Lollapalooza: The Strokes volvió a jugar de local, a distraerse... ¡y a tocar cumbia!
La banda cerró anoche la segunda jornada de Lollapalooza; el festival cierra hoy con Foo Fighters
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Puestos a etiquetar bandas, se hace difícil negar el status de “festivaleras” de un puñado de ellas. Algunos grupos parecen haber nacido para tocar en este tipo de eventos masivos: tienen poder de convocatoria, presencia escénica, carisma, transversalidad para atraer a espectadores de distintos palos, un repertorio con una cantidad de hits considerable y el entretenimiento entre ceja y ceja. Arctic Monkeys podría ser una. Green Day quizás sea otra. Sin duda Foo Fighters, los headliners del domingo, son un gran ejemplo de banda festivalera. Y a The Strokes, el número principal del escenario Flow en la segunda fecha de Lollapalooza 2022, también podríamos meterlos en esa categoría, al menos en la Argentina.
Algo pasa entre los neoyorquinos y el público local: cada vez que vienen tocan peor, pifian más, están más perdidos y dejan a la multitud más desconcertada, y sin embargo siguen encantando a las masas. Puede ser que compensen falencias con guiños cómplices (el affaire del Mantecol y la cumbia, el linaje argento de Albert Hammond Jr.), y también es cierto que el caos de este show tal vez fue demasiado hasta para los que en la previa (demorada veinte minutos) sostenían carteles que decían “misa strokera”. Pero así y todo, por algún motivo, siguen siendo fija para grandes conciertos al aire libre. Cuestión de conexión.
Ya de arranque la cosa venía mal barajada: el set empezó con “Bad Decisions” de The New Abnormal (2020) y todo sonaba frío, apagado y marchito, hasta que un técnico entró de emergencia y empezó a trabajar en la batería maltrecha de Fabrizio Moretti. “You Only Live Once” y “Under Control” fueron de calentamiento para toda la banda, que luchaba para lograr un requisito esencial de su propuesta: la precisión que necesitan sus arreglos angulares, tomados prestados de la new wave de su ciudad natal.
El show al fin levantó vuelo con “Juicebox” y su impronta entre los Doors y el surf-rock. Más divertido todavía fue el momento en el que convirtieron “Razorblade” (que ya de por sí esconde una cita a “Mandy” de Barry Manilow, voluntaria o no) en un cuasi reggaetón, aunque el género urbano fue, por otros motivos, el principio del fin: desde el escenario Perry’s, Justin Quiles incitaba al perreo a un volumen insólito y por momentos su presentación se escuchaba casi a la par de lo que tocaban los que en los papeles eran los grandes protagonistas de la noche. Y esta competencia fue demasiado para la tenue concentración stroke, que a partir de ese momento entró en una espiral descendente que causó en el público el efecto mencionado.
El primero en irse mentalmente fue Julian Casablancas, que decidió que conservar la entonación ya no sería necesario, y a su interpretación habitual de crooner borracho le agregó incoherencias varias y un velo distante. “Hard to Explain” y “Someday”, quizás por viejas, transcurrieron sin grandes sobresaltos, pero todo se terminó de venir abajo en “Eternal Summer”: el tándem de guitarras de Albert Hammond Jr. y Nick Valensi parecía estar tocando dos canciones diferentes en simultáneo y el cantante arremetió con alaridos a años luz del pitch correspondiente. La sensación era la de estar presenciando el ensayo de una banda que no se juntaba desde hacía mucho tiempo, lo cual podría no estar tan alejado de la realidad.
En medio de eso, Quiles se escuchaba cada vez más fuerte y Casablancas dejó en claro, con un poco de humor, que la situación no le resultaba muy grata: “Algún día vamos a dar un show normal en la Argentina”, dijo, y la banda se dedicó a copiar el ritmo que llegaba desde el otro stage para empezar a tocar “Reptilia” (después sí sonó en su versión real). Entonces, sin siquiera saludar se dieron a la fuga y todo hacía pensar en un abandono por hartazgo, más todavía cuando pasaban los minutos y ni noticias de los Strokes en el Hipódromo. Pero no: volvieron e hicieron “Killing Lies”, “New York City Cops” y “Ode to the Mets”, como pudieron y la gente se olvidó de todos los desaires por un rato y los celebraron como si fueran los Ramones. Lo dicho: algo les renueva el crédito constantemente, algún vínculo emocional con el público de festivales argentinos deben tener. De alguna forma siguen encabezando carteleras y la gente los sigue acompañando aunque ellos mismos sepan y digan que sus actuaciones no están a la altura.
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