Familias, chicos y muchos adolescentes, el festival es una celebración para todo público
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Tras el paréntesis de la pandemia, la primera jornada de la edición 2022 de Lollapalooza se vivió como una celebración a cielo abierto del regreso a la presencialidad. Identikit de una celebración generacional.
Corridas. Las de grupos de chicas (sobre todo) que van de un escenario a otro con sincro de golondrinas y determinación de pirañas. Es una escena que reproduce otras, que quedaron plasmadas antes en el cine: las estampidas de Melody, The Wall y, más acá, mitad de los 90, Velvet Goldmine, de todos modos una reconstrucción de la era glam. De hecho la esmerada luminotecnia de los sponsors no puede competirle al brillo glitter que destella en cejas, mejillas y narices de Lollos y Lollas (¿Lolles?) y se vuelve una constelación a medida que cae la noche.
Euphoria. ¿De donde les viene tanta brillantina a los adolescentes que agotaron tres hipódromos de San Isidro? Hay algo en la esmerada producción de los fans del Festival (y esta también es la novedad) que recuerda a las raves o las primeras ediciones de Creamfields. Pero esto no es retro, el estilo les viene de la serie Euphoria. Videos como este (https://ar.pinterest.com/pin/68743989536/) se viralizan en Tik Tok como una guía para emular el make up de la ficción que tiene a Zendaya como protagonista. Una imagen a mitad de camino entre las reminiscencias indias (Shiva chic) y los otaku (chicos y chicas que parecen Sailor Moon) del manga.
Pantallas. Lollapalooza es el festival de las pantallas en el sentido más abarcativo posible. No solo porque tiene un escenario con el nombre de una plataforma de streaming (Flow) y otro con el de televisores y celulares (Samsung) sino porque Lollos y Lollas viven con los pies en el césped del Hipódromo pero transportándose al ciberespacio ida y vuelta. Toda experiencia se vuelve instagrameable aquí pero también hay medios obsoletos dando pelea. Las videopantallas devienen las de un imaginario autocine ubicado en cada uno de los escenarios. En ese sentido, la proyección de Marina (la misma de Marina and The Diamonds) desde el escenario al videowall es un homenaje al cine clásico: se la ve como a la Liz Taylor de Cleopatra (1964). Su set en el escenario Alternativo (nombre que le cabía a la fiesta en su primera etapa, entre 1991 y 1997) fue de veras alternativo a la hegemonía del hip hop: un eco del embrujo de Kate Bush y el rock teatral de Sparks.
Los festivales de la era pop, a partir de Monterey y Woodstock, tienen su propio “perfume” que es el aroma de la marihuana. En Lollapalooza 2022 la fragancia se siente bastante menos pero las hojas de cannabis forman parte de la estética de los artistas afines al trap y la cumbia. Se las ve proyectadas en el show multitudinario de Duki pero un rato antes en el escenario que recuerda que esta idea se le ocurrió alguna vez al artista Perry Farrell.
Contenidos. Más que ATR el Lolla es ATP y esta no es ninguna novedad. Pero sí que los artistas que ascendieron con esta generación cuiden a su propio rebaño. Duki da una clase de manejo de la multitud cuando pide que aquellos que salten tengan en cuenta que al lado hay alguien a quien pueden molestar (ni siquiera lastimar). Cuando hace su necesario descargo generacional basta pensar en qué distintas hubieran sido las cosas sin el estrepitoso show de las bengalas. Que los riesgos los corran los artistas en el escenario: ese es el mensaje.
Mucho trap, pocos trapos. El crecimiento de la escena en la que el hip hop, el reggaetón y la cumbia se fundieron en el trap o esa entelequia llamada música urbana (¿el rock era rural?) tuvo su consagración copando la parada en el Lollapalooza 2022. Pero entre tanto trap solo se vieron dos trapos muy significativos. El sorprendente Dillom (Dylan León Massa) señaló una bandera blanca con el nombre de su barrio, Villa Devoto, aunque sus punzantes rimas eviten cualquier costumbrismo o territorialidad. Parafraseando a Borges, el Universo Pop parece pertenecerle. A los 21 años es un caníbal de toda la cultura que lo precede capaz de meter a Ramones, Rolling Stones, Dalí, Charly García, Mario Pergolini y hasta Coca Sarli (Lollos y Lollas a googlear) en sus letras que se vuelven poesía visual cuando son reproducidas en las pantallas. El otro es el que cuelga detrás del escenario de la megaestrella de la noche: Miley Cyrus. “Sell out to sell out” (¿vender para vender?) dice el trapo de esta Gatúbela 3.0.
Es la voz rea de la princesa country, nada menos, la que se sincera sobre la trampa sin salida. A la tarde, Louta había citado a Nirvana tocando el riff de “Smells Like Teen Spirit”, la canción que señaló como pocas esta fatalidad. Pero la tocó menos como trapo que como memoria acústica. Los mismos Nirvana la empezaron y no la siguieron enfrenando a su propio público en Vélez treinta años atrás. Así, un festival masivo cita a otro: cuando en su impactante set Louta trae también a Technotronic, lo que suena es la ausencia de aquel grupo dance en el Derby Rock Festival.
Barro. Lo que queda de la cadena genética son estos espacios cenagosos producto de la lluvia de la mañana. Es el barro original de Woodstock, el festival madre, replicándose, una y otra vez aunque aquí ya nadie cante la legendaria canción de la lluvia. ¿Barrock tal vez? Un poco, sobreviviendo en las guitarras heavy metal de Wos (saltando como un Chilli Pepper) y Duki, acariciando el lado siniestro de la metalurgia.
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