, como H.E.R. (Gabriella Wilson). En la tarde del jueves pasado, la joven norteamericana demostró que además de tener buenas canciones (baladas R&B irresistibles) porta un carisma avasallante. En la misma dirección, aunque por los carriles del pop, transita la cantante y actriz Lennon Stella, a quien le alcanzó con su hit "Bitch" para encender al público.
En el festival que tendrá su próxima edición en la Argentina entre el 27 y el 29 de marzo, también hay lugar para los músicos de culto, los intérpretes de sonidos que hoy están lejos del gusto masivo. Como el blusero de Austin Gary Clark Jr. Muchas veces elogiado y presionado para constituirse en el heredero del Texas blues, el guitar-hero demostró en la calurosa tarde del sábado que su repertorio hoy va mucho más allá de lo que los puristas esperan de él. Y lo bien que hace. Cuando se aproxima al soul y mucho más cuando se dispone a tocar rock and roll.
En el Grant Park de Chicago, el enorme parque de trece cuadras de largo por siete de ancho ubicado en el corazón de la ciudad, Lollapalooza puede albergar a 120.000 personas por día y desplegar una oferta enorme, prácticamente inabarcable. Los dos escenarios principales están situados a ambos extremos del parque y con los rascacielos como telones de fondo. En el largo camino que los separa uno puede cruzarse con otros cinco escenarios. Dos en diagonal a los espacios centrales, el "autosuficiente" Perry's Stage consagrado a la electrónica, un cuarto rodeado por árboles y un quinto más pequeño, para los sonidos alternativos y con el lago Michigan a sus espaldas. Y, claro está, el espacio para los chicos, para las familias: Kidzapalooza. Mientras algunos hablan de la crisis de los festivales, Chicago demuestra lo contrario. Aun cuando este año las entradas no se vendieron en pocas horas como en ediciones anteriores, Lollapalooza evidencia su fortaleza tanto dentro como fuera del predio.
Como señaló el productor Matt Rucins en el influyente diario local Chicago Tribune, la Ciudad de los Vientos es la tercera en importancia de los Estados Unidos en cuanto a shows se refiere. Sin embargo, a la hora de los festivales asciende al primer lugar. Los hay enormes y de cuatro días, como Lolla, pero también los hay de dimensiones más pequeñas y dedicados a públicos muy específicos.
Los festivales en esta ciudad son multitud y se cuentan por decenas. Pitchfork, Chicago Open Air Presents, Spring Awakening, Riot Fest, North Coast y el latino Ruido Fest son algunos de ellos. Pero cuando el crecimiento de la oferta parece detenerse y afectar a todos, en mayor o menor número, aparece la mano de la alcaldía de Chicago para dar su apoyo. Por eso no extrañó al público local que la recientemente asumida alcaldesa, Lori Lightfoot, subiera a uno de los escenarios principales para dar gracias a la producción, al buen tiempo y, de paso, presentar a una banda: los australianos Rüfüs du Sol.
El exalcalde Rahm Emanuel fue clave para que el encuentro organizado por la productora C3 se extendiera un día más. Desde 2016, el de Chicago es el único Lolla de cuatro días. Con la cuarta jornada, el festival celebró en su momento las diez ediciones en la ciudad del encuentro ideado por Perry Farrell, y demostró por qué es la nave insignia de los festivales de verano. La presencia en escena de Lightfoot, su sucesora, marca el interés de la ciudad por conservar al festival. Hay una fecha próxima y clave y es la de 2021, año en el que finaliza el contrato entre Chicago y Lollapalooza.
Los que marcan la diferencia
Como The Strokes el viernes, que brindó un show intenso y sin fisuras, las performances que resumirán la historia grande de esta edición son las de Childish Gambino y Janelle Monáe. Ambos actores, ambos seductores, ambos dueños de un notable talento a la hora de cantar, rapear, instar, provocar y transmitir un mensaje. Los dos se pronunciaron en contra de la reelección del presidente Donald Trump; los dos sedujeron a la multitud con diferentes armas. Ella, incesante, con una multiplicidad de coreografías, vestuarios y homenajes -de Janet y Michael Jackson a Prince-; él, siempre con el torso desnudo y pantalón blanco, concentrando toda la atención en su persona, manejando los tiempos con calma y diseminando hits como "This is America" a lo largo de su set.
Como en cada festival, son los headliners los que tienen la responsabilidad de dejar boquiabiertos a los fans. A la hora que los cuerpos piden descanso, son ellos los encargados de salir a escena para dar la estocada final. Como The Strokes y el dúo electrónico The Chainsmokers el jueves; Childish Gambino y Tame Impala el viernes, los dos nombres fuertes de la noche del sábado fueron los de J Balvin y Twenty One Pilots.
El músico colombiano se convirtió en el primer latinoamericano en cerrar una jornada de festival en los Estados Unidos y no hizo más que confirmar el gran momento que la llamada música latina experimenta en la industria. Número uno en Spotify global desde hace cuatro semanas, el autor de "Mi gente" presentó un show con una gran producción y, a la hora de las canciones, además de las suyas eligió homenajear al reggaetón e interpretar "Gasolina" (Daddy Yankee), "Rakata" (Wisin & Yandel) y "Baila, baila, baila" (Ozuna), entre otras. "Este es nuestro momento", señaló exultante en más de una ocasión. También aprovechó el escenario para pedirle a Trump que "libere los niños que están en la frontera y que los regrese a sus casas".
Muñecos gigantes, fuegos artificiales y una enorme escalinata en el centro del escenario le pusieron color al show del colombiano. Sin embargo, a la hora de la música, por momentos se pareció más a un karaoke que a un show en directo. Las caminatas incesantes de Balvin no alcanzaban ni a cubrir el espacio ni a completar la oferta de estímulos que generaban tanto los reggaetones como la puesta en escena.
Lollapalooza es un crisol de músicas, un festival que cada "usuario" va curando minuto a minuto. Algunos pueden elegir ver un rato a esa rara avis que es Tenacious D (el proyecto de los actores Jack Black y Kyle Gass) y otros entregarse al rap de la vieja escuela que profesa Lil Wayne. Acá en Chicago, allá en Buenos Aires, en Berlín o en Estocolmo, por citar a algunas de las siete sedes del festival, "Lollapalooza es una experiencia", como resalta su creador, Perry Farrell. Rápida para nutrirse de las nuevas tendencias, supo cobijar al rock alternativo y a la electrónica, al pop global y al trap, al reggaetón y tantísimas otras propuestas que encuentran su espacio en el festival.
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